En estos asuntos controvertidos, como diría Francisco Fernández Buey, mejor hablar en plural: ateísmos, agnosticismos y creencias religiosas mejor que en singular. El ateo se dice mil formas, lo mismo que el agnosticismo o la creencia religiosa. Francis Spufford [FS], un escritor, editor y profesor que acaba de publicar Impenitente (Turner), un libro escrito en […]
En estos asuntos controvertidos, como diría Francisco Fernández Buey, mejor hablar en plural: ateísmos, agnosticismos y creencias religiosas mejor que en singular. El ateo se dice mil formas, lo mismo que el agnosticismo o la creencia religiosa.
Francis Spufford [FS], un escritor, editor y profesor que acaba de publicar Impenitente (Turner), un libro escrito en defensa del cristianismo, publicó el pasado viernes un escrito en el global-imperial: «Queridos ateos…» [1]. Queridos ateos… no tan queridos. A este texto me quiero referir sucintamente. Algunas de sus tesis.
1 «Permítanme que venga a molestarles con un proyecto: el del respeto mutuo entre ateos y creyentes». Ninguna molestia, todo lo contrario; tenemos larga experiencia político-cultural durante la lucha antifranquista y en épocas posteriores. Respeto mutuo, por supuesto, no quiere decir silencios políticos ni concesiones teóricas.
2. Se apoya el proyecto, señala FS, «en un principio muy sencillo: ambos sostenemos una postura para la que, por definición, no hay pruebas». La cosa no es así, en absoluto. Luego sobre ello. Nosotros, los creyentes, «creemos que existe un Dios y ustedes creen que no; cuando, en realidad nadie lo sabe, ni puede saberlo: no es una cuestión susceptible de ser probada». ¿Por qué? Porque la ciencia, como mucho, «puede demostrar que no hay necesidad de Dios como explicación física de nada. Puestas así las cosas, la posición natural, neutral y moderada sería el agnosticismo: un calmado, indiferente desconocimiento». Sin embargo, usted (el ateo) y yo (el cristiano), prosigue FS, «esas salvajes criaturas románticas que somos, nos apresuramos a tomar posiciones de fe sobre el asunto». ¿Posiciones de fe? «Esta compartida (aunque enfrentada) extravagancia podría convertirnos en almas gemelas. O en sin-almas gemelas; yo digo lechuga, usted dice tomate, pero al menos ambos estamos hablando de hortalizas». No, no hablamos los dos de hortalizas.
3. Por otra parte, prosigue su «argumentación» FS, «ateos y creyentes son, en formas opuestas, gente con convicciones, gente que se queda fuera del centrado campo del empirismo. Mes frères, mes soeurs, mes semblables! Abracémonos, porque todos somos refugiados huyendo del aburrido pragmatismo.» ¿Hay coincidencia? Depende como entendamos empirismo y pragmatismo.
4. Ah, ¿que no? No, responde él mismo. «Exponer que el ateísmo es simplemente otra forma de fe ataca la idea que el no creyente beligerante tiene de sí mismo: la idea de que el ateísmo es de alguna forma científico y, en el campo de las creencias personales, equivale al rigor y las cautelas del método científico». El autoconcepto se iría al garete, señala, «si se atrevieran a verse como fervientes acólitos de la negación de Dios». Intente usted decir que los ateos mantienen una posición de fe, porque creen en la ausencia de Dios, y en apenas segundos, la exposición es un horror sin duda, «tan seguro como que el sol sale por el este, tan seguro como que Richard Dawkins sabe mucho sobre biología evolutiva y nada sobre religión, saldrá alguien a decir: «No. Los ateos no creen en la ausencia de Dios». Remarca: «Los ateos no creen en nada. Los ateos, simplemente, se mantienen al margen en toda esa tontería de pensar en seres invisibles». ¡Los ateos no creen en nada! ¡Qué cosas que escribe nuestro escritor y editor! ¿En quién está pensando cuando habla de ateos? La referencia a Dawkins nos da una buena pista.
5. Siguen luego las consideraciones de FS sobre la religión: «De hecho, la religión no es en absoluto, en primera instancia, un conjunto de propuestas sobre el mundo. Antes que cualquier otra cosa, es una estructura de sentimientos, una casa hecha de emociones..». No es esa fe, afirma, «una forma infantil, despreciable y cobarde de lidiar con esas cosas: conlleva un cierto realismo emocional incorporado (o eso nos gusta pensar), y un cierto grado de imaginación. Nosotros también hemos hecho los deberes.»
6. Prosigue luego con aspectos relacionados con la fe, el saber, la ciencia y la duda. «Nunca he conocido a un cristiano que no se sintiera identificado con la experiencia de creer en un Dios ausente. Muchos hemos sido ateos en algún momento. Muchos aún lo somos, de vez en cuando: una característica recurrente de la fe es que cada cierto tiempo pasa por etapas de duda». Insiste de nuevo: «Significa que reconocemos que ambos, usted y yo, estamos operando en un campo donde no podemos saber quién tiene razón». La reacción adecuada: «la humildad, la conciencia de nuestra propia falibilidad.», una reacción que, admitámoslo, no es práctica frecuente de muchos cristianos en posiciones institucionales destacadas. NO se difunde en estos términos la creencia.
7. La tesis, la idea provocadora a la que parece querer llegar FS: «No obstante -y ahora sí que intento provocar- antes de eso, creo que ustedes deberían ser un poco más claros sobre cuál es el contenido emocional de su ateísmo». A ver, a ver. ¿Nos piden claridad? «Ustedes son quienes aseguran estar actuando a partir de una simple carencia, a partir de una no-creencia, pero, ya que hablamos de ausencias, el ateísmo contemporáneo no parece involucrar sentimientos convincentes ni de lejos». ¿Y cómo es eso? De esta forma. «No todo es leer a Lucrecio, o pensar en la naturaleza de las cosas hermosas. Para muchos de ustedes, el objetivo del ateísmo parece ser no tanto la no-relación con Dios, como una viva y hostil relación con los creyentes.» ¡Toma el frasco, don Pancracio! ¿No iba la cosa de humildad, de acuerdos, de búsqueda de puntos en común?
Añade FS con total desconocimiento de causa: «Cuando en un diario progresista se habla de eso de las creencias, los comentarios suelen estar copados por tertulianos que lanzan su desprecio con la misma fuerza que un extintor de incendios. Es como si hubiera una pequeña onda transgresora de satisfacción que solo se pudiera alcanzar pronunciando palabras despectivas allí donde un cristiano de verdad pueda oírlas». ¿En qué diario «progresista» estará pensando Mister FS? Y la cosa sigue en tono más que paternalista: «Y esto no puede ser bueno para ustedes. Nunca es buena idea creer que el placer de la agresión esconde detrás una virtud. Se lo dice una persona religiosa. Eso sí que lo sabemos con certeza».
Algunos comentarios:
1. Da vergüenza decirlo después de que haya pasado más de medio siglo de la publicación del «Por qué yo no creo» de Norwood Russell Hanson, pero al ateo, o el ateísmo si se prefiere, no tiene que demostrar nada. Simplemente: no cree en la existencia de Dios o de dioses porque los argumentos de diverso orden que se le presentan no le parecen convincentes. Intenta mostrar sus pasos erróneos, sus falacias más o menos implícitas.
2. Su posición, la posición del ateo, es provisional. Si alguien en algún momento señalara nuevos (o renovados) y convincentes argumentos a favor de la creencia cambiaría su posición. Sin problemas.
3. El ateo razonable y prudente, hay legión de ellos, no lanza su desprecio a nadie. Menos a cristianos con posiciones sociales y políticas admirables. ¿Cómo no va a apreciar la inmensa labor de Pere Casaldáliga, este sí un verdadero catalán universal? ¿Cómo olvidar a Camilo Torres? ¿Cómo no recordar a Ernesto Cardenal o a Jaume Botey, un cristiano comunista que solo merece nuestra más profundo reconocimiento?
4. Sobre lo que los filósofos materialistas y ateos opinan de la religión es más que recomendable un escrito de Francisco Fernández Buey titulado «Ciencia y religión». Está en su libro póstumo, el editado por el Viejo Topo sobre la tercera cultural.