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Sobre Salud Hernández Mora

Fuentes: Rebelión

Hay páginas que irritan especialmente. Confluyen en ellas demasiados factores de perversidad, como para que haya que respetarlas más allá de la justa tolerancia que la vida civilizada manda tener con la opinión del otro. Es lo que ocurre con las del ex vicepresidente Francisco Santos desde la época en que fungía como incitador y […]

Hay páginas que irritan especialmente. Confluyen en ellas demasiados factores de perversidad, como para que haya que respetarlas más allá de la justa tolerancia que la vida civilizada manda tener con la opinión del otro. Es lo que ocurre con las del ex vicepresidente Francisco Santos desde la época en que fungía como incitador y determinador de la creación del Bloque Capital del grupo narcoterrorista AUC-, páginas en las que justificaba políticamente tan macabra organización. O con las que legitima el acto de ferocidad más ominoso cometido por el Estado y el establecimiento colombiano, el fríamente calculado exterminio a sangre y fuego del movimiento político Unión Patriótica. Y más recientemente, cuando en una página que avergonzaría y tal vez no firmaría un Goering en la Alemania que sabemos ni un Videla en la Argentina del horror, este ex vicepresidente miembro de la familia más poderosa y acaudalada del país y en tal calidad defensor de las bondades de nuestras «instituciones democráticas» que lo ha honrado con toda clase de privilegios, clama para que «la guerra» la puedan hacer los militares sin absolutamente ninguna responsabilidad penal ni disciplinaria por las atrocidades y crímenes contra la humanidad que en virtud -más bien en excusa -de «la guerra» cometan contra la población civil. 

Lo anterior lo dice el ex vicepresidente a propósito de la atroz injusticia de la que tanto se duele la extrema derecha, los miles de militares encausados por miles de crímenes de jóvenes pobres, inermes e inocentes, asesinados a sangre fría por desalmados militares que eran objeto de condecoraciones, ascensos y reconocimiento por cada uno de esos «guerrilleros dados de baja». Y lo repudiable del episodio que a la abismal mayoría de colombianos indigna y estremece por la degradación a la que llegaron los hombres a quienes la república entregó sus armas para que la defiendan, a los Pachito Santos a los Londoños Hoyos, a los Ernestos Yamhure, a los José Obdulios, les arruga el alma y contrita el espíritu. Pero cosa significativa, por la injusticia de que se castigue al verdugo.

Decíamos entonces que hay opiniones que afrentan el sentido de la justicia, de la moral y del derecho, lo cual no es óbice para que cínicamente, quien las expone lo haga invocando posiciones éticas, justicieras y validadoras del Estado de Derecho. Esas opiniones entonces, hay el derecho y el deber de no respetarlas. No solamente el insulso no compartirlas. Hay que denunciarlas y desenmascararlas como agenciadoras de un estado de cosas inicuo que veja la justicia, degrada la moral y hace irrisión del Estado de Derecho que sabido tienen, no es más que comodín para en su nombre reprimir la inconformidad contra la dominación que bajo tal fachada ejercen las élites. Claro, no se puede atacar muy fuerte esas opiniones porque los concernidos desde sus almenas en los medios de comunicación denuncian un ataque a la libertad de prensa, una coerción al sagrado derecho de opinar, único derecho absoluto, intangible, total, indiscutible. Mucho más que el de la vida, la libertad y el derecho a no ser asesinado, torturado ni desaparecido que se pueda predicar de los demás, apenas simples mortales.

Estas reflexiones, nacidas de las columnas de los personajes mencionados, tan llenas de odio contra el humilde que reclama, contra el opositor que alza el puño y deja oír su voz. Opiniones cuya delectación por la mentira anonada. Y también a propósito de las de otro personaje cuyo acíbar resulta verdaderamente irritante por muchas razones. Primero, porque se trata de una extranjera -de oscuro pasado en España aseguran-, que sin recato ni pudor con el suelo que la acogió, destila rencor contra las personas, partidos e instituciones que no son de su agrado. A propósito: ¿y a santo de qué lo tendrían que ser? Pero lo más grave de esta émula de Francisco Pizarro, de esta versión no mejorada del tirano Lope de Aguirre, es que con una insolencia que ofende en un connacional pero ultraja en un extranjero, exige y ordena furioso castigo contra los que resultan destinatarios de sus denuestos.

Véase si no la última salida de esta extranjera Salud Hernández a la que algún papel sellado con lacres de cancillería declara colombiana, pero sin que eso le ponga un ápice de nuestros sentimientos ni de nuestra historia, menos de nuestros pesares. En su columna de El Tiempo del 29 de julio de 2012, son Piedad Córdoba, el Partido Comunista Colombiano, la Marcha Patriótica, el Partido Liberal, la Federación Sindical Agropecuaria FENSUAGRO y sus afiliados Efraim Mendoza y Ricardo Toscano, la exterminada Unión Patriótica, la Corte Suprema de Justicia y ¡válgame Dios!, hasta el presidente Santos, los objeto de sus ataques. Sólo aparecen reconocidos mediante un gambito astuto, sus pares y amigos los paramilitares.

Porque lo malo entre las muchas cosas malas que se podrían decir de esta Salud Hernández, es que hace algunos meses se demostró con prueba incontestable, que Salud Hernández Mora era amiga y ficha del, así jamás lo diga la gran prensa, con ventaja y sin comparación más brutal criminal que haya existido en la historia de la república: Carlos Castaño Gil. Y no amistad, ni ficha en cosas que podrían ser, sin mancharla en demasía. Lo era en cosas que constituían -sobre todo en ese momento-el alma del paramilitarismo: lavar su imagen y la de su organización en los medios de comunicación de más penetración en influencia en la opinión nacional, en cuyas páginas y ondas hertzianas se desempeña la Hernández.  

Por menos, muchísimo menos de lo acabado de señalar, la Corte Suprema y la justicia han vuelto añicos prestigios, carreras, poderes y posiciones, y han mandado a prisión a importantes políticos, confiscándoles además sus patrimonios en la forma de multas astronómicas. Y esto, con la absoluta complacencia de la gran prensa, la gran radio y la gran televisión, que tan hipócritas y carentes de principios han sido en el tema del paramilitarismo. ¿No han acaso cubierto -encubierto- con un manto de silencio que el poderoso señor dueño del influyente diario de Medellín El Mundo está en prisión a sus ochenta años por múltiples crímenes asociados al paramilitarismo? ¿Y no han acaso cubierto -encubierto- con su mutismo y la seguridad de la continuidad de la periodista en el medio, los correos cruzados entre Carlos Castaño y Salud Hernández, que la muestran a esta como la quinta columna de aquél en el periodismo nacional?

De modo que mejor haría la señora Hernández Mora en no menear -al menos en Colombia-, temas que nos duelen porque nos va mucha sangre en ellos, y su pluma se ha mojado en ese triste tintero.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.