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Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica

Fuentes: IPS

Esta contribución inicialmente fue presentada oralmente en un seminario del Projet K, el 17 de junio de 2006 en París. Se refiere, en particular, a los textos sobre estrategia publicados en la revista Critique communiste Nº 179 de marzo de 2006. Ha sido completada teniendo en cuenta el debate que siguió a su presentación. (Texto […]

Esta contribución inicialmente fue presentada oralmente en un seminario del Projet K, el 17 de junio de 2006 en París. Se refiere, en particular, a los textos sobre estrategia publicados en la revista Critique communiste Nº 179 de marzo de 2006. Ha sido completada teniendo en cuenta el debate que siguió a su presentación. (Texto extraído del Sitio Marx au XXIème Siècle, http://semimarx.free.fr )

Todos hemos notado un «eclipse del debate estratégico» desde principio de los años 80, en comparación con las discusiones nutridas en los años 70 por las experiencias de Chile y de Portugal (o incluso, a pesar de las características muy diferentes, las de Nicaragua y de América central). Frente a la contraofensiva liberal, los años ’80 han sido situados (en el mejor de los casos) bajo el signo de las resistencias sociales y caracterizados por una situación defensiva de la lucha de las clases, incluso cuando las dictaduras (en América latina particularmente) debieron ceder frente a el empuje popular democrático. Este repliegue de la cuestión política pudo traducirse en lo que podríamos llamar simplificando una «ilusión social» (en simetría con «la ilusión política» denunciada por el joven Marx, en aquellos que creían ver en las emancipaciones «políticas» -los derechos cívicos- la última palabra de «la emancipación humana»). Hasta cierto punto, la experiencia inicial de los Foros sociales desde Seattle (1999) y el primer Porto Alegre (2001) refleja esta ilusión en cuanto a la autosuficiencia de los movimientos sociales y al rechazo de la cuestión política, como consecuencia de toda una primera fase de ascenso de las luchas sociales a finales de los años ’90.

Es lo que llamo (simplificándolo) el «momento utópico» de los movimientos sociales, ilustrado por distintas variantes: utopías liberales (de un liberalismo bien regulado), keynesianas (de un keynesianismo europeo), y sobre todo utopías neo libertarias de poder cambiar el mundo sin tomar el poder o contentándose con un sistema equilibrado de contrapoderes (J. Holloway, T. Negri, R. Day). El ascenso de las luchas sociales se tradujo en victorias políticas o electorales (en América Latina: Venezuela y Bolivia. En Europa, salvo la excepción (particularmente el CPE) en Francia, se han sufrido sobre todo derrotas y estas no impidieron la continuidad de las privatizaciones, de las reformas de la protección social, del desmantelamiento de los derechos sociales. Esta contradicción hace que las expectativas, a falta de victorias sociales, vuelvan hacia las soluciones políticas (particularmente electorales), como lo demuestran las elecciones italianas[1].

Este «retorno de la cuestión política» empieza con un relanzamiento, todavía balbuceante, de los debates estratégicos, de los que dan prueba las polémicas en torno a los libros de Holloway, Negri, Michael Albert, del balance comparado del proceso venezolano y de la legislatura Lula en Brasil, o también en la inflexión de la orientación zapatista ilustrada por la sexta declaración de selva Lacandona y «la otra campaña» en México. Las discusiones sobre el proyecto de manifiesto de la LCR en Francia o el libro de Alex Callinicos[2], se inscriben igualmente en este contexto. La fase de la gran negación y de las resistencias estoicas – el «grito» de Holloway, los eslóganes «el mundo no es una mercancía», «el mundo no esta en venta» – se agotan. Se vuelve necesario precisar cuál es este mundo posible y sobre todo explorar las vías para alcanzarlo.

Hay estrategias y estrategias

Los nociones de estrategia y táctica (más tarde las de guerra de posición y de guerra de maniobra) han sido importadas al movimiento obrero a partir del vocabulario militar (particularmente de los escritos de Clausewitz o Delbrück). Su sentido sin embargo ha variado. Hubo un tiempo donde la estrategia era el arte de ganar una batalla, una táctica se reducía a las maniobras de las tropas sobre el campo de batalla. Después, de las guerras dinásticas a las guerras nacionales, de la guerra total (hoy) a la guerra global, el campo estratégico no dejó de dilatarse en el tiempo y en el espacio. Uno puede en lo sucesivo distinguir una estrategia global (a escala mundial) de una «estrategia limitada» (la lucha por la conquista del poder sobre un territorio determinado). En cierta medida, la Teoría de la revolución permanente representaba un esbozo de estrategia global: la revolución comienza sobre la arena nacional (en un país) para extenderse al nivel continental y mundial; franquea un paso decisivo con la conquista del poder político, pero se prolonga y se profundiza por «una revolución cultural». Combina pues el acto y el proceso, el acontecimiento y la historia.

Frente a Estados potencias que tienen estrategias económicas y militares mundiales, esta dimensión de la estrategia global es más importante aún de lo que lo era en la primera mitad del siglo veinte. La emergencia de nuevos espacios estratégicos continentales o mundiales lo demuestra. La dialéctica de la revolución permanente (contra la teoría del socialismo en un solo país), dicho de otro modo la imbricación de las escalas nacional, continental, mundial, es más estrecha que nunca. Uno puede apoderarse de palancas del poder político en un país (como Venezuela o Bolivia), pero se plantea inmediatamente la cuestión de la estrategia continental (el ALBA contra el ALCA, la relación al Mercosur, al Pacto andino, etc.) como una cuestión de política interior. Más prosaicamente en Europa, las resistencias a la contrarreforma liberal pueden afirmarse en las relaciones de fuerzas, sobre las experiencias y los apoyos legislativos, nacionales. Pero una respuesta transitoria sobre los servicios públicos, sobre el sistema de pensiones, sobre la protección social, sobre la ecología (por una «refundación social y democrática de Europa») exige de golpe una proyección europea[3].

Hipótesis Estratégicas

La cuestión abordada aquí se limita pues a lo que llamé «la estrategia limitada», dicho de otro modo la lucha para la conquista del poder político a escala nacional. Estamos aquí todos de acuerdo[4] sobre el hecho de que los Estados nacionales pueden estar debilitados, en el marco de la universalización, y que existen ciertas transferencias de soberanía. Pero el escalón nacional (que estructura las relaciones de clase y articula un territorio en un Estado) es decisivo en la escala móvil de los espacios estratégicos, es a este nivel del problema al cual se refiere esencialmente el dossier publicado en el número 179 de Critique communiste (marzo de 2006)[5].

Descartemos inmediatamente las críticas (de J. Holloway a Cédric Durand[6]) que nos imputan una visión «etapista» del proceso revolucionario (según la cual haríamos de la toma del poder el «absoluto previo» a toda transformación social). El argumento está tomado de la caricatura o de la simple ignorancia. Nunca hemos sido de los adeptos al salto de garrocha sin impulso. Si a menudo he planteado la cuestión «cómo de nada devenir todo», para señalar que la ruptura revolucionaria es un salto peligroso del que puede sacar provecho el tercer ladrón (la burocracia). Guillaume (Liégeard) tiene razón de matizarlo recordando que no es verdad que el proletariado no sea nada antes de la toma del poder – y que es dudoso de querer hacerse todo! La fórmula de todo y de la nada tomada del himno de La Internacional no apunta solo a señalar la asimetría estructural entre revolución (política) burguesa y revolución social.

Las categorías – de frente único, las reivindicaciones transitorias, del gobierno obrero- defendidas por Trotsky, pero también por Thalheimer, Radek, Clara Zetkin en el debate programático de la Internacional comunista hasta el VIº congreso de la I.C. precisamente pretenden articular el acontecimiento en sus condiciones de preparación, las reformas a la revolución, el movimiento y el objetivo… Paralelamente, los conceptos de hegemonía y de «guerra de posiciones» en Gramsci van en el mismo sentido[7]. La oposición entre Oriente (donde el poder sería más fácil conquistar pero más difícil de conservar) y Occidente, releva la misma preocupación (ver a propósito los debates sobre el balance de la revolución alemana en el quinto congreso del I.C.). De una vez por todas, jamás fuimos adeptos de la teoría del derrumbe (Zusammenbruch Theorie)[8] .Ver en relación a esto el libro de Giacomo Marramao.

Contra las visiones espontaneistas del proceso revolucionario y contra el inmovilismo estructuralista de los años 60, nosotros insistimos tomando revancha, en la parte del «factor subjetivo» y sobre lo que llamamos, no «modelo», sino -como lo recuerda Antoine (Artous) en su artículo de Critique Communiste- «hipótesis estratégicas». No se trata aquí de una simple coquetería de vocabulario. Un modelo, es algo a copiar, un manual. Una hipótesis, es un guía para la acción, a partir de las experiencias del pasado, pero abierta y modificable en función de experiencias nuevas o de circunstancias inéditas. Los revolucionarios corren por consecuencia el mismo riesgo que los militares sobre quienes se dice que siempre están atrasados una guerra.

A partir de las grandes experiencias revolucionarias del siglo XX (revolución rusa y revolución china, y así también la revolución alemana, los frentes populares, la guerra civil española, la guerra de liberación vietnamita, mayo de 68, Portugal, Chile…), distinguimos dos grandes hipótesis: la huelga general insurreccional (HGI) y la de la Guerra popular prolongada (GPP). Ellas resumen dos tipos de crisis, dos formas de doble poder, dos métodos de desenlace de la crisis.

En el caso del CGI, la dualidad de poder reviste una forma principalmente urbana, del tipo Comuna (no sólo Comuna de París, sino también el Soviet de Petrogrado, la insurrección de Hamburgo, de Cantón, de Barcelona). Ambos poderes no pueden coexistir mucho tiempo sobre un espacio concentrado. Se trata pues de una confrontación de desenlace rápido (que puede desembocar en una confrontación prolongada: guerra civil en Rusia, guerra de liberación en Vietnam después de la insurrección de 1945…) En esta hipótesis, el trabajo de desmoralización del ejército y de organización de los soldados juega un papel importante (los Comités de soldados en Francia, los SUV en Portugal, y en una perspectiva más conspirativa el trabajo del MIR en el ejército chileno, son para mi las últimas experiencias significativas en la materia). En el caso del GPP, se trata de un doble poder territorial (de las zonas liberadas y auto administradas) que pueden coexistir mucho más tiempo. Las condiciones son percibidas por Mao desde su folleto de 1927 («¿Por qué el poder rojo puede existir en China?») y son ilustradas por la experiencia de la República de Yenan. En la primera hipótesis los órganos del poder alternativo socialmente son determinados por las condiciones urbanas (Comuna de París, Soviet de Petrogrado, consejos obreros, comité de las milicias de Cataluña, Cordones industriales y comandos comunales, etc.), en el segundo, ellos se centralizan en «el ejército del pueblo» (con predominio campesino).

Entre estas son dos grandes hipótesis depuradas, encontramos toda una gama de variantes y de combinaciones intermediarias. Así, a pesar de su leyenda foquista simplificada (particularmente por el libro de Debray, «Revolución en la revolución», de 1964), la revolución cubana articula el foco de guerrilla como núcleo del ejército se rebela y las tentativas de organización y de huelgas generales urbanas en La Habana y Santiago. Su relación fue problemática, así como lo demuestra la correspondencia de Frank Païs, de Daniel Ramos Latour, del Che mismo sobre las tensiones entre «la selva» y «el llano»[9]. A posteriori, el relato oficial, valorizando la epopeya heroica del Granma y sus sobrevivientes, contribuyó a reforzar la legitimidad del componente 26 de julio y del grupo castrista que dirigía en detrimento de una comprensión más compleja del proceso. Esta versión simplificada de la historia, erigiendo en modelo la guerrilla rural, inspiró las experiencias de los años sesenta (en Perú, en Venezuela, en Nicaragua, en Colombia, en Bolivia). Los muertos al combate de De la Puente y Lobaton, Camillo Torres, Yon Sosa, Lucion Cabanas en México, Carlos Marighela y Lamarca en Brasil, etc., la expedición trágica del Che en Bolivia, la cuasi destrucción de los sandinistas en 1963 y 1967 en Pancasan, el desastre de Teoponte en Bolivia, marcan el fin de este ciclo.

La hipótesis estratégica del PRT argentino y del MIR chileno hace referencia, al principio de los años 70, al ejemplo vietnamita de la guerra popular prolongada (y, en el caso del PRT, a una versión mítica de la guerra de liberación argelina). La historia del Frente sandinista hasta su victoria de 1979 sobre la dictadura somozista revela la combinación de las diferentes orientaciones. La tendencia GPP y de Tomas Borge pone el acento en el desarrollo de la guerrilla en la montaña y la necesidad de un largo período de acumulación gradual de fuerzas. La Tendencia proletaria (Jaime Wheelock) insiste sobre los efectos sociales del desarrollo capitalista en Nicaragua y en el fortalecimiento de la clase obrera, manteniendo la perspectiva de una acumulación prolongada de fuerzas en la perspectiva de un «momento insurreccional». La Tendencia «tercerista» (los hermanos Ortega) que sintetiza los otros dos y permite articular el frente del sur y el levantamiento de Managua.

A posteriori, Humberto Ortega resumió las divergencias en estos términos: «llamo política de acumulación pasiva de fuerzas a la política que consiste en no intervenir en las coyunturas, a acumular fuerzas en frío. Esta pasividad se manifestaba al nivel de las alianzas. Había también una pasividad en el hecho que pensábamos que se podía acumular armas, organizarse, reunir recursos humanos sin combatir al enemigo, sin hacer participar las masas»[10]. Reconoce sin embargo que las circunstancias trastornaron los diferentes planes: «Llamamos a la insurrección. Los acontecimientos se precipitaron, las condiciones objetivas no nos permitían prepararnos más. De hecho, no podíamos decir no a la insurrección. El movimiento de las masas tomó tal amplitud que la vanguardia era incapaz de dirigirlo. No podíamos oponernos a este río; todo lo que podíamos hacer era encabezarlo, para conducirlo más o menos y darle una dirección». Y concluye: «nuestra estrategia insurreccional siempre gravitó alrededor de las masas y no alrededor del plan militar. Esto debe estar claro». En efecto, la opción estratégica implica una planificación de las prioridades políticas, las eras de intervención, las ordenes, y determina la política de alianzas.

Los días de la selva a El trueno en la ciudad, ensayos y artículos de Mario Payeras sobre proceso guatemalteco, ilustra una vuelta de la selva hacia la ciudad y un cambio de las relaciones entre lo militar y lo política, la ciudad y el campo. La crítica de las armas (o la autocrítica) de Régis Debray en 1974 registra igualmente el balance de los años 60 y la evolución iniciada. En Europa y en los Estados Unidos, las aventuras desastrosas de la RAF en Alemania, Weathermen en los Estados Unidos (sin hablar de la tragicomedia efímera de la Gauche prolétarienne en Francia -y tesis de July/Geismar en su inolvidable Hacia la guerra civil) Y otras tentativas de traducir en «guerrilla urbana» la experiencia de la guerrilla rural, se terminaron de hecho con los años 70. Solo los casos de movimiento armados que perduraron son los de las organizaciones que encontraban su base social en las luchas contra la opresión nacional (Irlanda, Euzkadi)[11].

Estas hipótesis y experiencias estratégicas no son reducibles a una orientación militarista. Ellas ordenan un conjunto de tareas políticas. Así, la concepción del PRT de la revolución argentina como guerra nacional de liberación conducía a privilegiar la construcción del ejército (el ERP) en detrimento de la autoorganización en las fábricas y los barrios. Lo mismo, la orientación de la MIR, poniendo el énfasis sobre la Unidad popular en la acumulación de fuerzas (y de las bases rurales) en una perspectiva de una lucha armada prolongada, conducía a relativizar la prueba de fuerza del golpe de Estado y sobre todo a subestimar las consecuencias duraderas. Miguel Enríquez había percibido después del golpe del «tanquetazo» el momento corto propicio para la formación de un gobierno de combate que preparaba la prueba de fuerza.

La victoria sandinista de 1979 marca sin duda un nuevo giro. Es por lo menos lo que sostiene Mario Payeras subrayando que en Guatemala (y en el Salvador) los movimientos revolucionarios no estuvieron confrontados con dictaduras fantoches carcomidas, sino a los consejeros israelíes, taiwaneses y estadounidenses en guerras de «baja intensidad» y de «contra insurrección». Esta asimetría creciente después se extendió a escala mundial con la nueva doctrina estratégica del Pentágono y la guerra «sin fronteras» declarada al «terrorismo». Es una de las razones (añadida a la hiper violencia trágica de la experiencia camboyana, de la contrarrevolución burocrática en URSS, de la revolución cultural en China), para las cuales la cuestión de la violencia revolucionaria, era aún percibida como inocente y liberadora (a través de las epopeyas de Gramma y del Che, o a través de los textos de Fanon, de Giap, de Cabral), se volvió espinosa, incluso tabú. Asistimos así a la búsqueda de una estrategia asimétrica del débil al fuerte, realizando una síntesis entre Lenin y Gandhi[12] u orientándose hacia la acción sin violencia[13] (el debate en Alternative y Rifondazione). El mundo, después de la caída del Muro de Berlín, no es por tanto menos violento. Seria imprudentemente angelical apostar hoy sobre una hipotética «vía pacífica», que el siglo de los extremos, no vino a confirmar. Pero es otra historia, que desborda los límites de mi exposición.

La hipótesis de la huelga general insurreccional

La hipótesis estratégica que nos sirvió de plomada en los años 70 es pues la del GGI opuesta la mayor parte del tiempo a las alternativas de maoísmo aclimatado y a las interpretaciones imaginarias de la Revolución cultural. Es de esta hipótesis que seríamos, según Antoine (Artous), en lo sucesivo «huérfanos». Habría tenido un cierto «carácter funcional» perdido hoy. Reafirma sin embargo la pertinencia siempre actual de las nociones de crisis revolucionaria y de doble poder, insistiendo en la necesaria reconstrucción de una hipótesis seria mucho más que relamerse de la palabra ruptura y de las escaladas verbales. Su preocupación se cristaliza sobre dos puntos.

Una parte, Antoine Artous insiste en el hecho de que la dualidad de poder no podría situarse en total exterioridad de las instituciones existentes, y surgir repentinamente de la nada en forma de una pirámide de los soviets o de los consejos. Puede que hayamos cedido hace poco a esta visión más que simplificada por los procesos revolucionarios reales que estudiábamos detalladamente en las escuelas de formación (Alemania, España, Portugal, Chile, y la Revolución rusa misma). Dudo, en tanto cada una de estas experiencias nos confrontaba con la dialéctica entre las formas variadas de autoorganización y las instituciones existentes parlamentarias o municipales. En cualquier caso, si tanto sostuvimos una visión tal, rápidamente fue corregida por ciertos textos[14]. En el mismo punto nos hallábamos enturbiados o golpeados en la época por la adhesión de Ernest Mandel a la «democracia mixta» a partir de un reexamen de las relaciones entre soviets y constituyente en Rusia. Es evidente en efecto, con más razón en países de tradición parlamentaria más que centenaria, donde el principio del sufragio universal está establecido sólidamente, no se podría imaginar un proceso revolucionario de otro modo sólo que una transferencia de legitimidad que consagrase la preponderancia al «socialismo por la base», pero en interferencia con las formas representativas. Prácticamente, evolucionamos sobre este punto, en la ocasión por ejemplo de la revolución nicaragüense. Podíamos impugnar el hecho de organizar elecciones «libres» en 1989, en un contexto de guerra civil y estado de sitio, pero no poníamos en causa el principio. Reprochábamos a los sandinistas la supresión del «consejo de Estado» que habría podido constituir una suerte de segunda cámara social y un polo de legitimidad alternativa ante el Parlamento elegido. Del mismo modo, a una escala más modesta, sería útil volver de nuevo sobre la dialéctica en Porto Alegre entre la institución municipal elegida por sufragio universal y los Comités del presupuesto participativo.

Realmente, el problema planteado no es el de las relaciones entre democracia territorial y democracia de fabrica (el Municipio, el Soviético, la asamblea popular de Setubal eran estructuras territoriales) ni incluso el de las relaciones entre democracia directa y representativa (toda democracia es parcialmente representativa y Lenin no era partidario del mandato imperativo), sino de la formación de una voluntad general. El reproche generalmente dirigido (por los eurocomunistas o por Norberto Bobbio) a la democracia de tipo soviética contempla su tendencia corporativa: una suma (o una pirámide) de intereses particulares (de campanario, empresa, buró) que vinculados por mandato imperativo no podría lograr voluntad general. La subsidiariedad democrática tiene también sus límites: si los habitantes un valle se opone al paso de una carretera, es necesario una forma de centralización arbitral[15]. En el debate con los eurocomunistas, insistíamos en la mediación necesaria de los partidos (y sobre su pluralidad) para lograr propuestas sintéticas y contribuir a la formación de una voluntad general a partir de opiniones particulares.

La segunda preocupación de Antoine (Artous), en su crítica del texto de Alex Callinicos particularmente, se refiere en el hecho de que su planteamiento transitorio se detendría en el umbral de la cuestión del poder, abandonado en un deus ex machina improbable o supuestamente resuelto por el ascenso espontáneo de las masas y la irrupción generalizada de democracia soviética. Si la defensa de las libertades públicas figura en su programa, no habría en Alex ninguna reivindicación de tipo institucional (sufragio proporcional, Asamblea constituyente o única, democratización radical). En cuanto a Cédric Durand, concebiría a las instituciones como simples enlaces de las estrategias de autonomía y protesta, que puede muy bien traducirse en la práctica en un compromiso entre «la base» y el «arriba», es decir por un vulgar lobbying del primero sobre el segundo, dejándolo intacto.

Hay en realidad, entre los protagonistas de la controversia de Critique communiste, convergencia sobre el corpus programático inspirado de La catástrofe inminente o el Programa de transición: reivindicaciones transitorias, política de alianzas (frente único[16]), lógica de hegemonía, y sobre la dialéctica (y no la antinomia) entre reformas y revolución. Así, nosotros nos oponemos a la idea de disociar y de fijar un programa mínimo («antiliberal») y un programa «máximo» (anticapitalista), convencidos que un antiliberalismo consecuente acaba en el anticapitalismo, y que los dos son integrados por la dinámica de las luchas.

Podemos discutir la formulación exacta de las reivindicaciones transitorias en función de las relaciones de fuerzas y de los niveles de conciencia existentes. Pero fácilmente nos pondremos de acuerdo sobre el lugar que tienen las cuestiones que se refieren a la propiedad privada de los medios de producción, de comunicación y de cambio, ejercer una pedagogía del servicio público, de la temática de los bienes comunes de la humanidad, o de la cuestión cada vez más importante de la socialización del saber (opuesta a la propiedad privada intelectual). Del mismo modo, estarán fácilmente de acuerdo en explorar las formas de socialización del salario por medio de los sistemas de protección social, para ir hacia la desaparición de salario. Por último, a la mercantilización generalizada, oponemos las posibilidades abiertas por la extensión de los ámbitos de gratuidad («desmercantilización» pues) no solamente de los servicios también de algunos bienes de consumo necesarios.

La cuestión espinosa del planteamiento transitorio es la del «Gobierno Obrero» o del «Gobierno de los trabajadores». La dificultad no es nueva. Los debates sobre el balance de la revolución alemana y del gobierno de Sajonia-Turingia, luego del quinto congreso de Internacional comunista, muestran la ambigüedad no resuelta de las fórmulas nacidas de los primeros congresos de la I.C. y el abanico de las interpretaciones prácticas a las cuales han dado lugar. Treint subrayaba en su informe que «la dictadura del proletariado no cae del cielo; debe tener un comienzo, y el gobierno obrero es sinónimo del principio de la dictadura del proletariado». Denuncia en cambio «la sajonización» del frente único: «el ingreso de los comunistas a un gobierno de coalición con pacifistas burgueses para impedir una intervención contra la revolución no era falsa teóricamente, pero gobiernos como el Partido laborista o el del Cartel de las izquierdas hacen que «la democracia burguesa encuentre eco en nuestros propios partidos».

En el debate sobre la actividad de la internacional, Smeral declara: «en cuanto a las tesis de nuestro congreso [de los comunistas checos] de febrero de 1923 sobre el gobierno obrero, estuvimos totalmente convencidos redactándolas que ellas estaban conformes a las decisiones del cuarto congreso. Fueron adoptadas por unanimidad». Pero «¿en qué piensan las masas cuando hablan de gobierno obrero?»: «en Inglaterra, piensan en el Partido laborista, en Alemania y en los países dónde el capitalismo está en descomposición, el frente único significa que los comunistas y socialdemócratas, en lugar de combatirse cuando se pone en marcha la huelga, marchan codo a codo. El gobierno obrero tiene para estas masas el mismo significado, y cuando se utiliza esta fórmula imaginan un gobierno de unidad de todos los partidos obreros. Y Smeral prosigue: «¿en qué consiste la lección profunda de la experiencia sajona? Ante todo en esto: no podemos saltar de un solo golpe sin tomar impulso».

Ruth Fisher le responde que en tanto que coalición de los partidos obreros, el gobierno obrero significaría «la liquidación de nuestro partido». En su informe sobre el fracaso del octubre alemán, Clara Zetkin afirma: «A propósito del gobierno obrero y campesino, no puedo aceptar la declaración de Zinoviev según la cual se trataría de un simple seudónimo, un sinónimo o dios sabe cual homónimo, de la dictadura del proletariado. Esto puedo ser justo para Rusia, pero no es lo mismo en los países dónde el capitalismo esta vigorosamente desarrollado. Allí, el gobierno obrero y campesino es la expresión política de una situación donde la burguesía ya no puede mantenerse en poder y donde el proletariado todavía no está en condición imponer su dictadura». Zinoviev define en efecto como «objetivo elemental del gobierno obrero» el armamento del proletariado, el control obrero sobre la producción, la revolución fiscal…

Se podría seguir citando las distintas intervenciones. Quedaría la impresión de una gran confusión que es la expresión de una contradicción real y de un problema no resuelto, mientras que la cuestión se planteaba en relación a una situación revolucionaria o prerrevolucionaria. Sería irresponsable resolverla con un manual, válido para toda situación; podemos sin embargo despejar tres criterios combinados de modo variable de participación en una coalición gubernamental en una perspectiva transitoria: a) que la cuestión de tal participación se plantea en una situación de crisis o al menos de un ascenso significativo de la movilización social, y no en frío; b) Qué el gobierno en cuestión se haya empeñado en iniciar una dinámica de ruptura con la orden establecida (por ejemplo – más modestamente que el armamento exigido por Zinoviev – reforma agraria radical, «incursiones despóticas» en el dominio de la propiedad privada, la abolición de los privilegios fiscales, la ruptura con las instituciones – de la V República en Francia, los tratados europeos, los pactos militares, etc.); c) finalmente que la relación de fuerza permita a los revolucionarios si no de garantizar el cumplimiento de los compromisos al menos de hacer pagar un fuerte precio frente a posibles incumplimientos.

A la luz de un enfoque tal , la participación en el Gobierno Lula parece errónea: a) desde una decena de años, a la excepción del movimiento de los sin -tierra, el movimiento de masas estaba en retroceso; b) la campaña electoral de Lula y su Carta a los brasileños había anunciado el color de una política claramente social-liberal y había hipotecado con anticipo la financiación de la reforma agraria y el programa «hambre cero»; c) En fin la relación de fuerzas social , en el seno del partido, y en el seno del gobierno era tal, que con un semi-ministerio de la agricultura no era cuestión de sostener el gobierno «como la cuerda sostiene al ahorcado», mas bien como un cabello no podría sostenerlo. Dicho esto, teniendo en cuenta la historia del país, su estructura social, y la formación del PT, expresando al mismo tiempo oralmente nuestras reservas en cuanto a esta participación y al alertar a los camaradas sobre sus peligros, no hicimos una cuestión de principio, prefiriendo acompañar la experiencia para extraer con los camaradas el balance, más que de administrar lecciones «desde lejos»[17].

A propósito de la dictadura del proletariado

La cuestión del gobierno obrero nos devolvió inevitablemente a la de la dictadura del proletariado. Un congreso precedente de la Liga [la LCR francesa] decidió con una mayoría de más de los dos tercios suprimir la referencia en el texto de los estatutos. Era razonable. Hoy, el término de dictadura evoca mucho más las dictaduras militares o burocráticas del siglo XX que la institución venerable y romana del poder de excepción debidamente autorizado por el Senado y limitado en el tiempo. Marx vio en la Comuna de París «la forma finalmente encontrada» de esta dictadura del proletariado, es mejor pues evocar la Comuna, los Soviets, los consejos o la autogestión, que tomarse a una palabra fetiche que ha devenido en la historia en fuente de confusión.

No nos hemos librado por tanto de la cuestión planteada por la fórmula de Marx y con la importancia que le daba en su carta célebre a Kugelmann. Generalmente, tendemos a investir en «la dictadura del proletariado» la imagen de un régimen autoritario y a ver allí un sinónimo de las dictaduras burocráticas. Para Marx, se trataba al contrario de la solución democrática de un viejo problema, de un ejercicio por primera vez mayoritaria (por el proletariado) del poder de excepción reservado hasta entonces para una elite virtuosa (comité de salvación pública – aunque el comité en cuestión haya terminado en una emanación de la Convención revocable por ella) o un «triunvirato» de hombres ejemplares[18]. Añadamos que el término de dictadura a menudo se oponía entonces al de tiranía como expresión de la arbitrariedad. Pero la noción de dictadura del proletariado tenía también un alcance estratégico, a menudo recordada en el debate de los años setenta con ocasión de su abandono por la inmensa mayoría de los partidos (euro) comunistas. En efecto, quedaba claro para Marx que el nuevo derecho, expresando una nueva relación social, no podría nacer en la continuidad del derecho antiguo: entre dos legitimidades sociales, «entre dos derechos iguales, es la fuerza la que corta». La revolución implica pues un paso obligado por el estado de excepción. Lector atento de la polémica entre Lenin y Kautsky, Carl Schmitt tomo perfectamente lo que esta en juego distinguiendo la «dictadura comisario», cuya función en situación de crisis es preservar un orden establecido, y la «dictadura soberana» que instituye un orden nuevo por el ejercicio del poder constituyente[19]. Si, cualquiera que sea el nombre que se le de, esta perspectiva estratégica permanece, necesariamente emana una serie de consecuencias sobre la organización de los poderes, sobre el derecho, sobre la función de los partidos, etc.

Actualidad e inactualidad de un planteamiento estratégico

La noción de actualidad tiene una doble acepción: un sentido amplio («la época de guerras y revoluciones»), y un sentido inmediato o coyuntural. En la situación defensiva donde se encuentra el movimiento social después de más de veinte años en Europa, nadie afirmará que la revolución sea de actualidad en este sentido inmediato. En cambio sería arriesgado, y no sin consecuencias, borrarla del horizonte de la época. Si es esta distinción que propone Francis (Sitel) en su contribución, prefiriendo, para evitar «una visión alucinada de los relaciones de fuerzas actuales», en «perspectiva actual», una «perspectiva en acto que instruye los combates presentes a las salidas necesarias de estos mismos combates», no esta allí la materia en litigio. Más discutible es la idea según la cual podríamos mantener el objetivo de la conquista del poder «como condición del radicalidad pero admitiendo que su actualidad está hoy por encima de nuestro horizonte». Él precisa que la cuestión gubernamental – ¿vista debajo de nuestro horizonte? – no está vinculada a la cuestión del poder, sino «a una exigencia más modesta» que consiste en «protegerse» de la ofensiva liberal.

El cuestionamiento sobre las condiciones de participación gubernamental no entra entonces «por el porche monumental de la reflexión estratégica», sino «por la estrecha puerta de los partidos amplios». Se puede temer que el programa no sea necesario (o la estrategia) que comanda entonces la construcción del partido, sino la amplitud de un partido algebraicamente amplio que determina y limita el mejor de los mundos y de los programas posibles. Pero, a menos de caer en la clásica disociación del programa mínimo y el programa máximo, un «problema de orientación» no esta desconectado de la perspectiva estratégica. Y, si » amplio» es forzosamente más generoso y más abierto que estrecho y cerrado, hay, en materia de partidos, amplios y amplios: las amplitudes del PT brasileño, del Linkspartei, del ODP, del Bloc des Gauches, de Rifondazione, etc., no son de la misma naturaleza.

«Los desarrollos más sabios en materia de estrategia revolucionaria parecen muy etéreos, concluye Francis, comparado con la cuestión de: cómo actuar aquí y ahora». Ciertamente, esta máxima pragmática de buena calidad habría podido ser pronunciada en 1905, en febrero de 1917, en mayo de 1936, en febrero de 1968, reduciendo así el sentido de lo posible al sentido prosaico de lo real.

El diagnóstico de Francis y su ajuste programático al nivel o debajo del horizonte no es tal sin implicancias prácticas. Desde que nuestra perspectiva no se limita a la toma del poder, sino se inscribe en un proceso más largo de «subversión de los poderes», habría que reconocer que «el partido tradicional (¿Tradicional designa aquí los partidos comunistas o más generalmente los partidos socialdemócratas orientados también a la conquista del poder gubernamental por las vías parlamentarias?) concentrado sobre la conquista del poder tiene que ajustarse a este mismo Estado», y, por consecuencia, a transmitir en su seno los mecanismos de dominación que minan la dinámica misma de la emancipación». Una dialéctica nueva tendría que inventar pues entre lo político y lo social. Ciertamente, y nos ocupamos en eso prácticamente y teóricamente rechazando también «la ilusión política» como «la ilusión social» o sacando conclusiones de las principales experiencias negativas pasadas (sobre la independencia de las organizaciones sociales hacia el Estado y los partidos, sobre el pluralismo político, sobre la democracia en el seno de los partidos).

Pero el problema no reside tanto en la transmisión por un partido «conforme al Estado» de sus mecanismos de dominación, como en el fenómeno más profundo y mejor compartido de burocratización (arraigado en la división del trabajo) inherente a las sociedades modernas: afecta el conjunto de las organizaciones sindicales o asociativas. De hecho, la democracia de partido (por oposición a la democracia que se dice popular y plebiscitaria «de opinión») sería más bien, si no un remedio absoluto, por lo menos de los antídotos a la profesionalización del poder y a la «democracia de mercado». Es lo que se olvida demasiado a menudo viendo el centralismo democrático como la falsa nariz de un centralismo burocrático, mientras que una determinada centralización es la condición incluso de la democracia y no su negación.

La conformidad señalada del partido con el Estado hace eco del isomorfismo observado (por Boltansky y Chiapello en El Nuevo espíritu del capitalismo) entre la estructura del mismo Capital y las estructuras subalternas del movimiento obrero. Esta cuestión de la sub-alternidad es crucial, y no se escapa ni se resuelve fácilmente: la lucha por el salario y el derecho al empleo (también llamado «derecho en el trabajo») es una lucha subalterna (isomorfa) a la relación capital/trabajo. Hay detrás de esto todo problema de la alienación, del fetichismo, del reificación[20].Pero creer que las formas «fluidas», la organización en red, la lógica de las afinidades (opuesta a las lógicas de la hegemonía) escapan de esta sub-alternidad y de la reproducción de las relaciones de dominación releva un la ilusión grosera. Estas formas son perfectamente isomorfas a la organización moderna del capital informatizado, a la flexibilidad del trabajo, a la «sociedad líquida», etc. eso no significan que las formas antiguas de subordinación eran mejores o preferibles a estas formas emergentes, sino solamente que no se sale por calzadas reales de la red del círculo vicioso de la explotación y la dominación.

Del «partido amplio»

Francis (Sitel) teme que las nociones «eclipse» o de «retorno» de la razón estratégica «significan el simple cierre de un paréntesis y una vuelta idéntica o a la recuperación de la cuestión en los términos dónde fue puesta por la tercera internacional. Insiste en la necesidad de «redefiniciones fundamentales», una reinvención, una «nueva construcción» la que necesita el movimiento obrero. Por supuesto. Pero, ninguna tabula rasa: «¡Siempre se vuelve a empezar a partir de la mitad!» (Deleuze-NdT.) ¡La retórica de la novedad no garantiza recaídas en lo viejo, lo más antiguo! También hay auténticos (en materia de ecología, en materia de feminismo, de guerra y en materia de derecho), muchas «novedades» de las que la época se alimenta, son sólo efectos de modas (que como toda moda se alimentan de citas de lo viejo), y reciclajes de viejos temas utopistas del siglo diecinueve y del movimiento naciente obrero. Las cuestiones son cuantiosas, pero en la medida de nuestros medios, intentamos – por el rodeo del Manifiesto ( de la LCR-NdT.) entre otros – aportar algunos elementos de respuesta a algunas de ellas, y nos gustaría que nuestros socios las tomasen.

Teniendo – con razón – que recordar que reformas y revolución forman en nuestra tradición una pareja dialéctica, y no una oposición de términos mutuamente exclusivos (aunque las reformas puedan según las situaciones transcrecer en proceso revolucionario o al contrario oponérsele). Francis arriesga la predicción según la cual un «partido amplio se definirá como un partido de reformas». Puede ser. Posiblemente. Pero es una idea muy especulativa y normativa por anticipación. Y no es este sobre todo nuestro problema. No tenemos que poner el arado delante de los bueyes e inventar entre nosotros el programa mínimo (de reformas) para un «partido amplio» hipotético. Esto no es nuevo: participamos en la formación del PT (para construirlo y no en la óptica de táctica entrista) seguimos defendiendo nuestras posiciones; nuestros camaradas militan como corriente en Rifondazione; son parte involucrada del Bloc des gauches en Portugal, etc. pero todas estas configuraciones son singulares y no podrían reunirse en las categorías rastreras del «partido amplio».

El dato estructural de la situación abre indiscutiblemente un espacio a la izquierda de las grandes formaciones tradicionales (social-demócratas, stalinistas, populistas) del movimiento obrero. Las razones son múltiples. La contrarreforma liberal, la privatización del espacio público, el desmantelamiento «del Estado social», la sociedad de mercado, aserraron (con su propia asistencia activa), la rama en la cual se basaba la socialdemocracia (así como la gestión populista en algunos países latinoamericanos). Los Partidos comunistas por otro lado sufrieron la repercusión de la implosión soviética al mismo tiempo que la erosión de sus bases sociales obreras conquistadas en los años treinta o en la Liberación (de posguerra), sin que las nuevas implantaciones tomen verdaderamente el relevo. Existe pues completamente lo que se llama a menudo «un espacio» de radicalidad que se expresa diversamente por la emergencia de nuevos movimientos sociales y de expresiones electorales (Linkspartei en Alemania, Rifondazione en Italia, Respetc en Gran Bretaña, SSP en Escocia, Bloc en Portugal, coalición rojo-verde en Dinamarca, extrema izquierda en Francia o en Grecia). Es lo que funda la actualidad de las recomposiciones y de los reagrupamientos.

Pero este «espacio» no es un espacio (newtoniano) homogéneo y vacío que bastaría con ocupar. Es un campo eminentemente inestable de fuerzas, como lo testimonia espectacularmente la conversión en menos de tres años de Rifondazione, pasando del movimientismo lírico, al momento de Génova y Florencia[21], a la coalición gubernamental de Romano Prodi. Esta inestabilidad proviene de que las movilizaciones sociales sufren más derrotas que victorias, y de que el vínculo con la transformación del paisaje de la representación política queda muy distendido. En ausencia de victorias sociales significativas, la esperanza del «mal menor» («¡todo salvo Berlusconi – o Sarkozy, o Le Pen!»), a falta de cambio real, se prorroga en terreno electoral donde el peso de las lógicas institucionales sigue siendo determinante (en Francia, la del presidencialismo plebiscitario y de un sistema electoral particularmente antidemocrático). Es porque la simetría del justo medio (a la moda ya con Felipe El Hermoso: ¡guarde usted a la derecha, guarde usted a la izquierda!) entre un peligro oportunista y un peligro conservador hay un engaño: ellos no pesan lo mismo. Si hay que saber tomar decisiones arriesgadas (el ejemplo más extremo es la decisión insurrecional de octubre), el riesgo, para no hacerse aventura pura y simple, debe ser medido y sus chances evaluadas. Nos embarcamos, es necesario apostar, decía a un gran dialéctico (Pascal- NdT.). Pero los turfistas saben que una apuesta a 2 contra 1 es un juego de mediocres, y que una apuesta a 1000 contra 1, si puede producir beneficio grande, es un golpe desesperado. El margen es entre los dos. La audacia también tiene sus razones.

La evolución de derecha a izquierda de corrientes como los expresadas por Rifondazione o la Linkspartei siguen siendo frágiles (o incluso reversibles) en razón misma de los efectos limitados de las luchas sociales sobre el campo de la representación política. Depende en parte de la presencia y el peso en su seno de organizaciones o tendencias revolucionarias. Más allá de datos comunes muy generales, las situaciones son muy diferentes según la historia específica del movimiento obrero (según entre otras cosas que la socialdemocracia es totalmente hegemónica o que subsisten partidos comunistas importantes) y las relaciones de fuerzas el seno de la izquierda: no se mueven determinados aparatos sólo por la ideología sino por también por las lógicas sociales, soplando en la oreja de sus dirigentes, sino modificando las relaciones reales de fuerzas.

La perspectiva de una «nueva fuerza» sigue siendo una fórmula algebraica de actualidad (lo era para nosotros antes de 1989-91, y lo sigue siendo). Su traducción práctica no se deduce mecánicamente de fórmulas tan vagas y genérales como el Partido amplio o los reagrupamientos. Estamos solamente al principio de un proceso de recomposición. Es importante trabajar con una brújula programática y una mirada estratégica. Es una de las condiciones que nos permitirá encontrar mediaciones organizativas necesarias, de tomar riesgos calculados, sin lanzarse a cuerpo perdido en la aventura impaciente y sin disolverse en la primera combinación efímera que aparezca. Las fórmulas organizativas son en efecto muy variables, según se trate de un nuevo partido de masas (como el PT en Brasil en los años 80, pero este caso hipotético es poco probable en Europa), de rupturas minoritarias de una socialdemocracia hegemónica, o incluso de partidos que antes probablemente habríamos calificado de centristas (Rifondazione a principios de los años 2000) o de un frente de corrientes revolucionarias (como en Portugal). Esta última hipótesis sigue siendo por otra parte la más probable para países como Francia donde las organizaciones (PC, extrema izquierda) tienen una larga tradición y donde, a menos de un potente movimiento social (y aún!), se imagina mal la pura y simple fusión a corto o medio término. Pero, en todos los casos, la referencia a un bagaje programático común, lejos ser un obstáculo identitario a recomposiciones futuras, es al contrario su condición. Permite jerarquizar las cuestiones estratégicas y las cuestiones tácticas (en vez de rasgarse sobre tal o cual vencimiento electoral), de distinguir el zócalo político sobre la cual se unifica una organización de las cuestiones teóricas abiertas, de medir los compromisos que hacen de ir antes de y los que van detrás, de modular las formas de existencia organizativa (tendencia en un partido común, componente de un frente, etc.) según los socios y su dinámica.

Señalemos solamente para memoria que cuestiones extremas en relación a esta discusión no son abordadas, pero deberán serlo en reuniones posteriores. Previmos que el próximo encuentro anual del Proyecto K (en 2007) debería tratar, más allá del debate sobre «clases, plebes, multitudes», de las fuerzas sociales del cambio revolucionario, de sus formas de organización, de sus convergencias estratégicas. Esta cuestión tiene también una relación, más allá de la fórmula general del frente único, con la cuestión de las alianzas, por lo tanto con la evaluación de la sociología y las transformaciones de los partidos tradicionalmente cualificados «obreros», así como del análisis de las corrientes resultantes, en América Latina por ejemplo, de las formaciones populistas

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[1] Es lo que subrayaba, inmediatamente después de la victoria de «No» al referéndum constitucional francés, el artículo de Stathis Kouvélakis sobre «El retorno de la cuestión política». Ver Contretemps n°14, Textuel, Paris, septiembre de 2005.

[2] Alex Callinicos, An anti-capitalist Manifesto, Polity Press, Cambridge, 2003

[3] No iré más lejos sobre este aspecto de la cuestión. Se trata de un simple recordatorio (ver a propósito las tesis propuestas al debate organizado por Das Argument).

[4] En la reunión de trabajo preparatoria de Project K

[5] En el sitio del ESSF (www.europe-solidaire.org), se encuentra disponible al francés el dossier completo del numero 179 de la Revista Critique Communiste de la LCR de Francia: los artículos de Antoine Artous, «Orphelins d’une stratégie révolutionnaire ?»; Alex Callinicos, «Qu’entend-on par stratégie révolutionnaire aujourd’hui» ; Francis Sitel, «Stratégie révolutionnaire : résurgences et cours nouveaux…» Guillaume Liégard, «Quelques réflexions sur la stratégie révolutionnaire» ; François Sabado, «Quelques éléments clés sur la stratégie révolutionnaire dans les pays capitalistes avancés», Cédric Durand, «Pour un nouveau modèle stratégique», entre otros [NdT].

[6] Quién, en su artículo de Critique Communiste 179 parece asignarnos una «visión etapista del cambio social» y «una temporalidad de la acción política centrada exclusivamente en la preparación de la revolución como instante decisivo» (a la cual él opone «un tiempo histórico altermundialista y zapatista»??!!). En cuanto a John Holloway, ver la crítica de su desarrollo en Cambiar el Mundo (Daniel Bensaïd, Madrid, Los libros de la catarata, 2004), en Planète altermondialiste (collectif, Textuel, 2006), y en los artículos de Contretemps

[7] Ver el pequeño libro de Perry Anderson sobre Las antinomias de Antonio Gramsci, México, Fontanamara, 1998

[8] Ver a propósito de esto el libro de Giacomo Marramao, Il politico e il transformazioni, así como el folleto Stratégies et partis (La Breche). La teoría del derrumbe era sostenida por un sector ultra izquierdista de la III internacional [NdT].

[9] Ver también Diario de Revolución cubana de Carlos Franqui.

[10] «La estrategia de la victoria», entrevista de Martha Harnecker. Interrogado sobre la fecha del llamamiento a la insurrección, Ortega responde: «porque se presentaba toda una serie de condiciones objetivas cada vez más favorables: la crisis económica, la devaluación monetaria, la crisis política. Y porque después de los acontecimientos de septiembre comprendimos que era necesario conjugar al mismo tiempo y en el mismo espacio estratégico el levantamiento de las masas a nivel nacional, la ofensiva de las fuerzas militares de la frente y la huelga nacional en la cual fue empeñado o qué aprobaba de hecho la patronal. Si no hubiéramos conjugado estos tres factores estratégicos de una misma vez y en el mismo espacio estratégico, la victoria no habría sido posible. Habíamos llamado muchas veces a la huelga nacional, pero sin conjugarlo con la ofensiva de las masas. Las masas ya se habían sublevado, pero sin que esto sea conjugado con la huelga y cuando la capacidad militar de la vanguardia era demasiado débil. Y la vanguardia ya le había llevado golpes al enemigo pero sin que los dos otros factores estén presentes».

[11] Ver Dissidences, «Révolution, Lutte armée et Terrorisme», volumen 1, L’Harmattan, Paris, 2006.

[12] Este es notablemente el tema de los textos recientes de Etienne Balibar.

[13] El debate sobre la acción sin violencia en la revista teórica (Alternative) de Rifondazione, guarda estrecha relación con su curso político actual.

[14] Mandel particularmente, en sus polémicas contra las tesis eurocomunistas. Ver su libro en la pequeña colección Maspero y sobre todo su entrevista en Critique communiste.

[15] La experiencia del presupuesto participativo a la escala del Estado de Rio Grande do Sul ofrece muchos ejemplos concretos a propósito: de atribución de créditos, de jerarquía de prioridades, de repartición territorial de equipamientos colectivos, etc.,

[16] Aunque esta noción de frente único, o con más razón la de frente único antiimperialista, puesto al día por ciertos revolucionarios en América latina

[17] Lo que estaba aquí en juego, lo mismo que la orientación a tener Brasil, era una concepción de la Internacional y de su relación con las secciones nacionales. Pero es una cuestión que desborda el marco de este texto.

[18] Ver Alessandro Galante Garrone, Philippe Buonarotti et les révolutionnaires du XIXe siècle, Paris, Champ Libre

[19] Ver Carl Schmitt, La Dictature, Paris, PUF.

[20] Sur le fétichisme, ver Jean-Marie Vincent, Antoine Artous…

[21] Ver el libro de Fausto Bertinotti (en 2001!): Ces idées qui ne meurent jamais (Paris, Le temps des cerises), y la presentación critica de sus tesis (aparecidas en el momento del FSE de Florencia) en Un monde à changer (Daniel Bensaïd, Paris, Textuel 2003).

Traducción de Julio Rovelli Lopéz