La desigualdad en Chile es estructural. En el esquizofrénico mundo del capitalismo conviven dos mundos paralelos: una opulencia faraónica frente una pobreza y degradación social en muchos casos difíciles de imaginar. En este mundo, durante el siglo XX se consolidó la idea de que un gobierno democrático y participativo, (e imaginario) burgués era el modelo […]
La desigualdad en Chile es estructural. En el esquizofrénico mundo del capitalismo conviven dos mundos paralelos: una opulencia faraónica frente una pobreza y degradación social en muchos casos difíciles de imaginar. En este mundo, durante el siglo XX se consolidó la idea de que un gobierno democrático y participativo, (e imaginario) burgués era el modelo superior de organización política. Sin embargo las organizaciones sociales constatan que a pesar de existir conexiones más variadas, instantáneas y masivas que nunca, la desinformación sobre el mundo real adquieren en calidad y cantidad un volumen y profundidad sin precedentes que permiten la mantención aparentemente inamovible del sistema imperante.
Privaciones, miseria, opresión, corrupción, hambrunas, matanzas masivas, degradación del medio ambiente, siguen siendo las banderas rampantes que caracterizan al sistema capitalista y a su brazo ejecutor imperial.
Países que logran iniciar un camino de transformaciones estructurales de su realidad económica son sometidos a una implacable guerra económica y comunicacional. Tan poderoso y penetrante es el poder comunicacional e ideológico que ha convencido a los trabajadores chilenos que pertenecen a una inasible y fantasmal clase media ligando su existencia, paradojalmente no a su condición de explotado sino a la clase que los explota y somete.
En este contexto, Chile es catalogado por las agencias económicas y comunicacionales del imperialismo como un país exitoso. Opinión que descansa en lo fundamental en un crecimiento económico dado por Producto Interno Bruto (PIB Nominal) que llega a los 285 mil millones de dólares (2013) y un PIB per cápita del orden de los 20 mil dólares. Esto significa que cada uno de los trabajadores en Chile percibe un salario mensual de un millón de pesos. Cifra esta última que está absolutamente alejada de la realidad de la mayoría de los chilenos que perciben su salario mensual en torno a un salario mínimo de 225 mil pesos (2014).
Que este crecimiento del PIB no refleje en Chile ni calidad de vida ni una economía exitosa ni sustentable, se basa en que la evidencia más significativa al respecto muestra que cuando la distribución del ingreso es tan desigual como lo es en Chile el indicador no necesariamente implica bienestar de los trabajadores; por otra parte lo más significativo de este crecimiento sigue descansando en una viga maestra que es el cobre que concentra, junto a sus derivados, casi el 60 % de las exportaciones. Producción que, no es necesario reiterarlo en su mayor parte, tiene un mínimo de valor agregado.
Este crecimiento es un crecimiento de corto plazo, anómalo, aleatorio, de mala calidad, depredador y de ganancia interminable para la burguesía.
Esto determina que haya dos mundos: uno de opulencia, ofensiva y provocador y otro que a pesar de su persistencia y dedicación no logra, en el mes, un ingreso que les permita tener satisfechas necesidades básicas en salud, educación, vivienda, recreación y cultura. Que subsiste a través de un endeudamiento infinito.
En este paraíso capitalista los trabajadores chilenos viven sometidos a dos tipos de delincuencia: aquella que proviene de los estratos altos de la sociedad, que se educó y aprendió sus trucos en el corazón del imperio aprovechando los resquicios legales y la ignorancia sobre el intrincado mundo financiero para lucrar y someter a la población a múltiples y sofisticados mecanismos de exanción.
Paralela a ella, en las poblaciones el lumpen ejerce sus dominios y miles de jóvenes sin perspectivas y aguijoneados por el consumismo desatado del sistema sucumben al dinero fácil de la droga y terminan enfermos y/o abarrotando las cárceles que no dan abasto para contenerlos. En las cárceles chilenas pululan 54 mil reclusos. La mayor parte de ellos son fruto de la desigualdad e inequidad económica. Ambos grupos someten a la población trabajadora a la extorsión, robo, abuso, sólo que para los primeros el crimen paga.
Las cifras que muestran las cifras de inequidad en Chile son abismantes, por tomar un coeficiente que entre otros mantienen la correlación con otros indicadores, el coeficiente de Gini, es de 0.503 (Recordar: 1 representa desigualdad absoluta y 0 igualdad absoluta); este valor dentro de la OCDE, es el peor. Es decir, Chile, la estrella del modelo neoliberal luego de la aplicación a sangre y fuego de la teoría de «shock» de las creaturas del imperio conocidas como «los chicago boys» y sus mentores espirituales Milton Friedman y la Pontificia Universidad Católica de Chile (Que hoy, para variar es punta de lanza ideológica contra cualquier proyecto de cambio educacional en Chile) es uno de los países con peor distribución del ingreso a escala mundial. Entre 160 países Chile ocupa el lugar 132.
Desde otro indicador el 1 % de la población obtiene el 31% de los ingresos, en otras palabras, de los 17 millones ochocientos mil habitantes, es decir, de las aproximadamente 4 millones, 500 mil familias hay 45 mil que reciben, casi todo el ingreso nacional. Son ellos los que se apropian de la mayor parte de estos fantasmales 20 mil dólares per cápita. Estas familias son los que mandan en Chile. Son los dueños de los medios de comunicación, son los que financian a sus partidos políticos, las estructuras militares y religiosas. Ellos son los que manejan lo más sustantivo de la enorme malversación de fondos públicos y contribuyen a mantener esa adherencia burguesa fiscal y política que les permite mantener y prolongar la desigualdad estructural que caracteriza a la economía chilena.
Santiago Octubre 2014.
P. Malatrassi A.es Economista y Mg. Filosofía Política
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.