Haití es considerado el país más pobre de América. Chile, ejemplo neoliberal, acaba de ser admitido en el exclusivo club la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que solo integran 31 países. A ojos de los poderosos, lo que separa ambas naciones constituye un vivo ejemplo de lo que, en un mundo […]
Haití es considerado el país más pobre de América. Chile, ejemplo neoliberal, acaba de ser admitido en el exclusivo club la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que solo integran 31 países.
A ojos de los poderosos, lo que separa ambas naciones constituye un vivo ejemplo de lo que, en un mundo capitalista, implica caminar hacia el desarrollo.
Sin embargo, en pocos meses la ilusión construida por la maquinaria ideológica del mercado, no pudo contener el desborde de lo que parece ahora como evidente. Es decir, por un lado Chile, el país que demuestra que el neoliberalismo, bien aplicado, permite el éxito económico y, por el otro, Haití, condenado a la pobreza por su incapacidad histórica de insertarse exitosamente en el mundo economicamente globalizado. Dos terremotos permiten hoy poner en discusión lo que hasta hace poco parecía una verdad incuestionable. Las imágenes de terror y muerte llenaron de imágenes durante estos últimos meses a los siempre ávidos canales de televisión. Se habló de miles de muertos, de destrucciones a escala bíblica y, hasta directamente, se culpó a la naturaleza por ensañarse con ambos países.
Pero lo que puede resultar para algunos sorprendente es que, más allá de las evidentes diferencias en la cantidad de muertes y en los niveles de destrucción, las élites de ambos países, actuaron de una forma bastante similar. Vamos viendo En primer lugar, en ambos casos la respuesta frente a la catástrofe fue a todas luces tardía e ineficiente. Por la magnitud del fenómeno no cabía sino la respuesta desde el Estado en su conjunto. Pero es aquí en donde comienzan los problemas. En el caso de Haití, el supuesto rescate del país por la vía de la ocupación militar, el año 2004 por parte de los EE.UU, y su posterior entrega a la tutela militar de la ONU, tenía como excusa la urgente necesidad de reconstruir un Estado haitiano capaz de tomar la conducción del país. Después de 6 años de ocupación ha quedado demostrado de que todo no eran más que «excusas». Nada hay de ese supuesto Nuevo Estado. Pero el caso de Chile puede ser visto como más patético. Al contrario de Haití, Chile es mostrado, y se ve a si mismo, como una país eficiente y ordenado. Incluso, por su historial de terremotos se suponía preparado para reaccionar de manera rápida a un fenómeno de este tipo. El impacto de la ineficiencia de todo el Estado frente a catástrofe, para los chilenos ha sido brutal. Ni a nivel municipal, ni el gobierno, ni la justicia, ni siquiera la supuestamente «infalibles» FF.AA, reaccionaron de manera adecuada. Los errores cometidos (como el levantamiento de la alerta de tsunami antes de tiempo) se cobraron decenas de vidas, y los derrumbes demostraron que el supuesto control de las construcctoras para que se respetaran las normativas anti sismicas, no era más que un chiste trágico.
El segundo paralelismo que podemos establecer es que como una forma de tapar la ineficiencia de la respuesta estatal, y frente a la evidente desesperación de los millones de ciudadanos que recorrían las calles oscuras de ambos países buscando agua, comida, a alguien que les ayudara a sacar a sus familiares enterrados bajo los escombros o solo información, pues frente a toda esas masas de seres humanos simplemente angustiados hasta el extremo, la respuesta de la autoridad civil fue recurrir a la bota militar. En Haití, las fuerzas de ocupación recibieron rápidamente ayuda de los siempre dispuestos «marines» norteamericanos para poner orden entre los millones de famélicos. Con militares se restituyó supuestamente la democracia, y con más militares se pretende ahora reconstruir el país. No importa el tipo de problema (si su raíz es política o una catástrofe natural), desde el punto de vista de los que toman las decisiones, la solución para Haití siempre pasa por instalar más militares extranjeros en tierra haitiana. La similitud entre ambos casos, en este punto, es evidente. A solo 3 días del terremoto, la segunda ciudad de Chile, Concepción, una extensa zona en la que viven más de 3 millones de personas, fue literalmente ocupada por 15 mil militares.
20 años de transición hacia la democracia construidos sobre el discurso de la importancia de que lo civil se impusiese por sobre lo militar, fueron borrados en pocas horas. El Chile democrático aceptó sin chistar que se castigará a los «culpables» de los saqueos con normas propias de los tiempos de guerra. . El uso del «toque de queda», es decir sin libre circulación de las personas por las calles, y con la movilización de militares para controlar a la ciudadanía está establecido en la Constitución chilena ,elaborada y aprobada en los tiempo de Pinochet, como un elemento de último recurso. Y si bien en un principio se cuestionó su tardía utilización, durante los 3 primero días del terremoto, su posterior aplicación ha sido del todo desproporcionada. Legitimados por la necesidad de manetner el orden como valor supremo, la figura del «toque de queda» en los últimos 2 meses ya ha sido usada 3 veces. Primero el 1 de marzo, (durante 24 días) para evitar saqueos en la provincia de Concepción. Luego el 11 de marzo, en Rancagua, el propio Piñera a raiz de un nuevo terremoto amenazó con usar esta figura por el temor al descontrol ciudadano. Y finalmente, el ejecutivo, ya ni siquiera usando la excusa del terremoto, aplicó otra vez en Concepción el «toque de queda» , por 1 día , el 29 de marzo frente a los posibles desordenes callejeros en el marco del «Dia del Joven Combatiente». Un día en donde los grupos de la izquierda radical conmemoran el asesinato de varios jóvenes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en manos de la policia durante la dictadura.
Pero si seguimos analizando, las similitudes no acaban aquí. La catástrofe natural implicó que el mundo, informado muchas veces con grandes dosis de sensacionalismo por los grandes medios de comunicación, se apresurará en querer solidarizarse con los golpeados por la naturaleza indómita. En el caso haitiano, poco se escuchó al presidente, a los ministros y embajadores que clamaban porque la ayuda humanitaria se canalizará por la vías formales. La imagen del palacio de gobierno por los suelos fue suficientemente elocuente para respaldar el hecho de que, de forma casi instantánea, aparecieran miles de ONG que se ofrecieron a canalizar la generosidad de los millones de telespectadores sensibilizados. Sin tapujos, el discurso oficial de los medios de comunicación fue «mejor entregarle el dinero a ellos , las ONG’s que a un gobierno corrupto». Y aunque en Chile, el peso de las Ong en los últimos años es sensiblemente inferior al de Haití, sorprendió de sobremanera ver que el propio gobierno, sea quien , a través de sus embajadas y consulados en el mundo, instruyera a que las ayudas se canalizaran a través de la Cruz Roja, Caritas, World Vision, y una serie de otras instituciones paraestatales.
El gobierno neoliberal de Piñera parece estar usando oportunistamente, la ayuda internacional que llega al país desde distintas fuentes internacionales, en función de implementar una privatización sistemática de la ayuda social. Y en esta dinámica cobra un rol central la iglesia católica, la cual ya, a través de sus distintas fundaciones y empresas , se ha hecho con parte importante del dinero recaudado. Como muestra un solo ejemplo, la Fundación Hogar de Cristo, maneja directamente por la iglesia, es la principal beneficiaria de los casi 100 millones de dólares que se reunieron en la campaña organizada por otra Fundación privada, la Teleton, a través de un gran show televisivo. Por último, y para nada menos importante, frente a la tragedia emerge la necesidad de encarar con rapidez la reconstrucción.
Para Haití, golpeado por decenios de inestabilidad provocada por conflictos internos e intereses extranjeros, el terremoto constituye otra pesada piedra en su mochila. Su infraestructura pública y privada quedó en ruinas. El daño a las viviendas fue casi total. Las cifras no oficiales (porque en este momento en Haití no hay nada oficial) hablan de millones de personas desplazándose hacia los campos en busca de alimentos. Frente a esta situación, sorprendentemente, ahora si reaparece el gobierno. Aparece para poner la firma en una serie de prestamos y créditos para la reconstrucción, de la cual se harán generosamente cargo, sin duda, empresas trasnacionales que recibirán con agrado los recursos que el pueblo haitiano deberá pagara con años de impuestos. Y tampoco en este punto, el exitoso Chile, ejemplo del neoliberalismo moderno, se queda atrás. Con su aparato productivo casi intacto después del terremoto, el país resulta una excelente oportunidad de negocios para la banca mundial. Piñera, el recién estrenado presidente-empresario, se apresuró a los pocos días en pedir 30 mil millones de dólares para la reconstrucción. La respuesta fue rápida, desde el FMI y desde multitud de inversores se asegura disponer de las cifras necesarias para financiar la reconstrucción. Nuevamente, poco importa, que el país vuelva al nefasto camino de la Deuda Externa.
A Chile y a Haití los separan miles de dólares en el PIB per capita, y también, varios puntos en el Indice de Desarrollo Humano del PNUD. Pero la realidad es más fuerte y une a ambos países, pasando por encima de las siempre tan sobre valoradas diferencias económicas e históricas.