En Irún, a pocos metros de la frontera con Francia, 150 personas miran de frente al río Bidasoa, ese que une dos países y que, a la vez, los separa, actuando como frontera natural. Miles de exiliados superaron sus aguas durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, huyendo de la represión. Solo entre abril y junio de 1938, fueron 5.000 los que cruzaron el río. Pero, aunque la dictadura acabó, el Bidasoa sigue siendo una frontera a superar para miles de personas que migran en busca de una vida mejor. Y no todos lo consiguen: solo en 2021, sus aguas se cobraron 9 vidas. Alejandro Viana: el ‘Schindler’ gallego que ayudó a huir del fascismo a 17.000 españoles Saber más
En ese lugar, donde algunos caminos empiezan y otros acaban, hay un monolito con versos del bertsolari Amets Arzallus que rezan: “En doloroso recuerdo de los migrantes que dejaron aquí su último aliento. Fronteras que cierran el paso a los migrantes que abren caminos”. Esas 150 personas se encuentran frente al monumento para rendir homenaje a aquellos que perdieron la vida, antes de disponerse ellos mismos a cruzar el Bidasoa. Pero no son migrantes, sino que conforman la Caravana Abriendo Fronteras.
Se trata de una iniciativa nacida en 2016 para visibilizar la situación de las personas migrantes y refugiadas alrededor de toda Europa. En estos seis años de vida, han organizado convoyes por Grecia, Ceuta y Melilla o Sicilia para seguir los pasos de quienes usan esas rutas migratorias y denunciar, in situ, los peligros con los que se encuentran.
Este año, los organizadores de la Caravana han querido recordar al medio millón de personas que se exiliaron por la guerra y el franquismo y, para ello, han organizado una ruta de 10 días en los que han recorrido más de 1.700 kilómetros desde Irún hasta Turín. “Llevamos muchos años denunciando fronteras y, esta vez, quisimos venir más cerca de casa, para denunciar que nuestras fronteras también vulneran derechos”, dice María Viadero, una de las personas que participan de la caravana.
Quienes se han sumado a esta iniciativa han seguido (en autobús) los pasos de los exiliados republicanos en una ruta que les ha llevado, por ejemplo, a Rivesaltes, al norte de Perpiñán, donde se ubica un campo de concentración en el que fueron recluidos miles de españoles. Pero este campo no desapareció una vez acabada la guerra, sino que siguió en funcionamiento hasta 2007 como Centro de Retención Administrativa, el equivalente a un CIE español.
“Son espacios con mucha fuerza que nos evidencian que no hemos hecho memoria, que no hemos aprendido y que la historia se repite constantemente”, asegura Chiqui Lima, una de las organizadoras de la Caravana Abriendo Fronteras. “Que nos horrorice lo que pasó aquí durante la guerra, pero nos dé igual lo que pasaba hace cinco años, nos indica que nos queda mucho trabajo por hacer”, se lamenta en una videollamada desde la costa francesa.
Un pasado que se repite
Esta caravana, que cuenta con la participación de diversos colectivos antirracistas españoles, italianos y franceses, ha congregado a 150 personas provenientes de diversos lugares de España y que responden a diferentes perfiles. Jóvenes universitarios comparten comidas y catre con jubilados de ochenta años o con personas refugiadas o activistas. “A medida que avanzamos, nos reciben colectivos locales que ayudan a las personas que están en ruta migratoria. Ellos nos acogen y nos alojan donde se puede, en polideportivos o en tiendas de campaña”, dice Viadero, quien resume bromeando que “en la caravana, el suelo es un compañero fiel”.
Al contar con la complicidad y participación de asociaciones locales, esta caravana visibiliza los problemas con los que se encuentran las personas refugiadas, ya sean las del siglo pasado o las de la actualidad. Por ello, a medida que avanzan en su camino, van organizando charlas, formaciones o manifestaciones abiertas a cualquiera que se quiera unir. “Estamos muy poco concienciados y a mucha gente le cuesta demasiado poco cerrar los ojos ante las masacres a personas refugiadas”, añade Viadero, quien lamenta que “tras tantos años, las fronteras sigan trayendo muerte”.
Esta caravana junta el pasado con el presente, viajando en el tiempo a medida que avanza el cuentakilómetros del autobús. Así, van desde la Maternidad de Elna, en la que una monja suiza permitió el nacimiento de 600 hijos de españolas recluidas en campos de concentración franceses, hasta Massi, un refugio fundado en 2018 en los Alpes italianos, que asiste a personas refugiadas durante su periplo migratorio.
“Estamos repitiendo los errores del pasado. Tenemos miles de cadáveres olvidados en campos en el extranjero y no aprendimos que las fronteras significan muerte”, reivindica Lima, quien se reconoce muy emocionada y preocupada después de esta caravana. “Hemos hablado con hijos de exiliados españoles y es estremecedor, no solo por lo que pasó, sino porque el fascismo está volviendo y no estamos haciendo nada”, se lamenta.
Durante los 10 días que ha durado la caravana, que acabó el pasado domingo en Barcelona, se han mezclado diversas emociones, desde la solidaridad y el compañerismo hasta la rabia y la tristeza. Estas 150 personas han hecho aflorar la memoria de entre los restos de los campos, a la vez que han colaborado con quienes tienden la mano a los refugiados que hoy cruzan Europa. “Mientras no afrontemos el pasado, el presente seguirá doliendo”, apuntan las organizadoras de la caravana.