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Respuesta al artículo “A la ciencia también compete rechazar la muerte”, de Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Sobre ciencia, muerte, científicos comprometidos y generalizaciones apresuradas

Fuentes: Rebelión

Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo XX. No obstante, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas. Esta es la paradoja que los historiadores del siglo deben lidiar. Erik Hobsbawn, Historia […]

Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo XX. No obstante, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas. Esta es la paradoja que los historiadores del siglo deben lidiar.

Erik Hobsbawn, Historia del sigloXX.

«A la ciencia también compete rechazar la muerte» es el título de un artículo de Manuel Humberto Restrepo Domínguez publicado recientemente en Rebelión [1]. En mi opinión, aun compartiendo su preocupación de fondo, apunta exclusivamente, y algo injustamente, sólo al lado oscuro de la ciencia y las comunidades científicas; generaliza apresuradamente en más de una ocasión; no ilustra muchas de sus tesis, y olvida finalmente, o no tiene suficientemente en cuenta, la importante arista autocrítica de la ciencia contemporánea. Einstein es un ejemplo conocido pero hay muchos otros nombres. Oppenheimer es otro de esos nombres. En el ámbito social, Paul Craig Roberts. Entre nosotros, en España, Jorge Vestrynge, en el ámbito de la historia y la politología, sería un ejemplo destacado

Unas sucintas observaciones.

La imposición fetichista del capital, afirma MHRD con una expresión que hubiera ganado con alguna definición o aclaración, «modificó la raíz de la estructura del trabajo científico y prácticamente incorporó a la ciencia en otra de sus conquistas para legitimar su barbarie». ¿Qué ciencia?, ¿toda ella?, ¿cuándo y de qué modo? Transformó la ciencia, prosigue, en «fuerza productiva explotada, debilitó su potencial creador, critico y liberador, y la ha sometido a sus juegos de lenguaje estadístico que cuentan resultados que sumen y produzcan plusvalía a su favor, lo demás lo desecha» sin señalar ningún ejemplo que corrobore su afirmación, acaso verdadera en algún caso pero, en mi opinión, no siempre y no de forma generalizada, olvidando potenciales falsaciones. Por ejemplo, en el ámbito de las ciencias informáticas, el movimiento del software libre, por no hablar de científicos antinucleares o manifiestamente ecologistas o de un número muy importante de científicos sociales que están lejos de seguir las directrices del Capital y sus servidores.

El capital, en opinión del autor, ha venido aislando a la ciencia de los intereses, demandas y necesidades de las poblaciones que viven al margen del poder, cosa que puede ser cierto en numerosos casos o casi siempre pero con contraejemplos críticos que se acumulan (científicos entregados a la salud pública por ejemplo), y ha hecho creer «socialmente que ciencia es equivalente a divulgación de publicaciones entre pares y especialistas que se citan entre sí, conversan entre si y crean sus propios escenarios, la mayoría de veces aislados de las comunidades que escudriñan». La ciencia no es sólo eso por supuesto y tiene razón aquí MHRD, pero no la tiene, en cambio, cuando cree que todas las comunidades científicas piensan básicamente en esos términos (basta pensar en las prácticas de muchos sociólogos, historiadores y economistas críticos) y tampoco la tiene, desde mi punto de vista, al apuntar que los científicos crean sus propios escenarios «la mayoría de veces aislados de las comunidades que escrudriñan». Como es sabido, muchos científicos no escudriñan ninguna comunidad humana; no es ese su objetivo, no son científicos sociales forzosamente..Y muchos otros, desde luego, no quieren hacer trampas gnoseológicas. Aspiran a la verdad.

El lenguaje de la ciencia, sostiene el autor, «ha sido codificado con los referentes de las demás mercancías». ¿De las demás mercancías?, ¿de todas ellas?, ¿referentes de mercancías? ¿Los cuánticos, por ejemplo, o los lógicos paraconsistentes, crean y hablan con ese lenguaje mercantilista? Los científicos aislados de la toma de decisiones políticas y los resultados medidos por cantidades de reproducción, sostiene MHRD, «se cuentan los me gusta de la web antes que los impactos a favor de la vida o de la paz». Tal vez en algunos casos, pero no siempre. Un científico, por poner un ejemplo destacado, como Eduard Rodríguez Farre está lejos de caer en tamaño pozo de despropósitos. Otros ejemplos importantes: Joan Benach, Carles Muntaner u Óscar Carpintero.

Los científicos, todos ellos, afirma el autor, «hoy parecen condenados a ocupar un lugar sin clase, sin respeto y sin los privilegios que la modernidad le había destinado». Sin esos privilegios, desde luego, en la mayoría de los casos; sin respeto por parte de grandes corporaciones también (son fuerza de trabajo cualificada de usar, explotar y tirar para estas multinacionales) pero lo del lugar sin clase está lejos de ser ajustado. La proletarización de muchos científicos (y de numerosos profesores universitarios investigadores) es tema sabido y analizado por las ciencias sociales, por las propias comunidades científicas implicadas que tienen este tema como comprensible objeto de preocupación y por la mayor parte de las ciudadanías.

Más aún. Cuando aparece la muerte vestida de terror, tal vez el autor se esté refiriendo a los últimos acontecimientos que estamos viviendo, «se evidencia la incapacidad de la ciencia para conducir análisis y llamar a la comprensión de lo que ocurre, callan las academias, no se comprometen, dejan que la política ocupe sus espacios». ¿Callan todas las academias?, ¿no hay compromisos de científicos?, ¿incapacidad de la ciencia para conducir análisis y llamar a la comprensión?, ¿quién entonces tiene esa capacidad?

La ciencia sin conciencia «se abre paso rápidamente por entre las demás mercancías del menú diario de la mano de grupos, colectivos y agremiaciones institucionalizadas con el propósito prevalente de producir números crecientes, recibir recursos por proyectos, seguir las formalidades para producir artículos, muchos de los cuales buscan sin ética un lugar pagado para ser divulgados, otros en cambio no llegan al mercado, son descalificados más por razones ideológicas que científicas». Sin entrar en esta última consideración, se olvida de nuevo las dimensiones contradictorias, conflictivas de las comunidades científicas. No sólo existe ciencia sin conciencia sino ciencia y científicos con conciencia. No forman un conjunto vacío. Es olvidar su compromiso y sus riesgos.

Escribe MHRD: «Millones de inmigrantes buscan un poco de comida, agua y un techo para salvar otro día en la contabilidad de la vida que le gana batallas a la muerte. Cada migrante expulsado por las guerras del hambre y del terror, trata de llegar a los países adelantados en la ciencia en espera de vivir un día mas escapando de las bombas o tratando de atravesar las alambradas de acero colocadas por las democracias modernas que jalonan la ciencia y en cambio de mas democracia ofrecen mas muerte y terror. Al Qaeda, Isis, Mujaidines, Al Shabad, Contras, Paracos, Mercenarios, Contratistas de Guerra, todos son hijos de la misma célula llamada CIA, producida en el país que mas artículos científicos publica». De acuerdo. Que más artículos científicos publica y, por ejemplo, que más balones de baloncesto usa en sus canchas. ¿Y la ciencia es culpable de todos los escenarios que el autor justamente, muy justamente, critica? ¿Por qué? ¿De dónde? ¿No hay sensibilidad en el mundo científico por todo lo señalado?

Por la misma senda: «Todas estas formas de depredación humana llevan la misma lógica de destrucción traducida al lenguaje de la ciencia social por numerosos intelectuales agrupados en los Tkink Thank que enseñan a creer que matar a otros es colateral y a los nuestros un crimen contra la humanidad, mientras el acelerado despojo aparece en los titulares de los grandes diarios como justas ganancias de bancos y bolsas de valores en las que la ciencia también sube y baja». ¿Cuánto de numerosos? ¿No hay científicos opuestos, contrarios a estos signos de barbarie? ¿Por qué no ver el conflicto donde existe conflicto? ¿Por qué no abonarlo, por qué no sostener externamente sus posiciones críticas?

Las tesis finales del autor: 1. Producir ciencia como mercancía es un trabajo cada vez mas controlado por el capital que adiciona relaciones de poder en su favor. 2. La ciencia sin conciencia ni responsabilidad configura un mercado que subjetiviza al sujeto científico separándolo orgánicamente de los otros, del colectivo, del nosotros, mientras la clase capitalista controla el producto científico como cualquier otra mercancía. 3. Las luchas sociales también tendrán que incluir en la agenda para la paz, la discusión por una ciencia propia que escape a la ideología del capital y a su mundo ficticio de libertades vigiladas y controladas funcional a su interés y de manera contraria se afiance en el retorno al ser humano con sentido de humanidad y dignidad en lucha consciente por una ciencia propia, descolonizada y liberadora que transforme y reconstruya en colectivo. La expresión «ciencia propia» puede dar pie a malas interpretaciones pero, más allá de ello, lo que señala MHRD, es más que razonable. La cuestión, el punto, es que en esa lucha, en esas finalidades, muchos científicos (y científicas por supuesto) ocupan lugares de vanguardia, no retaguardia, son aliados de los sectores populares, defienden, de forma comprometida desde hace mucho tiempo, una ciencia para el pueblo. ¿O no es el caso?

Lo malo de la ciencia contemporánea, señaló Manuel Sacristán en los años ochenta de siglo pasado, es que es demasiado buena. ¿Contradicción en la formulación? ¿Desvarío? No. Potencialmente mala, política y éticamente; excelente, muy buena, desde un punto de vista epistemológico. Ese es el punto. Muchos científicos críticos comparten esta perspectiva y actúan en consecuencia: quieren que la Tierra y las conquistas científicas, como quería el poeta asesinado (García Lorca), dé sus frutos para todos.

Nota:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=205772

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.