Recomiendo:
9

Reseña de La base material de la nación, de Carlos Barros (2)

Sobre el uso del término nación y nociones afines

Fuentes: Rebelión

Nos habíamos quedado en el primer capítulo del libro: “Usos del término nación y afines”.

Según Barros, lo primero que se observa en el uso del vocabulario por parte de Marx y Engels (MyE a partir de ahora) es que los términos nación, país, pueblos y patria son generalmente voces sinónimas, “intercambiables, con frecuencia simultáneamente utilizadas en una misma página, o en páginas sucesivas, para evitar repeticiones”. Nos advierte que la voz pueblo (y popular) adquiere en “otros lugares el significado (bien distinto de nación y nacional) de sujeto social o conjunto de clases dominadas.” En nota, citando varios pasajes de MyE, comenta que este concepto de pueblo converge con el habitual de ‘nación’ en determinados momentos y lugares. Por ejemplo, “en la revolución burguesa las clases antifeudales son al mismo tiempo pueblo y nación, el pueblo reivindica la realización de la soberanía de la nación frente a la monarquía absoluta”. Lo mismo ocurre con nación y nacionalidad. A veces son términos equivalentes y otras veces diferentes. Comparten MyE la idea de que “las naciones modernas se constituyen reuniendo nacionalidades diversas de origen pre-capitalista, por lo común medieval”.

En cuanto al Estado (administración, poder público, gobierno) se distingue nítidamente de nación que es sociedad civil. Pero, en alguna ocasión, “parecen tener un significado idéntico estado, patria y nación”.

Está por último la palabra “comunidad” que tiene para MyE varios usos: comunidad de aldea, ciudad, clase, modo de producción comunista, asociación del pueblo revolucionario, etc. Aparece también como comunidad nacional “forma específica de asociación para intereses comunes”.

En cualquier caso, para Barros, es indudable que términos como nación, nacionalidad, patria, país, pueblo, estado, comunidad,… tienen para MyE una acepción común, compatible con las acepciones específicas y puntuales de cada  vocablo. Lo que importa aquí es precisar esa acepción común. Para tal identificación es preciso seleccionar un solo término: nación es el término de mayor aceptación y representatividad, considera Barros, tanto en la época de Marx como en la actualidad (Nos advierte en nota: “salvo para los que pretenden reducir, por razones políticas e ideológicas, la nación al Estado-nación”. Añadido mío: ¡quién este libre de reducciones político-ideológicas, distintas de las señaladas por Barros, que tire la primera piedra! No habrá pedrea seguramente). Además, el término nación se presta menos a confusiones. Por algo será señala, tomando pie en el lenguaje político común, que cuando “se hace mención al problema nacional no se dice problema popular, estatal, comunitario o étnico”.

En su análisis, los propios autores (Pierre Vilar, Josep Termes) que, en los años setenta del pasado siglo, denunciaron imprecisión y fluctuación en relación con el término nación, “proponen epígrafes que contienen la palabra nación o nacionalismo.”. La razón de esta confusión de términos hay que buscarla en que están sin aclarar los conceptos. Para Barros, de manera altamente optimista desde mi punto de vista, “el día que se le dedique al concepto de nación tanto esfuerzo teórico -marxista- como al concepto de clase o de Estado, desaparecerán los solapamientos con expresiones afines”. Mi duda gnoseológica: ¿no siguen habiendo solapamientos con el concepto marxista de clase social o con la noción de Estado?

Los elementos descriptivos de la nación que MyE manejan son los normales en las definiciones de la segunda mitad del XIX y también a principios del XX, incluyendo la de Stalin: “corresponden a regularidades empíricamente observables, con la salvedad de que nuestros autores los emplean de manera más bien genérica”. Reciben consideración de nacionales señala Barros, dando referencias al pie de página de todo ello: el territorio; la población y la raza; la lengua, la literatura y la cultura; el carácter; las clases en su ámbito y función (nación de campesinos, nación de capitalistas, nación trabajadora); el Estado, poder político que aparece como efecto y al mismo tiempo causa del proceso nacional (no aparece en todo caso como condición imprescindible para la existencia nacional). En conclusión: “territorio delimitado, población homogénea, lengua y cultura propias, carácter específico, poder político, clase dirigente o mayoritaria, historia común (de lucha contra los extranjeros y por la consolidación de un poder independiente) y condiciones económicas particulares, son los rasgos que describen externamente la nación irlandesa y en general a toda nación, según MyE”, sin que necesariamente, el matiz es importante, tengan que darse “todos ellos en todos los casos, ni de la misma forma ni en todas las épocas”. El matiz está seguramente relacionado con lo que señalaba Barros en el capítulo anterior (hemos hablado ya de ello): el carácter abierto y móvil de la aproximación marxiana al concepto. Nada que ver con la definición cerrada de Stalin, por ejemplo, que, sin atisbo para ninguna duda, sigue influyendo en la tradición.

Barros muestra a continuación, en el ejemplo irlandés estudiado por Engels (hace referencia a su inconclusa Historia de Irlanda), las menciones a la identidad nacional en momentos señalados de los siglos VIII, IX, XVIII y XIX. No me detengo en ello.

MyE, punto sin duda también importante, se valen del concepto de nación en diferentes épocas históricas. Para nuestros clásicos existen naciones antiguas (la de los griegos o romanos, naciones sojuzgadas por los bárbaros), naciones asiáticas, naciones feudales (la nación provenzal, por ejemplo, por razones culturales -lengua ilustrada, lírica-, sociales y económicas), naciones burguesas (diferenciando naciones bárbaras y naciones civilizadas, naciones capitalistas y naciones pre-capitalistas). En síntesis, desde la perspectiva analítica de Barros, MyE “consideraban la nación como un hecho histórico que se manifestaba de manera cambiante en los fundamentales modos de producción”. Las condiciones tipológicas de ese hecho histórico que se manifiesta de manera cambiante “van a depender de cada modo de producción y de las diversas condiciones de producción”.

Marx destaca la especificidad de la nación moderna creada sobre la disolución y/o fusión de las viejas nacionalidades medievales en el nuevo contexto del modo de producción capitalista. Luego entones, remarca Barros, articulan un concepto de nación, en sentido amplio, general e histórico, con otro más estricto, diferenciando con ello la nación moderna de la nación general. Pierre Vilar, señala Barros, coincidiendo con los análisis de MyE más históricos, “hizo notar las dificultades de vincular solamente la formidable estabilidad histórica de la nación con la noción de una categoría reciente ligada al ascenso del capitalismo”. También Poulantzas señaló que no cabe identificar nación con nación moderna y Estado nacional. “Hay ‘algo’ que se designa bajo el término de nación, es decir, una unidad particular de reproducción del conjunto de relaciones sociales, mucho antes del capitalismo”.

Punto crítico del autor: “Samir Amin, por otro lado, localiza la nación en los modos de producción asiático y capitalista, señalando sorprendentemente contra la posición de Marx y Engels, la ausencia de naciones en la Europa feudal; opinión muy discutible y rechazada por los medievalistas menos conservadores”. Todo lo anterior, concluye Barros, nos lleva a profundizar “en la idea de nación que subyace en las obras mayores y menores de MyE, ahora que conocemos mejor la nación-Estado que creó la burguesía , por lo demás hoy en crisis”.

Un nudo de alta tensión: la diferencia cualitativa, que Marx ya señaló, entre naciones pre-capitalistas y las capitalistas “extendió dentro y fuera del marxismo (especialmente entre juristas e historiadores contemporaneístas) una teoría reduccionista de la nación que consideramos con Marx y Engels incorrecta”, dado que solo detecta la existencia de naciones en la época del capitalismo. No es esta, como hemos visto, su posición. En consecuencia, señala Barros críticamente, se proponen nombres para las entidades pre-nacionales en dos direcciones: derivados de la palabra nación (nacionalidad, nacionalitario) o bien otros más o menos afines. Para él, el término nacionalidad como sinónimo de nación “es hijo de un periodo histórico decimonónico de formaciones de las naciones-Estado en Europa para nombrar las naciones sin Estado, siendo ahora difícilmente recuperable para significar algo realmente distinto de la palabra madre”.

(En nota señala: “En España, por ejemplo, en el artículo 2 de la Constitución de 1978 se reconoce el título de nación y secundariamente nacionalidades (históricas) para calificar Galicia, País Vasco y Cataluña, naciones sin Estado propio de origen medieval o anterior, si bien en el lenguaje político tiende a hablarse de plurinacionalidad, generalizando el término original”. Lo que afirma el artículo 2 de la C78 es lo siguiente: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Aparte de la autorreferencia (lógicamente peligrosa) a la Constitución en un artículo de la propia Constitución, resulta más que extraño que esa misma Constitución se fundamente en “la indisoluble unidad de la Nación española” que parece sostén de aquélla. No hay referencia explícita a esas tres naciones sin Estado en el redactado de este artículo, en el que, por otra parte, puede verse un reconocimiento explícito, sin indicar las nacionalidades ni regiones, de la pluracionalidad (y plurirregionalidad) de España. A título comparativo, sin  olvidar las correlaciones dee fuerzas en litigio cuando fueron elaboradas una y otra, la Constitución italiana señala en su artículo 1: “Italia es una República democrática fundada en el trabajo. La soberanía pertenece al pueblo, que la ejercitará en las formas y dentro de los límites de la Constitución.” y en el 5: “La República, una e indivisible, reconoce y promueve las autonomías locales; efectuará en los servicios que dependan del Estado la más amplia descentralización administrativa y adaptará los principios y métodos de su legislación a las necesidades de la autonomía y de la descentralización”).

El término nacionalitario, propuesto por Rodinson para evitar la definición restrictiva de nación de Mauss o Stalin, aunque válido como sinónimo de nacional, nos remite, en opinión de Barros, “al punto de partida, sin resolver la cuestión principal: explicar el concepto amplio de nación”.

En la segunda propuesta relativa a las afinidades se acude a diversas palabras (pueblo, patria, país, estado, reino, comunidad, etnia) “a fin de denotar la existencia histórica de una sociedad diferenciada con cierto grado de autoconciencia, reservando nación para los tiempos contemporáneos”.

En cualquier caso, comenta muy razonablemente Barros, la cuestión no es nominal sino de fondo: ¿por qué siempre la humanidad se ha dividido en sociedades separadas que compiten entre sí, de manera que, cita ahora a Pierre Vilar, “existe una dialéctica entre lucha de grupos y lucha de clases en la que convergen la historia clásica de los reinos y las potencias y las relaciones sociales de los hombres entre sí”? La cuestión, señala Barros, reside en investigar cómo se forma, qué características tiene, cómo se transforma y por qué desaparece y reaparece el hecho nacional, en las coordenadas fijadas por la geografía y la historia, en cada lugar, según las específicas condiciones de producción.

El terreno en este orden es considerable, “quitando quizá los procesos nacionales en la fase del capitalismo concurrencial o los nuevos estudios sobre las naciones en el tercer mundo.” En su opinión, la historiografía, atenta a la historia económica, a los conflictos sociales, cuando no a la historia événementielle, “produce escasas monografías sobre los fenómenos nacionales, y menos aún  síntesis válidas para naciones concretas o períodos históricos”. No estoy completamente seguro de la veracidad de esta última consideración en el caso de Cataluña y más si pensamos en períodos históricos recientes. No entramos en ello.

El próximo capítulo está dedicado al “Origen y desarrollo histórico de la nación”.

Primera parte: https://rebelion.org/desde-un-punto-de-vista-historico-materialista-temperado-y-documentado/