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Sobre el capitalismo, la economía y los pretextos

Fuentes: Rebelión

Los textiles han dado siempre abundantes muestras de eficacia lingüística, tenemos por ejemplo los tupidos velos que desplegamos cuando nos equivocamos; tenemos «echar un capote» para ayudar al que está en peligro de ser descubierto; pero sin duda el más asombroso término que derivó de la industria textil y se conserva en nuestro lenguaje es […]

Los textiles han dado siempre abundantes muestras de eficacia lingüística, tenemos por ejemplo los tupidos velos que desplegamos cuando nos equivocamos; tenemos «echar un capote» para ayudar al que está en peligro de ser descubierto; pero sin duda el más asombroso término que derivó de la industria textil y se conserva en nuestro lenguaje es el «pretexto» que no era otra cosa que un adorno innecesario que se ponía en algunas prendas, praetextus, y que seguramente sirvió para marcar las distancias entre las clases sociales. Hoy se ha perdido el significado etimológico originario pero su uso social se conserva en los innumerables pretextos de las clases dominantes para continuar ejerciendo su dominio. Uno de ellos puede ser la crisis actual. Un pretexto para centrar nuestra atención en el capitalismo y no en la economía.

Se dice que el capitalismo ha entrado en crisis, lo dicen, lo decimos, a uno y otro lado del espectro político. Necesita ser refundado, dicen unos, apostando a veces por refundar sólo una parte: el sistema financiero; aunque también los hay que piden un paréntesis en el mercado, unas nuevas reglas de juego, e incluso una reestructuración completa. Frente a la refundación capitalista, posiciones de izquierda plantean el «fin del capitalismo» y se sugiere la necesidad de una nueva economía, socialista, porque si los propios capitalistas adoptan medidas clásicas de lo que fueron las recetas socialistas: mayor papel del Estado, nacionalización etc. , será porque la economía socialista es la única capaz de resolver los graves problemas -salud, vivienda, educación…- que tiene planteados la humanidad; es decir, que la justicia social no es posible en el capitalismo, y que una vez que se produce la crisis capitalista, si las clases explotadas toman el poder podrán subordinar el funcionamiento económico a un proyecto político socialista -también podría ser que fuera la lucha de clases la que hiciera estallar el capitalismo-. La mayor parte de estos supuestos están en lo cierto ¿Pero es lo mismo la crisis del capitalismo que la crisis de la economía? ¿son ambas categorías idénticas? ¿es suficiente que un poder político orientado por un proyecto socialista dirija para poder hablar de socialismo?

Supongamos que ambas categorías se presentan históricamente unidas pero no son necesariamente lo mismo. Si miramos hacia el capitalismo no veremos qué ocurre con la economía. La gente de izquierdas se planteará cómo acabar con el capitalismo para hacer una mejor gestión de la economía que, en otras manos, será más eficaz, más responsable y justa. El supuesto implícito es que hay una Economía con mayúsculas, un espacio neutro, abstracto, objetivo, ajeno a las relaciones de poder, por encima de la política, que como tal puede ser «gestionada» de otra forma. En esa misma línea es posible un mercado no capitalista, un individuo guiado por la iniciativa privada que no sea capitalista, una eficacia económica no capitalista, una acumulación no capitalista etc. Es probable que esto sea cierto pero, ¿ y si la economía fuera algo más que el proceso de acumulación de capital sobre la base de la explotación de clases? ¿sería suficiente con el ejercicio del poder sobre la economía para acabar con el capitalismo?

Para Marx, como para los clásicos desde A. Smith a David Ricardo, la economía era economía política y hacía referencia no sólo a las relaciones de producción, distribución y acumulación sino a las disposiciones políticas que hacían posible la acumulación y a las relaciones sociales subyacentes. Decía Botomore [1] que Marx consideraba su trabajo principal, El Capital, como una crítica de la economía política. Pero la implantación del capitalismo como sistema hegemónico y la consolidación del la burguesía como clase dominante favorecieron el desarrollo de la economía como concepto autónomo, no subordinado a las relaciones sociales sino como resultado de una relación natural; lo que, en cierto sentido, ha hecho posible la crítica al capitalismo sin hacer la crítica a la economía [2] .

La economía se nos presenta como espacio de consenso, desgajada de la política, teologizada y sacralizada, nos pone a todos de acuerdo, sin darnos cuenta, cada uno con su propuesta que para unos significa hacer que la economía funcione para continuar con la acumulación de capital y para otros que funcione al servicio de los trabajadores. Los conservadores buscan a sus especialistas que tiene que resolver la crisis del capitalismo organizando mejor la economía, los especialistas de izquierdas se devanan los sesos buscando las recetas de una economía al servicio de políticas socialistas; incluso llegan a aceptar la intervención del Estado para salvar a la economía del caos. El saber sobre la economía aparece como un saber científico, especializado, objetivo, en el que sorprendentemente, ante la crisis, las salidas de izquierdas y de derechas parecen aproximarse: restaurar el equilibrio que impida el caos o, mucho peor, el vacío. Se pone el acento en los objetivos de la acumulación (bien aumentar la capacidad de acumulación del capital, bien distribuir la riqueza); pero las alternativas, a ambos lados del espectro político, se dirigen hacia los mecanismos: la gestión de la economía. Surge el planteamiento tautológico en el que la economía es la clave de la economía: que sea eficaz, que funcione, es fundamental para unos y otros; para los primeros única vía para continuar la acumulación de capital, para los segundos, posibilidad de generar bienes necesarios para el conjunto de la población.

La identificación entre crecimiento económico y progreso es un lugar compartido por ambas posiciones y se deriva a su vez de la conceptualización de la economía regida por leyes naturales, hasta el punto de que la economía aparece hiperdeterminada, fuera del ámbito de la voluntad y del ejercicio de la política – es cierto que se puede desde la política tomar decisiones económicas pero ninguna de ellas debería afectar a los principios sagrados del crecimiento-, porque gran parte de los proyectos socialistas han compartido el ideal de progreso científico técnico, que va unido al crecimiento económico.

En la crisis actual, a pesar de la sobreabundancia con la que se usa el término economía, en realidad es del capitalismo de quien se habla, proponiendo su reformulación o su desaparición. Lo curioso es que son los capitalistas, en sus propuestas de refundación, quienes parecen sugerir la distinción entre capitalismo y economía cuando proponen medidas que han sido banderas del socialismo, -como ocurrió tras la segunda guerra mundial-, mientras, la izquierda sigue confundiendo ambas categorías.

También el término capitalismo tiene un origen reciente con el significado de «un sistema económico específico e histórico y no cualquier sistema económico como tal», según Williams, Marx distinguió entre capital como categoría económica formal y capitalismo como forma particular de propiedad centralizada de los medios de producción que trae aparejado el sistema de trabajo asalariado. La sociedad que históricamente condiciona el surgimiento del capitalismo y que permite su desarrollo es la sociedad burguesa, con el conjunto de valores, cultura, relaciones políticas, etc. No habría pues una sociedad capitalista sino una hegemonía de la burguesía que explica la dominación y el poder, y determinadas relaciones económicas y sociales que se derivan de dicha hegemonía. La economía vendría a situarse en este ámbito de la hegemonía.

Así pues, aun estando íntimamente entreverados, no deberíamos confundir economía con capitalismo. Porque tras esta confusión, la crítica al capitalismo dejaría fuera la crítica al mercado y la crítica a la noción de individuo (el individuo seguiría siendo un hecho natural -egoista, autónomo, independiente-, ajeno a las relaciones sociales que lo construyen). La sociabilidad no sería un producto histórico dependiente de la economía y de las relaciones de poder implícitas en ella, sino un hecho natural inmodificable. Sin embargo, desde la crítica a la economía es posible plantearse las relaciones sociales (producción, distribución y consumo), las formas de ejercicio del poder implícitas en la economía y el sujeto como un producto histórico con potencialidad para revolucionar el orden dominante. Cualquier proyecto socialista, implicaría entonces, la construcción de una nueva sociabilidad que incapacitara a los individuos, desde el punto de vista ético-político para vivir en cualquier otro sistema en el que primaran las relaciones mercantiles frente a las relaciones de solidaridad y ayuda mutua. El socialismo, como proyecto histórico-concreto, pasaría por la crítica a la economía, yendo parejas la transformación de las relaciones de propiedad, la transformación de las relaciones sociales y la construcción de un hombre nuevo.

La crisis actual del capitalismo es el señuelo que enmascara la relación entre economía y política, pero también puede servir para evidenciarla. En la noción de economía moderna ha desaparecido la noción de poder [3] . Solo somos capaces de vislumbrar las relaciones de poder en el capitalismo pero no en la economía. Teniendo su origen en la ilustración la noción actual de las leyes económicas nos dice que éstas no son producto de la libertad sino de las leyes naturales; dicho vulgarmente: después aparecerían los intereses perversos de un grupo de individuos, los burgueses, que se apropiarían de la economía y la pondrían a su servicio, dando lugar al capitalismo. La finalidad de la economía se presenta como neutra pero no así la del capitalismo, la función de la economía es el intercambio racional y sus intereses son la producción de bienes de forma eficaz; queda pues a salvo de cualquier valoración ética, incluso se nos sustrae la discusión sobre la posibilidad de una economía socialista ya que la productividad, la eficacia y la racionalidad económica están fuera de cualquier valoración: todo depende de al servicio de quién se ponga la eficacia y la racionalidad económica. La racionalidad económica se podría poner al servicio tanto del capitalismo como del socialismo.

Sin embargo, la rápida «transición hacia el capitalismo» ocurrida en los países del Este, sin necesidad de una revolución, tendría que hacernos pensar sobre los principios económicos que hegemonizaban la vida social; quizá ir más allá de la clásica interpretación del Capitalismo de Estado y estudiar de qué forma la lógica económica siguió determinando y construyendo una sociabilidad que, en algún momento, dejó de ser socialista.

Pero desde la izquierda llevamos años dirigiendo nuestro análisis a señalar las «irracionalidades del capitalismo» que es incapaz de resolver el hambre, la salud, la educación etc. para millones de seres. Este planteamiento desemboca en dos posiciones que, desde mi punto de vista, son igualmente erróneas: a) pedir moralidad al capitalismo, -en sus distintas variantes: capitalistas con valores humanos, democracia en las instituciones financieras, compasión a los consumidores, etc.-, y b) apelar a una supuesta racionalidad económica subordinada a distintos fines. Sobre estas dos variantes es difícil entrar a discutir sobre el tipo de crecimiento posible para garantizar la sostenibilidad del desarrollo, los bienes que pueden o no producirse, cómo han de producirse, distribuirse y consumirse, etc..

Quizá el capitalismo ha entrado en crisis, lo cual, no me parece especialmente significativo para los que apostamos por un proyecto socialista. Otra cosa sería que hubiera entrado en crisis la economía, es decir: el conjunto de relaciones sociales que ordena la producción, la distribución y el consumo.

Finalmente, si nos apoyamos en la conceptualización gramsciana de crisis -lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer-, estaríamos ante una perspectiva positiva siempre que implicara una crisis de hegemonía. Me temo que, si lo que está en crisis es el capitalismo, siempre habrá nuevas oportunidades de refundación, reconstrucción o transformación; y los que defendemos el socialismo seguiremos mareando la perdiz de la crisis.

Si estuviera en crisis la economía, entonces sí, estaríamos ante una coyuntura sustantiva, no ante un pretexto. Todo parece apuntar a que no ha entrado en crisis ni la hegemonía, ni las relaciones de poder que oculta la economía, ni los valores que esconde la economía, ni la política, ni el modelo de individuo que se deriva de la economía como principio socializador y rector de las relaciones sociales. Esto explicaría por qué todo parece derrumbarse al tiempo que nada se cae, ni nadie se levanta.



[1] Tom Bottomore (director) Diccionario del pensamiento marxista; Tecnos, Madrid, 1984

[2] Sin duda es necesario revisar el texto de Marx «Elementos fundamentales para la crítica de la economía política 1857-1858; Siglo XXI.

[3] Marx utilizaba el adjetivo de «vulgar» para caracterizar la economía post-ricardiana, refiriéndose a esa forma de entender la economía que se centraba en el análisis de los fenómenos superficiales (oferta, demanda, equilibrio..) y no en las relaciones estructurales como la generación del valor o las relaciones de clases subyacentes a la mercancía.