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Socialdemócratas y neoliberales: demasiadas coincidencias para ser casualidad

Fuentes: Cádiz Rebelde

Cada vez a resultar más difícil a los medios propagandísticos (llamados eufemísticamente medios de comunicación de masas) de la socialdemocracia y de la derecha tradicional engañar a la sociedad con aparentes diferencias ideológicas entre ambos sectores. No es un tema menor, porque en el éxito de ese engaño se basa la propia identidad del sistema […]

Cada vez a resultar más difícil a los medios propagandísticos (llamados eufemísticamente medios de comunicación de masas) de la socialdemocracia y de la derecha tradicional engañar a la sociedad con aparentes diferencias ideológicas entre ambos sectores.

No es un tema menor, porque en el éxito de ese engaño se basa la propia identidad del sistema capitalista en la inmensa mayoría de los países. Lo van a tener mal, y no es que padezcamos de una enfermedad optimista, ni siquiera que de repente nos hayamos acordado de la foto de las Azores, en la que se mezclaban entre sonrisas los tres conocidos criminales de guerra, a saber: el laborista Blair y los conservadores Bush y Aznar; ni tampoco la sintonía y co-gobierno entre socialistas y democristianos en no pocos países europeos en los que se reparten ministerios y luego acuden a elecciones con el más que débil argumento de que tal cartera funcionó mejor que la otra, realmente una farsa ideológica en toda regla, que sólo puede funcionar en sociedades con mayorías amplias de estómagos llenos y cabezas vacías.

Estos días, en los que el socialdemócrata José Borrell ha sido elegido Presidente de la eurocámara con el apoyo de la derecha, y el conservador Durao Barroso, presidente europeo con el apoyo de los socialdemócratas, para confirmar cuánto se parecen y qué rápidamente se ponen de acuerdo cuando se trata de repartos y prebendas, ha ocurrido también otro hecho noticioso de importancia: el futuro gobierno unido de laboristas y derechistas del likud, en Israel. Ansiosos esperamos la explicación que los falsimedia van a dar a sus clientelas respectivas, que, disciplinadas, recibirán las razones de estas alianzas, ni siquiera adornada con un tímido sonrojo. Se creen que representan lo diferente al otro, porque así fue siempre y se acabó, y las coincidencias, cuando las hay, son meramente coyunturales -eso dicen-, incluso sobre los miles de cadáveres palestinos y el muro de la muerte.

Quizás, lo ocurrido es que socialdemócratas y neoliberales han acotado tanto el escenario, han puesto tantos temas sobre la mesa, con la etiqueta de intocables, que se han quedado sin materia para discrepar, por lo que recurren al teatro del palabrerío vacuo y a la superficialidad histriónica, acentuada un par de puntos en épocas electorales. Contéstense si no, ¿dónde está la divergencia en materia económica?, ¿ve alguien nervioso al capital (que sería todo un síntoma de que un gobierno está intentando construir una sociedad diferente) cuando gobierna la socialdemocracia?, ¿se arrastran y ríen las gracias a los poderosos inversores y prestamistas de un modo diferente un socialdemócrata y un neoliberal clásico? Cuando el Partido Laborista inglés o el socialdemócrata SPD alemán desmantelan el sector público de protección al desempleo, la sanidad o la educación, castigando así a los más débiles, ¿en qué se diferencian de los derechistas de siempre?, ¿qué los separa en el apoyo i ncuestionable que hacen ambos, a las empresas que invierten en el Tercer Mundo, y que obviamente lo hacen para obtener el máximo beneficio, y conseguir que en la metrópoli esas mismas empresas sigan cuadrando los números, y festejándolo con champaña?, ¿qué dicen diferente en materia de emigración?, ¿qué en la defensa del status quo y de la criminalización de todo lo que cuestione el sistema?, ¿en qué discrepan a la hora de aprobar la Constitución europea que sacralizará el Mercado y recortará conquistas y derechos?

Aquí ya no se engaña nadie. Por eso, cuando un manifestante de nobles causas en los años setenta, mete hoy, treinta años después, una papeleta socialdemócrata en una urna, saben él y todos los demás que lo que en el fondo y en la superficie quiere, es que todo siga igual pero con mejor talante; defenderse de su conciencia con las socorridas frases de que la vida ha cambiado, y que ahora se vive estupendamente sin necesidad de revoluciones que ahogan la libertad. Esa misma que le hace contar anécdotas de su pasado militante, mientras se sirve un buen güisqui en su casa de muchos millones, y habla por teléfono con su hijo que esta en un Colegio de Washington que le recomendaron en el trabajo. Luego, si esta de buen humor por la trayectoria de sus acciones en bolsa, es muy posible que se acerque a una manifestación por los derechos humanos en Cuba que anuncia hoy El País. Allí se encontrará a su par neoliberal, que estaba dando palos a los progres en los setenta, y que hoy se re gocija con los tiempos que corren, de la cantidad de gente que le ha dado la razón por la vía de los hechos, mientras bebe un buen güisqui en este chalé que se ha revalorizado con tanta rapidez, conecta a través de una webcam con su hija que también estudia en Washington, y es informado por su asesor financiero sobre la semana bursátil y su cartera de acciones, mientras ojea en el ABC la convocatoria para salvar a Cuba. Es más que seguro que en la concentración contra el castrismo ambos se saluden en nombre de la democracia y de la libertad. Desde la aparente discrepancia todo es posible. Al fin y al cabo, los dos son viejos amigos y tienen muchas cosas en común.