En 1998 el profesor y militante socialista Néstor Kohan publicaba un libro denominado “Marx en su Tercer Mundo: hacia un socialismo no colonizado”. Me acuerdo mucho de ese texto porque me abrió la mirada más allá de los manuales de marxismo ortodoxo -que ya en esa época nos brindaban débiles herramientas y vocabularios para impugnar al orden neoliberal-, de la socialdemocracia acomodaticia y del posmodernismo estilo Negri.
Kohan, en dicho texto, volvía a poner en el centro del tablero la cuestión del poder en las relaciones económicas (cuestión prohibida para la economía neoclásica convencional y aún dominante) al mismo tiempo que sacaba al marxismo de todo rasgo lineal, mecanicista y teleológico y hacía un importante esfuerzo de traer de vuelta la libertad a la tradición socialista.
En este último punto, Kohan nos planteó un desafío fundamental. De acuerdo a él, el debate sobre la libertad y su significado “..se ha constituido en un eje clave y decisivo para cualquier proyecto social y político emancipatorio contemporáneo.”[1] Para dar un puntapié inicial, Kohan realizó una radical critica tanto a la visión negativa de la libertad que el liberalismo clásico y el neoliberalismo contemporáneo han defendido, como a su visión de lo social entendido como una serie de mónadas aisladas que existen en un espacio neutral y horizontal. Contra aquello, Kohan nos trajo de vuelta a Marx y su crítica encaminada a poner luz en las relaciones autoritarias y de dominación que suceden el corazón del capital y, precisamente, en nombre de esa libertad negativa.
II
Creo que hay que tomarse muy en serio el desafío y la invitación que Kohan nos brindara en esa época. Hay que traer de vuelta la libertad a nuestra tradición. Y esto no por un sentido táctico, sino por un sentido de urgencia.
En nombre de la libertad del capital, hoy por hoy la sociedad entera está viviendo un creciente ‘camino de servidumbre’ en todos los espacios de la vida socio-política. La libertad del capital (su capacidad de romper todos los cortafuegos, restricciones y barreras que el movimiento popular le impuso durante el siglo XX) ha venido de la mano de un creciente autoritarismo al interior de las empresas (la relaciones laborales en gigantes como Amazon y Walmart son ejemplos prístinos de esto), de una concentración del poder económico a niveles no vistos anteriormente (llevando incluso a economistas liberales como Martin Wolf o Luigi Zingales a preocuparse por el futuro del propio capitalismo), aumento de las desigualdades (como Thomas Piketty o Branko Milanovic han demostrado de sobremanera), una democracia crecientemente asediada y restringida e incluso a un estancamiento económico de la mano de crecientes desastres medioambientales.
En buenas cuentas, la libertad del capital ha implicado el sometimiento de la población trabajadora a una condición de creciente servidumbre económica y política. Algunos liberales progresistas dirán que eso se debe a que algunos empresarios han logrado coludirse e impedir que la competencia desate sus fuerzas emprendedoras. Otros dirán que esto se debe a una pérdida de valores comunitarios que restrinjan el apetito utilitario de algunos. Otros dirán que esto son dolores temporales de una sociedad que, a pesar de todo, avanza en nuevas tecnologías y fuerzas productivas.
Los socialistas disentimos. El asunto no es ni normativo, ni tecnológico, ni de competencia. Es político en su sentido profundo, esto es, implica las relaciones de poder sobre las cuales se erige la competencia capitalista. Hoy las clases trabajadoras no solo carecen de las protecciones materiales que habían conquistado a partir de las luchas del siglo pasado sino que están desposeídas de bases materiales autónomas de existencia que les impida verse sometidas, para sobrevivir, a relaciones de dependencia con el capital. Esa vida dependiente del capricho de las elites para garantizar su existencia es, en su definición clásica, una vida de esclavo, lo opuesto al ser libre. José Martí compartió esa idea en su forma exacta: “esclavo es todo aquél trabaja para otro que tiene dominio sobre aquél”.[2]
Así visto, la libertad para los socialistas no es únicamente la ausencia de interferencias (como correctamente Kohan asocia al liberalismo), sino una vida que no dependa de la voluntad arbitraria de nadie (o como nos recordara Antoni Domènech sobre Marx, vivir sin pedir permiso). En esta línea, el orden político que defendemos es, por tanto, aquel en que asumimos como responsabilidad colectiva de todas y todos el garantizar la base material y el principio normativo necesario para que nadie viva bajo esas condiciones de sometimiento.
III
Ahora bien, ese orden político que basa su legitimidad en un compromiso entre iguales a garantizar que todos los miembros tengan aseguradas bases materiales y normativas para que puedan vivir sin ser esclavos, como hombres y mujeres libres, es lo que denominamos como República.
En este sentido, la república que defendemos está en las antípodas de la idea de república que tiene el liberalismo. Incluso nos atrevemos a decir que, desde la revolución francesa, ha sido su principal oponente. Mientras el liberalismo solo entiende república como un aparato formal de división de poderes, un gobierno representativo y un procedimiento electoral de selección de elites políticas, nosotros sostenemos que el núcleo de la república es lo anterior pero de la necesaria mano de garantizar una base material de existencia a todas y todos los ciudadanos para que puedan vivir sin verse sometidos a ningún lazo de dependencia ni en el hogar, ni en la empresa ni con el gobierno.
Lo anterior implica que para que la república pueda ser un espacio donde los ciudadanos (y sus representantes) se encuentren como iguales para determinar las normas que nos proponemos como sociedad (sin que, por tanto, sean estas el resultado de voluntades arbitrarias) debe venir de la mano de una redistribución del poder económico (democratizando las empresas), una redistribución del ingreso (impedir las desigualdades que impactan en la legitimidad de la democracia) y una desmercantilización de áreas fundamentales de la vida social (salud, vivienda, educación, etc.).
Esta dimensión material de la política Robespierre (como nos recuerda Domènech) la denominó como la fraternidad (la base material para podamos vernos como iguales) siendo el tercer pilar que, junto a la libertad y la igualdad, constituyen el corazón de una república. Mientras el liberalismo cree que la república solo incluye la libertad (como no interferencia) y la igualdad (formal) desatendiendo sus bases materiales (bajo la premisa de que el mercado es un espacio horizontal de mónadas utilitarias como señala Kohan), los socialistas creemos que, para que la república no sea papel mojado, debe venir de la mano de una serie de medidas que redistribuyan la propiedad, democraticen la producción y saquen al mercado de áreas claves de la reproducción social.
Ese proceso de asegurar las bases materiales de la república y que dispute al capital las áreas del mercado, la producción y la inversión, es lo que entendemos como el carácter socialista de una república. República sin socialismo, de este modo, es el gobierno de las oligarquías, pero socialismo sin república es el gobierno de la burocracia.
IV
Kohan a fines de los 1990s nos invitó a reflexionar, con lucidez, sobre la revolución y la libertad. Lo que el socialismo representa, a nuestro entender, es en efecto una defensa irrestricta a la libertad. Pero una libertad considerablemente más exigente que la liberal y que demanda una vida sin dependencias arbitrarias ni dominaciones. Esa promesa (la mayor promesa de la ilustración y la modernidad) implica, para nosotros, dos elementos, uno institucional y otro material. En el primero, implica una república que garantice la expresión política de la pluralidad de opiniones de la sociedad civil, la elección de representantes y división de poderes. Esto con el fin de garantizar la soberanía del pueblo. Pero esa soberanía solo será papel mojado si no viene de la mano de una radical re-ingeniería económica, una democratización de la producción y redistribución de la propiedad para que pueda tener sólidas bases materiales que garantice la autonomía de sus miembros.
Este proyecto republicano socialista, como es evidente para cualquiera que observe con lucidez y seriedad, es un ataque frontal a la democracia liberal de Popper y Berlin y su arbitraria concesión de la esfera económica a poderes privados; al eurocomunismo y su incapacidad de problematizar la propiedad y su distribución como base para la libertad y centrarse únicamente en tenues políticas distributivas; y al capitalismo, y su tendencia endógena a concentrar el poder en actores privados, a profundizar la precariedad y crear en forma creciente, una mayoría social dependiente expropiada de las condiciones materiales para que puedan vivir una vida libre y soberana.
Notas:
[1] Kohan, N. (2003). Marx en su tercer mundo. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello: La Habana.
[2] Citado en Guanche, J.C. (2017). Prólogo a La democracia republicana fraternal y el socialismo de gorro frigio.
José Miguel Ahumada. Economista y profesor chileno.