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Suspenso y drama en Chile

Fuentes: Porlalibre

El suspenso sigue hasta el 15 de enero. Ese día sabremos quién será el próximo presidente de Chile. El drama, sin embrago, vendrá después. Gane quien gane, las caras seguirán con pinturas de guerra. Hay, por lo tanto, un lapso en que la febril actividad ocultará las tensiones fratricidas. Pero no las sepultará. En lo […]

El suspenso sigue hasta el 15 de enero. Ese día sabremos quién será el próximo presidente de Chile. El drama, sin embrago, vendrá después. Gane quien gane, las caras seguirán con pinturas de guerra. Hay, por lo tanto, un lapso en que la febril actividad ocultará las tensiones fratricidas. Pero no las sepultará. En lo ocurrido el 11 de diciembre hay grandes responsables que tendrán que pagar la vajilla rota.

Pero eso es el drama. Antes se tendrá que resolver la elección presidencial. Michelle Bachelet y Sebastián Piñera dirimirán quién entra por la puerta grande a La Moneda. La diferencia que hará que uno se imponga sobre el otro será tan pequeña, que hablará a las claras de una sociedad que está casi en empate. Es una sociedad compacta, que no tiene que esforzarse para tomar definiciones entre propuestas demasiado diferentes. Tanto es así, que si uno quiere encontrar algo que rompa la monotonía debe esforzarse. Y con seguridad llegará a la conclusión que lo más revolucionario que muestra la elección presidencial chilena es la posibilidad de que una mujer se transforme en jefe del Estado.

Este escenario estrecho, no es nuevo. Y es lo que debe hacer abrigar grandes esperanzas a los seguidores de Michelle Bachelet. Mirando los guarismos, afloran conclusiones. Desde que terminó la dictadura, en 1990, sólo hombres de la Concertación de Partidos por la Democracia han ocupado el sillón presidencial. El primero, en 1989, fue Patricio Aylwin. Ganó la elección con 55,17% de los votos. En 1993, Eduardo Frei Ruiz Tagle se impuso con el 57,98%. Ambos eran democratacristianos. En 1999, Ricardo Lagos ganó la primera vuelta con el 47,96% (51,31, en la segunda). El domingo pasado, Michelle Bachelet triunfó con el 45,93% de los sufragios. Ambos son socialistas. En esta última elección, por primera vez la derecha, con dos candidatos, logra superar el caudal de votos de la Concertación. Claro que eso no le permitió alcanzar el porcentaje de Joaquín en la segunda vuelta contra Lagos: 48,69 (año 2000), 48,63% (año 2005). Conclusión obvia, las sensibilidades de izquierda de la Concertación votan, con escasas defecciones, por los democratacristianos. Éstos, en cambio, muestran mayor resistencia al momento de sufragar por socialistas.

Ahora Bachelet tendrá que iniciar una nueva tarea. ¿Logrará que los votos de la coalición Juntos Podemos se vuelquen hacia ella? Es una cuestión que está por verse. Desde ya, su candidato, Tomás Hirsch, se pronunció por el voto nulo en la segunda vuelta. Pero, la verdad, Hirsch tiene poco peso en esta materia. Como líder del Partido Humanista no representaría más de un 0,5% (fue lo que recibió en el 2000) del total de 5,4% que logró el domingo. El resto pertenece mayoritariamente al Partido Comunista que, con Gladys Marín, en 1999 obtuvo el 3,19% de los votos. El resto pueden ser votos castigo a la Concertación.

Pero los guarismos sólo entregan pistas. Hay otras cuestiones que también son trascendentes. La campaña para la primera vuelta Bachelet la hizo prácticamente prescindiendo de los partidos políticos. Quiso inaugurar un acercamiento real a la gente. En teoría, no era una mala apuesta. Sobre todo que hoy los partidos han dejado de ser correas de participación y la gente los evalúa mal. Pero en instancias electorales, parecen seguir siendo irremplazables. Y en la campaña para la segunda vuelta, eso se va a notar.

Con seguridad, y pese a los desmentidos del comando, las cabezas de algunos personajes rodarán. No será con la espectacularidad de la guillotina. Pero pasarán a un incómodo segundo plano. Entre ellos, Ricardo Solari. No dio la talla para ser el gran operador de la candidata. Además, falló en cuestiones esenciales como el detalle mediático, pero importantísimo, de acertar con el look adecuado de la candidata. Incluso, en el acto final del domingo, la iluminación hacía que su abanderada irradiara una imagen lóbrega, más que la alegría de una triunfadora. Y cuando falla la luz, ni siquiera la simpatía y el carisma pueden reemplazarla.

Ahora tendrán que aparecer dirigentes socialistas importantes, como Ricardo Núñez, a dejar los pies en la calle. Hasta hace pocos días pareciera que jugó a darle una lección a Bachelet y su gente y prácticamente no se mostró en la campaña. Figuras emblemáticas de la Democracia Cristiana (DC) entrarán al comando de Bachelet obviando el veto que les había impuesto el presidente de su Partido. Entre ellas, Soledad Alvear y otros personajes marginados por Adolfo Zaldívar, que será otro que deberá vivir su propio drama. Pero eso será después de la elección.

Mientras tanto, los dos comandos se lanzarán a la búsqueda de los votos necesarios para llegar al 51%. Pareciera que Sebastián Piñera tiene el camino más fácil. Pero es poco el espacio que le queda para crecer. El vuelco democratacristiano que él esperaba hacia su candidatura con los continuos llamados al humanismo cristiano, no se produjo. Los DC que votaron por él ya no apoyaron a Lagos en el 2000. Así las cosas, sumándole los votos de Lavín, no alcanza para superar el nivel a que éste último llegó en la segunda vuelta de la elección anterior. Ahora Joaquín ha anunciado que se integra como jefe del comando político de Piñera. Es posible que esa táctica dé resultado y logre traspasar sus votos. Pero no bastaría y entre ambos quedarán cosas pendientes. Una de ellas, nada menos que el liderazgo de la derecha.