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¡Sutara! La caza de brujas entre la memoria y la mistificación

Fuentes: El Salto [Foto: Escoba de bruja. Museo de Zugarramurdi (Ione Arzoz)]

El 25 de noviembre de 2021 se lanzó la campaña internacional por la memoria de las brujas. El mes anterior, el parque navarro Senda Viva publicitaba en carteles luminosos su fiesta de Halloween con una niña disfrazada de bruja de Salem… Paradojas de la brujomanía cultural que, más allá de eventos comerciales e impulsada tanto por la academia como por el feminismo, sigue alimentando en su particular hoguera el fuego de las brujas, con nuevas propuestas e interpretaciones. En Euskal Herria, la patria del akelarre, no vamos a la zaga: ensayos, películas, obras de teatro, exposiciones y jornadas proliferan por doquier. ¿La sorgina era una sacerdotisa pagana o una mujer sojuzgada por el naciente capitalismo? El verdadero relato sobre las brujas está en disputa.

El legado Henningsen

Nafarroa se ha convertido en pionera en la investigación y divulgación de la historia de la caza de brujas. A la exposición documental Maleficium en 2020 en el Archivo general, se suma una batería de exposiciones y publicaciones, en torno al ‘legado Henningsen’. Gustav Hennigsen (1934), el investigador danés que en la estela de Julio Caro Baroja desentrañó el Auto de fe de Logroño de 1610 y sus consecuencias, donde se juzgó a las brujas de Zugarramurdi. El fruto de su trabajo fue su monumental tesis, El abogado de las brujas, centrada en la figura de Alonso de Salazar, el inquisidor racionalista que dinamitó la caza de brujas desde dentro. Con motivo de la donación de su archivo a la UPNA en 2021 se organizaron dos exposiciones en el campus: El legado de Gustav Henningsen y Marisa Rey-Henningsen y La brujomanía europea. Hechos y mitos. La universidad también ha publicado En busca de la verdad de la brujería, los memoriales de Salazar, al tiempo que Príncipe de Viana editaba dos gruesos volúmenes de aportaciones de diversos especialistas al tema. Una excelente oportunidad para que la investigación institucional, de carácter historicista, se sacuda el polvo y se acerque a las teorías críticas más recientes.

En torno al akelarre

Una de las cuestiones que más controversia ha suscitado en los últimos tiempos ha sido el origen del término “akelarre” a la hora de denominar el sabbat o asamblea brujeril, acuñado supuestamente en el proceso de Zugarramurdi. Frente a su traducción como “el prado del macho cabrío”, el antropólogo Mikel Azurmendi propuso su traducción como “alke-larre”, “el prado de la hierba alka”. Esta es la teoría que han seguido la mayoría de investigadores, incluido Henningsen. Sin embargo el investigador durangarra Ander Berrojalbiz en Akelarre (Pamiela, 2021) ha puesto encima de la mesa una nueva línea de investigación: el término aquelarre aparecía en documentos anteriores a Zugarramurdi, como el referido al vecino de Inza Martín de Barazarte, ya en 1595. Por tanto no sería “un invento forastero y culto (…) una coproducción ideológica” (Mikel Azurmendi) ni “una palabra inventada por la intelligentsia destructora” (Asisko Urmeneta) sino un testimonio etnográfico.

Una disputa eminentemente académica en torno a “una invención afortunada” (Juainas Paul Arzak) que, sin embargo, no impide la buena salud del término en Europa, como demuestra el reciente ensayo de la británica Emma Wilby, Invoking The Akelarre, o su utilización tanto como reclamo de convocatorias feministas como de anatemas derechistas, como cuando el defenestrado Pablo Casado calificó de “akelarre feminista” el encuentro de varias dirigentes progresistas en Valencia en 2021.

¿Mari, la gran diosa?

La teoría feminista sobre la brujería que más éxito ha tenido es aquella que supone que la bruja era la sacerdotisa de una religión pagana de la fertilidad, difundida por la antropóloga Margaret Murray a comienzos del siglo XX, y que serviría de caldo de cultivo tanto a a la teoría de la Diosa Madre como a la religión Wicca. Las cuestionadas teorías en torno a la diosa neolítica de Marija Gimbutas, continuadas por Riane Eisler en El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales, le han dado cierto marchamo académico. Una interpretación mistificadora especialmente popular en Estados Unidos, y que se ha divulgado ampliamente en novelas, series y películas.

La versión vasca de esta tendencia, si bien más comedida, se ha nutrido de cierta visión nacionalista en torno a la figura de Mari, como patrona del panteón mitológico vasco y de las brujas. Quizá haya contribuido una interpretación exagerada del “matriarcalismo vasco” de Andrés Ortiz-Osés, como en el documental Anderea, de la alsasuarra Yolanda Mazkarian. Por el contrario, varios documentales de la serie de ETB, Una Historia de Vasconia, dirigidos por el polémico historiador Alberto Santana, desdicen esta línea interpretativa: no solo no existieron las brujas sino que Mari es una invención popular basada en fuentes históricas grecolatinas y literarias posteriores que nada tiene que ver con la antigua religión de los vascos. La cuestión es, más allá de si es mito genuino o invención fabulosa, ¿cómo y por qué ha sobrevivido Mari hasta ahora?

Las brujas, a escena

El cómic y, especialmente, el teatro se han convertido en la privilegiada vía de divulgación de la memoria de la caza de brujas en Euskal Herria. Una alternativa accesible y participativa al cine y las series de plataforma que ahora proliferan, y cuyo último hito vasco fue Akelarre de Pablo Agüero. Salazar, cómic dibujado por ‘El Torres’ se encuentra en fase de producción como serie. Nabarralde ha publicado María de Zugarramurdi, de Adur Larrea con una joven partera de protagonista, y Asisko Urmeneta la reivindicativa Sugarren Mende, cuya versión dramatizada recorre nuestra geografía. El vecindario de Erratzu ha llevado en auzolan a escena Las brujas de Erratzu y el bachillerato de artes escénicas del Instituto Alaitz de Iruñea ha montado el musical Erretako Arimak en el Auditorio de Barañáin. Jóvenes, mujeres y pueblos enteros se vuelcan en recuperar en estas neopastorales la memoria de las víctimas de la caza de brujas.

La revista Sapiens llevó en Enero de 2022 al Parlamento catalán su campaña No eran brujas, eran mujeres, con el objeto de reparar la memoria histórica de las mujeres injustamente acusadas. Loable iniciativa pero, más allá de un reconocimiento ampliamente compartido, se acumulan las preguntas. ¿Qué papel jugó la política, la religión o la economía de la época en la caza de brujas? ¿Cada región tiene su propia caracterización del fenómeno? ¿La visión mistificadora y artística de una brujería real contribuye o confunde al feminismo? Cuestiones peliagudas que se añaden al caldero de la brujomanía que, en nuestro entorno, aparece como un fenómeno cultural emancipador, pero que en algunas regiones de África sigue siendo una despiadada caza contra las mujeres. Las respuestas que vayamos descubriendo determinarán su evolución en el futuro.

Redescubriendo a Sycorax, la bruja buena

En mayo se celebró en el centro social Katakrak de Iruñea Sutara! (¡A la hoguera!), jornada divulgativa sobre la memoria de la caza de brujas. El grupo de Iruñea asociado a la red internacional en torno al trabajo de Silvia Federici presentó la ponencia En busca de Sycorax. Una historieta iconográfica sobre la bruja buena. Una revisión de la imaginería brujeril —al modo del historiador Aby Warburg— a partir de la figura de Sycorax, la bruja mencionada en La Tempestad de Shakespeare —inspirada en Noches de Invierno del zangotzarra Antonio Eslava—, y que Federici tomó como leitmotiv de Calibán y la bruja, obra emblemática del feminismo marxista sobre el tema.

¿Quien es Sycorax, esa “furia de ojos azules”? Una bruja enigmática, madre del esclavo Calibán, sin voz en la obra, pero que ha sido rescatada como referencia feminista. Su figura sirve de contraste para desvelar, frente a la iconografía negativa de la bruja de Alberto Durero, Hans Baldung o Jan Ziarnko en Iparralde, una casi secreta corriente imaginaria en torno a la ‘bruja buena’. Al igual que hubo una imaginería clandestina sobre el monstruo como positivo icono de la identidad diversa de la modernidad, la bruja buena como mujer empoderada hunde sus raíces en la antigüedad y llega hasta nuestros días.

La primera referencia es la hechicera precristiana, cuya magia domina los elementos naturales, y no era considerada necesariamente negativa. Poderosos mitos como los de Lilith, Circe o Medea fueron pasando de malvadas brujas a mujeres poderosas en la imaginación subversiva, de Felicien Rops a Pasolini. Esta tendencia tiene su complemento en la memoria de sus herederas: las curanderas, herbolarias y parteras acusadas de brujería. Su reconocimiento simbólico va de la mítica María la hebrea —la inventora del baño María— como patrona de la alquimia, a Claire, la médica-bruja de la serie Outlander.

En la Edad Media proliferan los mitos y alegorías de mujeres dominantes, trasunto de brujas, en la fábula gótica de Filis montando a Aristóteles —recreada por la artista contemporánea Irene Sola—, la llamada ‘batalla de los pantalones’ o de las aguerridas amazonas que el grabador Theodor de Bry sitúa en la recién descubierta América. Su ilustración más impactante quizá sean las valientes ancianas de los cuadros de Jacob Blink y David Rijckaert expulsando al propio diablo a escobazos.

Durante el Renacimiento, en el punto álgido de la caza de brujas, se produce en la corte isabelina de Inglaterra un curioso debate sobre la existencia de las hadas. Frente a los predicadores protestantes que las asimilaban a las brujas, las mascaradas cortesanas, obras como La Tempestad o poemas como The Faerie Queene de Edmund Spenser, defendieron incluso la utilidad de su magia blanca al servicio del Estado.

Contra la superstición brujeril que sobrevivía en la imaginación popular emergió la crítica ilustrada, cuyo mejor ejemplo son las pinturas negras de Goya como El Aquelarre, tomadas a menudo erróneamente como meras ilustraciones de brujería real. La resaca de la matanza de las brujas despertó una corriente de compasión hacia las falsas brujas injustamente acusadas. La iconografía decimonónica se inunda de estampas gore de jóvenes sometidas a tormento que culmina en Häxan, la película de Benjamin Christensen en 1920, que interpreta la brujería desde un psicoanálisis paternalista: las brujas son pobres mujeres histéricas.

La popularización del cine y de la fotografía a comienzos del siglo XX trae la normalización cultural de la bruja, gracias a un Hollywood ocultista cuyas estrellas femeninas son retratadas como seductoras brujas pin-up, y de la festividad de Halloween, en las que grupos de vecinas gustan disfrazarse de brujas de Salem con sus picudos sombreros. A partir de los años 50 la antropología genera pseudoteorías como el neopaganismo feminista de Starhawk. Es la época psicodélica del descubrimiento de la magia indígena del Don Juan de Castaneda, de la chamana mejicana María Sabina, de las benéficas ‘voladoras’ ecuatorianas de Mira o de la bruja Befana, una suerte de olentzero italiana. La culminación de esta tendencia positiva es el fenómeno de politización de su figura: la bruja como proto-feminista revolucionaria a lo largo del siglo XIX, de la teoría de Jules Michelet y las sufragistas victorianas, hasta la explosión feminista de las activistas norteamericanas de W.I.T.C.H. en los 60 y del Witch Bloc francés en la actualidad.

Los arquetipos de la bruja buena

¿Y a partir del siglo XX, cómo se ha difundido la imaginería de esta bruja buena? A través de varios arquetipos dirigidos a diferentes edades y públicos, que han cubierto todo el espectro social, hasta dar un vuelco simbólico a su triste recuerdo.El más antiguo es el hada madrina como daemon femenino, de cuentos tradicionales como Cenicienta y Las aventuras de Pinocho a las falsas hadas fotografiadas por Arthur Wright. Su punto de inflexión será El mago de Oz, cuya versión cinematográfica en 1939 se convirtió en icono de la cultura gay, formalizando la distinción entre la bruja mala del sur y Glinda, la bruja buena del norte. Pronto aparece una versión destinada al público infantil, la niñera mágica, como la célebre Mary Poppins de Mary Shepard —investigada por la experta en brujería María Tausiet— cuyo popular musical en 1964 fija el molde de La bruja novata o Nanny McPhee.

Su versión de la tercera edad es la bruja como abuela sabia que cuida y enseña a las niñas traviesas, del cuento La bruja buena de Lucía Gavilán y los dibujos animados de La bruja aburrida de Roser Capdevila, hasta la Yubaba del anime El viaje de Chihiro. Su nieta bien aprovechada es la aprendiza valiente, su versión escolarizada —¡hasta para ser bruja hay que estudiar!—, con sagas de cuentos ilustrados: La peor bruja, La bruja Brunilda, Good Witch, Isadora Moon o el anime Nicky, la aprendiz de bruja, del gran Hayao Miyazaki. La palma se la llevará la Hermione de la saga Harry Potter, modelo de toda bruja adolescente aplicada. Su arquetipo juvenil es la jovencita rebelde, de la dulce Willow de Buffy Cazavampiros hasta la rebelde La bruja de Robert Eggers, en una tendencia de cómics, películas y series: Jóvenes y brujas, Hermosas criaturas, Embrujadas, Sabrina, etc. Todo un filón comercial. Este es el nuevo contexto en el que triunfa el arquetipo de la heroína mágica como salvadora en femenino, desde la Alicia en el País de las Maravillas a las versiones más gamberras como Pippi Calzaslargas o Matilda, que culmina en las superheroínas de Los juegos del hambre o Wonder Woman.

Los arquetipos más adultos se estrenan con el ama de casa emancipada, en el terror o la comedia de situación, de la esencial Dies Irae de Carl Dreyer a la La estación de las brujas de G.R. Romero, donde la sufrida esposa hace vudú al marido o la subversiva Las brujas de Eastwick, ¡en la que las brujas destruyen el diablo! Comienza una nueva era que se despliega en películas como Embrujada o Prácticamente magia y alcanza la ciencia ficción en Bruja escarlata y Visión. Su heredera oscura asoma en la sacerdotisa pagana, de las inocentes criaturas del film La sorcière o del cómic La Belette de Didier Comès a la terrible diosa madre de Suspiria. Su versión en la danza contemporánea brillará en Hexentanz. La danza de la bruja de Mary Wigman ya en 1914 hasta La cuna de la bruja de Maya Deren y Marcel Duchamp en 1943. En su vertiente hollywoodiense no podía faltar la bruja como seductora femme fatale, de las sugerentes ilustraciones de Margaret Brundage en Weird Tales a las malvadas de La bella durmiente y Maléfica o cómicas, como en Me casé con una bruja y Me enamoré de una bruja. Incluso hay una bruja vampira, a partir de la lésbica Carmilla de Sheridan le Fanu en Las amantes vampiro y El ansia, la reciente Thelma o nuestra aportación, Ilargi Guztiak.

En esta heteróclita panoplia surge un curioso y ambiguo arquetipo: la santa diabólica, construido sobre la figura de Juana de Arco, en sus múltiples versiones a partir de La pasión de Juana de Arco de Dreyer, o en torno al caso de Loudun en Los demonios. Su última y bizarra aparición es la Benedetta de Verhoeven, una diabólica abadesa mística y lesbiana. Sin olvidarnos de su deriva en la madre cíborg, de Pigmalión a la cíborg rebelde de Haraway, de la ocultista Metrópolis al anime Ghost in the Shell o la serie Raised by Wolves. El más reciente arquetipo es la esclava negra, que trae ritos ancestrales como el vudú africano, desde la El crisol de Arthur Miller a la sensacionalista Witchcraft’ 70 o el culebrón de la serie Siempre bruja. Su último giro: denunciar a la bruja africana actual en la surrealista No soy una bruja o reivindicar al médico-brujo negro trans del siglo XVI, Eleno de Céspedes: ¡Black Witches Lives Matter!

La culminación emancipadora de esta trayectoria es la feminista paródica en busca de justicia poética, del activismo satanista de Hail Satan? a combativas ucronías como Witch Hunt y, especialmente, en el arte contemporáneo inspirado en Federici: Wil-o-Wisp, de Rachel Rose o Temblad, temblad, que Jesse Jones expuso en el Guggenheim Bilbao en 2019. En Euskal Herria se suceden en los últimos tiempos exposiciones en esta línea reivindicativa: Emen Hetan Witchy Bitchy Ding Dong It’s Sabbat en el Centro de Arte de Huarte, la propuesta de Inmersiones En torno a la hoguera. Prácticas brujas contemporáneas o Sorginak! en el Museo de Durango. La última novedad en esta línea: videoclips cañeros como Witches of Pussy Riot Clean Manezhka de las Pussy Riot, Patriarchy is burning de Gang of Witches, Witch de Alina Pash, o el sabor étnico de Sorginak de La Basu y Erre Zenituzten de Bizkargi Dantza Elkartea. Lástima que estas tendencias positivas hayan de convivir con la bruja prêt-à-porter, de la moda gótica de las muñecas Monsters High al Calendario de las brujas o la divulgación new age de Toti Martínez de Lezea en Brujas.

¿Y, entonces, que ha sido de Sycorax? La única imagen de una bruja buena real que conocemos fue el apunte de una strega dibujado por Anthony Van Eyck en 1624 en el Palermo español: una pobre anciana tocada con una coroza. Pero desde entonces Sycorax ha emergido transformándose en icono pop del feminismo. Cobró voz en la versión operística de La Tempestad en 2011, La isla encantada, y la vimos pasear en el videoarte de Lois Patiño y Matías Piñeiro en 2021. ¿Quizá sea, en Alien, la versión Sci-Fi Horror de La Tempestad, la teniente Ripley, y Calibán el monstruo bajo cuyo disfraz que se escondía el nigeriano Bolaji Badejo? Sin duda, hallaremos su rastro más cerca en Sorginak, el fanzine feminista de los 80, o en el frente ecuatoriano que abre el libro Brujas, salvajes y rebeldes.

Sycorax, la bruja buena, el icono positivo, definitivamente triunfa entre la memoria y la ocultura, entre Halloween y Federici. Sycorax ya es nuestra, de las herederas de las brujas que no pudieron quemar y de los calibanes que se liberen de la magia negra del capitalismo. Como proyecto abierto de mujer y de ser humano, definitivamente empoderada: será lo queramos que sea… ¡Alcemos las escobas!

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/sutara-la-caza-de-brujas-entre-la-memoria-y-la-mistificacion