Recientemente la Alcaldía del Municipio Libertador, Caracas, totalmente alineada con el proceso de la Revolución Bolivariana que se está desarrollando en Venezuela, llamó a la participación en un concurso de diversos géneros literarios, entre ellos el de «Ensayo». Se propuso como tema convocante «El socialismo del siglo XXI». Para sorpresa de muchos, la fecha de […]
Recientemente la Alcaldía del Municipio Libertador, Caracas, totalmente alineada con el proceso de la Revolución Bolivariana que se está desarrollando en Venezuela, llamó a la participación en un concurso de diversos géneros literarios, entre ellos el de «Ensayo». Se propuso como tema convocante «El socialismo del siglo XXI». Para sorpresa de muchos, la fecha de recepción de trabajos debió prolongarse…por la poca cantidad de trabajos recibidos.
¿Indica eso un desinterés por el asunto? No, de ninguna manera. De hecho la discusión en torno a esta problemática se ha abierto con fuerza y está a la orden del día. Es más: es absolutamente innegable que el proceso que se está dando hoy en Venezuela trajo de nuevo a la agenda temas que, luego de la caída del muro de Berlín, la derecha internacional quiso dar como terminados: la lucha de clases, la explotación, el imperialismo; y consecuentemente: los modos de lucha de los explotados para revertir ese estado de cosas -léase: cambio revolucionario-. En otros términos: a partir de la Revolución Bolivariana renacen esperanzas que se creyeron -o que nos quisieron hacer creer- dormidas por varios años. El «capitalismo» volvió a ser llamado por su nombre. Y también su opuesto: el socialismo. La cultura «light» que campeó estos años, lentamente comienza a ser removida.
Fue el presidente Hugo Chávez, hábil conductor de esa revolución, quien trae a la palestra y propone casi como un desafío -desafío hacia la derecha, y también hacia las izquierdas políticas- el término de «socialismo del siglo XXI».
¿Qué quiso decir Chávez cuando lo propuso? ¿Qué significa este nuevo socialismo? ¿Estamos realmente ante un nuevo socialismo, ante un nuevo concepto teórico? ¿Es una formulación más del orden del discurso político? ¿Es una afirmación válida en términos académicos con implicaciones prácticas?
No caben dudas que en Venezuela algo está pasando; seguramente no se están repitiendo escenarios revolucionarios ocurridos en el siglo XX -¿por qué tendría que ser así?-. ¿Cómo repetir la revolución bolchevique, o la china? Lo que allí sucede es, como seguramente también lo fueron lo ocurrido en Rusia o en China décadas atrás, procesos únicos. Pero no hay dudas, igualmente, que esas experiencias no pasaron en vano, que han dejado enseñanzas.
Como hipótesis podríamos decir que cuando Chávez habla de «un nuevo socialismo», del «socialismo del siglo XXI», básicamente se refiere a no repetir errores. No hay dudas que en ese maravilloso proyecto que fue, o que sigue siendo, la construcción de nuevos modelos de sociedad, se cometieron errores. Sin pretender hacer un balance de lo acontecido con el socialismo real durante el siglo XX, lo menos que se puede decir, muy rápidamente incluso, de las distintas experiencias habidas es que aún hay mucho por mejorar en la búsqueda de esas utopías (utopías posibles, nos apuramos a aclarar). Sin hablar de «fracasos» -el socialismo no fracasó, en modo alguno-, sino con un ánimo crítico y superador, pueden ser aleccionadoras las palabras de Margaret Randall: «He llegado a creer que la incapacidad de los movimientos revolucionarios para escuchar a todos los grupos sociales, analizar su potencialidad y asegurar su plena gestión, ha sido en gran parte responsable del fracaso de estos movimientos para permanecer en el poder. El enemigo externo era ciertamente abrumador. Pero el enemigo interno ha contribuido a la defunción revolucionaria en formas que recién ahora estamos empezando a comprender.»
El análisis pormenorizado de todas esas experiencias (Rusia, China, Vietnam, Cuba, Corea, Nicaragua, los emergentes países africanos) está lejos de las pretensiones de este pequeño artículo; pero a partir de su observación no podemos dejar de reconocer, como mínimo, dos cosas: 1) que la historia no terminó y el campo popular, si bien golpeado estos últimos años, ha comenzado a recuperarse, proceso al que le insufla especial esperanzas la Revolución Bolivariana de Venezuela; y 2) que en ese proceso de recuperación de esperanzas y de nuevos bríos para emprender transformaciones sociales hay que hacer un sano balance de lo que sucedió con las izquierdas, con las revoluciones del siglo XX. Es decir: sin autocrítica genuina no se podrá avanzar.
Cuando Chávez lanza esto del «socialismo del siglo XXI» pareciera que, básicamente, se refiere a esa tarea autocrítica que la izquierda ha comenzado a hacerse estos años recién pasados, pero que está aún inconclusa.
Seguramente el todavía poco tematizado «socialismo del siglo XXI» no tenga aún una serie de fórmulas con que presentarse. La pretensión de Chávez y su llamado a este nuevo proyecto, a este nuevo socialismo, no es un interés académico. De hecho, Hugo Chávez no es un marxista ortodoxo (como Fidel Castro, o Mao Tse Tung, o Lenin), pero su propuesta es tan revolucionaria como la de cualquiera de ellos. Un heterodoxo que se nutre tanto de la Biblia como del Che Guevara, el llamado que hace para construir ese nuevo socialismo, sin desconocerlo, rebasa lo académico.
Esa orfandad de ensayos que se dio en el llamado al concurso de la Alcaldía al que se hacía alusión más arriba no indica, de ningún modo, una falta de debate en torno a estos tópicos. Hoy día en Venezuela se debate, mucho, acaloradamente. Quizá todavía nadie sepa -ni el propio Hugo Chávez- qué es exactamente ese «socialismo del siglo XXI». El hecho de formularlo es, en todo caso, el desafío más osado. Ahí está lo novedoso: se retoma algo que el neoliberalismo de la década pasada parecía haber sepultado para siempre. Se retoma, y se abre una profunda autocrítica. Lo cual no significa que hay que edificar algo totalmente nuevo. ¿Acaso perdió valor el socialismo del siglo XX? ¿Acaso no sirvieron las experiencias de construcción revolucionaria del pasado siglo? ¿Hay que abandonarlas en su totalidad?
Si alguna diferencia pretende establecer este reto que lanza Chávez -y que pone a pensar, discutir, reflexionar, comparar, evaluar experiencias transcurridas, sopesar y mirar para adelante- es desligarse del modelo de socialismo autoritario, vertical y nada participativo que conocimos en muchos casos del siglo pasado. Si alguna diferencia básica intenta introducir esta nueva fórmula -con más de provocación que de rigor académico quizá- es invertir la lógica de los poderes. Es, en todo caso, repensar el tema de la construcción del poder popular, de la participación popular o, si queremos decirlo con otros términos: de la «dictadura del proletariado» (construcción que, es preciso decirlo, en muchos de los socialismos reales habidos tuvo más de «dictadura» que de «proletariado»).
Cuando se formula esta provocación, seguramente no se piensa en la alfabetización en Cuba, o en la electrificación emprendida por los soviets en la extensa Rusia en la década del 20; no se piensa en la conquista espacial soviética ni en la gloriosa organización del pueblo vietnamita para defenderse del ataque imperialista; no se piensa en los logros reales, maravillosos, inigualables que obtuvieron todos estos procesos en el campo de la salud, de la educación, de las conquistas laborales. La provocación se dirige a referentes como el período stalinista, los gulags, la burocracia, los grises y tristes escenarios de la Europa del Este, las masacres de Pol Pot; se piensa en el aplastamiento de la Primavera de Praga por los tanques de Moscú; se piensa en el golpe de Estado en Polonia del general Jaruselsky; se piensa en la discriminación de género y el eurocentrismo que la izquierda del siglo XX no terminó de superar. En definitiva, se piensa en aquellas lacras que el capitalismo no quiere -ni puede- superar, pero que se suponía un nuevo amanecer debía enterrar para siempre.
Seguramente en estos aspectos está la diferencia básica para repensar la izquierda, la revolución, el poder horizontal: la autocrítica con relación a cómo se organizaron las sociedades en estas primeras experiencias de socialismo, en esas primeras «dictaduras proletarias». Y vistas con objetividad, no hay dudas que hay mucho que andar todavía, si tomamos en serio la autocrítica de todo lo que arriba mencionábamos. Como dijo la revolucionaria nicaragüense Mónica Baltodano, ahora distanciada del corrupto Frente Sandinista aún manejado por la vieja dirigencia burocrática: «la revolución no desarrolló suficientemente los mecanismos democráticos, y le dejó a la derecha la bandera de la democracia. Solamente con organización popular autónoma, capaz de representar los genuinos intereses populares frente al poder, es que se pueden empujar las agendas propias del pueblo y estar sometidos a su escrutinio a través de la participación directa».
Está claro que cuando se emprende la revisión del socialismo del siglo XX, con las diferencias que se dan entre los distintos modelos, socialismo que en los diferentes países donde se desarrolló sin dudas logró éxitos espectaculares (salud y educación para toda la población, pleno empleo, acceso a la renta nacional con mayor justicia que en los países capitalistas, avances científicos innegables, progreso cultural), lo primero que destaca -y quizá la nota más distintiva- es su falta de democracia de base, de real poder popular. No es que en el capitalismo esa democracia exista. Nada más alejado de la realidad, más allá de la mentira montada en torno a la hipócrita democracia representativa y la supuesta libertad de expresión tan pregonada (libertad de empresa, en todo caso). Lo cuestionable es que allí donde se esperaba un real poder popular, democrático y de base, eso no se dio, o se dio poco, o se dio con dificultades. Es por eso que ahí está el nudo gordiano, lo que debe ser revisado. Ahí está, en definitiva, la clave de la nueva propuesta socialista. Porque no hay discusión respecto al tema de cómo generar alternativas de satisfactores para todos y todas. «Sólo en el camino del socialismo, de la socialización del capital, de la producción y de la propiedad de los medios de producción se puede avanzar hacia fórmulas que den respuestas a toda la sociedad», expresó a modo de síntesis del pensamiento bolivariano uno de los más cercanos colaboradores políticos del presidente Chávez: Nicolás Maduro, ex presidente de la Asamblea Nacional y ahora Canciller. En Venezuela, si bien todavía se camina entre ese proyecto de nuevo cuño y empresa privada capitalista, el horizonte es decididamente socialista. Entendiendo socialismo, claro está, como riqueza equitativamente repartida entre todos y todas por igual.
En definitiva, entonces, cuando se habla de un nuevo socialismo -no distinto en esencia a lo que podemos encontrar en las formulaciones de los clásicos, de Marx y de Engels, de Rosa Luxemburgo, de Antonio Gramsci- se habla de democracia protagónica, participativa y revolucionaria; es decir, hablamos de socializar el poder.
Que hoy en Venezuela se asista a un rico debate sobre estos temas no significa que se esté a punto de inventar una nueva fórmula teórica de socialismo (alguna mixtura al modo de «tercera vía» socialdemócrata o cosa por el estilo). Tal vez hay una infundada expectativa respecto a un nuevo producto intelectual que tendría que salir del debate. ¿Alguien podrá definir claramente el nuevo socialismo? ¿Por qué esa falta de trabajos para el concurso de la Alcaldía? ¿Estaremos por llegar a una nueva fórmula que supere todo lo acumulado en más un siglo y medio de luchas revolucionarias? Quizá, con humildad teórica, podemos decir que el socialismo del siglo XXI no puede desconocer lo que se pensó en el siglo XIX y lo que se implementó en el XX. Si queremos presentarlo de otra manera: lo que se está generando hoy en Venezuela es, nada más y nada menos, que la búsqueda de nuevos caminos que no repitan viejos errores en el ámbito de la distribución de los poderes. Porque, como se ha dicho innumerables veces, no hay nada más esencialmente humano, nada que nos defina más y mejor como especie viviente, que la lucha por el poder.
De lo que se trata, entonces -aunque no lo haya dicho así Chávez- es de cómo hacer patente la consigna del mayo francés de «la imaginación al poder» para no seguir repitiendo patrones verticalistas donde «el que manda, manda; y si se equivoca…vuelve a mandar».