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Sobre la paz en Cuba y los peligros que la acechan hoy

Fuentes: Rebelión

Cuba es en paz. La densidad ontológica de ese devenir en el que se constituye el aquí y el ahora de lo cubano, que es fuerza viva y activa de lo real, trasciende el insoportable transcurrir del acontecimiento que nos niega. La paz representa el mayor de los logros públicos y civilizatorios de la república fraguada en la revolución; más allá de cualquier otro alcance visible y extraordinario de la forja nacional de la que somos parte.

Su materialidad es el resultado de largos sedimentos culturales. Del consenso que se revitaliza entre los cubanos que son, de los que están y los que no pero son; y de la rebeldía e inconformidad irruptora de América en esta isla que prefiere rehacerse con sus propias manos y dejar atrás tristezas e incertidumbres que devoran.

Justamente porque nunca existe incondicionada o aparece de forma espontánea, sino que es una necesidad histórica, política y cultural que exige voluntad consciente para ser, la paz no oculta el cúmulo de contradicciones presentes en el tejido social cubano, las carencias también civilizatorias, visibles. No se trata de un lugar idílico en el que la vida transcurre sin nudos conflictivos, sin antagonismos, sin cosificaciones que desorbitan la existencia. Como en todo Estado, desde que existe esta institución necesaria para el desarrollo humano, hay dificultades que podrían en su ensanchamiento ulterior desarticular el sentido de la comunidad y los equilibrios que se han constituido al calor de la nación y de la revolución misma.

La paz es una virtud pública. Un bien supremo que solo encuentran las naciones cuando se asumen desde sí mismas, con sus propios referentes. Una orientación de valores que crean puntos de contactos bajo la forma de sociometabolismos de grupos humanos que logran establecer sólidas estructuras de contrabalanzas y de estabilidad devenidas síntesis orgánicas entre las diferencias, discrepancias y contrastes que se presentan casi de forma natural como expresión propia del territorio y de sus recursos endógenos. Su despliegue y permanencia es siempre irreductible a la situación opuesta o a la negación misma de la guerra. Enriqueciendo este sentido ordinario de la politología convencional, la asumimos además como una condición de fondo.

Es un estado de relaciones sociales que produce a través del orden institucional una ecología equilibrada; tranquilidad ciudadana reproductiva de habitus y prácticas cotidianas encargadas de negar la violencia sistémica y de rechazar culturalmente todo ejercicio abusivo. Es un estado explícito de la voluntad humana, proyectado en el entorno nacional-comunitario, que supera la contingencia de la incertidumbre pública y se opone a la fuerza desmedida, a los usos arbitrarios, a la irracionalidad racionalizada del poder excesivo; constituido siempre en dinámicas transversales en función de fijar, ampliar y optimizar la seguridad ciudadana.

No es casual entonces, –mirada desde esta complejidad viva- que el talón de Aquiles de los Estados modernos resida justamente en la cuestión de la paz. Es radicalmente imposible la sostenibilidad y supervivencia de régimen o sistema político alguno frente a la subversión y el deterioro permanentes de los fundamentos materiales y simbólicos encargados de garantizar esta condición necesaria para una vida plena. Ciertas y fecundas por su efectividad aunque definitivamente malsanas han sobrevenido las estrategias de los países noroccidentales, antiguas metrópolis, al incidir en este higo de la discordia, cuando pretenden reconstruir sus vínculos coloniales o establecer caos relativamente controlados para el beneficio de sus economías e intereses geopolíticos.

El equilibrio de la paz se trastoca, y con ello la paz misma, en el instante en que estos empoderados, -que conforman o se asumen entre todos como Tlazolteotl-, susurran y atizan las inconformidades y diferencias hacia el interior de los Estados contra sus pactos y ecosistemas políticos. De inmediato aparecen efectos que iluminan y dan formas precisas a sus mismas causas y a otras que aparentemente no acontecen; se crean entornos nocivos para la vida social. Libia, Siria, Venezuela, Bolivia, y Kazajistán, no son los únicos, podrían brindar amplias evidencias de este mecanismo.

Fracturar la paz en la mayor de las Antillas danzantes, aún lugar de utopías, no solo representa un objetivo definido y perceptible en los actos, discursos y omisiones sistemáticas de las administraciones sucesivas del formidable vecino del norte. Encarecer su continuidad, y sobre todo enturbiar el movimiento de vinculación causal entre el orden republicano del periodo revolucionario y la paz en la que se desenvuelve, representa un medio trascendente –y efectivo- para aniquilar el proceso civilizatorio cubano. Estrangular toda la arquitectura institucional y mental que da forma, sustancialidad y tonificación a la paz en Cuba constituye una suculenta ventana de acceso, un posible y no desdeñable canal de penetración para las fuerzas externas e internas que devienen contra sí de la república acosada por su condición revolucionaria.

Dos caminos concurren y se abren en multiplicidad de formas subversivas para sulfatar los sustratos históricos de acumulados culturales en resistencia encargados de hacer factual la paz en el más alongado archipiélago antillano. Por una parte, se encuentra el aumento y la profundización de disposiciones internacionales organizadas en una totalidad de fuerzas financieras, políticas e ideológicas, pues sería ingenuo pensar que solo se trata de un país con voluntad explícita para obstaculizarnos, que comulgan en la aspiración de eliminar las alternativas –débiles o radicales- al sistema dominante.

Estas, traducidas en sanciones y en normas vinculantes desde los poderes hegemónicos globales, violentan, se dan a la caza y capturan nuestros movimientos más primarios que nos permiten ser en el ámbito internacional. La coacción sistémica no deja casi resquicios para un desenvolvimiento pleno, para hacer uso de nuestros derechos inalienables como nación soberana. La vigilancia y el bombardeo permanentes a tales derechos, que nos rescinden a priori garantías y opciones excepcionales, se orientan hacia la fracturación de las condiciones de posibilidad que permiten en términos políticos y vitales consumarnos en paz como proyecto y sistema social.

El itinerario de negación tiende a la asfixia y obliga a una huida de las potencialidades individuales hacia un no lugar. Ello no logra disminuir el ritmo existencial del cubano, que hace de la resistencia una práctica resiliente de supervivencia civilizatoria, de búsqueda permanente ante el cierre material e inefable de lo cotidiano. Sin embargo, la existencia se inhibe por la carga opresiva que no logra controlar y que se revela siempre en la subjetividad como un gran otro intocable e inaccesible, que marca su referencialidad directa solo como incertidumbres, desabastecimientos, carencias básicas o ausencias que distorsionan lo vital. Como una hiperrealidad que sumerge y golpea en lo insoportable la reproducción consciente de lo que somos.

Aunque esta línea, -que desde el entorno global enfila contra la paz en Cuba-, se materializa a través de leyes extraterritoriales, presiones diplomáticas, sanciones fiscales que han costado multas exorbitantes, y un asedio informativo-comunicacional de proporciones inauditas, no desprecia del todo la vía de la fuerza por medio de su complejo industrial-militar establecido para el mercado de la guerra. No es casual, en este sentido, que el catedrático Jaime Suchlicki refiriéndose a Cuba despreciara por infecunda la supuesta “política parálisis” de presiones económicas de las administraciones estadounidenses, denotando la urgencia de transitar presumiblemente hacia otra política más activa e incisiva hacia la isla.

A juicio del Director del Instituto de Estudios Cubanos la opción medular se encuentra en un conjunto estratégico de cursos de acciones dirigidos esencialmente hacia el aumento del acceso de Cuba a internet y a la información del exterior; el mantenimiento de la movilización de amigos y aliados para apoyar a la creciente oposición dentro de la isla; y la posibilidad de proporcionar entrenamiento militar y armas a la oposición. El fin del régimen cubano –según sus palabras– llegará muy probablemente como resultado de una oposición violenta alentada por la ayuda militar de Estados Unidos y otros aliados (Suchlicki, 2021, p. 2). A contrapelo de estas proyecciones, la iniciativa militar no representa la más socorrida ni es la que cuenta con más adeptos, sobre todo por el costo humano que implicaría para todas las partes. No obstante, es suficientemente claro el hecho de que si flota en la mentalidad de ciertos sectores de militares, funcionarios públicos y académicos, la posibilidad de desgarrar la paz en Cuba por medio de la perforación radical de su sistema político y de la institucionalización que lo sostiene.

Por otro lado, y como consecuencia inmediata de este afluente que corroe al ser en casi todos los planos de su existencia, se encuentra otro derrotero que amenaza, también de forma permanente, contra los cimientos históricos de la paz en Cuba. Se trata en este caso de un camino que se bifurca en dos direcciones altamente tensionadas cada una por su parte pero que encuentran la singularidad en un mismo punto, concebido en su casi infinita densidad ontológica como el aquí y el ahora de la realidad política, social, económica y cultural del cubano.

Por su constitución y naturaleza esencialmente histórica, que nos alcanza, constituye y atraviesa, el primero de estos contra sí de la paz en Cuba se ubica en la no superación de lo que denominamos matriz estructural de dominación histórica. Esta contiene y da cuentas del conjunto de nexos causales que conforman las múltiples estructuras de control, vigilancia, cosificación y dominación en todo el devenir de la sociedad antillana. La nación en Cuba se funda como respuesta cultural –sociometabólica- a esta armazón de estructuras devenidas relaciones, instituciones, sentidos, normas e imaginarios que no permitían la conformación de un todo humano orgánico para sí –en el que se dignificara la condición humana como fundamento primero de la existencia- fuera del ámbito de reproducción colonial.

El racismo –también estructural- que sobrevive en las formas más disímiles, sutiles y soterradas, el rechazo absoluto casi sin excepción de las prácticas y valores no heteronormativos, la intolerancia radical ante la diversidad ideológica, la discriminación y el desamparo institucionalizados a las formas no hegemónicas de creencias y la desatención sistemática a las regiones más distantes del centro económico capitalino, forman parte y tienen su origen justamente en la sociedad colonial. El cúmulo articulado entre estas prácticas, el imaginario y la institucionalidad que la sostiene en sus más variadas manifestaciones es lo que asumimos como matriz estructural de dominación histórica. Esta categoría, que emerge de la sociedad y de la historia, alcanza status filosófico por su universalidad, sobre todo por su incidencia nociva en la reproducción existencial de la vida. Sirve además, por su carácter transversal, para el análisis de las contradicciones fundamentales de la sociedad cubana en su evolución, concebida esta última como un todo no disociado entre sus partes y periodos.

La matriz estructural de dominación histórica en Cuba surge en el contexto de una economía esclavista que soporta y nutre, por medio de un sistema institucional jerárquico abominable, las exigencias globales del mercado y la industria capitalista, bajo un manto ideológico feudal de pequeña comarca. En esa heterogeneidad, responsable de definir el origen de las especificidades biopolíticas y psicopolíticas de la sociedad colonial antillana, se originan todas las formas de cosificación que asfixian lo humano en el apartado cubano del mundo. Estas expresiones, que constituyen potenciales detonantes para provocar una situación de degradación de la paz en la isla, han tenido en cada momento histórico sus comportamientos específicos, sus componentes, escalas, y formas diversas de articularse entre ellas.

Sin embargo, lo que permanece a lo largo de sus despliegues es, en lo fundamental, y eso le brinda sentido de estructura, una restitución y reacomodo en sus esquemas dominantes. Se actualizan y reconfiguran pero no desaparecen. Por lo general, a raíz de la departamentalización disciplinaria y de la especialización que trae consigo resultado del canon hegemónico de un positivismo vigilante que encorseta el pensamiento, cada una de estas problemáticas se han analizado como trayectorias independientes, autónomas y aún más, despojadas de sus intersecciones, de sus amarres y determinaciones profundas resueltas en el cúmulo de relaciones sociales. En consecuencia, parceladas, desnudas de la realidad que consuma su compleja composición histórica.

El encargo de las ciencias sociales –y de ahí su crisis actual- se ubica justamente en develar este entramado de tejidos. Exponerlo, trascender su fenomenología inmediata resuelta en lo cotidiano. Crear las condiciones proactivas de entendimiento para recomponer –hacer visible- su emergencia entre lo real y lo imaginario a partir de los modos en que la reproducción social lo arraiga y erige como revestimiento de las entidades de poder y en núcleos valorativos que nos aprisionan permanentemente. Es de vital relevancia explicar en profundidad los flujos de prácticas y de sentidos, encargados de coproducir la matriz, que van de las dinámicas espontáneas constituyentes de lo social hacia las expresiones formales más estrictas y superiores, en tanto redes institucionales que conforman el tejido Estado-gubernamental.

Luego, desentrañar los modos en que la estructuración de consensos y los usos sublimados de la violencia, a través de los canales, instrumentos y reflujos ideológicos del Estado, retorna a la sociedad aquellas prácticas y sentidos bajo el aspecto de necesidad en directrices que establecen y organizan la propia matriz de dominación estructural. Ignorar o evadir esta realidad histórica en el presente implica desconocer las posibles y más efectivas vías de solución definitivas. Más aún, omitir o aparentar la no existencia de esta matriz en la actualidad no supone su ausencia. Contribuye a fijarla, a sostenerla. Lo que no se conoce no puede ser definido, entonces la exactitud se disuelve, -a contrapelo de lo que advertía el Presbítero Varela-, y la posibilidad de transformar lo real se desmigaja en fisuras que niegan y obstaculizan ir más allá de lo dictado por la pobre y homicida imaginación burocrática. Lo vital inmediato acontece entonces como incapacidad incorporada de trascender el desamparo, como una caída que nos atraviesa sin tiempo y sin horizonte de finitud.

Nada escapa, en la realidad social cubana, en tanto síntomas y fundamentos de cosificación o de autolimitación, al despliegue de esta matriz de enajenación múltiple. Desde una racionalidad que se transfigura en resignación y legitima –justifica- la eficiencia de la ineficiencia; el abandono de nuestras desdichas hacia aquel gran otro externo, supremo, allende los mares; la obstinada permanencia de la vagancia, disfrazada de cierto hedonismo subalterno, en todos los niveles del plexo social; hasta la necesidad históricamente autoproducida de la contingencia, casi como una autoflagelación, en tanto escape ante lo insoportable pero que devuelve insospechadamente hacia otro estado de lo insoportable, representan expresiones que se interconectan, determinan y superponen dentro de la totalidad concebida por la matriz estructural de cosificación histórica.

Esta no sólo expresa el cúmulo de contradicciones civilizatorias profundas que ha reproducido y cultivado la realidad cubana en el plazo de cinco siglos. También descubre en la trascendencia del juicio el alcance que hacia el interior de lo humano produce. El nexo entre la realidad, que se muestra bajo la apariencia de lo inamovible, y la subjetividad individual y colectiva que desafía ante aquella un sentido para su existencia o una evasión que comulga con la muerte. Está condenado a morir un pueblo en que no se desenvuelven por igual la afición a la riqueza y el conocimiento de la dulcedumbre, necesidad y placeres de la vida (Martí, 1972, p.283).

La dimensión de esta idea no está sujeta solo a su universalidad por ser susceptible a constatarse en todos los periodos evolutivos de cualquier sociedad compleja. Ello se debe, además, por la conexión estructural que existe entre el contexto de la realidad cubana en la que se origina –y para la que se dispone-, y la realidad cubana actual. La advertencia expresa un sentido de necesidad que nos enlaza sin lugar a dudas y que nos hace partícipes de una comunidad que permanece inacabada, constituida como ausencia no discontinua. Pero no solo como ausencia de riqueza, del conocimiento de la dulcedumbre, las necesidades y los placeres de la vida.

Sino como ausencia de sentido y de prácticas en torno al equilibrio necesario entre estos núcleos que aparecen como condición sine qua non para la producción social de una vida digna, plena. Las relaciones humanas en las que se despliega a lo largo del espacio vital cubano esta ausencia –que nos condena- entretejen la matriz estructural de dominación histórica. De ahí la urgencia de poseer(la) –a través del conocimiento exacto de sus causas, tendencias y manifestaciones fenoménicas para buscar en y desde sí- los recursos necesarios que demandan su superación. Para hacer de esta posesión un uso que contribuya a conformar un ser humano no mutilado, una realidad que continúe haciendo de la paz una de sus pilastras irreductibles.

Por su parte, el segundo contra sí, estrechamente conectado con este, que se prefigura como una vulnerabilidad potencial para la continuidad de la paz en Cuba, adquiere relevancia y materialidad esencial como causa de la esfera –actuación- tecnológica del gobierno. Inmerso en este complejo sistema de relaciones sociales en el marco del proyecto republicano de una sociedad socialista, el gobierno se enfrenta al desafío no solo de solventar las urgencias inaplazables de la población. A su gestión inmediata se le adhiere el encargo histórico de brindar soluciones definitivas a las demandas civilizatorias, casi ignoradas, en el plazo de cinco siglos. Está obligado a dejar de ser parte de las estructuras que afianzan la matriz de dominación, sin dejar de ser parte de la sociedad y de responder a una jerarquía de valores orientada al ejercicio deliberado de la libertad que se renueva en cada generación.

Pero esta misión histórica, que implica el nexo de la utopía, como sistema de referencias posibles, con el despliegue efectivo y racional de las administraciones públicas, se lleva a la práctica bajo uno de los asedios más espantosos que gobierno alguno haya conocido en la historia política de la humanidad. A las dificultades culturales, explicitadas en limitaciones propias en torno a nuestros modos de hacer y de concebir la gobernanza por la permanencia y hegemonía de múltiples herencias perjudiciales contenidas por la matriz, se le adhiere un acoso económico que mata casi toda germinación y por tanto no nos permite cuajar, planteado anteriormente.

La intención explícita es provocar un entorno que estrangule las instituciones gubernamentales. Para ello es preciso constituir la imagen de un mal gobierno que se manifieste y reproduzca en la incapacidad de resolver las necesidades básicas; en la insensibilidad e ignorancia de las causas de las contradicciones más profundas; en la miseria de sus alternativas; y en el desprecio e irrespeto hacia lo público como entidad-espacio constituyente de poder en la realidad socialista de la sociedad antillana actual. Se aspira a que con la articulación y enrevesamiento de estas coordenadas emerja un desfasaje –aparentemente natural- de los tiempos, las energías, las prioridades, las perspectivas, e incluso de las estéticas al uso, entre la sociedad y el gobierno.

El desfasaje produce dos narrativas distintas en permanente lucha simbólica por encontrarse, por atravesarse, por sintetizarse en una misma totalidad orgánica. Pero la búsqueda del otro-necesario aparece como un proceso desgarrador que alcanza materialidad bajo el aspecto de una formalización residual de la vida pública con tendencia a distorsionarse, en estas circunstancias, o por exceso o por defecto. El de Cuba es un gobierno presionado por todas partes. Presiones externas, infecundas, desleales, injustas, oportunistas, miserables, inoportunas, traicioneras, a destiempo, de larga duración, necesarias, atinadas, legítimas, y adecuadas, pero siempre profundas.

Sin la posibilidad de replicar experiencias de otras latitudes –o inventamos o erramos (Rodríguez, 2004, p. 138), esta puede devenir también como otra condena-, con una perspectiva tradicionalista de gobernanza jerárquica y con cada vez más escasos recursos a su disposición, aumenta considerablemente la franja de obstáculos que producen inoperancia tecnológica e ineficiencia administrativa a largo plazo. Pero la intención del gran otro es contribuir a configurar una oposición radical entre las dos narrativas con el fin de hacer irreconocible –extraña, ajena- la agenda de gobierno para la sociedad. Una vez allí la aniquilación de la paz devendrá exhalación inevitable por la ausencia implantada de estrategias para liberar el cansancio tanto del gobierno como de la sociedad.

La clave de lo que acontece entonces es lograr un ciudadano mutilado, incómodo, reactivo, insatisfecho, desmemoriado, iracundo, deficitario, polarizado y volátil. Pero sobre todo, hacer patente que la única causa de tal estado –casi esquizoide- se ubica en la ineficacia y el desbordamiento gubernamental amparado por un proyecto civilizatorio presumiblemente obsoleto, inviable e incompatible con el ser humano. Un ciudadano desnudo, maniatado y desmigajado es el agente activo –primigenio- del desgobierno. La piedra angular de toda situación orientada a sacrificar la paz, el bienestar público y el orden institucional.

Por ello, en el estado de socialismo republicano las contradicciones se magnifican y devienen más críticas en el tejido de la institucionalidad. En la medida en que ese entramado se aproxima cada vez más al aparato de gobierno el cúmulo de contra sí ante el propio sistema se hace más nítido. Es en el gobierno entonces, donde se agolpan y concentran, casi como epicentro gravitacional, el sistema de tensiones que en potencia podrían llegar a destruir los equilibrios del sistema político y social alcanzados por el proceso revolucionario y los fundamentos necesarios para reproducir la paz y el buen vivir. De la capacidad de respuesta, de previsión y de anticipación proactiva que logre cultivar y formalizar institucionalmente la gobernanza pública, dependerá el bienestar ciudadano, la felicidad privada, la prosperidad pública y el mejoramiento de la paz alcanzada. Sin embargo, el reto mayor se encuentra en el hecho de que el gobierno por sí solo no tiene el alcance –ningún gobierno lo tiene- de establecer estrategias para responder a las demandas y presiones cotidianas, necesita del concurso deliberado del ciudadano y de sus incalculables potencialidades.

Referencias bibliográficas

Martí Pérez, J. (1972). Maestros ambulantes. Antología Mínima. (Edit.) Álvarez Tabío, P. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Rodríguez, S. (2004). Inventamos o erramos. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.

Suchlicki, J. (2021). Lo que quizá funcione en Cuba, y lo que no. Artículo de Opinión. El Nuevo Herald. https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article256070457.html#storylink=mainstage Consultado el 25 de noviembre de 2021 8:16 AM.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.