Veinte años del asesinato que segó la vida de Jaime Pardo Leal. Un crimen con doble significado. Mataron al hombre consagrado a la justicia, un juez ejemplar, y al primer candidato presidencial del movimiento político de oposición Unión Patriótica. Invité a su hijo, Fernando Pardo, a escribir la columna esta semana en que se conmemoran […]
Veinte años del asesinato que segó la vida de Jaime Pardo Leal. Un crimen con doble significado. Mataron al hombre consagrado a la justicia, un juez ejemplar, y al primer candidato presidencial del movimiento político de oposición Unión Patriótica. Invité a su hijo, Fernando Pardo, a escribir la columna esta semana en que se conmemoran dos décadas de este ignominioso hecho, y además el 11 de octubre, Día Nacional del Genocidio contra la UP, fecha escogida en honor a este lúcido ciudadano:
«Jaime Pardo Leal, hombre cuya inteligencia hacía de él un ser humano superior, dedicó su tesis de grado como abogado a ‘Los obreros y campesinos de Colombia’. Esta declaración de compromiso da cuenta de una vocación a la que siempre fue fiel: luchar por los sectores desfavorecidos de Colombia. Según sus mismas palabras, desde niño lo irritaban el abuso de autoridad y la indiferencia de quienes representaban el poder en nuestro país.
Después de su grado, Jaime Pardo Leal decidió trabajar por y para la justicia; y en esa lucha lo fue todo: juez a los 21 años, magistrado, profesor de Derecho Penal, presidente de la Asociación de Jueces de Colombia y, cuando ya no era posible escalar más dentro de la jerarquía judicial, se le nombró candidato presidencial por el primer partido político con banderas sociales que compitieron contra el sistema bipartidista heredado del Frente Nacional. Y en ese reto, después de haber recorrido el país tratando de informar a los colombianos sobre las debilidades de nuestra democracia, se convirtió en triunfador: obtuvo la mayor votación que jamás había obtenido un partido alternativo en la historia de Colombia. Este evento lo hizo feliz, pues para él significaba que los colombianos «comenzábamos con paso firme y sin reversa a abrir el camino de las transformaciones».
Sin embargo, como todos lo debemos recordar, esa vocación y esa inteligencia y ese proceso de transformaciones fueron apagados alevosamente el 11 de octubre de 1987. Bajo un aguacero torrencial, miles de personas lo acompañaron por última vez y protestaron por la herida que los asesinos habían propinado a la esperanza. Nada pudieron hacer para disuadir las manifestaciones ni la fuerza militar, que envió sus tanques a las calles, ni el gobierno, que el día de su entierro, un día laboral, cambió la programación de televisión.
Si Jaime Pardo Leal estuviera vivo, tendría 66 años. Estaría luchando sin duda alguna para entregarle dignidad a nuestra democracia, estaría aún recorriendo los pueblos y ciudades explicando los efectos, a veces perversos, de políticas actuales del estado como la Ley de Justicia y Paz y la reelección presidencial; Jaime estaría denunciando a quienes acaban con el patrimonio de los colombianos y nos diría quiénes son y dónde están los corruptos.
Jaime nos estaría diciendo que sólo la educación nos hace ciudadanos, que una sociedad informada es una sociedad libre, que todos somos iguales ante la ley pero que debemos unirnos para exigir ser iguales ante la justicia, que debemos debatir sobre el presente, buscarle soluciones creativas, y que los jóvenes tienen la responsabilidad de actuar ya, porque los cambios no se hacen solos y, por sobre todo, porque el derecho a existir no se puede delegar.
Jaime: tu esposa, tus hijos, tu familia, quienes trabajaron a tu lado, tus alumnos, tus compañeros, todos los que amaron tu figura y los que la conocerán en los tiempos que vienen, te decimos con aquella canción: ¡cuantas veces te maten, tantas resucitarás