Palabras leídas por su autor durante la primera sesión del Ciclo–Taller: «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy», desarrollada en el Instituto de Investigación Cultural (ICIC) «Juan Marinello», La Habana, 9 de diciembre de 2020. Ampliadas para su publicación.
I
¿Puede existir el socialismo sin democracia?
Es lógico que en este Taller aparezcan sucesos polémicos de los últimos días, asociados al tema central que nos reúne. Y como deseamos con humildad desde nuestro ejercicio de pensamiento ayudar a solventarlos, es menester abrir el lente. Por eso sugiero emplear un prisma analítico que permita apreciar los diversos problemas y desafíos que hoy viven a la vez nuestro pueblo, su proyecto socialista revolucionario, la República y la nación. En Cuba, de cierto modo, muchos nos sentimos marineros. Sabemos que cuando las aguas se encrespan, los buenos navegantes suelen ser más serenos y diestros, y actúan con mayor cohesión y solidaridad entre ellos. La razón es obvia: en tales momentos extremos, si cometen errores y no actúan de consuno el barco puede irse a la deriva, y hasta hundirse…
Hemos escuchado dos excelentes presentaciones. La de Juan Valdés Paz nos aporta un marco conceptual, difícil de obtener en una sola exposición. Ello ha sido posible porque él ha realizado una exhaustiva investigación durante varios años, cuyos novedosos resultados están en su obra «La evolución del poder en la Revolución Cubana».
El ojo del canario es el poder revolucionario
Y recién Llanisca Lugo nos ha entregado un ramillete de ideas que incluye sensibles vivencias suyas en el barrio, y todo, creado por una joven revolucionaria erguida y de afilado juicio crítico.
No sintamos vergüenza de querer la revolución
Por mi parte, intentaré sumar otras opiniones iniciales.
Comienzo por asumir un concepto: la democracia socialista y el socialismo son equivalentes. En todo caso, si lo anterior pareciera excesivo, afirmo que la democracia inherente al socialismo es su atributo esencial. Por consiguiente, el primer problema a elucidar es cuál es esa democracia y por qué el socialismo no puede existir sin ella: es su oxígeno y fuente nutricia primordial.
El segundo tema, es la evolución histórica del concepto democracia, y de los procesos y sistemas democráticos: desde la antigua Grecia y el largo período liberal, en sus diferentes fases y expresiones, hasta los proyectos y ejecutorias de complexión socialista, iniciados en octubre de 1917.
El tercer acertijo, obliga a interpretar cuáles han sido las nociones y prácticas democráticas en la transición socialista cubana, las etapas o ciclos de su decurso, y de qué modos es posible enriquecer nuestro sistema democrático para que sea funcional al avance del proyecto socialista. Y, por añadidura, cómo reforzar su blindaje frente a quienes, con rostros de águila o sonrisas amables, buscan restaurar el capitalismo neocolonial en nuestro archipiélago y el formato democrático restringido y dependiente que le es sustancial. U otros, que adoptan posturas críticas a veces con razón y permeadas de sinceridad, aunque con la mira puesta en un proyecto republicano socialdemócrata.
Subrayo esta idea: la primera condición de la democracia socialista es la existencia de una nación soberana e independiente. En consecuencia, preservar ese estatus es prioridad absoluta del poder revolucionario. Y para hacerlo con éxito está obligado a garantizar una auténtica democracia, capaz de renovar una y otra vez a la Revolución y sus utopías. Porque las revoluciones para no apagarse, necesitan amanecer cada día.
Los debates en torno a la democracia, cobraron un significado especial en Cuba –y en casi todo el planeta– en el giro de las décadas ochenta y noventa del siglo pasado. ¿Por qué? Señalaré tres razones.
Una: la desintegración de la Unión Soviética y de los demás países europeos del llamado socialismo real, con sus enormes impactos en todo el orbe.
Dos: la instauración de regímenes liberales restringidos en nuestra región, sucedáneos de varias dictaduras suramericanas –Chile, Argentina, Brasil, Uruguay…–, luego de que estas derrotaran las rebeldías insurgentes y populares, pero a la vez debieron ceder ante diversas presiones y luchas sociales hasta que, pauta de Washington mediante, las oligarquías de esos países establecieron mecanismos de dominación sustentados en democracias representativas muy controladas, y generalizaron el modelo económico neoliberal.
Tres: desde los años ochenta crecía en Estados Unidos y en Europa una fuerza económica y política cuyos ideólogos y tanques pensantes sostenían que la democracia se había excedido en sus posibilidades y había que limitarla. Por ejemplo, Samuel Huntington y la Comisión Trilateral planteaban que era necesario ajustar las normas democráticas prevalecientes para evitar que el sistema se hiciese ingobernable. Era esa una expresión de la crisis en los países capitalistas centrales, que fue amortiguada durante algunos años al desaparecer sus antagonistas del Este.
Esos tres procesos coincidentes en el tiempo suscitaron en la América Latina y el Caribe un formidable cruce de ideas en el ámbito de las izquierdas. Sobre todo luego de desintegrarse como un castillo de arena la Unión Soviética y los demás países seudo socialistas europeos, entre 1989 y 1991. Las diversas interpretaciones y posturas que surgieron –muchas veces cargadas de estupefacción y frustraciones– provocaron en la izquierda regional divergencias crecientes. Y sobre todo, el peligro de una fragmentación que debilitara aún más sus fuerzas en tales realidades adversas. El único antídoto frente a ello era buscar el consenso y la unidad en la diversidad.
En esa encrucijada nace en 1990 el Foro de Sao Paulo, oportuna iniciativa de Fidel respaldada por Lula que deviene primera agrupación de todos los partidos de izquierda de un continente –y la única hasta hoy–. Un pacto con aceptables niveles de coherencia y también de divergencias, pero con una plataforma unitaria compartida contra el neoliberalismo y por la instauración de democracias participativas. Fue un detente bolivariano y martiano de aquel repentino tsunami que provino del Este europeo impulsado por vientos tóxicos del Norte.
¿La democracia socialista debe asumir el liberalismo?
Permítanme ahora un paréntesis anecdótico. En aquel lapso turbulento, Roberto Fernández Retamar me solicitó que escribiera un artículo o ensayo sobre la democracia y sus expresiones en la América Latina y el Caribe, para publicarlo en la revista Casa de las Américas. Fue así que redacté el ensayo «Problemas actuales de la democracia en Nuestra América», publicado por esa revista en su edición de febrero–marzo de 1991.
Gracias a esa invitación de Retamar, me vi obligado a investigar el tema en sus múltiples dimensiones y comprendí, aún más, el valor de la democracia para el quehacer y los proyectos de las fuerzas revolucionarias de la región, incluida Cuba. Recuerdo los diálogos al respecto con algunos amigos del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, con quienes trabajé entre 1966 y 1971, y con mis compañeros del Departamento América del Comité Central del PCC, en primer lugar con nuestro jefe y Maestro, el comandante Manuel Piñeiro. Traté de esclarecer los enigmas de aquellos tres torbellinos simultáneos –especie de triángulo de las Bermudas–, muchas veces envueltos en brumas a primera vista insondables.
Abordé el tema de la democracia en dos dimensiones principales: su nexo con el socialismo y su relación con los regímenes liberales neocoloniales en nuestra región. Revisité así la Grecia antigua –llamada cuna de la democracia–, a Aristóteles, Montesquieu, Weber, Marx, Martí, Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Gramsci, Mariátegui, Fidel, Che y otros pensadores, a quienes me propuse entender en sus praxis teóricas y políticas en torno a la democracia, junto a las bregas clasistas en las respectivas épocas.
Descubrí, por ejemplo, que los avances de la democracia liberal están subordinados –aunque a veces no resulte obvio– a las conquistas de los pueblos en diversas luchas, junto a sus líderes e intelectuales orgánicos.
Mutatis mutandi, percibí que un fenómeno semejante ocurre en la evolución democrática de los países con regímenes de orientación socialista, Cuba incluida. También en ellos, el poder constituido sobre bases democráticas requiere a menudo del látigo con cascabeles del soberano, para que no se adormezca en sus laureles –o insuficiencias– y cumpla con el mandato de la ciudadanía.
Ese texto se va a digitalizar, y Alejandro me ha dicho que se los enviará por vía electrónica. Varios de los asuntos que aborda siguen vigentes, aunque algunos ahora son más complicados. Defino ahí la democracia como una totalidad social –de ningún modo una mera forma de gobierno–, que ubica al pueblo en la opción real y soberana de participar en el diseño, el ejercicio y el control de su Gobierno y Estado, sobre la base de una igualdad efectiva. También afirmo lo siguiente: «El liberalismo no puede ni debe obviarse, ni reducirse a esquemas negativos».
En efecto, la axiología liberal ha calado hondo en nuestras sociedades y en nuestras mentes, y es importante reiterar que muchos de sus contenidos están permeados de las acumulaciones democráticas de los pueblos. Por ejemplo, en el caso nuestro, la historia de la República entre 1902 y 1958, a la que se denomina con desdén pseudo República, se ha deformado con nociones y adjetivos simplistas, e incluso ese término ha sido cuestionado por varios autores. No sería correcto declinar ni subestimar ciertos avances liberales presentes en la República anterior a la Revolución, verbigracia derechos ciudadanos formales y reales, resultantes de innúmeras luchas sociales y políticas desde 1868, y de la cultura nacional.
Sobre este asunto, añado en el artículo: «Pero el liberalismo en su evolución natural y lógica, no conduce a la democracia. Es un círculo vicioso que termina en su propia reproducción liberal. A partir de él, es posible avanzar sobre un ideal democrático genuino si el proyecto abarca simultáneamente las luchas por lograr la hegemonía popular, en todos los terrenos en que existe la democracia: el económico, el político, el social, en el Estado, y en la sociedad civil».
«En todo caso –continúo con el texto– sería erróneo y fatal que la democracia socialista pretendiera desconocer la tradición liberal, como también resultaría un contrasentido que esta se convirtiera en el paradigma de la nueva democracia. La clave del éxito de nuestro socialismo, radica, junto al desarrollo económico, las excelencias sociales y la defensa popular, en desplegar más y mejor el poder y la sabiduría de la gente». De tal modo, «Cuba podrá ser cada vez más un ejemplo de democracia plena en toda nuestra América. Y ese será, probablemente, el mayor aporte solidario futuro de la Revolución cubana a los pueblos del continente».
Esta última idea la encontré en el Che hace muchos años, cuando él expresa que el mejor aporte internacionalista que puede hacer la Revolución cubana a los pueblos de nuestro continente, es lograr que el socialismo sea exitoso en Cuba. Y también fue él, como todos sabemos, el primero en alertar con lúcidos argumentos porqué el socialismo euro soviético se movía hacia un callejón sin salida.
¿Por qué fracasa el «socialismo real»?
Aunque han transcurrido treinta años del descalabro de la Unión Soviética y de sus aliados del Este europeo, tal desenlace continúa siendo hoy el argumento más reiterado para sostener la idea de que el socialismo es un proyecto fallido. Quienes defendemos lo contrario debiéramos no olvidar tales lecciones y saber extraer de ellas experiencias útiles, sin forzar comparaciones extemporáneas y alejadas de las realidades específicas de aquellos procesos. En Cuba han sido insuficientes los estudios al respecto y nunca se ha formulado una interpretación oficial, que en rigor corresponde al PCC realizarla. Existen razones para que haya sido así, como también es importante explicar las causas que arrasaron con «nuestros aliados estratégicos» del «campo socialista».
¿Cuándo se agotó la Revolución de Octubre, dejando sin su energía al poder soviético? ¿Puede existir socialismo sin continuidad de la revolución? ¿Y puede haber continuidad de la Revolución sin que ella esté en constante renovación? ¿Fracasó sólo un modelo de socialismo? ¿O junto a él sucumbió también una versión distorsionada del marxismo que lo guiaba? ¿Cuáles son los componentes de ese modelo y cómo interpretar el «marxismo–leninismo» que lo orientó? ¿Fue Stalin el único culpable de tal modelo deformado y de su fallida codificación «teórica»? ¿Se agotan en el estalinismo las desviaciones autoritarias, burocráticas, verticalistas, estatistas y represivas? ¿Cuál es la responsabilidad de los sucesores de Stalin? ¿O es que ni unos ni otros podían actuar diferente porque ese modelo era inviable en la URSS desde finales de los años 1920 y en los países subordinados de Europa desde su génesis en 1945, porque en rigor nunca se inició en ellos una revolución?
¿Qué raíces culturales y especificidades de la historia y la formación económica–social rusas y de las demás repúblicas condicionaron el curso del socialismo en la URSS? ¿Qué lugar ocupan los factores objetivos, por ejemplo la necesidad de dedicar cuantiosos recursos a la defensa militar en detrimento del desarrollo económico y el bienestar del pueblo? ¿Cuáles fueron los equívocos y deformaciones de los dirigentes? ¿Qué papel desempeñó el sistema de dirección de la economía, basado en el llamado cálculo económico? ¿Podía haberse salvado el socialismo en la Unión Soviética si la opción escogida para rectificar sus errores hubiese sido diferente a la Perestroika y la Glasnot? ¿Qué rol jugaron los aparatos especializados de los Estados Unidos y de algunos países europeos?
Nada debe quedar sin valorarse con nuestros lentes de distancia –física y temporal– bien graduados. Es sensato asumir el análisis con la misma integralidad que se gestó, desenvolvió y feneció esa experiencia socialista, por demás complejísima e irrepetible. Sin una visión histórica abarcadora y desprejuiciada corremos el riesgo de repetir consignas –o peor: errores– o la idea de que todas las derrotas son huérfanas.
De ser un conglomerado de países semi feudales y con un desarrollo capitalista incipiente, en cuatro décadas la Unión Soviética devino segunda potencia del planeta, y logró ser pionera en la conquista del espacio cósmico. Fabricó dos veces más tanques, aviones y piezas de artillería que Alemania, y fue la fuerza decisiva en la derrota del ejército hitleriano, convirtiéndose después en la mayor superpotencia nuclear. ¡Pero fue incapaz, en el campo subjetivo, de defender su poderío frente al capitalismo! Y sucumbió sin que nadie disparara un tiro o se movilizara en las calles.
Dada la asfixia económica, moral y política del régimen, en la década de los 1980 brotaron las condiciones para la caída integral de todo el sistema. Surgió un círculo vicioso: debacle simultánea del aparato productivo, de la estrategia, las políticas y la dirección económicas, de los medios de producción estatizados, pero no socializados, y la disminución sensible del bienestar material. En ese contexto brotó un estallido de fe, simpatía y confusión en todos los sectores y regiones del país, generados por la Perestroika y la Glasnot. Tales políticas renovadoras fueron respaldadas por la mayoría del pueblo soviético al anunciarse en 1985, pues casi todo el mundo coincidía en la urgencia de realizar cambios raigales al régimen imperante. Mas para relanzar un proyecto socialista genuino era menester emprender otra revolución que buscara el oxígeno de Octubre, y que existiera un liderazgo con esa disposición y la capacidad para hacerlo.
Con la Perestroika creció la expectativa de una verdadera renovación y salvación del socialismo, que enseguida se convirtió en incertidumbre y caos, hasta ocurrir el desenlace capitalista de la crisis. En el golpe de timón hacia esa vía extrema tuvieron una responsabilidad crucial la dirección del Partido Comunista y del Estado soviético, y las acciones políticas y conspirativas desenvueltas por los Estados Unidos y otras potencias capitalistas. Todo se encadenó a partir de 1989; se desintegró de un tirón la comunidad de países del Este europeo, lo que aceleró aún más la ingobernabilidad en la Unión Soviética, hasta que se declara su defunción en diciembre de 1991.
La dirigencia que empujó al país por el último tramo del tobogán hacia el capitalismo, fue la misma que años antes propiciara el «socialismo real», término acuñado por el ideólogo del Pcus Mijail Suslov, que quiso dar por existente lo que en verdad era «irreal». Esta vez, buena parte de esos dirigentes y «cuadros» de la burocracia decidieron desenmascararse y adoptar el régimen más coherente con sus intereses económicos, su ética y sus concepciones políticas soterradas. En consecuencia, el socialismo soviético no pereció de muerte natural. Lo hicieron fenecer sus conductores y la dialéctica de un proceso ininterrumpido de errores y deformaciones durante algo más de 60 años. En ello influyeron numerosos factores internos y foráneos, y la putrefacción del sistema motorizó su caída estrepitosa e irreversible.
El pueblo soviético avaló en un referendo su última Constitución –en 1977–, luego de discutir masivamente el anteproyecto y emitir cientos de miles de opiniones. Y después, bajo el gobierno de Mijail Gorbachov el Soviet Supremo aprobó una reforma parcial en noviembre de 1988. Poco tiempo después, la vida demostró que el sistema político y económico normado por ella, era de jure y no de facto. En verdad no se cumplía desde hacía décadas, y en los hechos no tenía el respaldo del soberano. Por ejemplo, su artículo 9 decía: «El desarrollo del sistema político de la sociedad soviética se orienta fundamentalmente a seguir desplegando la democracia socialista: participación cada vez más amplia de los ciudadanos en la administración de los asuntos del Estado y de la sociedad, perfeccionamiento del aparato estatal, elevación de la actividad de las organizaciones sociales, intensificación del control popular, (…), tomándose siempre en cuenta la opinión pública». Y el artículo 6, expresaba: «La fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político, de las organizaciones estatales y sociales es el Partido Comunista de la Unión Soviética. El Pcus existe para el pueblo y sirve al pueblo». La realidad fue otra, muy distinta.
Acaso los mayores déficits del régimen soviético, fueron su incapacidad para enraizar a la ciudadanía en el ejercicio democrático del poder político y económico desde abajo, y en todos los ámbitos de la sociedad; para fomentar una cultura del debate con respeto al disenso legítimo, a fin de generar consensos entre los defensores del socialismo, y de estos con los demás ciudadanos de posturas variopintas, como plataforma propiciadora de la unidad y defensa de la nación y del proyecto socialista.
Tampoco se planteó socializar los sueños y los medios de producción –en vez de estatizar unos y otros–, ni garantizar a todos los seres humanos el pleno goce de su individualidad y los derechos ciudadanos proclamados en la Constitución, y propiciar que estos fuesen más eficientes en el ejercicio de sus responsabilidades. Y no desplegó en la medida necesaria una cultura abierta a las ciencias, a las tecnologías modernas, al arte y el pensamiento universales.
Otra moraleja, es que sin un sistema democrático integral –donde en verdad mande el pueblo y reine la justicia social–, sin desarrollo económico que se revierta en prosperidad material equitativa, sin el ejemplo ético de los líderes y militantes de las vanguardias, sin humanismo e internacionalismo desinteresado, y sin sucesivos impulsos revolucionarios que den continuidad a la revolución histórica, no puede haber socialismo.
Por supuesto, un balance completo tendría que exaltar los méritos, experiencias positivas y notables logros alcanzados por esa enorme y complejísima unión de 15 repúblicas federadas, y las virtudes de sus pueblos, en especial del ruso con su admirable historia y generosidad solidaria. Tales atributos, por cierto, hacen más difícil explicar el insólito desenlace.
¿Existía otra salida a la crisis? Tal vez nadie podrá demostrar nunca si era fatal o no que la Perestroika precipitara el triunfo arrollador del capitalismo, sin guerra civil ni apenas resistencia. Ello a fin de cuentas, probó de manera inequívoca la descomposición moral que padecía la mayor parte de la dirección soviética, y la maquinaria burocrática estatal y política en todo el país.
¿Cómo marcha la disputa en el siglo XXI en torno a la viabilidad del socialismo?
El debate en torno a la viabilidad histórica del socialismo –y por ende de la democracia socialista–, es un asunto medular desde que triunfara la Revolución de Octubre en 1917. Fue punto neurálgico durante la Guerra Fría, hasta que el insólito auto jaque mate del jugador soviético provocara el triunfo simbólico más trascendente que podían imaginar sus antagonistas.
¿Acaso la genética clasista del socialismo y su proyecto anticapitalista, no lo hace per se un régimen democrático viable? Así debiera ser. Sin embargo, la pulseada por la hegemonía sobre este tema de dimensión global la va ganando el capital. Nuestros adversarios han logrado que el socialismo se perciba en la mayor parte del orbe como un régimen fracasado y sinónimo de dictadura, merced a los poderosos sistemas de reproducción de la ideología dominante, y también por los errores, deformaciones y reveses del socialismo, muchas veces falaz.
Hugo Chávez tuvo en 2005 la osadía de proclamar que el socialismo del siglo XXI, era la única opción emancipadora auténtica frente al capitalismo. Realizó así su aporte más relevante a las ideas del cambio social radical en este continente, y a la vez hizo sonar las alarmas de los escuderos del sistema opresor.
Los formidables avances de la Revolución Bolivariana durante una década, la fértil alianza de Venezuela y Cuba signada por la identidad entre Fidel y Chávez, y la influencia de ambos en un contexto regional favorable a los gobiernos y fuerzas progresistas, crearon un escenario y un relato inéditos para el despegue del nuevo socialismo propuesto por el líder venezolano. Al respecto, traté de condensar las ideas del insigne barinés en «Chávez y el socialismo del siglo XXI», en dos entregas publicadas por Cubadebate en enero de 2019. Los invito a disfrutar estas palabras suyas del 12 de junio de 2006, rebosantes de entusiasmo: «14 años después de la caída de aquel campo socialista, aquí estamos, en plena batalla. ¡El socialismo ha resurgido! ¡Ha resurgido! Podemos decirlo hoy, con Carlos Marx y Federico Engels, el fantasma vuelve a recorrer el mundo. ¡Ha vuelto el fantasma!».
En opinión de Chávez, «habrá muchas variantes del socialismo, habrá que acoplarlo a las circunstancias de cada país, de cada región; creo que fue una de las tragedias del socialismo del siglo XX, el intentar copiar modelos». También critica el determinismo histórico. El socialismo, afirma, no es un camino prefigurado e ineluctable, «porque si aceptáramos una especie de determinismo histórico, habría que cruzarse de brazos, era lo que decía el Che, y Fidel por supuesto lo ha dicho muchos años». Eso no es automático, «sino ya estaríamos en un mundo socialista y he allí el fracaso del siglo XX en el empuje hacia el socialismo, fracaso cuya excepción heroica, infinita y gloriosa es la Cuba socialista»
Gracias sobre todo a ese fuelle nuestro americano, comenzaron a enrojecer entre cenizas y escombros nuevas brasas socialistas, luego de la hecatombe ocurrida tres lustros antes.
Pero otra vez la pugna simbólica en torno al socialismo se dirime con hechos. Pronto sobrevino una rabiosa ofensiva del imperio –avalada por todos sus grupos de poder–, favorecida por la desaparición física del líder bolivariano y otros factores.
El águila, siempre al acecho, aprovechó sin piedad ciertas vulnerabilidades del original proceso socialista emergente –profundamente democrático–, y ha logrado colocar en una situación de crisis extrema a Venezuela, pese a la admirable resistencia del pueblo y el gobierno bolivarianos. Y como parte de su despliegue de recursos y ardides, los centros de poder hegemónicos han instalado en el imaginario de buena parte del público global el relato de que la actual crisis en Venezuela ratifica la inviabilidad del socialismo y su carácter dictatorial.
II
¿Por qué las piedras del derrumbe del “socialismo real” no aplastaron a Cuba?
Varias piedras de la demolición cayeron encima de Cuba. ¿Por qué no la aplastaron? ¿Cómo encaró la dirección revolucionaria cubana –en permanente diálogo con el pueblo– tan descomunal crisis que puso en riesgo la existencia de la Patria, la revolución y el socialismo, todo a la vez? Ahora que afrontamos en el 2020 y el 2021 otro complejo escenario, signado por problemas acumulados, el inicio de un ambicioso programa para encararlos –que se demoró demasiado– y circunstancias coyunturales inéditas, puede ser de interés volver a mirar aquella experiencia.
No puedo ni debo extenderme sobre la crisis cubana de los 1990. Les recomiendo el excelente balance que ofrece José Luis Rodríguez en «Los años duros del Período Especial: lecciones de coraje y resistencia», recientemente publicado en el libro colectivo «La Revolución Cubana, algunas miradas críticas y descolonizadas», coordinado por Luis Suárez. Ahí incluí un texto de mi autoría, que aborda en parte esa coyuntura: «El IV Congreso del PCC y la primera reforma a la Constitución de 1976».
No se trata de hacer una comparación de la naturaleza y los alcances de ambas crisis en nuestro país, ni el modo en que se afrontó la de hace 30 años y se asume la actual. Pero sí es útil rememorar lo que sucedió en la década de 1990 y cómo fue posible seguir el rumbo socialista, en momentos en que muy pocos en el mundo lo creían posible.
Es un lugar común decir que en tres años (1991–1993) el Producto Interno Bruto declinó ¡34,8 %!, las importaciones disminuyeron 73%, la deuda externa aumentó 42,5 %, la productividad se desplomó un 30%, el déficit fiscal alcanzó 33 % y la cotización del dólar llegó a 120–140 pesos, mientras el salario real se deterioró 22% y el desempleo equivalente fue de 34%. Tales cifras y otras no pueden, sin embargo, registrar los impactos humanos de la crisis. Millones de cubanas y cubanos que hoy tienen más de 35 años, podrían dar fe de esas realidades excepcionales, cada uno con sus vivencias pero en un escenario nacional semejante. ¿Cómo lograr que las nuevas generaciones imaginen la pesadilla del Período Especial, y comprendan porqué la mayoría del pueblo no dejó de soñar?
Nadie podía suponer en 1991 que en tan corto plazo cambiase tanto el modo de vida de tanta gente. De manera repentina, la crisis extendió sus tentáculos a casi todos los cubanos y cubanas, que entre carencias y angustias aportaron una elevada cuota de sacrificios, la más alta después de 1959. La existencia cotidiana se hizo áspera, similar a la que acontece en una economía de guerra y en una plaza sitiada.
Tal escenario de aparente –o real– potencial explosivo, hizo creer a la Casa Blanca que Cuba no podría sobrevivir a los efectos simultáneos de la crisis más extrema de su historia después de 1959 y las presiones políticas y el bloqueo económico recrudecidos desde Washington. Al suponer que el régimen socialista cubano mantendría rígidas sus posiciones, calculó que quedaría encerrado en un callejón sin salida.
Muchos líderes políticos, gobernantes y analistas en el mundo, pensaban que el liderazgo y el pueblo cubanos debían aceptar la dura verdad: en los nuevos escenarios de la post Guerra Fría sería imposible a un país pequeño, solo, sin aliados y tan próximo a los Estados Unidos de América, mantener en pie un régimen socialista. La alternativa para ellos era obvia: o Cuba aceptaba rendirse y regresar al capitalismo, o decidía defender las banderas del llamado «socialismo real» de manera dogmática e inflexible. Ambas variantes, por ende, darían al traste en breve con el orden socialista.
Mas el criterio que prevaleció fue otro: ni regresión al capitalismo, ni defensa del «socialismo real». La ruta cubana para sorpresa de muchos esquivó tal disyuntiva, que parecía ineluctable.
A partir de 1991 emprendió un recorrido inédito de cambios, sustentado en la idea de preservar el socialismo con una identidad aún más cubana, al ritmo que exigieran las circunstancias y sobre la base del consenso y el protagonismo del pueblo.
Afianzar la hegemonía del proyecto socialista y fortalecer el poder con el aval de la ciudadanía y con fórmulas revolucionarias fue la clave para encontrar soluciones a la crisis. Fidel interpretó como nadie los aportes y sentimientos de millones de personas. La fecunda relación pueblo–liderazgo facilitó que se lograran variantes consensuadas para encarar los impactos del desastre –subjetivos y materiales– y resistir la andanada del imperio. Volvió a confirmarse que solo una dirección política que se relegitima en las luchas frente a los nuevos desafíos y mantiene latiente el acervo de la Revolución, puede lograr ese objetivo.
¿Cuál fue la nuez de la reacción cubana a su propia crisis?
Las respuestas de Cuba a la debacle no estaban escritas en las Tablas de Moisés. Aunque Fidel adelantara en su discurso del 26 de julio de 1989 la posibilidad de que un día el pueblo de Cuba amaneciera con la noticia de la desaparición de la Unión Soviética –y exhortara desde entonces a defender y continuar el proyecto–, la rapidez con que ocurren los hechos en 1991 y sus brutales efectos en el archipiélago, impidieron que ese año y en el siguiente se articularan acciones de mediano plazo. Pero no se perdió tiempo.
La gente recibió de su líder y del PCC oportuna información de lo que sucedía, y expresó sus opiniones antes de que se adoptaran decisiones medulares en el IV Congreso del Partido y en la Asamblea Nacional. Tal concertación entre el liderazgo y la inmensa mayoría de la población, permitió armar sobre la marcha entre 1989 y 1993 una línea certera de defensa política, ideológica, económica y cultural. Y, a partir de 1993, emprender un ciclo de sustantivas reformas y cambios en el Estado para reanimar la economía, insertarla en el nuevo escenario mundial y ajustar las líneas de desarrollo.
La secuencia de los hitos fue: 18 de marzo de 1990, Llamamiento al IV Congreso del PCC, discusión de este por el pueblo y elaboración de los documentos tomando en cuenta sus opiniones; del 10 al 15 de octubre, el evento examina el momento excepcional que vive el país, orienta el rumbo estratégico y adopta importantes decisiones, entre ellas mejorar los nexos del PCC con el pueblo y propuestas para modificar el sistema del Poder Popular y reformar la Constitución; del 10 al 12 de julio de 1992, sesión especial de la Asamblea Nacional del Poder Popular –ANPP– para debatir y aprobar la primera reforma a la Constitución; 26 de diciembre de 1993, la ANPP discute algunas medidas y reformas económicas que impactarán la vida de la población, por lo cual decide consultar la opinión de los sindicados, los campesinos y estudiantes de nivel medio y universitario, en reuniones llamadas «parlamentos obreros»; el 1 de mayo de 1994, la AN adopta sus decisiones, con el aval del consenso alcanzado en tales parlamentos.
Entre la fecha del Llamamiento y la realización del Congreso, medió un año y casi siete meses, período en el que ocurre el desplome del «socialismo real» y el dramático parto del mundo unipolar. Ello obligó a redefinir algunas de las proyecciones de aquel documento, entre ellas interrumpir el Proceso de Rectificación de Errores, e iniciar el «Período Especial en Tiempo de Paz». Los hechos acaecidos y los aportes populares a los preparativos, convirtieron a ese evento en la instancia propicia para el diagnóstico de la nueva realidad internacional y nacional, y en el escenario idóneo para formular la política respecto de los cambios internos que sería necesario acometer. Tal encrucijada y la manera en que esta se encaró convirtieron al IV Congreso en el evento político más trascendental de la historia revolucionaria cubana hasta ese momento, cruzado por una interrogante planetaria: ¿Sobrevivirá el socialismo en Cuba?
El Congreso hace suyos los avances conceptuales y políticos del Proceso de Rectificación iniciado en 1985. Las huellas de este se encuentran en el empeño de los delegados por imaginar soluciones originales a los problemas del socialismo cubano, y en el énfasis por ampliar y hacer más eficiente la vida democrática en el Partido, en el Poder Popular y en la sociedad civil.
Por vez primera, desde que se aprobara la Constitución de 1976, un evento del PCC acuerda revisar el funcionamiento de la democracia socialista, fortalecer el control del pueblo sobre la actividad del gobierno y lograr reacciones más adecuadas de este y del Partido a las demandas e iniciativas de la gente. Muchas de las decisiones que fueron adoptadas en los años siguientes, resultaron de los acuerdos de ese Congreso o tienen la impronta de sus definiciones: desde el voto directo para elegir a los diputados nacionales y provinciales, hasta buena parte de las radicales medidas y reformas económicas posteriores.
Fidel propone en el Informe Central –sin papeles– discutir una idea matriz: qué se debe hacer «para salvar la patria, la revolución y el socialismo, en estas excepcionales circunstancias». Después expone otros conceptos, entre ellos uno de complexión martiana, cuya vigencia es menester enfatizar pues hace tiempo que es poco mencionado: «Hoy nos corresponde a nosotros una responsabilidad universal (…). Hoy luchamos no sólo por nosotros mismos, no sólo luchamos por nuestras ideas, sino luchamos por las ideas de todos los pueblos explotados, subyugados, saqueados, hambrientos de este mundo».
Responde después, sin mencionarlos, a quienes fuera de Cuba –y en menor medida dentro– piensan que no es factible preservar el socialismo: «La única que puede resolver los problemas de este país, definitivamente, a mediano o a largo plazo, es la revolución, y eso no tiene alternativa: somos nosotros y eso no tiene alternativa, y somos nosotros con nuestro trabajo, con nuestra lucha, con nuestro esfuerzo, combatiendo todo lo que haya que combatir».
Aunque me siento tentado por su interés actual, no debo extenderme más sobre ese cónclave del PCC. Solo deseo citar cuatro breves ideas, relacionadas con el tema del Taller. Presten atención y saquen conclusiones. El Llamamiento afirma que es necesario «iniciar un profundo análisis de las estructuras, los métodos y el estilo de trabajo aplicados por el Partido (…); dejar atrás todo vestigio de procedimientos burocráticos y formalistas, eliminar aquellas fórmulas ajenas, proclives a deformaciones, prescindir de prácticas superadas por la vida y abrirse a las nuevas exigencias. El Partido jamás transigirá con la corrupción y los privilegios, y desarrollará métodos y estilos cada vez más democráticos».
El acuerdo sobre los Estatutos asegura que es necesario dar continuidad «aún en medio de un Período Especial prolongado, a las medidas en vigor encaminadas a profundizar y ampliar la democracia interna», pues, «incluso en las situaciones más tensas, un ejercicio democrático viable y racional en el seno del Partido, fortalecerá nuestra capacidad de resistencia».
La resolución sobre el Poder Popular decide «incrementar la participación popular de forma organizada y constructiva en el proceso de toma de decisiones», de manera que permita «contar con el necesario consenso sobre cada asunto, que se traduzca en un redoblado compromiso de las mayorías para la defensa y la ejecución de lo acordado».
Y Fidel en sus conclusiones, dice: «Hemos dado importantes pasos de avances y no por complacer a nadie, no por hacernos graciosos ante nadie, sino para cumplir nuestra voluntad de perfeccionar cada vez más nuestro Partido, para democratizar cada vez más nuestro sistema, porque sólo un sistema socialista puede ser democrático». A saber, fue la primera vez que Fidel expresa esa idea de tal modo: solo un sistema socialista puede ser democrático…
La visión estratégica del evento resultó certera, pues tuvo además la precaución de dejar abierta la posibilidad de emprender cualquier acción indispensable para cumplir el propósito mayor de garantizar las conquistas de la revolución, la independencia nacional y el proyecto socialista. El Congreso evitó todo tipo de amarre dogmático y adoptó acuerdos de implicaciones en el propio Partido, de indudable valor rectificador; por ejemplo la posibilidad del ingreso a sus filas de revolucionarios con creencias religiosas, y la definición de que el PCC es «de toda la nación» –una acepción leninista actualizada del carácter proletario del partido pues, en rigor, la revolución en Cuba generalizó a buena parte del pueblo ese atributo clasista.
Quede pendiente para nuestros intercambios futuros, discutir si en los años posteriores al IV Congreso el tema de la democracia continuó siendo jerarquizado y enriquecido. O por el contrario volvió a ser interpretado por instancias burocráticas del PCC como un asunto marcado por la Perestroika –y/o «la ideología burguesa»–, y quedó atrapado –o no– en los moldes tradicionales soviéticos. Habría que examinar además si el V Congreso, celebrado en octubre de 1997, aborda de igual modo estos asuntos –discute y aprueba un documento que incluye el tema–. Y por qué el VI Congreso debió esperar 14 años para celebrarse –en 2011–, y qué ocurre con el desarrollo de la democracia en ese interregno.
Mudas en la Constitución e inicio de la Reforma Económica
El paso más importante luego del IV Congreso, fue la Reforma Constitucional aprobada por la ANPP el 12 de julio de 1992. Esta abarcó el 56% del texto e introdujo modificaciones sustantivas, en sintonía con los cambios en el mundo y sus impactos en Cuba, que obligaban a la inserción del país en el escenario de la post Guerra Fría. Las adecuaciones incluyeron nuevas normas para el quehacer del Estado y de la sociedad civil, y las relaciones entre ambos. No fueron adecuaciones cosméticas y resistieron la prueba del tiempo, hasta la nueva etapa de mudas y ajustes que inicia el VI Congreso del PCC en 2011.
Esa versión remozada de la Carta Magna avaló las reformas económicas posteriores con una coherente sustentación jurídica, concebida para preservar el socialismo, nunca para debilitarlo o destruirlo. Aunque algunas medidas fueron impulsadas por la tormenta de la crisis –verbigracia, la legalización de la tenencia de divisas y la creación de una red comercial con esa moneda–, la inmensa mayoría de ellas fueron muy meditadas y consultadas con el pueblo, y se aplicaron luego de preparar las condiciones indispensables para garantizar su éxito. Mas esto no se logró en todos los casos, por ejemplo las nuevas cooperativas agropecuarias no dieron los resultados esperados.
Más allá del debate sobre la demora en el inicio de las reformas y si fueron o no previstas todas ellas con una visión integral, o si sobran o faltaron algunas, no hay dudas de que el camino escogido fue certero: Un ajuste progresivo del sistema y el modelo económicos, sin perder el control de las acciones y el rumbo socialista, con el triple propósito de administrar la crisis coyuntural, avanzar hacia otro modelo económico y generar una nueva alternativa de desarrollo a largo plazo.
Visto en perspectiva, el proceso de cambios que se desarrolla en Cuba entre 1990 y 1995 forjó las bases para preservar el poder revolucionario y el proyecto socialista, aunque quedaron en pie varios de los conceptos importados de la URSS, e instituciones del Estado, del sistema político y de la sociedad civil, copiados o muy influidos por el modelo soviético.
En el ámbito económico, durante 1994 la caída del PIB se detiene y a partir de 1995 comienza a recuperarse a un promedio anual de 4% hasta 2004. Algo diferente sucedió con el deterioro del que he llamado –para mi propia comprensión de este fenómeno– Producto Interno Moral –PIM–. Este siguió en descenso en medio de las readecuaciones del país a los impactos de la crisis y de la terapia aplicada, en ambos casos con sus efectos no deseados, entre ellos el incremento de las desigualdades.
En su conjunto, la sociedad cubana comienza a vivir desde entonces procesos que la hacen más compleja y contradictoria. Entre otras razones, debido a la ecuación de déficits y avances en el desarrollo democrático y en el ámbito económico y social, y a las políticas de Washington para reinstaurar un régimen afín. ¿Cómo se expresa esa ecuación y las acciones del imperio en el momento actual?
Todo es más retador en este tiempo de pandemia, crisis foráneas diversas, trumpismo e inéditas tensiones geopolíticas, que impactan de forma extrema todo nuestro archipiélago y complican las reformas en curso, que constituyen una terapia imprescindible para salvar la Patria, la revolución y el socialismo en condiciones tal vez peores que en 1991, cuando Fidel formulara tamaña disyuntiva. Al respecto, y para finalizar, ofrezco enseguida algunos comentarios.
III
Seré preciso en los juicios sobre algunos problemas actuales que seleccioné, entre varios relacionados con nuestro Taller.
1. Opino que este es el momento más complejo y peliagudo que ha vivido Cuba en el siglo XXI. Solo comparable en la historia de la Revolución con la coyuntura más álgida del Período Especial entre 1990 y 1994.
El punto de partida que asumo sobre la presente crisis, es que ella posee los atributos necesarios para ser calificada «de crecimiento» –lleva adentro el embrión de un ciclo virtuoso–, pero incluye también determinados componentes que pueden desviar la Revolución hacia escenarios aún más riesgosos. El desenlace dependerá de cómo se conduzcan los procesos en curso y otros que vendrán –el primero de todos la Tarea Ordenamiento–, y no solo de la estrategia, del orden constitucional e institucional vigentes, y de los documentos rectores aprobados por el PCC y la Asamblea Nacional. Tal vez este símil basado en una idea de Napoleón, me ayude a explicar lo que deseo: las batallas, aunque se planifiquen muy bien, al sonar el primer disparo desatan el caos y entonces la pericia de los jefes hace la diferencia.
2. Relaciono lo anterior con la advertencia que formulara Fidel en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005: «Este país puede autodestruirse por sí mismo, esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos, nosotros sí, nosotros podemos destruirla y sería culpa nuestra».
¿Acaso es posible dormir tranquilo con esta luz roja encendida por Fidel? ¿Cuáles son los peligros foráneos e internos –o sea, dentro de la Revolución y en su entorno–, que nos amenazan hoy? ¿La situación que vivimos es menos o más favorable que la existente en 2005, cuando él hiciera tal prevención?
Al siguiente día, hablé con Fidel vía telefónica desde Caracas –un privilegio que pude disfrutar con frecuencia durante varios años, debido a su cotidiano interés por el proceso bolivariano–. Le comenté la amplia repercusión de su discurso en la prensa venezolana, en particular de esas palabras, y su respuesta fue lapidaria: «Se van a quedar con las ganas», dijo. Esa noche razoné con mi almohada.
Para lograrlo, me dije, es necesario comenzar por no minimizar los peligros internos que acechan a la Revolución. Y fue ese el motivo, pensé, del fuerte aldabonazo que sonara en la Universidad de La Habana el fiel admirador de Eduardo Chibás.
En su discurso, él expresa otra idea también inédita y de igual modo sin fecha de caducidad. Dijo: «Uno de nuestros mayores errores, al principio y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo. Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo». Recordemos: estaba hablando con jóvenes universitarios…
No fue esa una declaración agnóstica. Más bien lo que él busca, según mi parecer, es incentivar el ejercicio de pensar y la humildad en el proceso de crear el socialismo. Nadie es un sabelotodo en cuestiones del socialismo.
Creatividad y humildad son como dos vigorosas piernas que se necesitan para garantizar un andar seguro, sin esquemas preconcebidos ni el mimetismo que tanto daño hiciera a la Revolución, y aún no ha drenado del todo.
3. Una alerta semejante fue expresada por Raúl cinco años después, el 18 de diciembre de 2010, ante la Asamblea Nacional. En ese histórico discurso –en una etapa que él encabeza de críticas a deviaciones, deficiencias y errores acumulados por la Revolución–, espetó con su habitual sinceridad: «O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos, como dijimos con anterioridad, el esfuerzo de generaciones enteras (…)».
De esos dos avisos, deduzco una moraleja: después de sesenta y dos años de revolución –¿la tercera edad?–, quienes nos sentimos parte de ella no tenemos derecho a cometer errores sustantivos y/o ser incapaces de afrontar con éxito los complejos retos de hoy y del futuro, previsible o no.
Por encima de las divergencias –siempre fecundas y mejor si son respetuosas–, resulta indispensable forjar y articular el consenso para acometer con acierto el nuevo ciclo que recién inicia el país.
La unidad en la historia de la nación cubana es una clave ineludible, y nadie debiera convertirla en pretexto para barrer los problemas y fallas debajo de la alfombra.
Sólo con la lucidez del pueblo movilizado –así ha sido siempre–, tendremos la capacidad colectiva para triunfar, que incluye enfrentar a tiempo los errores, y a nuestros enemigos, que siguen desplegados por todos los flancos.
4. «Cura de caballos», así ha calificado el periodista de Juventud Rebelde José Alejandro Rodríguez a la «Tarea Ordenamiento». Me gusta el símil, si entendemos que se trata de una terapia extrema indispensable y que aún se requieren otras para trotar con más rapidez y fortaleza. Y de inmediato, es menester dar en el centro de la diana, pues esa «tarea» –o «cura»– se aplica en una coyuntura muy peligrosa incluso más cerca del precipicio metafórico aludido por Raúl.
Se trata de un vasto conjunto de decisiones económicas y sociales interrelacionadas, que por sus repercusiones en el modo de vida del pueblo y en el sistema de producción y de servicios, es de complexión política. Por eso la Política –con mayúscula– ha de estar al mando de ese radical proceso y sustentarse en el pueblo organizado, activo y consciente, como ha ocurrido en todos los momentos estelares de la Revolución.
Que él ocupe su lugar de actor principal, y no sea un sujeto con derecho a reaccionar a posteriori, lo cual es bueno pero insuficiente y cercena su poder soberano.
Porque el poder es para poder –y lo expreso así, aunque resulte tautológico–. En mi opinión, hubiese sido deseable antes de implementar las medidas, explicarlas al pueblo –todo lo que fuese posible– y recibir las opiniones y sugerencias, primero para que los decisores se beneficiaran de la sabiduría colectiva y después –algo decisivo en las «curas de caballo»– a fin de obtener comprensión y respaldo.
5. Pareciera que ya no tiene sentido hablar de los años que demoró deshojar esta margarita. Lo esencial ahora es superar los males y galopar en la dirección correcta. Corresponde al liderazgo de la Revolución explicar las razones del largo tiempo invertido en forjar esta decisión, y si lo cree justo, hacer las críticas y autocríticas que correspondan, útiles en el presente y para las futuras generaciones.
Lo que procede es trabajar y razonar unidos, sí: con unidad. Sin temor a emplear el concepto que, a fuerza de emplearse como consigna o para apagar debates álgidos, a menudo ha sido distorsionado. La auténtica unidad siempre será feraz, indispensable para avanzar hacia los objetivos consensuados y para derrotar al águila furtiva o de garras visibles.
Nos toca pensar, sentir y actuar como parte del pueblo –que está en ebullición y erguido en defensa de sus verdades. Ello supone ayudar a moldear el futuro con ganas y optimismo, y también proceder contra los ineptos, chapuceros, corruptos, oportunistas y demagogos; contra los especuladores, vagos y delincuentes; contra los mandamás, que casi siempre trabajan menos y quieren vivir mejor, obviando que «el socialismo es la ciencia del ejemplo»; contra quienes mienten de modo inconsciente o deliberado, para preservar su estatus –público o privado–; contra aquellos que temen al pensamiento crítico, y a veces acusan sin fundamento a quienes lo ejercen de ser instrumentos del enemigo; contra los que no acaban de aceptar, aunque digan lo contrario, que es indispensable respetar los derechos y deberes de todos los ciudadanos y ciudadanas, consagrados en la Carta Magna. Y un largo etcétera, a completar y encarar desde las catacumbas del pueblo, en primer lugar en nuestras organizaciones políticas y sociales, que también necesitan elucidar el papel que les corresponde, y cómo cumplirlo, en los tiempos actuales.
6. Es crucial discernir y monitorear la versátil agenda del enemigo, entre todos los que deban o puedan hacerlo. Y, por ende, no dejarnos manipular por sus tácticas y ardides. La Revolución acumula una vasta experiencia y dispone de las fuerzas necesarias, para derrotar las patadas –¿de ahogado…?– de Trump y sus acólitos en Miami y de otros lares; incluidos algunos dizque trumpistas, mal nacidos en Cuba. Sabemos que el imperio suele proceder acorde a metas de largo plazo, aunque a veces sus agentes actúen desaforados. Conocer sus planes –o prever sus intenciones– es vital, y más aún descifrarlos en cada coyuntura.
Ahora se han puesto de moda en Cuba –con razón–, los temas de la «Guerra no Convencional» –GNC– o de cuarta generación, las llamadas «revoluciones de colores» y el «golpe suave». Es importante lograr una comprensión a fondo –que no sea sesgada, con fines utilitarios– de esas doctrinas, instrumentos y métodos para «el cambio de régimen». Interpretar sus contenidos, cuándo surgieron, qué entramado institucional –incluido el financiero– los sostienen, cómo han evolucionado, donde y porqué han dado resultados, en qué países han fracasado y sobre todo cómo operan hacia Cuba.
El tema apasiona, pero no debo extenderme aquí. Solo quisiera destacar que todas sus variantes colocan en primer plano una directriz: identificar y explotar al máximo las vulnerabilidades del que consideran enemigo a derrotar. Por ejemplo, la Circular de Entrenamiento sobre la GNC de las Fuerzas de Operaciones Especiales del Ejército de los Estados Unidos, del año 2010, orienta aprovechar «casi siempre de modo directo, aunque encubierto, (…) las vulnerabilidades económicas, políticas y militares del adversario seleccionado».
Por su parte, en el Instituto Albert Einsten –IAE–, de Boston, y en el Centro internacional sobre Conflictos No violentos, en Washington, se han sistematizado y se enseñan los métodos no violentos de las llamadas «revoluciones de colores» y del «golpe suave», cuyo artífice principal es el estadounidense Gene Sharp, fundador del IAE. Él es famoso por ser autor del libro «Dictadura y Democracia», una especie de manual para derribar gobiernos con métodos no violentos –los que no excluye del todo–. El objetivo de tal estrategia, según Sharp, es que el gobierno a derrocar pierda la capacidad de controlar las instituciones y los procesos económicos, sociales y políticos. Su tesis fundamental, es que toda estructura de poder se sustenta en la obediencia de los sujetos a las órdenes de los dirigentes. Por consiguiente, si la gente no obedece, los líderes no tienen poder. Así de simple. Aunque los métodos a emplear y sus dinámicas específicas en cada país son complejos y sin escrúpulos, e incluyen 198 variantes a combinar según la realidad de cada país.
Regreso a la idea que deseo subrayar: junto al estudio concienzudo y la divulgación sistemática de los planes, métodos y acciones del imperio, es imprescindible cerrar las brechas de nuestras vulnerabilidades, las que ya existen o las que puedan sobrevenir, a fin de subsanarlas o al menos llevarlas a un umbral que no le sea posible emplearlas en favor de sus planes.
No sobredimensionar al enemigo ni subestimar nuestras flaquezas: ni más, ni menos. Y saber distinguir quiénes en verdad son sus cómplices e instrumentos dentro y fuera de Cuba, para no cometer el desliz de incluir en el «sector de fuego» de la batalla de ideas contra los adversarios, a ciudadanos que no lo son, incluidos muchos leales y activos revolucionarios que ejercen su derecho a pensar.
7. Con tal fin, considero que es aconsejable evaluar cuánto más puede mejorar nuestro sistema de comunicación social: prensa escrita, televisión, radio y medios digitales. No soy experto, pero estoy persuadido de que disponemos de un potencial en recursos humanos y materiales que no se emplea en todas sus posibilidades, y no pocas veces está lastrado por métodos de comunicación anacrónicos y/o erráticos. Este es un tema muy complejo, que debiera abordarse más desde esa complejidad, y no solo por las personas involucradas en ese quehacer, donde abunda el talento y la lealtad a la Revolución. A todos nos concierne.
Porque si algo debe caracterizar a nuestra democracia socialista es un sistema de medios que sea el espejo del pueblo y de las realidades donde existimos. Sin complacencias, torceduras y ocultamientos, y sin temas prohibidos –tabúes– innecesarios. Que la gente se vea reflejada en los medios, tal como son, piensan, sienten y viven.
A la prensa digital que dice ser «independiente», pero en verdad depende de los recursos y directrices enemigos, está muy bien que no se le dé tregua desde nuestra artillería mediática, como sucede cada vez más y mejor. Todavía con mayor efectividad, debiera hacerse con las variantes que propalan en las redes sociales rumores y noticias falsas o medias verdades.
La mejor manera de desmentir esas vías de (des)información, es lograr que no sean creíbles para la mayoría del pueblo –como siempre ha sucedido con Radio Martí y TV Martí–. A ello ayudaría mucho que sea impecable el quehacer de nuestros medios de comunicación. Que la base de su legitimidad y poder de influencia sea que el pueblo crea en ellos. Las nuevas tecnologías obligan aún más a elevar la participación desde el campo revolucionario y patriótico en los medios digitales, para contrarrestar la vasta y sistemática arremetida imperial, y exponer nuestras verdades con argumentos, nunca con consignas o estereotipos aburridos. Pero más importante aún es hacerlo por vías directas, cuerpo a cuerpo, pues tal dimensión sigue siendo decisiva en el ámbito de las ideas, la ética y las emociones de la gente. Es el imán más eficaz, siempre y cuando esté acompañado de hechos convincentes.
8. Con humildad deseo insistir: tener nuestro propio guión y una brújula en las manos es indispensable. Descifrar al adversario para contraatacarlo donde le duele, y no dejarnos arrastrar o confundir por sus coartadas. «Plan contra plan», como aprendimos del Maestro y siempre hizo Fidel: por eso está invicto en su trinchera de piedra e ideas.
Tenemos razones para confiar en nuestros servicios de inteligencia y demás instituciones fogueadas en esas lides. Sin embargo, pareciera que es menester ante el multifacético escenario de confrontación en desarrollo, y en armonía con la política que adelanta hacia los científicos cubanos el Presidente Miguel Díaz–Canel, acudir aún más al aporte multidisciplinario de nuestros investigadores, pensadores y académicos sociales.
Aunque la sociedad es el sistema –o conjunto de ellos– más complejo que existe en nuestro planeta, muchos de los que tienen la responsabilidad de conducirla –no solo en Cuba–, carecen en diferentes medidas de los conocimientos científicos para ese fin, y/o de la asesoría idónea. Tampoco se trata de sobrestimar el papel de las ciencias sociales. Depende incluso de qué especialistas se utilicen, pues a menudo tienen criterios diferentes, y por eso quienes dirigen han de escuchar a unos y a otros. Esos científicos, académicos y pensadores son parte del pueblo y, desde este, pueden ayudar a interpretar correctamente con sus métodos las diversas ideas percepciones, conductas y el estado de ánimo de la gente. Y hacer propuestas útiles.
9. No pretendo extenderme en el tema del «show» de San Isidro y sus efectos colaterales. Entre otras cosas, porque no poseo información suficiente. Lo he subrayado antes: el adversario siempre busca identificar cuáles son las vulnerabilidades del contrincante para atacar fuerte en esos flancos. ¿Cuáles supone el imperio que son las nuestras? Es fundamental tenerlo claro, porque en esos puntos nos van a atacar, como ya hacen, con más vehemencia.
Es obvio que tiene una batería de acciones jerarquizadas, líneas de ataque definidas y dispone de vastos recursos. Desde hace tiempo recibimos los impactos, que han sido duros pero nos han curtido. Aunque ello no quiere decir que seamos infalibles.
Un ejemplo: Me atrevo a decir que lo ocurrido a finales de este año con el montaje del llamado Movimiento de San Isidro y la movilización el 27 de noviembre de un heterogéneo grupo de artistas y escritores frente al Ministerio de Cultura –la mayoría de ellos jóvenes honestos, mezclados sin saberlo con activistas contrarrevolucionarios–, fue un auto-gol de nuestro equipo. De esos que, luego de evaluarse bien, ayudan a ganar el campeonato.
¿Se procedió con rapidez y tino para evitar que el llamado Movimiento de San Isidro generara tal confusión? Todo indica que existían agendas individuales y grupales en el grupo de creadores que se movilizó el 27 de noviembre, al parecer no suficientemente entendidas y atendidas. Otras sí, pero en esos casos hay poco o nada que hacer. Aunque siempre es menester seguir intentándolo.
No soy experto, ni conozco detalles, pero aprendimos de Martí que en la política –y esto es Política–, «lo real es lo que no se ve» y «prever es triunfar». La experiencia, estoy seguro, está siendo valorada por quienes corresponde en Cuba. A no dudarlo, el enemigo ya lo ha hecho. Hay signos evidentes: ¡Están de pláceme, y vienen por más!
Lo sabemos: el factor tiempo en política es una categoría clave. A Hugo Chávez le gustaba decir, en sentido figurado: «Candelita que se enciende, candelita que se apaga». En esa práctica de bomberos eficientes nos hemos educado los revolucionarios cubanos. Sobre todo cuando esa «candelita» ocurre dentro de nuestra casa, por un descuido de algún familiar o un vecino, amigo o no, pero que merece respeto.
Saber distinguir entre un mercenario –sea un terrorista violento, un provocador burdo o algún mercader de la palabra y la imagen– y aquellas personas que con razones válidas o sin ellas, actúan, reclaman, opinan, dudan y piden dialogar de buena fe, es el primer y más importante cortafuegos que debe emplearse.
No el despliegue innecesario de fuerzas del orden, donde no hay desorden y el enemigo sonríe ante ello, porque lo que busca es propagar la imagen de un «régimen represivo». Recordar la dicotomía simplista de Sharp: dictadura vs democracia.
Tampoco es válido reeditar los «mítines de repudio» o creer que las «brigadas de acción rápida» pueden en todo momento y circunstancia sustituir el indispensable movimiento popular organizado y consciente, tan de capa caída en los últimos años. La Revolución siempre tendrá el derecho a defender su poder y su legado, y el pueblo revolucionario el deber de hacerlos valer. Pero lo más fructífero, como se ha demostrado tantas veces a lo largo de nuestra historia, es la plática diaria con la gente, sin formalismos, donde el servidor público dialogue porque al igual que sus interlocutores lo necesita para su buen desempeño, que incluye aprender y esclarecerse mutuamente.
Me gusta el nombre que emplean los consejos comunales en Venezuela y en diferentes organizaciones populares de nuestra América, para identificar a sus «representantes»: Voceros. Se trata de un concepto democrático nuevo, asociado a la idea de «mandar obedeciendo», del filósofo y teólogo de la liberación argentino-mexicano Enrique Dussel. Ellos son la voz del colectivo y, por ende, su papel consiste en expresar los criterios y sentimientos de este.
Esa especie de nueva cultura democrática ha nacido al calor de las luchas populares en nuestra América y se ha ido extendiendo en muchos países. Debiéramos conocerla y más aún asimilar de modo creativo la savia suya que favorezca nuestra democracia. Marta Harnecker ha dejado un amplio legado de testimonios filmados y textos sobre ese quehacer de la gente a ras del suelo. Son de interés, por ejemplo, las experiencias en la elaboración de presupuestos participativos de alcaldías, y en otras variantes populares de democracia directa en varios países de la región, donde destacan algunas como las de los Trabajadores sin Tierra de Brasil, los métodos participativos de educación popular y, en Cuba, el Centro Martin Luther King.
10. Mi respetuoso parecer es que no se mostraron a tiempo al público los datos convincentes que existían sobre los personajillos y la maniobra del «show» de San Isidro. ¿Se subestimó o no se entendió el plan? Sus mentores lograron una imagen mediática artificial, gracias a la metodología de las llamadas Revoluciones de Colores, que tiene muchas variantes; como en el ajedrez: cada jugador, siempre que puede, mueve sus piezas para provocar la reacción que espera. ¿Acaso no buscaron y consiguieron que «la dictadura» «metiera preso» a un «artista» que supuestamente defendía su derecho a crear, pensar y expresarse libremente, y luego «reprimiera» a quienes hacían una huelga de hambre para protestar y al «periodista independiente» que viajó para cumplir su papel profesional? ¿Y por qué nuestros medios de comunicación no fueron empleados a tiempo? Cuando se hicieron públicos los hechos e informaciones sobre quiénes eran esos provocadores el pueblo enseguida entendió todo y de manera abrumadora los rechazó.
A saber, en la historia de la contrarrevolución desde el año 1959, este es uno de los grupos más mediocres y sórdidos que han existido, a cargo de una operación burda y chapucera. Sin embargo, el imperio logró, basándose en su poder mediático y a las maniobras en el tablero, que tales farsantes nutrieran la matriz hegemónica sobre Cuba, que desde hace años reproduce con bastante éxito en muchos países: una dictadura que viola los derechos humanos, en especial la libertad de pensamiento, de expresión y de creación, etcétera. Y pudieron distorsionar mucho más los hechos de San Isidro, debido al flanco que se abre el 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura.
Como dijera después Abel Prieto, la contrarrevolución se coló en el tejido de la cultura. ¿Por qué ocurrió? ¿Qué razones explican este fenómeno inédito en más de 50 años? Y otra pregunta: ¿Cómo sanar el tejido afectado y buscar hacerlo inmune a nuevos «virus»? ¿Cuál es la vacuna? No soy novedoso si digo que también en el campo de la cultura Cuba dispone de todo lo necesario para crear eficaces «vacunas» y «antídotos»: el formidable acervo ético y cultural de la nación, y nuestros artífices de belleza y axiología.
Alguna vez Trotsky afirmó que las revoluciones necesitan el látigo de la contrarrevolución. Y los que peinamos canas aquí sabemos, y los más jóvenes también, que eso fue lo que nos hizo fuertes y más diestros para avanzar en medio de innúmeros avatares y conquistas, luego del amanecer.
Los problemas e insuficiencias que se han puesto de manifiesto en nuestras instituciones, incluidas las gremiales, y en los medios de comunicación, están a la vista. Y también son obvias sus reacciones positivas. Nuestro deber es contribuir a ese fin, desde el compromiso crítico, sin afeites.
11. La experiencia del Parque Trillo y el diálogo del pasado 5 de diciembre en el Ministerio de Cultura son reacciones de dos cuerpos saludables. Uno institucional y el otro un novedoso grupo de jóvenes. Me alegra que estén aquí algunos de los que se juntaron por decisión propia en ese emblemático parque. Pude leer en La Tizza las palabras de esos jóvenes en la tángana y en el libro digital que editó Ocean Sur, todo hecho de prisa y bien, como obliga este tiempo de peleas. Me llené de optimismo. Y muchos de mi generación nos preguntamos:
¿Cómo fue posible que se convocara y organizara ese evento por un grupo autónomo de jóvenes? Algo inédito en nuestro país. Mi amigo Roberto de Armas, aquí presente, ahora con 76 años, fue uno de los primeros presidentes de la OCLAE y dirigente de la UJC hace medio siglo, y él puede atestiguarlo: no recuerdo que se haya realizado una actividad de este género político, que no hubiese sido organizada por los CDR, la CTC, la FMC… y en este caso por la UJC o la FEU.
La del Parque Trillo surgió de modo espontáneo y los promotores la organizaron en tiempo record y sin liturgia. Bienvenida esta iniciativa, porque la Revolución necesita que florezcan plantas «silvestres», también frutos auténticos de ella. A la vez, ello obliga a una reflexión: ¿Cuánta capacidad para movilizar al pueblo han perdido nuestras organizaciones políticas, de masas y sociales? ¿Acaso tal realidad no es expresión de un severo desgaste de sus roles históricos? ¿Cómo se relaciona esto con el ejercicio democrático efectivo en las bases del poder popular? ¿El pueblo en verdad ejerce en todo su calado los poderes directos e indirectos que le confiere la Constitución? ¿Será necesario crear nuevas variantes de organización del Poder Popular en las bases, con potestades más efectivas de autogobierno? ¿Y hacer más eficaz en sus centros laborales el poder de los trabajadores del campo y la ciudad en todas las formas de propiedad?
Por hoy, debo concluir. El tema del poder del pueblo desde abajo es de inmenso calado, y solo deseo incentivar el debate. Habrá más oportunidades para referirme a él y a otros asuntos relacionados con la democracia en Cuba.
Muchas gracias.