Recomiendo:
0

Soy candidato…

Fuentes: Rebelión

Damos por entendido que el régimen convirtió las magistraturas en la acequia de las aguas servidas, y en la recompensa del envilecimiento exigido para ocupar injustificadamente y a título oneroso un curul que antaño reclamaba alguna envergadura al tiempo que daba lustre y distinción.

Contrariamente a lo que hace pensar la recua de candidatos a la presidencia y al circo que llaman parlamento, dar un paso al frente con el sano propósito de postular a una representación de elección popular no es una mala acción, ni puede ser considerado a priori la antesala de la perdición, ni el alfa y el omega de la concusión y el deshonor.

Damos por entendido que el régimen convirtió las magistraturas en la acequia de las aguas servidas, y en la recompensa del envilecimiento exigido para ocupar injustificadamente y a título oneroso un curul que antaño reclamaba alguna envergadura al tiempo que daba lustre y distinción.

Pasa que en tiempos de insurrección e higiene general hubo el ejemplo de un incorruptible que abrió las compuertas de las cloacas, y para ello tuvo que mojarse…

Como la sabiduría popular suele reconocer a los próceres mucho antes de que lo lleguen a ser, a este lo bautizaron precisamente con el apelativo que en adelante sustituyó su nombre: el incorruptible.

El adjetivo calificativo que adquirió sustantivas cualidades de sustantivo no figura en el Diccionario político y social del mundo iberoamericano (Fundación Carolina. Madrid. 2009), y uno no ve por qué razón debiesen conocerlo en La Moneda y en el Congreso de Santiago visto el uso que unos y otros hacen de los privilegios que se auto-atribuyen.

Tal comportamiento no es nuevo, exhibe un rancio arraigo, goza de solera, abolengo y prosapia. La prueba a contrario la ofrece el nº29 del 27 de agosto de 1812 de La Aurora de Chile, que al explicitar los objetivos de los independentistas afirma:

La América quiere ser libre para trabajar por sí misma en su felicidad; quiere que sus tesoros le sirvan a ella misma; quiere que florezcan en su seno las ciencias y las artes; aspira al esplendor que dan a las naciones cultas la cultura de los talentos y la aplicación de sus recursos; quiere, en fin, elegir sus magistrados y sus leyes. Es palpable que esta felicidad no es para un día, sino para muchos siglos.

Si no te explicabas el golpe de Estado, las concesiones mineras al capital extranjero, la desnacionalización del cobre, el robo de SQM, la privatización de la Educación y de todo lo que fueron servicios públicos… es porque no habías leído La Aurora de Chile.

Después la gente se queja sin razón… Por otra parte no debes olvidar que según La Aurora de Chile “esta felicidad no es para un día, sino para muchos siglos”. Así estamos.

Leyendo estas barbaridades comprendí el contrito silencio del Choro Silva, nuestro profesor de Historia en el Liceo Neandro Schilling de San Fernando, cuando le pedimos que nos explicara las razones de la bronca entre algunos padres de la patria y José Miguel Carrera.

Sin embargo las razones eran de una claridad encandilante: José Miguel Carrera criticó a los líderes del independentismo diciendo que los líderes y caudillos sudamericanos eran corruptos y faltos de las virtudes que la libertad de los pueblos requería (op.cit).

Mirsh… José Miguel Carrera disponía además de la virtud de la adivinación, de los presagios y las predicciones certeras, es una pena que no haya conocido el Hipódromo Chile.

José Miguel terminó de malograr cualquier posibilidad de monumento frente a La Moneda –lo que tuvo el mérito de evitarle la vecindad con uno de los recientes corruptos y faltos de las virtudes que la libertad de los pueblos requería– cuando aseguró:

Los tiranos de Sud América son bastante bárbaros para proponerse manchar vuestras gracias con un borrón infame… (El Hurón, nº 1, 1818).

Como puede leerse, en los albores de lo que hay de república había libertad de prensa y se podía contar la firme de la milanesa, defecto menor que se curó rápidamente con El Mercurio (cromo).

Es lo que pasa cuando te toca bailar con la fea, o bien estar del mal lado del yatagán.

El escritor, poeta, filólogo, diplomático y eminente jurista venezolano Andrés Bello expuso tempranamente el infortunio que nos tocó en suerte, cuando escribió:

La situación de unos y otros pueblos al tiempo de adquirir su independencia era esencialmente distinta: los unos tenían las propiedades divididas, se puede decir, con igualdad, los otros veían la propiedad acumulada en pocas manos. Los unos estaban acostumbrados al ejercicio de grandes derechos políticos, al paso que los otros no los habían gozado, ni aun tenían idea de su importancia.
Los unos pudieron dar a los principios liberales toda la latitud de que hoy gozan, y los otros, aunque emancipados de España, tenían en su seno una clase numerosa e influyente, con cuyos intereses chocaban.
 (Andrés Bello. 1836).

Junto con ser la prueba viviente de que la inmigración venezolana no data de ayer, Andrés Bello nos advirtió de lo que nos esperaba: “…otros veían la propiedad acumulada en pocas manos…”

Para acumular la propiedad de la tierra, de la minería, del agua, de los bosques y de un cuantuay, los
criollos –hijos de chapetones– practicaron la guerra, las masacres, el pillaje y el saqueo contra la población local, úsease atacameños y aimaras en el norte grande, diaguitas en el norte chico, changos en la costa septentrional, la gran familia de los mapuches en el valle central hasta el seno de Reloncaví y los tehuelches, chonos, alacalufes, onas y yaganes en la Patagonia. Rentables ocupaciones que se prolongan hasta los días de nuestra incomparable modernidad.

Por eso, como te contaba, soy candidato. Con la misma declaración que hizo Robespierre cuando en 1789 postuló a los Estados Generales:

“La mayor parte de nuestros conciudadanos está reducida por la indigencia a ese supremo estado de indignidad en que el hombre, ocupado únicamente de sobrevivir, es incapaz de pensar en las causas de la miseria y en los derechos que le otorgó la Naturaleza.”

Robespierre fue elegido, pero lo guillotinaron el 28 de julio de 1794, en la Place de la Concorde, en París…

Imagen, Pixabay