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Sustituir a Marx por Bakunin

Fuentes: Rebelión

Como si de un Eugenio Düring redivivo se tratase, Andrés Herrero nos ofrece en un artículo suyo publicado en fechas recientes en Rebelión (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26324), todo un nuevo catecismo revolucionario en versión concentrada (lo cual es muy de agradecer para la crítica). Así, se reedita en estos tiempos históricos de crisis autogeneradas, repliegues innecesarios y sorprendentes […]

Como si de un Eugenio Düring redivivo se tratase, Andrés Herrero nos ofrece en un artículo suyo publicado en fechas recientes en Rebelión (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26324), todo un nuevo catecismo revolucionario en versión concentrada (lo cual es muy de agradecer para la crítica). Así, se reedita en estos tiempos históricos de crisis autogeneradas, repliegues innecesarios y sorprendentes titubeos, dentro ese objeto vaporoso que ha sido siempre el concepto de izquierda, otra nueva «recuperación» y «revisión», en este caso de una de aquellas muchas corrientes que en su día fuesen engullidas por los remolinos de la Historia, siempre turbulenta. En concreto, nos referimos a la resurrección del bakuninismo.

El papel lo aguanta todo, en cuanto que la literatura es el espejo del reino de las ideas, y potencial soporte de toda imaginación. Cuánto habrá de real y cuánto de fantasioso en este, de entrada, extraño maridaje entre marxismo y el núcleo duro del anarquismo es algo que deberá ser desentrañado en el presente artículo desde una perspectiva analítica, ateniéndonos a las premisas, justificaciones y consecuencias a las que desembocan las principales afirmaciones contenidas en el artículo de Herrero:

SOCIALISMO Y ECONOMICISMO

«La vida bajo el capitalismo se reduce a la economía», afirma Herrero en su texto; es irrelevante el sufragio universal, y la riqueza se erige como medida de todas las cosas. Hay que reconocer que el texto comienza prácticamente con una proclama de principios (algún desconfiado afirmaría que se trata de una declaración de guerra); de todas formas, vista con más detalle, la situación comienza a ser un tanto más confusa. El primer problema que presenta la afirmación reside en la determinación de ese ente etéreo que el autor denomina «economía», y que éste se guarda muy mucho de definir. Caben múltiples interpretaciones: que se refiera a las relaciones sociales de producción, que esté hablando del proceso concreto de explotación de los trabajadores, o bien puede tratarse de un lugar común vinculado con la crítica al consumismo como norma moral o a la omnipotencia del mercado. Tiene importancia el asunto, porque al fin y al cabo lo que está haciendo la susodicha reducción a la economía es definir cuál es el elemento constituyente del conjunto de relaciones en la sociedad, y en última instancia, qué es lo que define a la sociedad humana misma.

Queriendo caracterizar con tintes apocalípticos un proceso histórico ya de por sí suficientemente sombrío, se intenta hacer pasar la realidad por el ojo de una aguja, reduciendo todo la vida social a unos esquemas estrechos y simplistas. Y para ello nos atenemos a la propia observación crítica: no se puede reconducir directamente toda realidad social a unos intereses económicos: ni las diversas instituciones religiosas supone directa e inmediatamente la legitimación del actual orden económico ni participan de tal guisa en su configuración, ni buena parte de las instituciones del Estado suponen directamente una defensa de la «economía», como tampoco lo pueden ser en su mayor parte directamente las corrientes filosóficas predominantes, el Código de Circulación o los programas de cocina en la televisión. En su celo por eliminar cualquier atisbo de subjetivismo e idealismo (luego observaremos que éstos entran a raudales por otras partes), Herrero, por decirlo así, tira al niño junto con el agua del baño. Las sociedades humanas son mucho más complejas: desde la óptica marxista, se denota la existencia de dos ámbitos, como son la estructura económica, y la superestructura ideológica (en sentido amplio); configurada la segunda por la primera, pero ambas íntimamente relacionadas, mutuamente influenciadas, y por supuesto ambas materialmente existentes. Marx, a la hora de formular las bases del materialismo histórico, lo define en detalle como sigue:

El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en un a palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana. i

Incluso si no entrásemos en la controversia de la veracidad de la conceptualización marxista de la sociedad, es evidente que Herrero entra en contradicción con Marx (Bakunin elude este aspecto, aceptando, al menos tácitamente, esta división). Porque lo que realmente ha determinado dentro de cada periodo histórico la configuración social concreta no ha sido otra contradicción sino la que da carta de naturaleza a la lucha de clases, una lucha que tiene un carácter social y una raíz económica. Después de esto, ¿podemos seguir creyendo con seriedad que la cantidad de dinero en el cepillo de la misa guarda correlación directa con el grado de la probabilidad de evitar el Averno, o en términos más líricos, deben caracterizarse las relaciones sentimentales esencialmente como «comercio carnal»? Ello no obsta para que, efectivamente, el «mercado» como forma ideológica vaya remodelando continuamente toda la superestructura ideológica; pero esto, en primer lugar, debe verse como un proceso, no como una situación inmanente al sistema; y en segundo lugar, es autónomo del «mercado» como institución de distribución material, del que es, como mucho, un pálido reflejo.

A todo esto, parece claro que lo que define al capitalismo no es el lucro (que había en forma de usura desde la época romana), ni la rapiña (practicada por todo conquistador desde tiempos inmemoriales, sino, sin pretender ser exhaustivos: la propiedad privada de los medios de producción, la producción mercantil, la caracterización de la fuerza de trabajo como mercancía, la extracción de plusvalor de la fuerza de trabajo aplicada en el proceso productivo, y su apropiación como plusvalía y subsiguiente aplicación como capital en el proceso productivo. Así, sorprende sobremanera la carga de la Brigada Ligera contra las «jerarquías de talento», cuando la lucha de clases bajo el capitalismo se plantea por la propiedad privada o colectiva de los medios de producción, no por las diferencias salariales, que son relativamente secundarias. Lo mismo que lleva a asombro la división arbitrista de la jornada hecha para esa «sociedad un poco más sana»: «menos de la mitad de la jornada actual a tareas especializadas». Si el comunismo pudiera diseñarse con escuadra y cartabón…

La inocente profesión de fe economicista realizada por Herrero esconde un interesante corolario político: dado que bajo el capitalismo todo es economía, únicamente hay que destruir las relaciones económicas capitalistas para acabar con éste. En otras palabras, una actualización del famoso «muerto el perro, se acabó la rabia», lo cual coincide con aquella afirmación de Bakunin de que la única lucha posible para acabar con la dominación burguesa era la económica, siendo absolutamente perjudicial la política: «La emancipación económica, como hemos dicho en nuestro número precedente, es la base de todas las demás emancipaciones. Hemos resumido con esas palabras toda la política de la Internacional»ii. Por tanto: «Sólo hay una [práctica para la emancipación]: la de la lucha solidaria de los obreros contra los patronos. Son las trade unions, la organización y la federación de las cajas de resistencia».iii Más adelante nos instruiremos acerca de qué entiende Bakunin por organización.

PODER Y AUTORITARISMO

El artículo habla del poder, pero… ¿qué poder? Ni siquiera del estudio detallado de los cerca de ciento cincuenta a doscientos años de dominación burguesa cabe extraer una definición abstracta de «poder», que sea capaz de abarcar toda la multiplicidad de las supuestas manifestaciones concretas de éste: aquellas que emanan de forma inmediata de la posición de las clases dominantes respecto al proceso productivo y las que emanan de forma mediata por la correlativa configuración del Estado, la opinión pública y de la sociedad civil (en el sentido gramsciano, como «el conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados… que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad»). De tal forma, recae como obligación del lector de Herrero la llamada al oráculo, y la espera de su respuesta. Hemos dicho que lo que observaremos son manifestaciones concretas del término (el «poder» del patrono, el «poder» de Estado, el «poder» de los medios de comunicación de masas, el «poder» de inspiración de un líder autoritario, el «poder» moral de la religión). Dichos «poderes» no tienen en común más que su propia praxis: son actividades sociales concretas ligadas al condicionamiento de la actividad social en general, y de las correlaciones de fuerza entre las clases en particular, para el mantenimiento del conjunto de relaciones sociales (prefiguradas por la propia naturaleza de las fuerzas productivas cada momento histórico); dicho de otra forma, hablamos de actividades vinculadas a una necesidad: la de la dictadura de la burguesía, cuyo carácter es histórico y no natural.

En el artículo de Herrero aparece una norma «histórica», que sus usuarios cuidan muy mucho de formalizar como ley escrita: «todo aquello que no se puede (ni conviene) explicar, pertenece a ese cajón de sastre que es la naturaleza humana». A ella se abrazan todos los trovadores del libre mercado, los nostálgicos de orden teocrático-feudalizante, entre otros (quién no se acuerda de aquella máxima acerca de la «omnipotencia» del principio «natural» de la supervivencia del más fuerte). De tal guisa, el recurso a la naturaleza humana es siempre fondeadero seguro para toda suerte de corsarios de las ideas (sobretodo, para aquellos expertos en la táctica de «golpear y correr»). Esto sitúa el problema en un terrero muy distinto: ya no se trata de los espectros que Herrero agite sobre la planificación de la economía, la burocracia parasitaria y otros espantapájaros, que deben residenciarse en críticas concretas sobre realidades existentes, sino de la propia categorización idealista del «poder», y de la «naturaleza humana» en el artículo de Herrero. Porque, puesto que la sana intención del artículo en cuestión es unir e integrar y reconciliar, debemos volver a advertir educadamente (para no unificar en el vacío) que si la realidad histórica del ser (y en concreto, del ser individual), es configurada por el ser social a través de las condiciones materiales en virtud de procesos dialécticos (y repetimos una vez más, no sólo condiciones económicas, aunque éstas sean las que constituyen la parte decisiva para el conjunto general), y que no es el ser quien determina la conciencia (en este caso, la llamada «ansia de poder»), entonces todas las palabras dedicadas al poder en abstracto no son más que tinta alegremente gastada; la discusión sobre la naturaleza humana genérica, no es ya que sea inútil (únicamente), sino que, a base de añadir a placer características al sujeto, no hace más que reproducir «ideas» sobre las visiones de la realidad y encajar por la fuerza dicha visión idealista dentro del análisis de la realidad. Es decir, es «ideología», en el sentido más negativo del término.

Esta propia cuestión del poder, tal y como está enfocada por Herrero, despierta la consideración de una consecuencia muy interesante (jugueteando en el terreno de la abstracción): si tomásemos esa «voluntad de poder» como propia a la naturaleza humana, entonces, un futuro régimen colectivista libertario atentaría indirectamente contra la naturaleza humana, por muy superior que fuese a los demás regímenes sociales históricos, y por lo tanto sería intrínsecamente inestable. Habría de pervivir continuamente con la posibilidad de su corrupción interna dada la menor falla en ese reino de la igualdad, toda atribución funcional sería potencialmente desestabilizadora, y el reino de la libertad acabaría siendo el reino de la sospecha (después de todo, «¿no está en la naturaleza de los hombres la pulsión por la dominación?»). Tanto camino recorrido para descubrir que peregrinamos en círculos. Al fin, todo este razonamiento indica que la cuestión del poder, amén de asemejarse a una controversia teológica, no tiene nada que ver con la naturaleza humana (o eso, o el comunismo es imposible).

BAKUNIN, HERRERO Y LA ACCIÓN POLÍTICA

Hablemos, de forma preliminar, de la cuestión del sufragio universal. Respecto de esta conquista de la clase trabajadora (porque históricamente es eso), la experiencia demuestra que el sufragio universal no es en absoluto irrelevante, pero bajo la condición de que nos atengamos a la naturaleza de la institución en su momento histórico, sin que se pueda esperar de ella más de lo que, dado un Estado configurado como instrumento al servicio de la clase dominante, nos pueda proporcionar. Es un instrumento, pero estratégico. Queda lejos de nosotros la adoración al Estado (en la división social de las miserias, este papel le corresponde a la socialdemocracia), pero queda igualmente desterrada la obsesión por una supuesta pureza revolucionaria que únicamente aparece en las cabezas de quienes lo contemplan (en el caso que nos ocupa, Bakunin). Sobre esta polémica, Engels sugiere que:

Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines.iv

Las tesis políticas (refiriéndonos a aquello tan «viejo» que continuamente repitiese Lenin acerca de la táctica y la estrategia) desarrolladas de forma más extensa en el artículo de Herrero nos deparan momentos francamente divertidos. ¿A quién se refiere Herrero con esa alusión a que «aunque pensemos de izquierda, vivimos de derecha» (debe de referirse a sus lectores)? Ya de por sí resulta incomprensible qué es «vivir de derecha», como no sea el desarrollo de la actividad vital desde el marco de la pertenencia objetiva a la aristocracia obrera o directamente a la burguesía (no así subjetivamente porque, si el lector «piensa de izquierda», ya habrá salvado su alma). Tenemos así como destinatarios lectores del artículo a funcionarios, técnicos o accionistas en cualquiera de las multinacionales españolas esquilmadoras de Latinoamérica: ¡proletarios en reconversión, parados, estudiantes que malvivís becados, inmigrantes, precarios todos!, cerrad de inmediato el artículo de Herrero, dejad de leer, porque no es para vosotros esta Buena Nueva (y, por otra parte, esto no os concierne: es imposible que tengáis problemas de conciencia, dado que estáis siendo triturados a conciencia en vuestra «casa» Europa). Sintiéndonos impotentes ante tal grandioso problema, lo único que podemos hacer es recomendar a nuestro querido articulista de alma dividida que, por su tranquilidad de espíritu y equilibro anímico, resuelva pronto tal contradicción y comience a «vivir de izquierda» (sea lo que sea…).

Pero ciertamente, si, habiendo abrazado el credo bakuninista, hemos imitado el ejemplo de Herrero y nos hemos dedicado a tirar cosas por la borda (la superestructura, la lucha de clases, el sufragio universal, 150 años de movimiento obrero y Arguiñano), es una verdad radiante aquella de que se abre frente a la clase trabajadora un largo camino por recorrer, una tarea propia de titanes:

  1. Debemos concienciar a la ciudadanía, lo cual incluye desde el esforzado obrero de los astilleros, al pequeño empresario del catering que no da de alta a los trabajadores en la Seguridad Social, al pequeño ratón pequeñoburgués racista y al arzobispo de Toledo, si hace falta (al fin y al cabo, todos son ciudadanos). Cuanto menor el nivel del denominador común, más ampliaremos; y cuanto más amplio, mejor.

  2. Que coincidan los intereses de la mayoría con la dirección del cambio, aunque éste sea para girar como peonzas.

  3. Debemos elaborar una alternativa ideológica, viable y clara para todos (incluidas las Organizaciones no Gubernamentales con ánimo de lucro).

  4. Debemos realizar experimentos económicos, porque no hemos escarmentado ni con los falansterios, ni con la PSV ni con el «capitalismo popular» (no aprendemos ni de la fábula de los tres cerditos: seguimos en la casa de paja).

  5. Debemos entrar en el escenario político, con «algo» que hace «algo» y está en «alguna» parte. Por supuesto, en ese «algo» político no hay cargos, sino que pudorosamente le cambiamos el nombre y lo denominamos «puesto». Milagrosamente, surgen líderes naturales. Y más milagrosamente, cuando Herrero describe la organización ideal, enumera buena parte de las características desarrolladas por Lenin para el Partido Socialdemócrata Ruso (sumisión de la minoría a la mayoría, toma de decisiones democrática, especialización de las tareas ejecutivas, necesidad de la eficacia); es decir, lo que tradicionalmente ha sido el núcleo principal del «centralismo democrático», y que no podemos decir que se destaque precisamente por desconocimiento de la idea de autoridad (luego se ha querido cargar las tintas contra los supuestos burocratismos dimanantes de esta forma organizativa: allá cada cual con sus fantasmas). ¡Por fin, después de tantos pasitos atrás, Herrero se decide a dar un salto adelante! Aunque la idea de Bakunin, a este respecto, es más heroica (y ciertamente muy atractiva para todo aquel que tenga vocación de líder de secta, sea o no partidario de Trotski):

«14. [El candidato a entrar en la llamada Familia internacional] Debe comprender que una asociación cuyo fin sea revolucionario debe necesariamente constituirse como sociedad secreta, y toda sociedad secreta, dado el interés de la causa a la que sirve y la eficacia de su acción, así como la seguridad de cada uno de sus miembros, debe estar sometida a una fuerte disciplina, lo cual, por otra parte, no es más que el resumen y el puro resultado del compromiso recíproco que todos los miembros han establecido los unos en relación con los otros, y que por tanto es una condición de honor y un deber para cada uno someterse a ello.»v

[Nota: Debemos reconocer nuestra sorpresa ante esta forma organizativa: si hemos leído que Bakunin preconiza una «sociedad secreta», que no clandestina, podemos preguntarnos: cómo se puede sostener una fuerte disciplina, sobre sujetos educados en una superestructura propia del capitalismo, sin autoridad, aun entendida como coerción colectiva. Y dónde queda aquello del «derecho incuestionable de la crítica y el control». Pero huelgan todos estos interrogantes si se deja a un lado toda incredulidad burguesa, y se reconoce a la sociedad secreta bakuninista como «autoridad natural»vi…]

Todo tan tierno como una carta a los Reyes Magos, todo tan… ¿religioso? Posiblemente se trate de que tenemos el olfato demasiado sensible (seamos generosos), pero las tesis bakuninistas sobre la revolución social siempre hedieron a incienso y sacristía cerrada (esto último por reunirse en sótanos demasiado profundos, espíritus de catacumba). Nunca fue más apropiada la calificación de «religión atea» (literalmente, Bakunin afirma que «En su espíritu [el de los trabajadores], el socialismo ocupa el lugar de la religión»vii), que ha centrado su preocupación en la salud de las conciencias, sean proletarias o burguesas, sin pararse en mientes frente a las condiciones materiales generadoras de dicha conciencia. Aunque en esto último Bakunin suela poner una vela tanto a Dios como al Diablo:

«Ningún razonamiento ni propaganda alguna podrán jamás convertir a esos desgraciados [refiriéndose a lo que él llama «castas dominantes»]. Para convencerles, sólo hay un medio: la destrucción de la mismo posibilidad de situación privilegiada, la revolución social, que al barrer todo aquello que constituye la desigualdad en el mundo, les moralizará forzándoles a buscar su felicidad en la igualdad y en la solidaridad.»viii

Sin embargo, esa faz benefactora de Bakunin como San Matías predicando entre los caníbales se tornará en Júpiter tronante eslavo cuando se agudice el enfrentamiento entre él y Marx en el seno de la I Internacional; será en ese momento cuando el otrora fiel aliado descubra en el de Tréveris los dos pecados mortales que pueden acompañar a un ser humano desde su nacimiento: ser judío y alemán:

«Los judíos constituyen hoy en Alemania un verdadero poder. Hace ya mucho tiempo que reinan como amos absolutos en la banca. Pero en los últimos treinta años han logrado igualmente constituir una especie de monopolio en la literatura. Casi no existe periódico en Alemania que no tenga su redactor judío, y el periodismo y la banca se dan la mano, prestándose mutuamente servicios preciosos.»ix

«En todo tiempo, los judíos han sido una raza muy inteligente y muy desgraciada, inhumana, cruel y víctima a la vez, perseguidora y perseguida. Desde su infancia adoró a un Dios homicida, el más bárbaro y a la vez el más vanidosamente personal de todos los Dioses conocidos sobre la tierra, el feroz y vengativo Jehová, que hizo de ella su pueblo elegido. Su primer legislador, Moisés, la ordenó aniquilar a todos los pueblos para establecer su propio poder. Esa fue su entrada en la historia.

Para bien de las demás naciones, el poder del pueblo judío no igualó a su crueldad (…).»x

«(..) Esto explica cómo se formó en el curso del tiempo entre todas las tribus judías dispersas por Asia y África, entre los judíos de todos los Estados, una amplia asociación comerciante, de socorros y de asistencia mutuos, y de explotación en común de todas la naciones extranjeras; un pueblo de parásitos que viven del sudor y de la sangre de sus conquistadores.»xi

«(…) Pero es sobre todo en la Europa oriental (…) donde la explotación judía ejerce sus depredaciones más despiadadas y más excesivas. En todos estos países el pueblo detesta a los judíos. Los detesta hasta el punto de que toda revolución popular se ve acompañada en ellos de una matanza de judíos; consecuencia natural, pero que en modo alguno propicia que los judíos sean partidarios de la revolución popular y social.»xii

«Una cosa igualmente digna de mención es que, en todos los países de la Europa oriental, los judíos han adoptado el alemán como lengua nacional, lo que hace que nuestros cosacos se imaginen muy en serio que los propios alemanes no son sino judíos bautizados. Los judíos se han convertido así en los representantes y en los pioneros de la civilización alemana, del orden, de la disciplina y del Estado alemanes (…)».xiii

«Incluso esa mezcla con la burguesía del país de su nacimiento es más aparente que real. En el fondo, los judíos de cada país son solamente amigos de los judíos de todos los países, independientemente de todas las diferencias que puedan existir entre sus posiciones sociales, el grado de su instrucción, sus opiniones políticas y sus cultos religiosos. No es ya el culto supersticioso de Jehová lo que hoy constituye como tal al judío; un judío bautizado sigue siendo judío. Hay judíos católicos, protestantes, panteístas y ateos, judíos reaccionarios, liberales, incluso judíos demócratas y judíos socialistas. Ante todo son judíos, y eso establece entre todos los individuos de esa raza singular, por encima de todas las oposiciones religiosas, políticas y sociales que les separan, una unión y una solidaridad mutuas indisolubles (…).»xiv

«Amplio cosmopolitismo y estrechez nacional al mismo tiempo, tal es el primer rasgo. El segundo, burgués y explotador de la cabeza a los pies, adversario instintivo de toda emancipación popular. Consecuencia natural: es en todo caso partidario de la civilización burguesa, del orden burgués, de la dominación de la banca y de la poderosa centralización de los Estados. No lo es sólo por interés, sino también por convicción sincera. Todo judío, por ilustrado que sea, conserva el culto tradicional de la autoridad: es el legado de su raza, el signo manifiesto de su origen oriental.»xv

Nota: la filípica antisemita se extiende a lo largo de 10 páginas de la edición utilizada (véanse las notas al final), algo menos de una cuarta parte de la obra total. La diatriba antigermana, unas 5, en su concentración más «pura». El resto es «bakuninismo en acción».

La fe misionera bakuninista (con la honrosa excepción de las vergonzosas ponzoñas antisemitas) se transmite irremediablemente al artículo de Herrero: son alusiones sin sonrojo alguno recogidas en expresiones como «males que corroen al hombre y a la sociedad» (una vez más, el hombre como individuo, como mónada suspendida en el vacío), «pecado original», «aprender a compartir personas y bienes» o «vivir en paz consigo mismo» (¡!). Y, como remate, el autor llega a sacar a colación el carácter utópico de sus prédicas; en fin: excusatio non petita, accusatio manifesta.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Ni tribuno, ni monstruo: Mijail Bakunin pertenece, por derecho propio a la Historia del Movimiento Obrero, específicamente a su infancia. Sus tesis son, tanto para bien como para mal, un reflejo de su tiempo; y por supuesto, no hay que negarles a éstas ciertas chispas geniales (como su firme posicionamiento a favor de la igualdad de la mujer). Por ello, el bakuninismo seguirá siendo objeto de estudio por mucho tiempo. Y ello porque el interés de las clases explotadas exige que se significará que seguiremos enriqueciendo la filosofía de la praxis, a partir del núcleo aportado por Marx y Engels con las aportaciones de muchos: Lenin, Gramsci, Rosa Luxemburgo, Kollontai, y otros muchos.

Gran parte del atractivo actual de las prédicas bakuninistas se basan en su prédica moral, que tiende a mostrar de forma llamativa los efectos más demoledores del capitalismo sobre las clases explotadas; no apelan al intelecto aristocrático, sino al alma moral y a las vísceras del oprimido; los escritos claman a la rebelión frente a una situación subjetiva nulamente tolerable. Igualmente, Bakunin presta su altavoz a las preocupaciones individualistas de los grupos pequeños burgueses radicalizados, en su búsqueda de ese espacio de «libre concurrencia» que no pueden hallar en la dinámica real del liberalismo político y económico. Y por último, eleva como las nuevas Bienaventuranzas la promesa de resolución inmediata y total de los «males del mundo», a través de un cambio social súbito definido como un «incendio universal»… el Paraíso tras el tiempo de las tribulaciones. Por supuesto que el socialismo científico no recoge esta visión de la transformación hacia el comunismo, pero sí que comparte en su justa medida buena parte de las tareas que éste planteaba (sólo hay que asomarse a El Estado y la Revolución de Lenin, cuando éste habla de la necesidad de la extinción del Estado). El fallo estrepitoso al que se enfrenta el bakuninismo reside en el nulo caso de Bakunin a las condiciones materiales en las que maduran y se desarrollan las revoluciones sociales; no hay cambio dialéctico que valga, sino la más mundana de las ambiciones personales hábilmente encubierta por una bien temperada demagogia. Aunque, a la postre, ni ésta servirá a Bakunin para escapar del acerado juicio analítico de Marx:

«Decididamente, él [Bakunin] no comprende nada de la revolución social; sólo conoce su fraseología política; para él, no existen las condiciones económicas de esta revolución. Como hasta aquí todas las formas económicas -desarrolladas o no- implicaban la esclavización del trabajador (sea obrero, campesino, etc.), cree que en todas ellas es igualmente posible la revolución radical. (…) La base de su revolución social es la voluntad y no las condiciones económicas.»xvi.

No mucho más halagüeña puede ser el resumen crítico de las tesis de Herrero. En términos reales, e independientemente de la voluntad del autor del artículo «reconciliador», el contenido de las tesis vertidas en éste consiste, ni más ni menos, en la extensión, al ámbito de las ideologías políticas, de las técnicas de agresión empresarial practicadas entre las sociedades mercantiles por acciones: una OPA amistosa (resulta irónico lo que algunos llegan a aprender a practicar de manos del capitalismo), con un 70% de la teoría adjudicada al anarquismo y otro 30 % en manos de los diversos marxistas. Y así, con la aplicación particular de un fraudulento método dialéctico – mecanicista, de ambas (tesis y antítesis), hallamos una luminosa síntesis: el Foro-Socialismo.

Pero no se pueden constituir fuerzas políticas con métodos alquímicos: sólo con un método de análisis científico de la realidad, la capacidad de unir teoría y práctica y una praxis genuinamente revolucionaria se podrá vertebrar a las clases subalternas para que la superación del capitalismo sea completa e irremediable.

NOTAS

i Karl Marx: Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859, tomado de http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm

ii Mijail Bakunin: Política de la Internacional, 1869, tomado de Eslavismo y Anarquía, (selección de textos de Mijail Bakunin, colección Austral, 1998, p. 259).

iii Ibíd., p. 253.

iv Friedrich Engels: Introducción a la edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Karl Marx, tomado de http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm

v Mijail Bakunin: Organización de la Fraternidad Internacional Revolucionaria, 1865, tomado de Eslavismo y Anarquía, (selección de textos de Mijail Bakunin, colección Austral, 1998, p. 239-240).

vi Mijail Bakunin: Dios y el Estado, citado por Andrés Herrero.

vii Mijail Bakunin: Política de la Internacional, 1869, tomado de Eslavismo y Anarquía, (selección de textos de Mijail Bakunin, colección Austral, 1998, p. 254).

viii Ibíd., p. 250.

ix Mijail Bakunin: A los compañeros de la Federación de las Secciones Internacionales del Jura, 1872, tomado de Eslavismo y Anarquía, (selección de textos de Mijail Bakunin, colección Austral, 1998, p. 278-279).

x Ibíd., p. 279.

xi Ibíd., p. 280.

xii Ibíd., p. 281.

xiii Ibíd., p. 282.

xiv Ibíd., p. 283.

xv Ibíd., p. 284.

xvi Karl Marx: Acotaciones al libro de Bakunin: El Estado y la Anarquía, 1875, tomado de http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/aald74s.htm