Dice la SGAE, con el otrora revolucionario Ramoncín a la cabeza, que eso de bajarse discos de la red por la cara no es de recibo, que no mola, que mandamos a mucha gente al paro y que no se puede ser tan insolidario. Vamos a aclarar algunas cosas. En primer lugar, tiene gracia que […]
Vamos a aclarar algunas cosas. En primer lugar, tiene gracia que nos acusen de querer «matar» el arte precisamente quienes quieren apropiarse de él, esto es, los que hacen de él una industria y no un servicio para el enriquecimiento de la gente. Por otra parte, tiene gracia que nos acusen de apropiarnos gratuitamente de un material musical quienes tienen la poca vergüenza de cobrarnos un canon por cada CD virgen que compramos. Este canon es ilegal, entre otras cosas, porque nos obliga a pagar a la Sociedad General de Autores Españoles (repito: españoles) una cantidad por pasar a formato CD unas canciones que hemos podido descargar directa y gratuitamente de la web de un grupo, por ejemplo, canadiense o brasileño. ¿Qué derecho tiene el amigo Ramoncín, portavoz de la moral y la solidaridad, a obtener un beneficio de un CD que un grupo canadiense o brasileño nos permite escuchar gratuitamente?
Siguiendo con las contradicciones, no deja de ser curioso que Ramoncín y sus secuaces insistan en aquello de que la música va a desaparecer, cuando la realidad demuestra que las salas de conciertos se están llenando día tras día. Es cierto que ahora gastamos algo menos en comprar CDs originales, pero lo que no se dice es que ese dinero que antes gastábamos en CDs ahora lo estamos gastando en DVDs musicales -mucho mejor producto- y en conciertos en directo. Ahí tenemos el ejemplo de U2, un grupo que quizás ya no vende tantos discos como antes, pero que vende DVDs como rosquillas y puede llenar tres estadios en tres estadios a pesar de cobrar más de 70 euros por entrada. La conclusión está clara: la música sigue generando dinero. Si usted ya no puede ganar dinero vendiendo un disco, pues cambie su oferta y organice conciertos. Desde luego clientes no le van a faltar, y además se estará fomentando la buena música, la de verdad, la que se toca y se escucha en directo y no la que
se produce -y se reproduce- a través de unas máquinas que empobrecen el sonido.
Además, y en contra de las teorías catastrofistas y tiránicas de la SGAE, todo este cambio cultural respecto a la música está permitiendo que muchos grupos independientes, antaño marginados y alejados del público, ahora puedan ser conocidos masivamente a través de la red. Tal vez no ganen dinero vendiendo discos -tampoco lo ganaban antes-, pero al menos tienen la satisfacción de poder ser conocidos y de llenar salas allá donde tocan. Qué diferencia con esos New Kids On The Block o Britney Spears, productos engendrados en laboratorios comerciales, que ganaban miles de millones de dólares sentados en sus sofás sin molestarse en dar un solo concierto (casi por suerte, porque sus muchos fans se hubieran llevado grandes decepciones al descubrir sus pésimas dotes artísticas).
En fin, queridos Ramoncín y demás acusadores, dejad de ver la realidad con una venda ante vuestros ojos y asumid que la música no sólo no está muerta, sino que está más vida que nunca. La música al fin es libre y se vive donde se ha de vivir: en directo.