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¡Sun Wu vive! (¿Para quién?)

Fuentes: Rebelión - Imagen: "La intriga", James Ensor (1890)

O se adapta o desaparece. La derecha. O como sea que se la deba llamar. O quizás no, sería apenas un eclipse perpetuo, está ahí pero como que no. Hablemos de un darwinismo inevitable en la política y en la vida cultural de los países. La derecha, no esta por supuesto, la tibia y tiktokera, sino aquella otra, la dinosáurica, ideológica, académica, racista y curuchupa (sin agotar los adjetivos, por favor).

Aplicando la matemática de las comparaciones en calidad y cualidad, resulta que no hay mucha diferencia, una importante: la sangre ajena. Explicando la proposición demostrable: las dos se aferran a las injusticias sociales, pero una mata por conservarlas y la otra tiene dudas elásticas. No sé si hay derecha light y derecha heavy (o hard). Algo tiene apariencia de verdad: la derecha no está enferma ni mucho menos, aquello que la puede reducir a trasto de museo es la renovación de la izquierda. Ahí está el detalle, sanciona desde la eternidad Cantinflas (Mario Moreno Reyes). La derechología estudia las cartas de marear y navega cómoda durante las elecciones por la zurda y gobierna por el otro lado (¿ejemplo? Sí, claro, Ecuador). Hasta invirtió nuestros mantras: ¡un pueblo medio leído siempre será vencido!

Y la derecha más reaccionaria, la heavy, lo sabe y está lanzada a ganar batallas políticas sin apenas combatir, al milenario estilo de Sun Tzu (o Sun Wu, como era su nombre de registro). Eso de ‘Tzu’ significa ‘maestro’. Aquellos lustros del punto político del progresismo fueron para esos grupos conservadores como el encabronado camino hacia algún lugar indefinido, mejor dicho, un vía crucis innecesario, porque los progresistas les hicieron quimbas y combas a las grandes fortunas, salvo cobrarles los impuestos, ni un centavo más, no pueden decir que por ahí se coló un bolchevique ansioso de estatizaciones o de socialismo. (Bueno hubo algo llamado del Siglo XXI, pero quedó en buenos deseos y chao). El progresismo buscó el dinero de la justicia social en los llamados commodities, salieron las cuentas económicas y de los malos ratos, se frenó o se le puso pausa al empobrecimiento. Aquello irritó a la derecha continental, porque cree, con fe de brutal apostolado, que la humanidad se divide en pocos (riquísimos) y muchos (pobrísimos).

Creen que es algo natural y estético como las garúas urbanas. Y estas ideas se repiten en escuelas económicas, en las eufóricas peroratas de los medios corporativos, en ciertas prédicas religiosas para calmar las angustias que obligan a mirar al otro lado (izquierda), en las conversaciones de sobremesa de los chiros y convencidos por la retórica y en las cuadrículas sociales de arriba hacia abajo con adornos filantrópicos. Diablos, no es queja de este titulado jazzman, Sun Tzu fue directo y al punto: “el arte de la guerra (y esta es de clases sociales) se basa en el engaño”. Suena fácil, pero la mentira con sus adornos teóricos es por las entendederas y posaderas de la gente de las barriadas. Línea explicativa: la ciudadanía, el electorado, la gente de barrio adentro se asienta sobre aquello que entiende. ¿De acuerdo?

No sé por allá, referencia a los demás países latinoamericanos, pero nadie es de derechas (o conservador) en Ecuador (país amazónico, fue una cantaleta de décadas) pocos, muy pocos, tienen la honestidad de decirlo. La mayoría se corre al ‘centro’. Eso es una vaina política indescifrable. ¿Qué ha ocurrido en este siglo XXI? La revolución silenciosa: la derechosidad salió del closet. Ahora ser contrario al progreso social y cultural de la humanidad no es malo, es tener pedigrí aunque no se tenga dónde caerse muerto (¡hay empobrecidos de derecha!); llevarle la contraria al feminismo es de intrépidos, ¡qué carajo! Dicen aceptar a los LGBTI+, pero si los cabezas rapadas actúan se lo tienen merecidxs, porque esas comunidades no conservan la “cordura moral”; por cierto, “no soy racista, el jazzman autor de estas líneas es mi ‘amigo’. “Miren si hay un negro bueno o una negra buena para hacerle algún reconocimiento, ¡el que sea, por Dios!” Dichos en las capitales latinoamericanas.

Esa derecha, con todos sus alardes, quiere salir (o sale) de su noche larga y despiadada, busca ser la misma pretendiéndose ser otra. Habla bajito de sus eternas intenciones y salmodia fuerte y claro aquello en lo cual poco cree y adrede confunde con beneficencia. Ella retuerce al maestro Sun Wu y se copia (o procura clonarse) como izquierda de ningún planeta conocido para no trabucarse como la izquierda (bien colocado el artículo definido) cimarrona, barriobajera y prima hermana de aquella que sandunguea en El Manifiesto (aún válido, por cierto, que también se es posible volverlo a escribir en un palenke o en un quilombo urbanos). Digo. La izquierda de a pie, sin corbata ni traje de alta costura, parafraseando al hermano Muhammad Ali, “en esas vanidades que anhelas te estás convirtiendo”. Diablos, no la quiero andrajosa. Digo. A la izquierda. Pero chamullo lo que veo. En todo caso, es la derecha del medioevo europeo extraviada en el siglo XXI. O dicho desde la vía del fantasma que se pasea por avenidas, calles y callejones, esta derecha ensaya pulmones vetustos para respirar aires diversos (o de diversidad) muy perjudiciales para la casta.

No olvidemos que “el arte de la guerra se basa en el engaño”. Por la mente, el corazón, el ánimo de nuestras comunidades. Las batallas de la falacia sin fin son para que las Comunidades Negras se nieguen y se diluyan en el marasmo de unas historias laberínticas mientras hambre y necesidad queden disfrazadas de quejas y pesares. El arte de la falsedad funciona, en unas batallas agridulces, con las comunidades e individualidades. Las batallas biopolíticas son elegantes supersticiones neoliberales diferenciar la buena suerte de los grupos opresores y mala suerte de los condenados del planeta. El arte de la guerra de clases sociales es una mandanga de enredos académicos. El arte de la guerra son las marañas especulativas de los analistas económicos de los medios corporativos latinoamericanos (y ecuatorianos, más aún). O el manual de sobrevivencia de la derecha reaccionaria y naftalínica. El maestro Sun Wu escribió que para inducir al enemigo a la ilusión se operan con cinco factores básicos: doctrina, tiempo, terreno, mando y disciplina. La derecha está en aquello, porque el mundo ya no es más ancho, aunque todavía ajeno. O al menos ya no tanto, como cuando se publicó la novela de Ciro Alegría1, en 1941. Ahora mismo hay resistencias cimarronas por la existencia con permanencia comunitaria. Aquello preocupa a las derechas reaccionarias, valga el plural, porque sus think thanks2 cuestan aquello que producen para ‘cambiar algo para que nada cambie’.

¡Wow, se tropezaron con El arte de la guerra! Y ya. “¡Tíralos pa’bajo que son un peligro arriba!” Así es, nos empujan al abismo de las dificultades, pero con artes y ciencias falaces. Y ya se sabe, en las elecciones el electorado elige y no siempre a los Pedros Castillo o Evo Morales. O a cualquier otro del progresismo o de la izquierda menos tibia.

Notas:

1 Ciro Alegría escritor y periodista peruano (1909-1967). Uno de los más importantes escritores latinoamericanos y representante de la narrativa llamada indigenista. Su novela El mundo es ancho y ajeno tiene decenas de ediciones y fue publicada por primera vez en Santiago, Chile.

2 Laboratorio de ideas en inglés.