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Sindicato, muchedumbre, multitud y comunidad en tiempos de inquietud histórica

Fuentes: Rebelión

Colombia vive un periodo de inquietud histórica, de “dramático flujo y reflujo de las pasiones revolucionarias, de las esperanzas, de los desengaños” (Marx, 2015 p.104), en el que no solo se escenifica el descontento general, la movilización popular y las posibilidades inmediatas para la conquista de un nuevo gobierno democrático, sino que también entran en la escena el debilitamiento de la ideología dominante, el despertar de los desgarrados por el neoliberalismo, y el despliegue de diversas formas de organización, mecanismos de movilización e identidades colectivas, que bien pueden terminar dispersas por caminos diferentes y contradictorios, o bien pueden convertirse en el motor para la construcción de un nuevo Estado y una nueva sociedad que desborden el marco de lo existente.

El estremecimiento social producido el 28 de abril de 2021 y extendido por casi dos meses, dio cuenta del fracaso del modelo neoliberal para garantizar el bienestar de la sociedad, del agotamiento del discurso y la política contrainsurgente, de la pandemia como fenómeno contingente que al agudizar los padecimientos sociales aceleró el levantamiento popular, y de los procesos de movilización social acumulados particularmente durante la última década: Paro Nacional Estudiantil (2011 y 2018), Paro Agrario (2013), Paro Camionero (2016), Movilizaciones por la Paz (octubre de 2016), Paros Cívicos de Chocó y Buenaventura (2017), Minga Indígena (2016 y 2019) y Paro Nacional (2019), son algunos de los episodios más destacados de la resistencia popular en los últimos años.

En este escenario, el proyecto de reforma tributaria radicado en abril de 2021 por el Gobierno Nacional ante el Congreso, en su calidad de ataque contra los ingresos de los pobres y las clases medias en un contexto de crisis, fue interpretado por las mayorías subalternas como una injusticia intolerable, y terminó convirtiéndose en el punto de ignición de las emociones y demandas populares que encontraron en la convocatoria de Paro Nacional el momento para arder y extenderse (De la Garza, 1990), de ahí que la rebelión no hubiese terminado con el retiro de la reforma.

Ahora bien, el cansancio que ha seguido a la protesta no es la clausura de las contradicciones y antagonismos sociales desnudados por ella, al contrario, la estabilidad del orden existente continúa puesta en duda y, por tanto, las posibilidades de su restauración y reorganización, así como las de su superación, siguen abiertas.

Esta pérdida de fe en el orden por parte de los grupos sociales subalternos ha tomado forma en una crisis de hegemonía, que se desenvuelve junto a una crisis económica y social, y se explica fundamentalmente por la agitación de las masas populares agrupadas bajo distintas formas de organización y acción colectiva.

Lo novedoso aquí, es que estas formas de agregación de las que hablamos no reproducen exactamente los objetivos, recursos de movilización, jerarquías, mecanismos de deliberación y contenido social, del sindicato y sus émulos (por ejemplo, en el movimiento estudiantil), y tampoco son formas de organización y conciencia eminentemente espontáneas, pues no emergen solamente como expresiones de desesperación y venganza de los de abajo, y sus demandas, aunque difusas, trascienden las reivindicaciones económicas estrechas y abarcan demandas políticas relacionadas con la paz, el respeto a la vida, la dignidad y la igualdad social. En concreto, en el cuadro de la lucha social y de clase, destaca el ocaso del sindicato, la explosión de la muchedumbre, la emergencia de las cualidades de la multitud, y la participación de la comunidad, junto a la debilidad organizativa y mayor presencia en la institucionalidad estatal de las fuerzas políticas de izquierda y democráticas.

Las Crisis:

La situación en Colombia se desarrolla en medio de un “estupor generalizado” global, consecuencia de la convergencia de múltiples crisis: Una crisis médica, asociada a la pandemia, que deja más de 4,6 millones de muertos, deterioró aún más los ya endebles sistemas sanitarios y de protección social del mundo, y que enfrenta, actualmente, tanto el acaparamiento de vacunas por cuenta de los países ricos, como el monopolio de las patentes por parte de las empresas farmacéuticas, lo cual, en conjunto, favorece la posibilidad de aparición y propagación de nuevas variantes del virus (Prabhala, 2021), y ralentiza la recuperación económica de los países periféricos expuestos a rebrotes de los contagios y con mayores dificultades para normalizar sus actividades económicas ante el retraso de la inmunización (FMI, 2021). Una crisis ambiental, marcada por el aumento de la temperatura global, la alteración de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, y la consecuente amenaza a la vida en el planeta. Una crisis económica, relacionada no solo con la contracción de la economía mundial (-3,3%), sino también con una “desglobalización económica” parcial que viene desarrollándose desde antes de la pandemia, y de la cual da cuenta la desaceleración del comercio mundial y de los flujos transfronterizos de capital, así como el retorno de medidas proteccionistas por parte de países del centro capitalista. Y una crisis política, resultante de un “tiempo suspendido” en que la hegemonía neoliberal hace agua y el consenso político y económico construido en torno a ella se ha roto, ocasionando así el derrumbe de las certidumbres promovidas por las autoridades globales; el debilitamiento de la unidad de las clases dominantes junto a su capacidad para dominar, dirigir, y convencer; la aparición de la democracia como un estorbo para un “neoliberalismo enfurecido”; y la “apertura cognitiva de la sociedad” que abre un campo de disputa por el sentido común entre las fuerzas del orden y las de su superación (García Linera, 2021).

Colombia, en línea con el escenario mundial, atraviesa, en primer lugar, una crisis económica asociada, entre otros factores, a la caída de 6,8% del PIB en 2020 (cuyo ritmo de crecimiento de todas formas ya se había desacelerado entre 2015 y 2018); a la dependencia de la fluctuación de los precios del petróleo; al deterioro de la productividad en las últimas dos décadas (Fedesarrollo, 2021); y a la quiebra de un 7,3% de los micronegocios  (dato importante si se tiene en cuenta que los micronegocios representan al menos el 24,4% de la producción del país y que sus propietarios son, en su mayoría, trabajadores por cuenta propia) (DANE, 2021). En segundo lugar, se desarrolla una crisis social, caracterizada principalmente por el aumento de la pobreza (42,5% /+6.8%) y la pobreza extrema (15,1%/+5,5%), el aumento del desempleo (15,9%/+5,4%), y el empobrecimiento de los “vulnerables” (30,4%/-1,6%) y la “clase media” (25,4%/-4,7%), consecuencia tanto de la crisis económica como de la rapiña estatal (DANE, 2021).  Y, en tercer lugar, se presenta una crisis de hegemonía, esto es una crisis de autoridad y una crisis de Estado, que, en general, se produce por:

i)                    Los masivos procesos de movilización y lucha social que aparecen como consecuencia y factor de profundización del debilitamiento de la ideología dominante y, con ella, de la escisión entre las masas y las organizaciones de partido tradicionales, el campo electoral – parlamentario, y los medios de comunicación (Gramsci, 1980).  

ii)                  El fracaso de las clases dominantes para cerrar el conflicto armado y su incapacidad para manejar la emergencia producida por la pandemia, a lo que se suma el rechazo generalizado al repunte de las masacres, la continuidad del asesinato de líderes sociales y la violencia indiscriminada desatada por el Estado contra la protesta social. Todo lo cual ha minado la legitimidad de las elites políticas y económicas frente a las mayorías sociales.

iii)                La ruptura del consenso neoliberal, junto al derrumbe de creencias, esperanzas y certidumbres, que son características propias del tiempo histórico que vivimos (Linera, 2021).

Los retos que impone el periodo actual requieren analizar, siguiendo a Álvaro García Linera (2009), las formas Sindicato, Muchedumbre, Multitud y Comunidad para dar cuenta de la reconfiguración de la estructura de clases, resistencias y formas de organización, que tienen lugar en Colombia.

Ocaso del Sindicato:

En el país menos de 5 de cada 100 trabajadores se encuentra afiliado a una organización sindical y la mayoría de ellos trabaja en el sector público, solo en el 0,02% de las empresas se dan procesos reales de negociación colectiva, y esta forma de organización de los trabajadores enfrenta, además, ataques que van desde los fraudulentos pactos colectivos, hasta la violencia contra el movimiento sindical (ENS, 2021).

Sin embargo, el ocaso de la forma sindicato no está dado simplemente por las imposiciones patronales y la violencia histórica contra los trabajadores sindicalizados, sino que en él intervienen las transformaciones producidas en el modo de producción, tanto por el modelo neoliberal de acumulación como por los cambios técnicos en la producción y las nuevas prioridades en la inversión, que, en conjunto, terminaron socavando el contrato a término fijo, privatizando y desmantelando las empresas conformadas durante el período de incipiente industrialización, y fragmentando a los trabajadores en pequeños centros de trabajo; dando lugar a relaciones laborales precarias, al nomadismo laboral, a la dispersión de los trabajadores, y al quiebre de la estabilidad social, expectativas, y narrativas colectivas que se construían alrededor del puesto de trabajo y del sindicato. El resultado fue el derrumbe de las “condiciones de posibilidad material y simbólica sobre las que se levantaron la forma sindical y la trayectoria del antiguo movimiento obrero”, y la consecuente muerte “no del sindicalismo, sino de una particular manera material y simbólica de ser del sindicalismo, que ya no existe ni va a existir más” (García Linera, 2009, p. 377).

Con todo, el sindicalismo colombiano ha jugado junto a otras fuerzas sociales y políticas que conforman el Comité Nacional de Paro (CNP) y los Comités Departamentales, un papel importante en los episodios recientes de lucha popular, como actor convocante que desarrolla esfuerzos en la construcción de pliegos unitarios y en la articulación de las agendas de movilización (Estrada, 2021). No obstante, entre más masiva y prolongada se torna la lucha popular, más queda descubierta la debilidad sindical, más se desdibuja su liderazgo, más destaca la ausencia de disciplina y cohesión de la mayor parte de sus afiliados, y más se marca la distancia entre las jerarquías e instancias de decisión propias del sindicato y las formas de deliberación, coordinación y articulación territorializadas y dispersas que sostuvieron la protesta. De ahí, que frente al levantamiento popular desatado el 28A, el CNP, en lugar de fortalecer la agitación de los puntos del pliego emergencia, discutir y socializar los avances en la negociación con los sectores movilizados, y acompañar en la acción a las personas en la calle,  terminase caído de brazos frente al gobierno, debilitado en su legitimidad como pretendido representante de los subalternos, y llamando testimonialmente al desmonte de la movilización, siguiendo su evidente desgaste y no porque tuviese capacidad para ello.

Explosión de la Muchedumbre:

De acuerdo con Linera la muchedumbre es “una coalición temporal y facciosa de individuos provenientes de los más diversos oficios que no le deben nada a nadie, ni al sindicato, ni al gremio, ni a la junta de vecinos, y mucho menos a un Estado que los ha abandonado a su suerte o sólo existe para exacccionarlos. Son personas nacidas en la precariedad, la exclusión y el cierre a cualquier ascenso social planificable” (García Linera, 2015, p.231-232).

La muchedumbre se presenta así como la agregación provisional de individuos con padecimientos comunes pero aislados unos de otros, individuos que no tienen una cultura común, ni un horizonte compartido y, por tanto, no existe entre ellos ninguna organización política, ni se forma ninguna articulación nacional o comunidad duraderas (Marx, 1978), su acción se limita a la negación de lo existente sin encontrar los medios para superar los motivos de su indignación o las causas de su condición social,  por eso, “acabada su tarea, se repliega, se disuelve en el anonimato de sus intereses” (García Linera, 2015, p.232). La muchedumbre es entonces una de las criaturas del neoliberalismo, que en Colombia es encarnada por los jóvenes que no logran acceder a la educación superior, se encuentran desempleados (29,7%,), no estudian ni trabajan (33%) (DANE, 2020), viven en las periferias de las ciudades, han sido estigmatizados como peligrosos, y observan con incertidumbre su futuro (por ejemplo, un 55% de los jóvenes es pesimista frente a su futuro económico) (CNC,2021). En ella también se personifican las víctimas de la violencia, los trabajadores informales, y, en general, los habitantes urbanos excluidos y precarizados.

Las jornadas del 9 y 10 de septiembre de 2020, sucedidas tras el asesinato de Javier Ordoñez a manos de la policía, fueron protagonizadas precisamente por la “fuerza de choque” de la muchedumbre. Su rabia se detonó contra los Comandos de Atención Inmediata (CAI), y su explosión terminó brutalmente reprimida por el Estado. Esta forma de agregación y movilización también fue protagonista del 28A y las semanas que lo siguieron, con la diferencia de que la magnitud y extensión de la protesta, así como la participación de distintas formas organizativas en la misma, permitieron que la muchedumbre exhibiera no solo su tempestuosa capacidad destructiva, sino también su aptitud para resistir y encontrarse con otras formas de agregación en los bloqueos, marchas masivas y puntos de resistencia.

Las primeras líneas aparecen justamente como cristalizaciones de la indignación y voluntad de resistencia de la muchedumbre, así como de sus puentes con otras organizaciones y gentes del común (que aunque no tomaban parte de las protestas directamente, si se solidarizaron con los manifestantes). Sin embargo, no por eso las primeras líneas constituyen formaciones homogéneas y permanentes de la muchedumbre, ni perduran los vínculos que establecen, al contrario, estas formas organización y acción colectiva se disuelven una vez se ha extenuado el entusiasmo popular, eso sí, listas para reaparecer en próximas conmociones.

Emergencia de las cualidades de la Multitud:

Por otro lado, la multitud, es la “acción organizada de personas organizadas previamente”, es “una asociación de asociaciones” y no un “arremolinamiento de desorganizados” movilizados únicamente por algún agravio moral. De ahí que esta forma de organización y acción colectiva, no sea el simple compendio de individualidades fragmentadas, o de subjetividades sin un sustrato social, sino un bloque de acción de individuos colectivos que tiene lugar gracias al fortalecimiento, conformación y articulación tanto de organizaciones “de base comunal y tradicional” que se oponen al asalto neoliberal de los valores de uso necesarios para la reproducción social (ej: agua, tierra), como de otras formas de organización de los subalternos que aparecen como respuesta al despojo del “salario social indirecto” (Ej: Educación, Salud, Servicios básicos) (García Linera, 2009).

Lo que caracteriza a la multitud es que:

i)                    Es una forma de “unificación territorial y flexible” que se asienta en lo local fundamentalmente porque su lucha contra la ofensiva neoliberal, y en general  contra la acumulación capitalista, es sentida y librada por sus protagonistas como parte de un espacio del territorio (ej: vereda, barrio, ciudad), sin embargo, en la medida que estas “demandas territorialmente asentadas” de las estructuras de la multitud no son exclusivas de un espacio territorial, o de un segmento social, sino comunes a varios, hacen posible la articulación de estas formas organizativas en escalas más amplias (departamental, nacional). Al mismo tiempo, la multitud, está constituida por estructuras horizontales que no definen límites estrictos entre sus afiliados y desafiliados, y, por ello, logran convocar, dirigir y accionar a otras formas organizativas e individuos desorganizados, a los cuales integran no solo a la acción de masas (manifestaciones, bloqueos, pintas, plantones), sino también a su “dinámica interna de deliberación, resolución y acción” (reuniones, asambleas, cabildos). Es decir, que la multitud -y las organizaciones que la conforman- involucran a personas sueltas y procesos asociativos, no únicamente en las manifestaciones más directas de la lucha, sino también en sus formas de democracia y de organización interna en función de objetivos inmediatos o de largo plazo.  

ii)                  No se constituye ni actúa simplemente como negación u oposición a lo existente, sino que combina la “defensa de recursos anteriormente poseídos” (Ej: agua, tierra) con “la demanda de recursos que anteriormente no existían” (ej: derechos democráticos y poder político), lo cual la distingue de la muchedumbre y la hace una forma de organización defensiva y ofensiva a la vez.

iii)                No posee una estructura de “vigilancia, control y sanción de sus integrantes” por lo cual apela fundamentalmente al convencimiento en la causa emprendida y basa su legitimidad en “la autoridad moral de sus representantes”, en “los acuerdos y convencimientos” alcanzados en sus espacios de deliberación, y en la “adhesión voluntaria a la acción colectiva” (Linera, 2009, p.385).

iv)                Puede incorporar la experiencia organizativa y militante acumulada por otras formas de organización (ej: Sindicatos, organizaciones revolucionarias) como “fuerza productiva organizativa” (iniciativa, capacidad política, vínculo con distintos sectores sociales), “fuerza productiva técnica” (edificios, publicaciones, recursos), y “capital de solidaridad” (Liderazgo Moral) que le permiten articular luchas, potenciar estrategias de movilización, y ganar confianza tanto en las posibilidades de triunfo como “en la autonomía de la acción social, en la claridad de los objetivos y la honradez de los dirigentes” (García Linera, 2009, p.389).  La multitud, entendida de este modo, no es una masa amorfa que parte de ceros, se va modelando así misma de manera arbitraria sobre la marcha y desecha las experiencias previas, fuerza acumulada y capacidades de las fuerzas sociales y políticas existentes; al contrario, esta es una forma de organización y acción colectiva al interior de la cual las militancias y sus organizaciones pueden cobrar vida, siempre que, actuando sobre la realidad efectiva, contribuyan a suscitar una voluntad colectiva común, articular resistencias dispersas y territoriales, potenciar las formas de organización de los subalternos y conectar, en la consciencia de la multitud y sus estructuras, la práctica con la teoría, la lucha social con la lucha política, y la lucha por las reformas con la lucha por la revolución (Lenin, 1974).

v)                  No tiene una identidad fija y predeterminada, sino que esta se construye sobre las condiciones de vida, conocimientos, emociones, valores, expectativas y experiencias acumuladas que unifican a los individuos colectivos que se articulan como multitud. En ella convergen identidades diversas que no desaparecen (ej: jóvenes, mujeres, estudiantes, campesinos), pero que pueden unificarse en identidades más amplias, pues sus miembros, además de caracterizarse por no vivir del trabajo ajeno y ser extorsionados a manos del capital, comparten espacios y luchas en común, de ahí que puedan identificarse a sí mismos y distinguirse de otros como “los de abajo”, como “pueblo”, etc.

vi)                Es una “forma de democracia y soberanía política” capaz de ejercer formas de democracia directa y de representación, así como de desplegar formas de autogobierno. Sin embargo, aunque esta cualidad de la multitud demuestra su capacidad para disputar el poder y dar lugar a otras formas de gestionar lo común, la misma enfrenta los “viejos hábitos de obediencia” de los subalternos hacia las clases dominantes, y, por tanto, enfrenta tanto la tentación de limitarse a actuar en el marco de los “cuadros fundamentalmente existentes” (Gramsci, 1980), como el riesgo de caer en la demagogia de quienes, desde el escritorio, le dicen a la multitud que desconfíe de las militancias políticas, que solo vale la acción inmediata,  y que “el poder local si es bien visto, -pero- no la lucha contra el poder estatal y global” (Kohan, 2000, p. 65).  

vii)               Enfrenta problemas de solidez, continuidad e institucionalización, por lo cual encuentra dificultades para consensuar nuevos objetivos, volver rutinarios sus espacios de deliberación, y seguir el cumplimiento de tareas acordadas. De esta forma, la multitud puede pasar de contar con miles de organizaciones e individuos en los picos de la lucha popular, a reunir solo a unos cuantos cuando se atemperan los ánimos.  

En Colombia, una de las experiencias que da cuenta de la emergencia de la forma multitud es la del Comité de Paro Cívico de Buenaventura, que impulsó el paro de esa ciudad portuaria en 2017. Este fue un proceso preparado durante 4 años; heredero de experiencias previas de articulación (Encuentros, Comités) y movilización (1998, 2014); convocado por más de 120 organizaciones sociales; y posibilitado por el incumplimiento estatal de acuerdos previos, la pobreza, la ausencia de servicios básicos, la violencia, la corrupción, la desigualdad, los trabajos precarios, la contaminación de cuencas hidrográficas, y la profundización de un modelo de acumulación que promueve una “visión corporativizada del territorio” (Marín, Pardo y Camacho, 2020, p. 149). La respuesta popular, liderada por el comité de paro, fue la exigencia de la declaratoria de emergencia social, económica y ecológica para el distrito de Buenaventura, y 8 ejes temáticos, trabajados y estudiados con anterioridad, que fueron discutidos en mesas de trabajo y de manera pública (“como si fueran un partido en vivo”) entre los representantes del Comité de Paro y delegados del gobierno nacional (Corporación Manos Visibles, 2017).

Ahora, para hablar del Comité de Paro Cívico de Buenaventura como multitud, es decir, como forma de organización y acción formada por individuos colectivos, territorial, flexible, defensiva y ofensiva, etc., basta con citar un fragmento de la narración construida por la Corporación Manos Visibles (2017), haciendo uso de testimonios de lo sucedido:  

“Les dijimos a todos los que pudimos que la hora cero para iniciar nuestro paro cívico sería el martes 16 de mayo. Día tras día, todo tipo de organizaciones empezaron a sumarse, desde las juveniles hasta las de pescadores, desde las indígenas hasta las afrocolombianas, desde las cívicas hasta las sindicalistas lideradas por la Iglesia. Al ­final, superamos las 120 organizaciones. Nos articulamos. Nos unimos. Eso hizo la diferencia

… Las organizaciones al interior, que estábamos liderando el paro, creamos una red con otras organizaciones y ellas con otras, que terminaron vinculando a consejos comunitarios y organizaciones urbanas gracias a su vocería. Al fi­nal se sumaron los motoristas, los madereros, los portuarios, los sindicatos y hasta los comerciantes.

… Un día antes, nos fuimos a dormir con la certeza de que esta vez imperaría un poderoso sentimiento de ciudad, de territorio, de Pacífi­co. Que todos seríamos uno.” (p. 35, 36).

Ahora bien, aparte de los procesos de Paro Cívico y el Comité de Buenaventura, hay otras dos experiencias extendidas a nivel nacional que también dan cuenta del surgimiento de las cualidades de la multitud, aunque de un modo más embrionario y contradictorio, fueron las ocurridas el 21N de 2019 y el 28A de 2021. Los dos episodios de resistencia popular fueron resultado de acumulados de movilización, incumplimientos, demandas previas, rechazo a la violencia indiscriminada, y precarias condiciones de vida y de trabajo de los subalternos, aunque ninguno de los dos fue trabajado conscientemente -más allá de convocatorias- en clave de articulación popular y de paro cívico (como en Buenaventura); en ambos se encontraron en las calles miles de organizaciones territoriales y muchedumbres desorganizadas, pero las mismas fueron escasamente recogidas por los comandos de paro donde predominaban el sindicato y sus émulos; tanto en el 21N como en el 28A se presentaron al gobierno pliegos elaborados previamente por el CNP, pero estos eran poco conocidos por las mayorías y fueron negociados “a espaldas” de los individuos colectivos y masas movilizadas.  

Entonces ¿Dónde estaba la multitud si el Comando Nacional de Paro y los Comandos Departamentales no se asemejaban, por ejemplo, al Comité de Paro Cívico de Buenaventura de 2017?

Las cualidades de la forma multitud se encuentran si se mira en las organizaciones juveniles, populares, de barristas, artistas, mujeres, ambientalistas, animalistas, comunicadores populares, entre otros,  que empezaron a agregarse al calor de la lucha popular y que el 28A, como el 21N, se encontraron en espacios de articulación (coordinadoras, comités), lugares de encuentro y de reunión (ollas comunitarias, puntos de resistencia) y asambleas populares, así como en la coordinación y desarrollo de las agendas de lucha que sostuvieron el proceso de protesta y movilización. Todos ellos espacios de democracia, organización y acción colectiva, convocados sin mayor antelación, pero en los que, sobre el escenario de la lucha en curso, se invitaba a participar a individuos colectivos y personas sin filiación alguna; en los que no había jerarquías institucionalizadas, ni negociación con el gobierno, pero si liderazgos; en los que los participantes se hacían a una idea más o menos común de los objetivos de la lucha y las posibilidades del triunfo, pese a ser portadores de concepciones ideológicas diferenciadas; ejercicios en los que confluyeron algunas expresiones sindicales y organizaciones revolucionarias comprometidas con la lucha popular, aunque eran evidentes las distancias entre el CNP y la calle; y formas de lucha y deliberación en las que se encontraron los individuos colectivos y las muchedumbres movilizadas, que fueron autoidentificándose como juventud, pero también como pueblo.   

Ahora, puede que con el reflujo de la lucha popular las muchedumbres, ollas comunitarias, asambleas y espacios de articulación se hayan desmovilizado y dispersado, sin embargo, las organizaciones que participaron en ellas continúan encontrándose alrededor de distintas tipos de iniciativas (festivales culturales, escuelas, encuentros deportivos, confluencias electorales, ejercicios de comunicación popular, entre otras) a través de las cuales continúan denunciando al régimen, agitando las ideas de vida digna, paz e igualdad social, y reclamando la transformación de la sociedad colombiana.

Así las cosas, el 21N y el 28A, no pueden entenderse únicamente como explosiones de la muchedumbre, sino que deben estudiarse como episodios de la rebeldía popular que dan cuenta de un momento de agitación, fluidez y escisión creativa del sujeto histórico, en el cual la lucha social y política se enriquece “con nuevas formas adecuadas a las condiciones de la lucha de clases” (Caycedo, 1999, p.285).

La participación de la comunidad:

Finalmente, en los procesos de lucha social y política de los últimos años también se encuentra a la comunidad, al movimiento social indígena, como entidad social con una “estructura civilizatoria común”, que enfrenta tanto los rezagos de la dominación colonial como los embates modernos de la expropiación-explotación neoliberal; por lo cual la comunidad se distancia, descree y objeta al orden social, al que además confronta no sólo directa sino también simbólicamente luchando por otras “estructuras de representación, jerarquización, división y significación del mundo”(García Linera, 2009, p. 416).

La Minga, con raíces que anteceden al Estado Colombiano, se ha convertido en los últimos años en un adalid de la lucha social y política en el país que aparece como respuesta a la violencia colonial y a la del conflicto armado, al racismo reactualizado y el asedio extractivista, a la necesidad de defender el territorio y a la de transformar un país.  Esta forma de unidad popular que ha ido más allá de lo indígena involucrando organizaciones campesinas, sindicales, de estudiantes, entre otras, también ha protagonizado experiencias recientes de la lucha y deliberación popular: En 2O08 obligó al gobierno Uribe a negociar, en 2016  “logró consolidarse como un movimiento nacional popular capaz de construirse con la fuerza de las movilizaciones sociales territoriales”(Rodríguez, 2020), en 2019 exigió el cumplimiento de acuerdos previos y acompañó el 21N, en 2020 llegó a Bogotá a exigir nuevamente el cumplimiento de acuerdos y el cese de la violencia , y en 2021 ha vuelto como liderazgo moral y simbólico de la lucha popular cuya presencia y repertorios de movilización (como el derribamiento de estatuas) contribuyen a ligar, en la medida de sus posibilidades,  “el tiempo corto de la movilización de hoy, con la memoria de las luchas en el tiempo largo, para recalcar que la opresión y la dominación tienen unas raíces históricas de vieja data”(Vega, 2021, p.6).

El avance de las fuerzas políticas y el pacto histórico:

Por último, las crisis coetáneas, la decadencia neoliberal, la traición a la paz, y el auge de la movilización popular han creado, en palabras de Gramsci (1980), “un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal” (p. 60), lo cual ha terminado por habilitar el avance de las fuerzas políticas de izquierda y democráticas al interior de la institucionalidad del Estado.

Así, en las elecciones de 2018, estas fuerzas sacudieron al establecimiento político y económico con la posibilidad de un gobierno progresista, y lograron conformar un bloque de oposición en el congreso, aunque todavía minoritario. En la misma dirección, en las elecciones locales de 2019, algunos de estos sectores obtuvieron victorias representando a procesos populares o, al menos, a grupos de opinión con aspiraciones democráticas (Buenaventura, Villavicencio, Cúcuta, Santa Marta, Magdalena, entre otros); que enfrentan actualmente, ya desde la gestión del gobierno, las contradicciones que se han abierto tanto con “cacicazgos” políticos regionales, como con el gobierno nacional (Estrada, 2020).

De cara a 2022, se ha planteado el Pacto Histórico como coalición “entre sectores alternativos, progresistas, socialdemócratas y liberales” que busca construir “un programa consensuado con las organizaciones sociales, con las organizaciones feministas, con las organizaciones afro, campesinas, juveniles, con la minga indígena, con los excluidos y desposeídos y en general con los ciudadanos y ciudadanas de este país.” (Listas del Pacto Histórico). En ese sentido, el Pacto Histórico es un frente amplio electoral formado para ganar en las elecciones de 2022 que puede terminar convirtiéndose en eslabón de “una transformación política, económica y social de carácter histórico y de largo aliento” (Comunicado de prensa).

En lo inmediato, la tarea decisiva del pacto no esta en encumbrar a un caudillo, sino en consolidar un programa, y lograr que el mismo sea apropiado como causa común tanto por las muchedumbres, multitud y comunidad movilizadas, como por la sociedad en su conjunto. El programa, entendido de este modo, debe ser el medio para convertir las pasiones políticas desatadas, en una “fantasía concreta” que se dispute el alma popular. Solo así, el debilitamiento de la ideología dominante puede empezar a convertirse en reforma intelectual y moral, es decir, en una nueva concepción del mundo ligada a un proyecto de transformación de la realidad social.  Evidentemente, el programa del pacto histórico no será la fórmula para una revolución por decreto, pero si constituye la oportunidad para continuar haciendo trizas en la cabeza de la sociedad colombiana los prejuicios ligados tanto a la guerra y al fascismo social como al neoliberalismo, buscando convertir este golpe cultural en victoria política.

Así las cosas, si no se quiere desperdiciar el entusiasmo popular y la disponibilidad social para escuchar otros proyectos de sociedad: el pacto histórico no puede ser asumido como “alistamiento electoral”, sino que tiene que construirse e irradiarse como programa de cambio; el pacto no debe ser campo para que se ceben los oportunismos de toda especie, sino medio de agitación y educación política para acercarse a la sociedad; su bandera no puede ser la constitución del 91, sino que debe ser la de un proyecto democrático de sociedad de corte antineoliberal; no puede convertirse en un intento de instrumentalización de las nuevas formas de organización y acción colectiva, sino que debe ser la oportunidad para empezar a unirlas en una voluntad colectiva común, es decir, en punta de lanza tanto de la demanda y defensa de las transformaciones, como de su profundización; y, finalmente, el pacto histórico no puede ser una victoria a cualquier precio, y por eso mismo de corto vuelo, sino que debe constituirse en la puerta de entrada a una lucha larga, que sea, parafraseando a Marx, consciente de su propio contenido, y capaz de criticarse constantemente a sí misma, una revolución.

Bibliografía

Centro Nacional de Consultoría (2021). Sentimiento, Expectativa y percepción de los jóvenes sobre el paro nacional. Recuperado de: https://dc474ff0-5914-4f85-b4fd-19245cc79ca0.filesusr.com/ugd/c967c2_30a286ae311e4fc79aecf9dbdb7a37bf.pdf

Corporación Manos Visibles. (2017). Carajo: Una narración inicial de las movilizaciones sociales paros cívicos: Chocó y Buenaventura 2017. Ford Foundation. Recuperado de: http://www.manosvisibles.org/images/PDFsMV/DocumentosRecursosBibliograficos/EscueladeGobiernoyPaz/CARAJO-2017.pdf

Caycedo, J (1999). El sujeto histórico y su complejidad. En MARX VIVE Siglo y medio del Manifiesto Comunista. ¿Superación, vigencia, reactualización? Recuperado de:  http://www.espaciocritico.com/sites/all/files/libros/mrxvv1/mrxvv1a18p277a292.pdf

DANE (2020). ¿Quiénes son, qué hacen y cómo se sienten en el contexto actual?. Recuperado de: https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/genero/informes/informe-panorama-sociodemografico-juventud-en-colombia.pdf

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