Recomiendo:
0

Sobre Marx, Darwin y el darwinismo

Fuentes: Rebelión

Darwin es uno de los grandes científicos de toda la historia. Para Isaac Asimov, junto con Einstein, Galileo y Maxwell, el segundo, tras el autor de los Principia. Manuel Sacristán escribía sobre él un breve texto para un calendario editado por un colectivo de médicos socialistas y antinucleares en 1985, poco antes de morir. Una […]

Darwin es uno de los grandes científicos de toda la historia. Para Isaac Asimov, junto con Einstein, Galileo y Maxwell, el segundo, tras el autor de los Principia. Manuel Sacristán escribía sobre él un breve texto para un calendario editado por un colectivo de médicos socialistas y antinucleares en 1985, poco antes de morir. Una breve nota: «Naturalista inglés, fue el primero en establecer la teoría de la evolución. Declarado inepto para la escuela médica, reorienta sus inquietudes. En 1831-36 realiza sus expediciones a las islas atlánticas y recoge sus experiencias centradas ya en la idea de la fijación de las especies. La lectura de la teoría de la población de T. R. Malthus le impresiona profundamente. En 1859 publica su On the Origin of the Species. La edición completa de 1.250 ejemplares fue vendida el mismo día de su puesta en el mercado. Inaugura una nueva era del pensamiento científico y filosófico. Con su demostración del carácter fortuito de las variaciones, explicables satisfactoriamente de forma científica, pone en entredicho el designio providencial como principio de orden en la naturaleza. Influenciado por Malthus, Linneo y Lamarck, fue el primero en señalar las leyes del éxito y del fracaso de las nuevas formas y empañó la imagen de una naturaleza buena».

 

Engels, el autor del Anti-Dühring, fue una de las personas que adquirió uno de esos primeros 1.250 ejemplares de la edición. Unas de las peligrosas ideas de Darwin fue expresada por Daniel C. Dennett del siguiente modo: «[…] parecía obvio, quizás una verdad de la lógica, que debería haber existido o un primer ser vivo o una infinita regresión de seres vivos. Naturalmente, no era ni una ni otra alternativa y la solución darwiniana estándar, con la que nos volveremos a encontrar una y otra vez, era ésta: en su lugar describimos una regresión finita, en la que la maravillosa propiedad buscada -en este caso la vida- se consiguió a través de leves, quizás incluso imperceptibles, rectificaciones o incrementos. He aquí la forma más general del esquema de la explicación darwiniana. La tarea de salir de los primeros tiempos -cuando no había ninguna x- hasta alcanzar el tiempo posterior -cuando había grandes cantidades de x- se completa con una serie finita de pasos en los cuales llega a ser cada vez menos claro que «realmente aquí todavía no hay ninguna x», a través de una serie de pasos «discutibles», hasta que, eventualmente, nos encontramos a nosotros mismos en pasos en donde es bastante obvio que «por supuesto hay una x, muchas x». Nunca trazaremos líneas». Brillante, como suele ser Dennett, la formulación se aproxima a la «ley dialéctica» de la transformación de la cantidad en cualidad.

Salvando las enormes distancias, el darwinismo, como el marxismo o el positivismo por ejemplo, no es una tradición científico-cultural homogénea. Más bien lo contrario. El gran historiador italiano Valentino Gerratana, el editor de los Quaderni, hablaba de ello hace más de 40 años en un artículo titulado «Marxismo y darwinismo» que tradujo al castellano Francisco Fernández Buey, el coeditor de la colección «Hipótesis» para Grijalbo: «[…] Darwin y no Marx, quien domina la escena cultural influyendo en todos los sectores de la misma. Cierto es que la profundad de esta influencia no guarda relación con su extensión: el darwinismo es ante todo una atmósfera cultural que se difunde en todas las direcciones coloreando las tendencias más distintas e incluso opuestas. Así, por ejemplo, socialistas y antisocialistas, demócratas y reaccionarios, serán durante aquellos años igualmente darwinistas y se establecerán entre ellos largas disputas para dilucidar quién lo es con mayor legitimidad. No sólo la mayoría de los naturalistas, sino también filósofos y literatos, sociólogos y artistas, se nutrirán de aquella doctrina y se sentirán sugestionados por ella directa o indirectamente» [1]. O la mayoría de pensadores políticos, sean del signo que sean.

Sergio de Castro Sánchez ha entrevistado para Diagonal, y rebelión lo ha editado recientemente [2], a Máximo Sandín [MS], autor de Pensando la evolución, pensando la vida. «La visión darwinista de la condición humana es una justificación del statu quo». Esta es una de las tesis que defiende el entrevistado, la entradilla de la entrevista. Castro Sánchez señala igualmente que el autor «ha denunciado la vinculación del darwinismo con una visión de la vida impuesta por el poder económico».

No creo exagerar si afirmo que no me he sentido cómodo con casi ninguna de las líneas de la entrevista. No pretendo dar cuenta ahora de todo mi desasosiego, empezando por la primera respuesta a la pregunta sobre la base científica del darwinismo. La consideración de MS: «Se ha escrito tanto y se han inventado tantas historias y mitologías al respecto que esto que voy a decir va a resultar difícil de asumir, pero sólo es cuestión de dejar de leer libros «sobre Darwin» y leer directamente sus libros». Concretamente el gran clásico darwinista. Una de las tesis centrales de MS, tomen asiendo, es la siguiente: «La base científica, experimental o empírica de «Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia», verdadero título de la obra de Darwin es absolutamente inexistente». ¿Inexistente? ¿Absolutamente inexistente? La afirmación casa mal, muy mal, con posteriores reflexiones de MS en la entrevista y con una posición anunciada por el propio Darwin que puede observarse al leer «directamente sus libros», el que habla sin hablar del origen de las especies: «(…) Si se demuestra que existe cualquier organismo complejo que posiblemente no había sido formado por numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones, mi teoría quedaría absolutamente destruida».

La idea de la selección «natural» la obtuvo Darwin, prosigue MS, de la observación -insisto para apuntar una inconsistencia: observación- y lecturas sobre las actividades de criadores de animales y plantas y su concepción de las relaciones entre los seres vivos, la «lucha por la vida» y la «supervivencia de más apto» provienen de Malthus y Spencer, dos individuos muy desagradables, discípulos de Adam Smith, que veían la proliferación de los pobres como una amenaza para su bienestar. Dejo para otra ocasión lo de la influencia de Malthus y Spencer, muy rara esta última porque parece más bien que a la inversa, pero la primera parte de la afirmación parece indicar dos cosas: que Darwin hizo observaciones, que el trabajo empírico no estuvo alejado de su trabajo teórico, y que no hay aristocraticismo epistemológico en sus consideraciones e investigaciones: un naturalista de «clase alta» influenciado por las actividades, que observa y anota, de campesinos, de criadores de animales y plantas.

En otros momentos de la conversación, MS responde a preguntas sobre el darwinismo actual, que no es el de Darwin – «El darwinismo actual no se sabe exactamente lo que es» (sic), afirma sin más preámbulos-, sobre las causas del éxito del darwinismo tanto entre la «elite científica» (sic) y entre los no especialistas -«parece claro (sic) que el arraigo de la «fe» (porque eso es lo que es) en el huxleismo (hablemos con propiedad) es producto del adoctrinamiento que los biólogos reciben en las universidades [MS es profesor universitario] (han creado un mito de la figura de Darwin que no se corresponde, ni de lejos, con la realidad) (sic)-«, señalando por otra parte que «Y aquí quiero mencionar otro hecho histórico, al parecer, poco conocido. A partir del final de la segunda guerra mundial los grandes magnates mundiales, pero especialmente los Rockefeller, por medio de Universidades y Fundaciones creadas por ellos asumieron gran parte del control de la investigación biológica». ¿Y qué importa, o qué aporta realmente sobre la validez epistémica de una teoría, que Rockefeller, Gates o Amancio Ortega «controlen» la investigación biológica? ¿Se descalifica con ello la biología o las bondades gnoseológicas, sin más consideraciones posteriores, del darwinismo? Es raro, muy raro, y la historia de la ciencia está llena de ejemplos que pone en serias dificultades esa «tesis».

La explicación del supuesto arraigo popular del darwinismo no tiene desperdicio y, desde luego, es poco sensible frente a la sabiduría ciudadana y sus deseos de ilustración: «En primer lugar, «porque lo dicen los científicos y los medios de comunicación», en segundo lugar, porque es una explicación de la evolución muy simple, que todo el mundo puede entender (aunque en realidad es de una complejidad inimaginable). Todo el mundo se siente capacitado para hablar de evolución. En tercer lugar, porque la visión darwinista refleja la «realidad» del sistema económico, lo que no es extraño porque está basada en conceptos económicos-sociales. «La vida es así, son leyes de la naturaleza» y, finalmente, por la confusión que los mismos darwinistas han introducido con el falso debate (porque los científicos no tiene nada que debatir sobre esas cosas) con los creacionistas para reforzar su postura de «defensores de la ciencia», convenciendo a muchos de que el que no es darwinista es creacionista».

MS no resiste la tentación de citar textualmente a Karl Marx, «del que no se puede decir que fuera precisamente simple, en una carta a Engels, después de leer con atención el libro de Darwin que, inicialmente consideró positivamente como explicación «materialista» de la Naturaleza». La carta citada del que fuera casi vecino de Darwin: «Es curioso ver cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su sociedad inglesa, con la división del trabajo, la concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las ‘invenciones’ y la ‘lucha por la vida’ de Malthus. Es el bellum omniun contra omnes de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de ‘reino animal intelectual’, mientras que en Darwin es el reino animal el que representa a la sociedad burguesa» (Marx-Engels Correspondence 1862 Source: MECW Volume 41, p. 380).

Pero hay otras cartas. Esta por ejemplo, errada en mi opinión, es de 1861: «El libro de Darwin es muy importante y me convence como fundamento científico-natural de la lucha de clases histórica. El precio que hay que pagar, naturalmente, es la grosera manera inglesa del desarrollo. Pese a todas sus insuficiencias, aquí no sólo se da el golpe mortal a la «teleologia» en la ciencia de la naturaleza, sino que también se expone el sentido racional de la misma» (MEW 30, p.578).

Esta otra es de ocho años después. Una carta a su hija Laura y a su yerno Paul Lafargue: «Partiendo de la lucha por la vida en la sociedad inglesa -la guerra de todos contra todos, bellum omnes contra omnes-, Darwin ha sido llevado a descubrir que la lucha por la vida es la ley dominante en la vida «animal» y vegetal. Pero el movimiento darwinista, por el contrario, ve en ello una razón decisiva para que la sociedad humana no se emancipe nunca de su animalidad» (Marx a Laura y Paul Lafargue, 15.2.1869; MEW 32, p. 592). Remarco: el movimiento darwinista. Ya entonces.

Manuel Sacristán escribió unas notas sobre esta última carta: «1. a) Marx admite que la génesis de la idea de Darwin no empece a su acierto; b) Distingue tácitamente entre ciencia y política; c) Rechaza tácitamente la inferencia ab esse ad debet; d) Texto de mucha importancia para mostrar que es un error imputar a Marx economicismo. El esquema mental es el mismo: hay papel activo de la cultura, de la artificialidad. Más, en general, concepción de la relación hombre-naturaleza. 2. El texto documenta, por una parte, el límite del naturalismo de Marx. Por otra, un efecto bueno del hegelismo, que (?) pensar por «Aufhebung». Consiguientemente, el indeterminismo».

También tiene interés este fragmento de Teorías sobre la plusvalía: «Darwin no vio en su excelente obra que derrocaba la teoría de Malthus al descubrir la progresión «geométrica» en el reino animal y el vegetal. La teoría de Malthus se basa precisamente en que compara la progresión «geométrica» de los seres humanos según Wallace con la quimera de la progresión «aritmética» de los animales y las plantas. En la obra de Darwin, por ejemplo, a propósito de la extinción de especies, se encuentra también en detalle (prescindiendo de su principio fundamental) la refutación histórico natural de la teoría de Malthus» (MEW 26.2, p. 114). Sacristán anotó: «Su interpretación de Darwin refuerza naturalmente lo fatal de su esquema dialéctico-progresista. Notar que no se refiere ni a las aguas, ni al aire, ni al subsuelo, como es natural en su época».

Sea como fuere, la historia entre ambos, entre Marx y Darwin puede resumirse así con algunas simplificaciones.

Marx, que cuando residió en Londres con su familia vivió en algún momento a unos 30 kilómetros del domicilio del autor de El Origen de las especies, le hizo llegar la segunda edición de El Capital con una dedicatoria: «A Mr Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx». Éste le contestó, en octubre de 1873, agradeciéndole el envío y admitiendo que «deseo profundamente que fuese más merecedor de haberlo recibido si entendiese más del importante y profundo tema de la economía política. Aunque nuestros estudios han sido tan diferentes, pienso que ambos deseamos sinceramente la ampliación del conocimiento, y que ello, a largo plazo, contribuirá a la felicidad de la humanidad».

La historia parecía acabarse aquí. Pero, en 1931, la revista soviética Bajo el estandarte del marxismo publicó una carta de Darwin, de octubre de 1880, en la que éste, después de agradecer un envío -«Le agradezco mucho su amable carta y los demás documentos que contenía…»-, señalaba a su corresponsal que preferiría que «la parte o el volumen no estuviese dedicado a mi (aunque le agradezco la intención de honrarme) ya que en cierto modo implica mi aprobación de toda la publicación, sobre la que no conozco nada».

La redacción de la revista soviética conjeturó, con riesgo indudable pero muy plausiblemente, que el destinatario de la carta de Darwin era Marx. Berlin, en su estudio sobre Marx de 1939, señaló, basándose en esta carta, que el autor de El Capital quería dedicar a Darwin la edición alemana original. Francis Wheen –Karl Marx. Editorial Debate, Madrid 2000, p. 336- ha comentado que Berlin «(…) pasó por alto completamente el hecho de que El Capital -con su dedicatoria a Wilhelm Wolff- apareció en 1867, nada más y nada menos que treces años antes de que supuestamente Marx le ofreciese «el honor» a Darwin».

Desde la segunda guerra mundial, casi todos los autores que se han aproximado a este asunto han aceptado el rechazo por Darwin de la dedicatoria propuesta, difiriendo en el volumen que Marx pretendía dedicarle. McLellan, por ejemplo, señaló que Marx «deseaba dedicarle el segundo volumen de El Capital» (Karl Marx. Su vida y sus ideas, p. 488). Gerratana, en el estudio citado sobre «Marxismo y darwinismo» sostenía una posición idéntica si bien advertía, muy prudentemente, que «no se ha podido encontrar la carta de Marx, por lo que falta algunos datos esenciales para aclarar por completo el significado de ese interesante episodio», señalando una posible interpretación: «Muy probablemente el sondeo realizado por Marx tenía un objeto menos contingente: la posibilidad de establecer en el campo científico las relaciones entre darwinismo y socialismo, en el caso de que hubiera sido aceptada por Darwin, habría liquidado definitivamente la polémica bizantina que se estaba desarrollando durante aquellos años y que iba a continuar desarrollándose durante algunas décadas con igual superficialidad por parte de naturalistas y de socialistas». (p. 123).

Finalmente, Sholomo Avineri (The Marx-Darwin Question: Implications for the Critical Aspects of Marx’s Social… Warren International Sociology.1987; 2: 251-269), sugirió que los recelos marxianos sobre la aplicación política del darwinismo hacían impensable una oferta sincera. La dedicatoria de El Capital a Darwin había sido, con seguridad, una mera broma.

Basándose en la investigación de la reconocida estudiosa de la obra de Darwin Margaret Fay -«Did Marx Offer to Dedicate Capital to Darwin?: A Reassessment of the Evidence». Journal of the History of Ideas, Vol. 39, No. 1 Jan- Mar, 1978, pp. 133-146-, Wheen ha apuntado una explicación muy diferente. La carta de Darwin no fue enviada a Marx sino a Edward B. Aveling, el compañero de Eleanor Marx, hija de Marx y Jenny von Westphalen, quien en 1881 había publicado The Students´Darwin. Fay descubrió entre los papeles de Darwin una carta de Aveling de 12 de octubre de 1880, unida a unos capítulos de muestra de su obra, en la que después de solicitar el apoyo o el consentimiento de Darwin a su trabajo, añadía: «Me propongo, dependiendo de nuevo de su aprobación, honrar a mi obra y a mi mismo dedicándosela a usted». ¿Por qué entonces la carta de Aveling había terminado en el archivo de Marx? Porque Eleanor Marx y el propio Aveling, después del fallecimiento de Engels, habían sido los depositarios del legado marxiano, mezclándose por error los documentos de uno y otros.

Así, pues, la atribución de la citada carta a Karl Marx es falsa con toda probabilidad, pero la hipótesis sobre su autoría fue una razonable conjetura extendida y aceptada en tradiciones y publicaciones marxistas (y no marxistas).

Sea como fuere, la relación Darwin-Marx no puede reducirse en absoluto a una condena de la obra del primero por parte del revolucionario de Tréveris, de un filósofo expulsado de las instituciones que tenía a Espartaco y Kepler como referentes de rebeldía.

Notas:

[1] Valentino Gerratana, Investigaciones sobre la historia del marxismo I, Hipótesis-Grijalbo, Barcelona, pp. 97-145, traducción de Francisco Fernández Buey.

[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130930

[3] En carta personal, magnífico en mi opinión, Manuel Martínez Llaneza, 24 de junio de 2011, sostenía: «En este momento, mi conclusión provisional es que el darwinismo es un avance científico indudable, una de las contribuciones más importantes de los últimos siglos, más espectacular todavía si se tiene en cuenta que Darwin no conocía los cromosomas ni el ADN, pero que su campo de explicación está limitado y deberá integrarse en una biología más amplia. Esto no es arrumbarlo, porque la ciencia no procede así: nadie ha echado al cesto de los papeles a Arquímedes ni a Newton. Ni a Linneo, pese a que su mayor aportación conceptual -el concepto de especie- fue cuestionada al poco tiempo de ser formulada, precisamente por Lamarck. Sin embargo, el hecho de que Linneo hubiera ligado el concepto de especie a las características sexuales y reproductivas fue un avance tan gigantesco -creó una ciencia, con nuestro José Celestino Mutis- que justifica su consideración como uno de los grandes de la ciencia (aparte de la ingente actividad de descripción, taxonomía y organización que hizo). Del mismo modo, la aportación del darwinismo no puede infravalorarse, pero tampoco pensar que su marco encierra todo el futuro desarrollo de la biología. Hay serias dudas sobre la suficiencia de esta teoría para justificar la velocidad de ciertos cambios y los conocimientos epigenéticos parecen demostrar que, si bien los genes son insensibles al aprendizaje -no a los accidentes- hay otros elementos de control que sí lo son. Parece que Darwin había visto cómo funciona la máquina y qué efectos produce, pero se le habían escapado muchos elementos de su programación (verlos hubiera sido superciencia o milagro)».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.