Nacido en Venezuela en 1946, de padres republicanos españoles exiliados, militantes del POUM, Carlos Ulises Moulines es uno de los grandes filósofos de la ciencia del mundo. Actualmente es catedrático de epistemología en la Universidad de München. Ha sido discípulo y colaborador de Wolfgang Stegmüller y es una de las figuras centrales de la concepción […]
Nacido en Venezuela en 1946, de padres republicanos españoles exiliados, militantes del POUM, Carlos Ulises Moulines es uno de los grandes filósofos de la ciencia del mundo. Actualmente es catedrático de epistemología en la Universidad de München. Ha sido discípulo y colaborador de Wolfgang Stegmüller y es una de las figuras centrales de la concepción estructuralista de las teorías científicas. Autor de numerosos artículos (editados en revistas como Isegoría, Dianoia, Teorema, Theoria) y ensayos, cabe citar aquí, entre sus numerosas obras y aportaciones a obras colectivas, Exploraciones metacientíficas (Alianza Universidad, Madrid, 1982, prólogo de Jesús Mosterín) y Fundamentos de filosofía de la ciencia (Ariel, Barcelona).
Tengo entendido que usted conoció a Manuel Sacristán cuando estudiaba filosofía en Barcelona en los años sesenta. ¿Puede explicarnos cómo fueron sus primeros encuentros?
Vi por primera vez a Sacristán en alguna conferencia que dio en la Facultad de Económicas a fines de los años sesenta pero en ese momento no lo abordé personalmente. Trabé conocimiento personal con él en una sola ocasión algo posterior, creo que fue en 1970. Yo cursaba entonces el cuarto año de la Licenciatura en Filosofía y mi profesor de Lógica era Jesús Mosterín, con quien había trabado amistad. Mosterín me invitó una vez a ir a visitar a Sacristán en su domicilio privado; creo que era en la calle Balmes de Barcelona o por allí cerca. Estuvimos toda la tarde conversando los tres, de todo tipo de temas, tanto de filosofía y lógica, como de política internacional y española. Después de haberme considerado más o menos marxista en mi adolescencia (la herencia del P.O.U.M. obliga), yo entonces ya había asumido una posición decididamente crítica del marxismo como concepción general, y aún más de la política del Partido Comunista; pero recuerdo que, en la mencionada reunión, me impresionó muy favorablemente la honestidad, solidez y apertura de espíritu que mostró Sacristán en la discusión. Pensé que si todos los marxistas, para no hablar de los comunistas, fueran como Sacristán, mi propia actitud hacia ellos habría cambiado sustancialmente. Desde entonces sentí un profundo respeto por la personalidad y la obra de Sacristán.
Sacristán fue un filósofo marxista peculiar. Escribió dos manuales de lógica y tradujo autores centrales de la filosofía analítica como W. O. Quine. De hecho, se ha hablado y se habla de su marxismo positivista. ¿Cree usted que esta afición suya por la filosofía de la ciencia y por la filosofía analítica ha influido en su marxismo, un marxismo poco dado a la retórica extraviada y muy próximo a las ciencias sociales realmente existentes y a las ciencias naturales?
Sin duda. Mi experiencia en la discusión con Sacristán (y en alguna conferencia posterior que escuché de él) es que era lo que se podría denominar un «marxista analítico». Teníamos un lenguaje común, a pesar de que nuestras posiciones políticas pudieran divergir (claro que yo, como él, era «visceralmente» antifranquista, en eso la coincidencia era absoluta). Sentía que yo podía intercambiar con Sacristán argumentos y contra-argumentos sobre una base conceptual compartida, cosa que lamentablemente no me ocurría con la gran mayoría de «progres» que me rodeaban entonces en la Universidad u otros lados…
Al cabo de más de cuarenta años, ¿cree usted que se siguen manteniendo las tesis de Sacristán sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores?
Creo que en lo esencial así es. Yo concebía ya entonces, como ahora, el papel de la filosofía de una manera similar a Sacristán.
¿No le resulta curioso que un filósofo como él, formado en lógica matemática en la Universidad de Münster, hiciera luego su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger?
Debo confesar que este particular me era desconocido. Supongo que a todos nos está permitido cometer algún pecado de juventud…
Usted escribió una tesina sobre Rudolf Carnap. Sacristán hablaba siempre con mucho respecto de la obra de este gran autor del Círculo de Viena. ¿Hablaron alguna vez de la filosofía de Carnap?
Mosterín le contó a Sacristán que yo estaba preparando mi tesina sobre Carnap (entre otros). Sacristán se mostró muy interesado y me hizo algunas preguntas al respecto. Estaba muy bien informado de la evolución intelectual de Carnap.
En sus clases de metodología de las ciencias sociales Sacristán solía hablar con mucha consideración de la corriente estructuralista de las teoría científicas1. No sé si hablaron en algún momento de ello, pero ¿tiene usted alguna conjetura de las razones del interés y acercamiento de Sacristán a esta corriente epistemológica que usted tan bien representa?
Cuando yo conocí a Sacristán, todavía no me había «convertido» al estructuralismo simplemente porque esta concepción aún no existía (eso fue luego, cuando hice mi doctorado en Munich). Y luego no tuve ocasión de conversar con él al respecto. Me puedo imaginar que a Sacristán le atraía la idea de perseguir el mismo ideal de rigor que habían propagado los positivistas lógicos pero con un método más flexible y más atento a la realidad compleja de las teorías científicas.
¿No resulta paradójico que un filósofo tan importante en España como Sacristán haya sido básicamente profesor, y cuando pudo serlo que no fue siempre, en la facultad de Económicas?
Que un filósofo de la altura de Sacristán (en un país y en una época que no rebosaba precisamente de lumbreras) no pudiera ser nunca profesor en una Facultad de Filosofía, constituye una de tantas vergüenzas de ese esperpento ideológico que fue el franquismo y de sus secuaces en el medio universitario de la época. He aquí una de las tantas razones por las que yo decidí hacer las maletas cuanto antes e irme a proseguir mis estudios de filosofía fuera de esa caverna de trogloditas intelectuales que representaba entonces el Estado español.
Sacristán fue un conferenciante muy considerado. Usted asistió a alguna de sus conferencias? ¿Recuerda el tema? ¿Qué impresión le causó?
Como he dicho más arriba, la primera vez que vi a Sacristán fue en una conferencia en la Facultad de Económicas, en plena ebullición del «Sindicat Democràtic d’Estudiants de Barcelona» (del que yo era miembro). El ambiente estaba muy caldeado políticamente, tan caldeado que, a decir verdad, no recuerdo de qué tema concreto habló Sacristán. Creo que lo único que nos interesaba a los allí reunidos era simplemente que él pudiera hablar.
Una conferencia que recuerdo mucho mejor es la que dio más tarde, en 1970 si no me equivoco, a raíz de la muerte de Bertrand Russell, cuando ello fue aprovechado por los dirigentes estudiantiles para armar un evento anti-guerra-de-Vietnam y en general «anti-imperialista». Se organizó una mesa redonda sobre Russell, en la que, además de Sacristán, participaban también Mosterín y algún otro. Un dirigente estudiantil atacó a Russell calificándolo de «filósofo burgués». Sacristán coincidió en principio con esta caracterización, pero a la vez defendió a Russell como un intelectual valeroso que había comprendido mejor que nadie que la amenaza de la guerra atómica iba mucho más allá de la confrontación entre «burgueses» y «proletarios». Su discurso me pareció claro, digno y valiente, si bien a mí ya entonces me parecía grotesco descalificar a un pensador como Russell por ser «burgués» y hubiera preferido de parte de Sacristán una réplica más contundente al mencionado dirigente estudiantil. (Por supuesto que Russell no fue un filósofo ni «burgués» ni «proletario», sino en todo caso «aristócrata», lo cual no le quita ni un ápice a su enorme mérito como uno de los más grandes pensadores del siglo XX.)
Como usted sabe, Sacristán se ganó la vida durante unos once años como traductor profesional tras su expulsión de la Universidad: Quine, Schumpeter, Hasenjaeger, Marx, Gramsci, Lukács. ¿Qué opinión le merece esta arista de su obra?
Fue una aportación absolutamente esencial que contribuyó decisivamente a traer un poco de luz a las tinieblas intelectuales que nos rodeaban entonces. Personalmente, no me aproveché mucho de las traducciones de Sacristán porque yo podía leer a los autores anglosajones y germánicos en el original; pero es indudable que el mero hecho de que esos libros fueran traducidos y sus autores percibidos por el mundo académico español, tuvo un impacto difícil de exagerar. Nadie contribuyó tanto como Sacristán a que la lógica matemática, la filosofía analítica y la filosofía marxista «seria» empezaran a divulgarse en España.
A partir de mediados de los setenta, Sacristán empezó a interesarse vivamente por temas de política de la ciencia. Habló en alguna conferencia del tránsito de la filosofía a la política de la ciencia. ¿Por qué este giro, por qué este cambio temático?
Lamentablemente, a esta pregunta no le puedo contestar nada sustancial. Hay que tener en cuenta que yo me fui de España en 1971, y durante muchos años sólo regresé a Barcelona por breves días, para visitar a mi familia, sin tener prácticamente contacto con el mundo académico. Así que no sé nada de la evolución de Sacristán en esa última fase.
¿Qué destacaría usted del legado de Sacristán?
Sacristán fue un modelo y un guía para todos los que empezamos a interesarnos por la filosofía, y en general por el pensamiento crítico, dentro de la deprimente atmósfera del tardofranquismo. Fue un ejemplo insuperable de honestidad intelectual y valor político. Su impulso a combinar el rigor de la lógica y la filosofía analítica con el compromiso político del marxismo fue muy notable y original, y probablemente habría tenido un mayor impacto en el medio intelectual de su época si éste no hubiera sido tan mediocre como de hecho era.
¿Cree que la obra de Sacristán es conocida suficientemente en el área hispánica?
Definitivamente no, en absoluto… y ello es muy lamentable.
Gracias, profesor Ulises Moulines.
Adendum de Salvador López Arnal
Anotaciones de lectura de Manuel Sacristán [MSL] sobre la concepción estructuralista de las teorías científicas. Comentarios al capítulo «¿Qué hacer en filosofía de la ciencia? Una alternativa en catorce puntos» de C. Ulises Moulines [CUM], Exploraciones metacientíficas. Estructura, desarrollo y contenido de la ciencia, Madrid, Alianza 1982, pp. 40-60
1. CUM: «De manera muy tentativa podría «definir» una interpretación de cierto dominio de objetos de conocimiento como la «incrustación» en este dominio, de modo consciente y deliberado, de un aparato conceptual elaborado previamente que nos permite «reconstruir» ese dominio (mejor dicho, ciertos aspectos del mismo). Soy perfectamente consciente de que tal «definición» aún deja mucho que desear en cuanto a claridad y precisión; pero por lo menos creo que es suficiente para mostrar que aquí no nos sirve la semántica usual de las descripciones y las prescripciones. Y por supuesto la presente concepción de una interpretación no pretende ser enteramente original. El lector habrá oído ya en ella un eco kantiano. No me molesta ese eco. Probablemente, con su concepto de síntesis y su teoría de las categorías, Kant barruntó algo parecido. Pero ahora no quisiera perderme en el laberinto de una discusión de la epistemología kantiana. Para los propósitos subsiguientes basta con que aceptemos esa noción intuitiva de la interpretación y la idea de que una teoría es precisamente el resultado de una tal incrustación de un aparato conceptual sobre un dominio» (pp. 44-45).
MSL: En el rechazo de «teoría descriptiva» hay expresión del rechazo del empirismo (que se supone relacionado con «descripción»).
2. «A mi entender, el famoso «problema de la demarcación» entre ciencia y no-ciencia, que tanto apasionó a los filósofos «clásicos» de la ciencia, sólo es relevante para una filosofía de la ciencia de tipo normativo. Es evidente que hay diferencias notables, pongamos por caso, entre la cosmogonía bíblica y la teoría de la evolución de Darwin. Pero no es menos evidente que también hay diferencias notables entre la cosmogonía bíblica y la budista, o bien entre la teoría de la evolución y la mecánica cuántica. Y tratar de concebir un criterio según el cual unas diferencias sean «más esenciales» que otras según algún prejuicio favorito me parece poco fructífero y, en todo caso, demasiado prematuro: la verdad es que aún sabemos muy poco de la estructura y función de las diversas clases de teorías» (p. 45).
MSL: Eso le va a remitir a un principio sociológico de autoridad, a la Kuhn.
3. (…) el objetivo del filósofo de la ciencia no es describir, sino interpretar o reconstruir productos científicos. En este contexto puede ayudarnos establecer una comparación entre el objetivo del filósofo de la ciencia y la tarea usual de un crítico literario moderno. Pienso en la clase de análisis literarios que usan categorías formales generales y que son típicos, por ejemplo, de la escuela estructuralista (No es relevante ahora que uno concuerde o no con las conclusiones de esa escuela: lo único que interesa para la discusión presente es la metodología que usan). El critico literario moderno no concibe su propia tarea como un mera descripción del contenido de una obra literaria ni como una exégesis de la misma sino más bien como un análisis interpretativo que le permite revelar las estructuras implícitas, subyacentes, de las cuales el autor mismo es inconsciente en la mayoría de los casos. Para lograr esto, el criterio literario tiene que subsumir esa obra como objeto cultural bajo ciertas categorías formales presupuestas. De una manera similar, la tarea del filósofo de la ciencia en reconstruir, es decir, interpretar las obras científicas para poner al descubierto e identificar las estructuras abstractas subyacentes que llamamos teóricas» (p. 53).
MSL: Es de desear que cuando el estructuralismo literario haya revelado toda su bizantina ridiculez, no le pase lo mismo a los sneedianos.
4. «Suppes cree que la estructura de una teoría empírica, como teoría, no es esencialmente diferente de la estructura de una teoría de la matemática pura. Pero eso es un error metodológico. Las teorías empíricas poseen una estructura más compleja, que una axiomatización normal no puede abarcar completamente. Este mayor grado de complejidad resulta bien claro cuando consideramos los aspectos semánticos y pragmáticos de las ciencias empíricas. Estos aspectos se hallan involucrados en lo que podemos llamar la «justificación externa» de las teorías empíricas, mientras que la matemática pura sólo se preocupa por la justificación interna, es decir, por la consistencia lógica. Creo que todo estos aspectos semánticos y pragmáticos adicionales de las teorías empíricas se pueden resumir alrededor de la noción clave de una aplicación de una teoría. El análisis del concepto de aplicación resulta, pues, central para la filosofía de la ciencia» (p. 56).
MSL: Es posible que ahí esté una de las motivaciones centrales de los estructuralistas. Yo creo que se satisface con un equívoco o incluso paralogismo. El equívoco consiste en considerar cosa de fondo lo que acaso sea puro léxico: hablar de aspectos semánticos y pragmáticos de la teoría misma, en vez de decir que una teoría tiene una proyección pragmática. Se puede uno preguntar si eso no lleva al absurdo de convertirlo todo en la teoría. En todo caso, no es evidente sin más que la creencia en una teoría (pragmático aspecto) haya de ser parte de la teoría.
Se puede estar de acuerdo en que el concepto de aplicación es central para una filosofía de la ciencia, pero eso no implica que el concepto de aplicación sea nota del concepto de teoría.
5. «Las teorías empíricas están siempre construidas en vistas a algunas aplicaciones «externas» concretas, de tal modo que las aplicaciones están incluidas también conceptualmente en la teoría misma » (p. 57)
MSL: Eso podría ser más psicológico y heurístico que analítico. También las teorías matemáticas se construyen para algo. Sigue: «No podemos realmente separar las dos cosas. Algunos autores, que de algún modo se han dado cuenta de que las teorías…».
6. «Es importante observar, sin embargo, que esta distinción entre dos niveles conceptuales dentro de cada aplicación de la teoría dada no tiene que ver con la distinción clásica entre un lenguaje observacional y uno teórico tal como aparece representada principalmente en la obra de Carnap y Hempel. La nueva distinción no es epistemológica, sino funcional, y no es absoluta, sino relativa a cada teoría (Es la distinción T-teórico, no-T-teórico)» (p. 57)
MSL: Me pregunto cómo puede un modelo componerse de conceptos y no de enunciados. Ambigüedad aplicación-modelo.
7. «Es importante observar, sin embargo, que esta distinción entre dos niveles conceptuales dentro de cada aplicación de la teoría dada no tiene nada que ver con la distinción clásica entre un lenguaje observacional y uno teórico tal como aparece representada principalmente en la obra de Carnap y Hempel. La nueva distinción no es epistemológica, sino funcional, y no es absoluta, sino relativa a cada teoría» (p. 58).
MSL: Es la distinción T-teórico, no-T-teórico. Me pregunto cómo puede un modelo componerse de conceptos y no de enunciados. Ambigüedad aplicación-modelo.
8. «La multiplicidad de aplicaciones que, según estas concepciones más recientes, constituyen una teoría es un conjunto abierto, en el sentido de que no se puede determinar extensionalmente de una vez por todas. Depende de consideraciones pragmáticas, las cuales, lo mismo que cualquier otro aspecto pragmático de la ciencia, cambian en el transcurso del tiempo e incluso según usuario» (pp. 57-58).
MSL: Las ganas de meter la historia en el concepto de teoría ensancha tanto éste que no sé si sigue sirviendo para entenderse. Funciona casi como el antiguo de ciencia.
9. «Así pues, una teoría resulta ser una entidad esencialmente determinada no sólo por su estructura formal y por su referencia, sino también por su uso. Esto hace que el criterio de identidad para teoría sea indudablemente más difícil de manejar, pero también más realista y adecuado» (pp. 58-58)
MSL: Quizá la teoría estructuralista sea capaz de decir mejor qué pasa con el hecho ciencia, pero su uso de «teoría» es un simple neologismo.
Carlos Ulises Moulines es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Munich. Salvador López Arnal es profesor de filosofía y matemáticas y colaborador de SINPERMISO.