El tema monetario en cualquier sociedad tiene un alcance e influencia transversal, es decir, impacta en todos los aspectos que conforman la vida política, económica y social de una nación.
El dinero como categoría económica es considerado como el equivalente universal ya que está presente y conecta en forma directa o indirecta a la mayoría de las actividades realizadas por los seres humanos en sus diferentes dimensiones: individual, colectiva y social. Sin embargo, en la experiencia práctica de la construcción socialista la subestimación de lo anterior constituyó una regularidad. Cuba no fue la excepción.
Una de las particularidades más atípicas de la economía cubana, si no la más, es su entorno monetario y, dentro de este, la persistencia de la dualidad monetaria y cambiaria. Se estableció como medida transitoria en las condiciones de crisis económica aguda, derivada del derrumbe de los países socialistas de Europa. Sin embargo, los beneficios que se evidenciaron en los primeros años de su implementación comenzaron a enturbiarse con el paso del tiempo. La transformación de su carácter transitorio en permanente fue condicionando los enfoques de gestión de la economía y, con ello, de manera consciente e inconsciente, consolidando a la unificación monetaria y cambiaria como un elemento determinante en los diseños de la planificación, gestión, regulación y control, es decir, del sistema de dirección del modelo económico.
La experiencia de las últimas tres décadas, bajo esquemas de dualidad monetaria y cambiaria —ya sea con dolarización parcial o dos monedas nacionales—, la sobrevaloración de la tasa oficial y los mecanismos de segmentación asociados, demostró que sus aparentes beneficios de corto plazo no compensan sus costos en el mediano y largo plazo. En la actualidad existe consenso en cuanto a que la dualidad monetaria y cambiaria se erige como uno de los obstáculos que impiden impulsar de manera coherente el resto de las tareas de la actualización de nuestro modelo económico.
Ante un horizonte que demanda de manera ineludible y urgente el reordenamiento del entorno monetario cubano y, dentro de este, la unificación monetaria y cambiaria, las reflexiones e intercambios de ideas sobre este proceso desde diferentes perspectivas serán siempre útiles y oportunas. Tal propósito es la motivación de las siguientes reflexiones.
La unificación y la actualización del modelo económico cubano
En la coyuntura económica y social en que se desarrolla la vida política, económica y social de nuestro país, la unificación monetaria y cambiaria no puede verse como una medida aislada. Un enfoque de este tipo distorsiona y mutila su alcance dentro del necesario y retardado proceso de actualización del modelo económico cubano. En sí misma, la unificación monetaria y cambiaria es parte integrante del proceso de reordenamiento del entorno monetario cubano. Dicho reordenamiento tiene como objetivo recomponer la funcionalidad de las relaciones monetarias mercantiles, sus instrumentos y las variables que lo conforman.
En consecuencia, este reordenamiento debe abarcar un conjunto de transformaciones que sobrepasan, pero no contradicen el objetivo táctico de eliminar la dualidad monetaria y cambiaria.
No basta con la presencia de una moneda y una tasa de cambio, debemos tener un signo monetario nacional que cumpla de manera correcta y plena con sus funciones dinerarias, es decir, que actúe realmente como equivalente universal.
Entre otras cuestiones, para ello se requiere una tasa de cambio que transparente los precios relativos tanto hacia el exterior como el interior de nuestra economía y una tasa de interés con real significado económico y financiero, que permita fundamentar en forma adecuada las decisiones de ahorro, inversión y consumo a todos los niveles de la sociedad y la economía. En otras palabras, revelar el costo de oportunidad de muchas decisiones imprescindibles para el funcionamiento económico y social coherente de la nación.
Es cierto que, en última instancia, el juego se decide en la esfera real —productiva— de la economía, de ahí la prioridad de potenciar su funcionalidad; también es cierto que en buena medida la efectividad del sistema monetario depende de esto. Sin embargo, no puede perderse de vista que el adecuado funcionamiento de la esfera nominal —monetaria— contribuye al desarrollo de la esfera real de la economía y que sus debilidades y/o disfuncionalidades agudizan sus contradicciones.
Lo anterior explica por qué el reordenamiento monetario debe ser parte integrante del proceso de actualización de nuestra economía, entendido como el conjunto de transformaciones estructurales, institucionales, distributivas y redistributivas.
Las transformaciones deben ser abordadas con la integralidad, simultaneidad, secuencialidad, velocidad e interconexión necesarias entre el entorno monetario y financiero, el sector productivo y los enfoques distributivos.
Estos constituyen atributos indispensables para garantizar el éxito de dichos cambios.
Entre los atributos mencionados, es necesario particularizar en el referido a la secuencialidad. El propio carácter transversal que se le atribuye a los temas monetarios, y su impacto en la conformación de condiciones previas y necesarias en cuanto a garantizar la funcionalidad de la plataforma donde se establecen las relaciones de producción y el resto de los procesos que de ella se derivan —el mercado—, aconsejan que la implementación del proceso de reordenamiento monetario debe tener relativa precedencia en lo referido a sus componentes básicos iniciales.
Su profundización y maduración dependerá de la marcha e implementación del resto de las transformaciones, donde la coherencia entre simultaneidad, secuencialidad y velocidad bajo un enfoque integral y sistémico irá marcando las interrelaciones necesarias para avanzar en la implementación progresiva del proceso de actualización en su conjunto. Tal empeño requiere de políticas integrales, diferenciadas y secuenciadas armónicamente.
Transformar sin resolver una cuestión transversal como el ordenamiento de nuestro entorno monetario le restaría sostenibilidad a todo lo que se haga. La implementación de la unificación monetaria y cambiaria modificaría muchos de los parámetros y reglas de la economía, y con ello el impacto y alcance de las medidas diseñadas e implementadas en las condiciones actuales, que son las atípicas. Los marcos paralelos de gestión en los que se fundamentan las nuevas medidas, debido a la postergación de la unificación, deberán desmontarse para dar paso al nuevo marco general que restablezca y consolide el enfoque sistémico de la operatoria económica de la nación.
Si no se resuelve la distorsión asociada a la dualidad cambiaria y la exagerada sobrevaluación de la tasa oficial, no se garantizará la efectividad desde una perspectiva integral del resto de las medidas, incluso del paquete en su conjunto. En un escenario de este tipo, muchas de las medidas implementadas profundizarían las distorsiones que se proponen resolver e incluso generarían nuevos problemas y desequilibrios.
No tendría sentido avanzar y profundizar el proceso de actualización del modelo económico sin avanzar antes y, en su caso, simultáneamente en la devaluación del tipo de cambio oficial, problema de naturaleza nominal que afecta a toda la economía de forma transversal y en consecuencia limita la efectividad de cualquier trasformación institucional o estructural.
Las transformaciones institucionales van dirigidas a aportar funcionalidad al sistema de dirección económico social, ya sea desde la perspectiva de las instituciones responsabilizadas de la toma de decisiones macro y microeconómicas, como de la plataforma donde estas interactúan: el mercado. Todo ello pasa por darle significado y contenido a las variables e instrumentos de la economía mercantil, y la conformación de instituciones que aprendan a funcionar en este nuevo escenario. Para ello, la implementación e internalización del nuevo entorno monetario resulta una condición necesaria. Esta perspectiva puede vincularse a la implementación de los Lineamientos aprobados y actualizados en los documentos rectores del PCC.
Lo mismo sucede con las reformas estructurales que por naturaleza buscan, entre otras cuestiones, mejorar la eficiencia en la asignación de los recursos con visión de mediano y largo plazo, con el propósito de diseñar y establecer de manera adecuada las proporciones entre acumulación y consumo, la estrategia de inserción internacional, de transformación y diversificación productiva, de sostenibilidad alimentaria, de desarrollo del potencial humano, etcétera. Todo ello sería imposible en un ambiente de sobrevaloración del tipo de cambio y dualidad cambiaria, debido a las considerables distorsiones que esto provoca en los precios relativos.
Se requiere coherencia, integralidad e interrelación conceptual entre los diversos precios y variables monetarias y financieras de la economía. La trasformación estructural de nuestra economía, es decir, la solidez y efectividad del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social requiere de condiciones que garanticen la funcionalidad del entorno económico e institucional del modelo económico y social como premisa básica para diseñar y concretar el camino hacia un crecimiento sostenible que nos conduzca hacia un verdadero desarrollo integral.
Esta visión del desarrollo no se limita a lo material, sino abarca también lo espiritual, de manera tal que se corresponda con el concepto de prosperidad socialista.
La unificación monetaria, sobre todo cambiaria, incluyendo la devaluación de la tasa de cambio, también constituye premisa esencial para la transformación y actualización de los enfoques distributivos y redistributivos, pero estos no se resuelven sin el diseño de políticas distributivas integrales e introducidas de forma paulatina. El reordenamiento del entorno monetario posibilita el surgimiento de incentivos fundamentados económicamente para incrementar el interés por el trabajo, la eficiencia empresarial y disminuir costos sociales.
El nuevo enfoque distributivo requiere que los salarios e ingresos por el trabajo representen la fuente fundamental para la reproducción económica y social de los individuos, colectivos y nación. A partir de la alineación de los tipos de cambios en las esferas de la producción y el consumo propiciada por la devaluación y unificación cambiaria, se crearán las condiciones necesarias que permitan que los ingresos de las empresas, sobre todo en el sector estatal, se articulen con los gastos en términos generales y en específico con los vinculados al pago de salarios sobre la base de la eficiencia y efectividad en la gestión empresarial.
Solo bajo estos enfoques de transformación se hará realidad la tantas veces proclamada necesidad de no subsidiar productos sino personas, y la atención focalizada requerida por los grupos vulnerables podrá ser financiada a través de un sistema de transferencias tributarias.
La interrelación entre unificación y medidas institucionales, estructurales y los cambios en los patrones distributivos debe establecerse en ambas direcciones; unificar per se, no tiene gran sentido. La eliminación de la dualidad monetaria y cambiaria indiscutiblemente es una condición necesaria, pero no resulta suficiente para alcanzar los objetivos que se propone la estrategia de actualización del modelo económico consensuada.
El tema es complicado y tiene muchas dimensiones, la economía es un sistema complejo y como tal debe ser tratado. Los análisis económicos bajo la premisa ceteris paribus son válidos a nivel teórico, pero sobre todo si a la hora de hacer teoría y, en especial, praxis no se olvida que en lo concerniente a las ciencias sociales, y en particular a la ciencia económica, cada una de sus partes afectan al todo.
La unificación monetaria es esencial para crear condiciones que resultan indispensables para mejorar la gestión económica y su medición, pero la superación de los problemas que hoy afectan la producción de bienes y servicios, los ingresos y el bienestar de la población solo será posible en definitiva con la implementación profunda e integral del proceso de actualización del modelo económico cubano. Por su parte, la actualización del modelo estaría limitada, o sería ineficiente si no se realiza en armonía con la unificación monetaria.
En otras palabras, la unificación monetaria y cambiaria es parte de la solución, pero no la solución en sí misma.
La unificación y su oportunidad
Desde hace mucho tiempo existe consenso político público de que la dualidad monetaria y cambiaria —ya sea con dolarización parcial o dos monedas nacionales—, la sobrevaloración de la tasa oficial y los mecanismos de segmentación asociados a esta, son algunas de las cuestiones más negativas que gravitan sobre la economía cubana. Estas han sido las causas fundamentales de diversas y profundas distorsiones. Su persistencia impacta como un campo magnético, que disloca la brújula utilizada para diseñar la secuencialidad e integralidad requeridas para encontrar un camino de implementación efectiva y ágil que permita concretar el proceso de trasformaciones demandado y consensuado para nuestro modelo económico.
Sin embargo, la diversidad monetaria y cambiaria y los mecanismos de segmentación a ella asociados, a pesar de intenciones consensuadas y grandes esfuerzos, no ha podido o querido ser eliminada; persisten y parecen resurgir como ave fénix de manera implícita y explícita en la estrategia económica anunciada recientemente por el Gobierno.
La decisión de implementar la unificación monetaria y cambiaria requiere de voluntad política, consenso social alrededor de su necesidad y viabilidad, y de la gobernanza requerida para su conducción e internalización por todos los actores sociales. Las incertidumbres sobre sus resultados constituyen el mayor obstáculo para su implementación. Representa un cambio radical en la operatoria y la conducción de la actividad económica del país, lo cual debe ser asimilado e internalizado no solo en el discurso, sino también en la acción.
Para justificar su prolongada postergación se alegan diferentes argumentos, entre ellos: la complejidad del proceso, su carácter multidisciplinario y transversal y los riesgos de su implementación. Si bien esto es cierto, también lo es su urgencia y el tiempo trascurrido para su estudio y análisis riguroso, que ya supera los tres lustros.
A lo anterior se ha sumado que no pocos consideran que debe ejecutarse en condiciones económicas favorables desde una perspectiva interna y externa. Tales condiciones se asocian a un sector productivo fuerte cuyos encadenamientos aseguren una adecuada inserción internacional y complementariedad interna, holgura fiscal, una cuenta corriente superavitaria, una posición cómoda frente a los acreedores externos, disponibilidad de un prestamista de última instancia, un ambiente atractivo para los inversionistas extranjeros, tendencia de crecimiento sostenido de la económica internacional y una relativa distensión en la relaciones con el Gobierno de turno estadounidense, por mencionar las más comentadas.
Sin embargo, en esta situación idílica parece poco probable que se implemente una medida como la unificación monetaria y cambiaria de carácter contractivo en el corto plazo. Cabe preguntarse o al menos dudar de su necesidad si todo marcha bien, y si políticamente existiría la predisposición de revertir una situación de auge económico, implementando una medida tan compleja y de tantos riesgos, sobre todo si los decisores de su implementación prefieren el camino del gran salto al de la gradualidad en la trayectoria de la necesaria devaluación de la tasa oficial.
Volvamos a la realidad y pongamos los pies en la tierra, tal escenario como ya mencioné es idílico, la experiencia histórica lo demuestra. Incluso no bastaría con que estas condiciones se dieran en la coyuntura del día cero, se necesitaría que se mantuvieran estáticas por un periodo relativamente largo. Bajo cualquier variante, la implementación de la unificación monetaria, la recomposición del escenario económico y social que de ella se deriva y, sobre todo, su internalización por todos los actores sociales requieren de tiempo.
De cualquier manera, sería riesgoso apostar y darle relevancia a un conjunto de variables exógenas que podrían ser manipuladas por los enemigos de la Revolución, quienes no cesan de incrementar su agresividad y mostrar su obsesión por derrotarla. Por otra parte, algunas de estas condiciones, en última instancia, dependen en buen grado de la implementación de la propia unificación monetaria y cambiaria, y no se alcanzan si no se avanza en el proceso de transformaciones de la economía cubana.
Ante estos argumentos, por qué no considerar que la mejor situación es la opuesta, cuando muchas de las incertidumbres, riesgos y costos que se le atribuyen a la unificación ya están presentes, es decir, no los genera la implementación de la medida.
La coyuntura internacional caracterizada por la presencia de la peor crisis en cien años con efectos y consecuencias sanitarias, sociales, económicas y políticas agravada por la pandemia pero generada por el orden político y económico imperante a escala global, el criminal bloqueo impuesto por los Gobiernos estadounidenses y arreciado enfermiza e inhumanamente por la administración actual, y las deformaciones estructurales que acumulamos, nos enfrenta a una realidad que limita las opciones de ajustes internos y nos conduce a una situación excepcional de crisis económica.
La economía cubana en estas circunstancias se contrae, se profundizan las restricciones financieras tanto en lo interno como en lo externo y no llegan milagrosamente las exportaciones y otros flujos financieros externos, al menos en las cuantías requeridas.
En estas condiciones es ineludible la necesidad de resetear nuestra economía. Una situación de crisis profunda y excepcional, puede ser un buen momento para implementar la unificación monetaria y cambiaria. La recesión y sus impactos sociales están presentes, hay que asumirlos. La depreciación espontánea no controlada, su manifestación explícita o implícita en los mercados informales y oficiales respectivamente, termina sincerando la realidad y no deja opción para evadir los intentos de ajustes.
La paradoja de aprovechar tiempos de bonanzas para crear problemas de carácter económico y social no existiría. La mayoría de los costos asociados a la unificación ya están presentes, se impone una realidad ineludible: administrarlos. Aprovechar la crisis, para salir de ella con el problema monetario resuelto es una posibilidad que pudiera transformase en oportunidad y al mismo tiempo en un gran reto.
Al margen de estas consideraciones, prevalecen aquellas que nos indican que se debió tomar la decisión mucho tiempo atrás, atendiendo a las necesidades propias del modelo económico a partir del consenso acerca de su agotamiento en cuanto a sus capacidades reproductivas. Ante los decisores se presenta una insoslayable paradoja, se acaba el tiempo y su implementación requiere de tiempo; es la hora y no debería seguir posponiéndose.
El mayor costo político ha estado en su posposición y con ella el aplazamiento de la implementación de un proceso de actualización del modelo económico profundo, efectivo e integral. En las actuales circunstancias económicas, políticas y sociales de nuestro país la transformación del modelo económico es un imperativo que no debe dilatarse más.
La unificación monetaria y cambiaria es imprescindible porque el entorno monetario actual es disfuncional y transmite esa disfuncionalidad al resto del modelo económico. Resuelve muchas de las distorsiones actuales, otras no, pero en estos casos su contribución radica en transparentarlas propiciando que se diagnostiquen de manera adecuada y se implementen las medidas necesarias para concretar las correcciones pertinentes.
A pesar de su necesidad y urgencia, la unificación monetaria y cambiaria y el reordenamiento del entorno monetario cubano no constituyen un trayecto fácil, ni siquiera con un éxito seguro, pero constituye un camino ineludible e impostergable en las actuales condiciones. Ante esta realidad histórica, no es ocioso recordar las reflexiones del Che sobre otro momento definitorio para la historia política y económica de la Revolución cubana, me refiero a la implementación de la Ley de Reforma Agraria: «…estábamos frente al dilema que ustedes tendrán muchas veces en el curso de su vida revolucionaria: Una situación en la que avanzar es peligroso; detenerse, más peligroso aún; y retroceder, la muerte de la Revolución. ¿Qué hacer frente a esta disyuntiva? De todos los caminos, el más justo y menos peligroso era avanzar…».[1] Toda una profecía.
La unificación y el sentido de la estrategia
En el debate sobre la estrategia económica a seguir para enfrentar la actual coyuntura y construir las bases que definan el mejor camino socioeconómico para Cuba, lo primero a tener presente es la salvaguarda de los componentes que definen la visión de la nación consensuada por los cubanos, entendida
… como el estado o situación que se desea alcanzar, se define como soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible. En ella se sintetizan las aspiraciones que han caracterizado la lucha por la plena emancipación y unidad de la nación a lo largo de nuestra historia y que han sido refrendadas por la mayoría de nuestro pueblo en cada uno de los procesos democráticos y de participación popular desarrollados a lo largo de la Revolución Cubana.[2]
Ninguna propuesta, por reconocida que sea en su componente teórico por personas o grupos, si no argumenta una garantía clara y confiable de la preservación en el presente y futuro de los componentes que definen la visión de la nación es aceptable; hacerlo significaría la pérdida de la posibilidad real de definir la estrategia desde la Patria. Por supuesto, todo ello invita a un debate que sobrepasa el enfoque economicista de nuestra realidad y nos convoca a un intercambio de ideas donde la ideología, política, economía, sociología y otras ciencias sociales se entrelacen de manera coherente y con fundamentación científica.[3]
Este debate exige un posicionamiento, en mi caso, a favor de la opción socialista como núcleo de la alternativa que garantiza la consecución del resto de los componentes que definen la visión de la nación consensuada, y a su vez que se nutre y consolida a partir de la estrecha interrelación teórica y práctica con estos.
Entre muchas otras cuestiones, la actualización de nuestro socialismo requiere eficiencia en la gestión económica no como un fin, sino como un medio para revitalizar y consolidar los valores éticos que le dan sentido y lo caracterizan.
Es indispensable restablecer la efectividad de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción y eliminar cualquier viso de enajenación propiciada por su inadecuada implementación práctica; así como la funcionalidad de la ley de la distribución socialista y la centralidad del trabajo como vía fundamental para la reproducción social a todos sus niveles.
Se requiere también crear las condiciones necesarias que propicien la eficacia de la planificación centralizada, la gestión descentralizada, la regulación en lo fundamental bajo mecanismos indirectos y el control social basado en una mayor autonomía y participación de los actores sociales en los procesos de toma de decisión y control. Todo ello demanda, por una parte, la consolidación de un sector empresarial estatal eficiente y efectivo, con capacidad de liderazgo para generar sinergias que propicien el desarrollo del sector no estatal desde una perspectiva complementaria y que promuevan el desarrollo cuantitativo y cualitativo de ambos a partir de potenciar las fuerzas productivas y aprovechar todas la capacidades inherentes al capital humano desarrolladas por la Revolución en todos estos años.[4]
Por la otra, un mercado funcional pero regulado desde el Estado, que reconozca de manera adecuada las relaciones monetarias mercantiles, el contenido y naturaleza de las variables monetarias y financieras y de los instrumentos asociados a ellas. Muchas otras cosas podrían decirse, pero la intención es direccionar la reflexión hacia el papel y contribución de la unificación monetaria y cambiaria en particular y el reordenamiento del entorno monetario en general para la consecución de estos objetivos.[5]
El proceso de reordenamiento del entorno monetario cubano es condición esencial para la restauración del contenido económico de las categorías monetarias y financieras, aspecto clave para restablecer la funcionalidad institucional del mercado cubano. Lo anterior es indispensable para dotar de contenido adecuado a los incentivos y señales provenientes del mercado, y propiciar que cumplan con eficacia su papel referencial para el proceso de toma de decisiones microeconómicas y el ejercicio de regulación desde la perspectiva macroeconómica.
Si no se avanza en lo anterior, la reclamada autonomía empresarial no será efectiva, avanzar hacia la descentralización se convertirá en una aventura riesgosa y resultará muy difícil concretar la aspiración de sustraerle a la planificación el proceso de asignación centralizada de recursos.
Un sistema de incentivos coherente es fundamental para motivar la participación activa e innovadora de los actores económicos y sociales, favorece el despliegue de las potencialidades de nuestras fuerzas productivas y permite sintetizar de manera efectiva la opción socialista de construir futuro a partir de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción.
La implementación de la unificación monetaria y cambiaria y el ordenamiento del entorno monetario cubano contribuiría, como condición necesaria, a allanar el camino para suprimir los marcos paralelos de gestión y, con ello, la diversidad de estancos y reglas discrecionales que hoy sustentan la diferenciación entre formas de gestión y de propiedad, facilitando la transición del enfoque actual de «un país con diversas economías» a un enfoque integral y único del sistema económico de carácter socialista, en lo referido a los mecanismos de gestión.
Lo anterior fomentaría el uso y desarrollo de los instrumentos indirectos de regulación económica, y la creación de condiciones reales para avanzar en la necesaria corrección de los conceptos de planificación financiera y centralizada tan importante para el adecuado desempeño de la economía socialista.[6]
Para garantizar una orientación socialista del necesario proceso de redimensionamiento empresarial, el sentido de la estrategia debe apuntar a consolidar un liderazgo real y efectivo del sector estatal, no solo a partir de una decisión política, sino fundamentado por su capacidad, densidad y eficiencia productiva, organizacional y técnica, y, en consecuencia, capaz de generar oportunidades atractivas para su complemento desde las formas de propiedad no estatales, encargadas de actividades de pequeña escala pero necesarias para cerrar el ciclo económico productivo.
En consecuencia, el sector estatal debe enfocarse hacia los medios fundamentales de producción desde la perspectiva del desarrollo, así como hacia sectores —puede ser de manera parcial o total— y recursos estratégicos que concentren y promuevan el esfuerzo fundamental para desarrollar actividades con alta intensidad en el uso del conocimiento y de tecnologías de avanzada, con el objetivo de incrementar sustancialmente el valor agregado de las producciones nacionales.
Para que lo anterior sea posible, es necesario que su núcleo fundamental, la empresa estatal socialista, se erija como institución eficiente y efectiva capaz de constituirse en el núcleo movilizador del resto del sistema empresarial y formas de propiedad. Esto requiere de un conjunto de condiciones vinculadas por un lado al entorno en que se desempeña y por otro a su operatoria interna. En los párrafos anteriores ya fueron comentadas las incidencias de la unificación monetaria y cambiaria y el reordenamiento monetario en lo referido al entorno de desempeño.
Las condiciones actuales vinculadas a la operatoria interna de la empresa estatal socialista no favorecen su reproducción simple y ampliada. Entre las causas fundamentales que provocan esta situación está la dualidad cambiaria y la sobrevaloración de la tasa de cambio oficial.[7]
La utilización del concepto moneda total «como solución contable» a este problema, distorsiona los resultados de los estados financieros y en consecuencia erosiona los fundamentos y criterios de eficiencia para la toma de decisiones, anulando y desestimulando la lógica emprendedora de los empresarios con la responsabilidad de gerenciar y gestionar la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción. Producciones con un alto nivel de componentes importados aparecen como rentables al minimizar el costo externo contabilizándolas en CUP; por el contrario, producciones exportables se muestran como no rentables por minimizar el ingreso externo al contabilizarse en esa moneda.
Una de las causas de los problemas de la contabilidad empresarial en nuestro país y del surgimiento del objetivo eufemístico de lograr una «contabilidad confiable», está relacionado con el enfoque inadecuado de restarle importancia al papel de la categoría económica dinero en el proceso de transición y construcción socialista. Esto se profundizó en nuestro país a partir de la implementación y consolidación de la dualidad monetaria y la sobrevaluación de la tasa de cambio.
Todo ello le resta efectividad a la contabilidad empresarial como instrumento de medición económica y herramienta primordial para la toma de decisiones. En las condiciones actuales la capacidad de la contabilidad para transparentar la situación real de una empresa está muy disminuida, por lo general ofrece una imagen con grandes distorsiones y no en pocos casos refleja una situación opuesta a la realidad económica y financiera de las empresas. Como se ha dicho, la dualidad cambiaria distorsiona los precios relativos, desconectando a la empresa de la realidad tanto nacional como internacional.
Lo anterior, también trasciende a las cuentas nacionales, restándole efectividad a los procedimientos de medición y afectando los procesos de análisis y toma de decisiones a nivel macroeconómico. Con ello se afecta, además, la eficacia de la planificación estratégica y centralizada para el diseño de la estrategia de desarrollo y limitando su capacidad de gestión de los equilibrios macroeconómicos.
Como se sabe, uno de los factores fundamentales para promover a nivel empresarial la productividad, la eficiencia y la competitividad es el nivel de motivación que se logre en el desempeño del trabajador. Está más que probado que en ello el salario juega un papel fundamental. En particular, el CUP sobrevaluado en la empresa —donde 1 USD = 1 CUC = 1 CUP— y devaluado en la población —donde 1 USD = 1 CUC = 24 CUP— le impone una fuerte restricción a la empresa estatal socialista para solucionar el problema de los bajos salarios a partir de sus propias fuentes.[8]
La esencia del problema radica en que al operar en el circuito de la tasa oficial, los ingresos de las empresas son insuficientes para cubrir salarios cuyo poder de compra se ha devaluado a la tasa de CADECA. Tal situación se agrava en las condiciones actuales, en que dicha tasa ha dejado de ser la referencia del mercado informal de divisas en el circuito de la población y se hace efectivo un proceso de depreciación de las monedas nacionales, en momentos donde parte importante del consumo de la población tiene que redirigirse hacia los mercados en dólares.
Ante estos problemas que gravitan en la operatoria interna de la empresa, vuelve a mostrarse la unificación cambiaria como condición necesaria para su solución. La alineación de las tasas de cambio en la producción y el consumo, es decir, el establecimiento de una tasa de cambio única, bajo el enfoque más amplio de garantizar el reordenamiento del entorno monetario cubano, contribuirá a transparentar la contabilidad empresarial, incrementar de manera efectiva los salarios en las empresas estatales y crear condiciones de equidad entre el sector estatal y no estatal a la hora de competir por oportunidades de negocios, imprimiéndole mayor eficacia y efectividad a la utilización de los recursos humanos y materiales con que contamos.
De igual modo, se podrán eliminar las posibilidades de ocurrencia de arbitraje y cuasifiscalidades que surgen en la interacción entre el sector estatal y no estatal en las condiciones actuales y materializar las vías que garanticen de manera efectiva la no concentración de la propiedad y evitar el enriquecimiento ilícito. Todo ello resulta fundamental para garantizar la lógica del redimensionamiento empresarial ya comentada.
A partir del incremento efectivo de los salarios es posible restablecer y consolidar que el aporte por el trabajo sea el criterio fundamental que determine la situación del individuo en la sociedad, con independencia del sector donde labore, y a su vez la referencia que justifique la prevalencia del concepto de equidad social. De esta manera se restauraría la funcionalidad de la ley de distribución socialista y, como ya se dijo, se crearían las condiciones para avanzar en la concreción de mecanismos redistributivos enfocados en no subsidiar productos sino personas y en la atención focalizada a grupos vulnerables financiada a través de un sistema de transferencias tributarias.
A modo de resumen, podemos reafirmar la idea de que la unificación monetaria y cambiaria como parte integrante del reordenamiento del entorno monetario cubano se erige como una de las premisas transformadoras que contribuyen a garantizar la orientación socialista del proceso de actualización del modelo económico cubano.
Su implementación favorece la creación de condiciones que estimulan la participación del individuo como ente social, colectivo e individual; la conformación de una institucionalidad socialista; la efectividad de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, vía redimensionamiento empresarial; y el restablecimiento del significado de los salarios y con ello de la ley de distribución socialista.
No resulta ocioso reiterar que todo esto será efectivo en la medida que se reconozca la interrelación, ya comentada, que debe existir entre la unificación y el proceso de actualización de nuestro modelo económico.
Devaluación: gran salto o gradualidad
Como se ha dicho, los desafíos más complejos de la unificación monetaria y cambiaria están asociados, en lo fundamental, a la devaluación de la tasa de cambio oficial y al proceso que garantice la convergencia entre la tasa oficial y la tasa de CADECA hasta llegar al punto donde exista una tasa de cambio única para toda la economía.
Se trata de corregir distorsiones que se acumulan por más de sesenta años, periodo en que la tasa de cambio oficial, uno de los precios más importantes en el desempeño económico de cualquier nación, ha estado en el caso cubano desconectada de la realidad y trayectoria de la economía.
Con la devaluación debe buscarse reconfigurar el tejido empresarial cubano propiciando una realineación del mismo a favor de los sectores exportadores y que sustituyen importaciones. En otras palabras, resetear la economía estableciendo incentivos adecuados para encausar y consolidar encadenamientos productivos que emerjan de forma natural y que favorezcan una inserción internacional que garantice independencia y soberanía, a partir de potenciar el efecto de arrastre de los sectores más dinámicos y estratégicos hacia el interior de la economía nacional.
En este escenario, las empresas que generan ingresos externos y producciones con posibilidad de sustituir importaciones se verán favorecidas, mientras que aquellas que en su estructura de costos tienen una mayor dependencia de sus insumos importados enfrentarán mayores riesgos y vulnerabilidades ante la devaluación de la tasa de cambio oficial.
Dada la deformación estructural del tejido empresarial del país debido, entre otros factores, a las profundas distorsiones que han prevalecido durante muchos años, las conductas inerciales establecidas y el nivel de descapitalización de la planta productiva, la implementación de la medida encontrará en su fase inicial un sistema empresarial con predominio del segundo grupo de entidades, cuya capacidad de respuesta para propiciar un efectivo proceso de sustitución de importaciones, en el mejor de los casos, requerirá de tiempo.
La reconfiguración del tejido empresarial es un proceso complejo, demanda de un profundo cambio en la institucionalidad de la economía cubana, tanto a nivel de plataforma de desempeño, el mercado y todo lo necesario para garantizar su funcionalidad; como a nivel de actores, individuos, empresas e institucionalidad reguladora. Estas trasformaciones deben ser implementadas, en primera instancia, formalmente: leyes, decretos-leyes, normas, etcétera. Resulta inevitable que su puesta en marcha requerirá de ajustes. La implementación inicial de lo diseñado puede hacerse con relativa inmediatez, el ajuste requiere de un proceso de prueba y error que ineludiblemente también tomará tiempo.
Más allá del reto impuesto por la implementación formal, está su puesta en práctica efectiva, es decir, el proceso de aprendizaje e internalización de las nuevas reglas. Ello resulta condición necesaria pero no suficiente, pues todo dependerá en última instancia de la concreción de un cambio de mentalidad que se traduzca en un cambio de actitud efectivo ante la nueva realidad. Esto último es bien complejo y difícil de concretar, los ejemplos sobran.
El elemento detonante para propiciar esta reacción en cadena es la implementación de una devaluación que garantice su expresión en términos reales. De no ser así, la devaluación del tipo de cambio nominal no aportaría beneficios, más bien representaría una distracción, costos operacionales adicionales y riesgos innecesarios. Asimismo, generaría problemas, señales equivocadas y retrasaría el proceso de actualización, lo que en la coyuntura actual no tiene sentido o al menos no parece recomendable.
La devaluación se expresará en términos reales si un incremento del tipo de cambio nominal propicia que los bienes y servicios nacionales sean más competitivos que los extranjeros, favoreciendo un incremento de las exportaciones y una disminución de las importaciones. Esto quiere decir que no basta con observar el movimiento del tipo de cambio nominal, es necesario monitorear la trayectoria de los precios relativos de los bienes y servicios nacionales. Si estos últimos disminuyen, la devaluación tenderá a impulsar una mejora de la cuenta corriente.
Sin embargo, el nivel de los precios de los bienes y servicios nacionales normalmente se incrementa con la devaluación del tipo de cambio nominal, a través del mecanismo conocido como traspaso, que no refleja otra cosa que la transmisión hacia el interior de la economía del encarecimiento del componente importado luego de la devaluación del tipo de cambio nominal. Ello no ocurre de inmediato, sino a partir de un proceso de ajuste de precios.
Si la inflación doméstica resultante de este proceso supera la magnitud de la devaluación del tipo de cambio nominal, el efecto final de la medida será una apreciación de la moneda nacional, es decir, contrario en su totalidad al objetivo de la medida. La magnitud en términos reales de la devaluación puede calcularse a partir de comparar la devaluación del tipo de cambio nominal y la inflación doméstica, suponiendo constante la inflación internacional. Esto explica por qué, luego de la devaluación, el control de la inflación se vuelve el centro de atención. La devaluación del tipo de cambio nominal es resultado de una decisión administrativa, el control de la inflación depende de muchos factores.
Para lograr una mejoría en la balanza comercial, todo lo anterior es condición necesaria, pero no suficiente. El efecto final en la balanza comercial dependerá de las elasticidades de precios de las importaciones y exportaciones. Si los bienes y servicios exportados son elásticos, su demanda experimentará un aumento proporcionalmente mayor a la disminución de los precios, y el total de los ingresos por exportaciones aumentará en la balanza comercial. Si los bienes importados también son elásticos, el egreso total por importaciones decaerá. El efecto conjunto mejorará el saldo de la balanza comercial si la suma de estas elasticidades en términos absolutos es superior a uno. En teoría económica lo anterior se conoce como las condiciones Marshall-Lerner.
En adición, hay que tener presente que empíricamente se ha demostrado que el consumo o la demanda de bienes y servicios tiende a ser inelástica en el corto plazo, ya que cambiar los patrones de consumo tarda cierto tiempo. Lo mismo sucede con la capacidad de respuesta por el lado de la oferta. Por estos motivos, las condiciones Marshall-Lerner no se cumplen en el corto plazo, periodo en el que una devaluación impacta negativamente en la balanza comercial. Esto se conoce como efecto J.
Todas estas cuestiones teóricas, validadas por la práctica internacional, deben ser tenidas en cuenta y examinadas en correspondencia con las particularidades de la economía cubana y los objetivos que se persiguen con la implementación, no de la medida en particular, sino desde la perspectiva integral de la actualización del modelo cubano. Entre otros temas, es conveniente resaltar que el objetivo no se reduce a un ajuste del tipo de cambio nominal, sino al reordenamiento del entorno monetario cubano, es decir, a que la tasa de cambio exprese con mayor realismo las condiciones internas y externas de la economía cubana y que se internalice de manera efectiva en los procesos de formación de precios.
El éxito de esta reacción en cadena no depende solo del elemento detonante, y volvemos a lo necesario y suficiente. La expresión en términos reales de la devaluación es necesaria, pero no suficiente. La reacción en cadena no aportará los resultados esperados si no se conduce bajo un enfoque adecuado que tenga en cuenta la estrecha relación ya explicada que debe propiciarse entre unificación, reordenamiento del entorno monetario, trasformaciones institucionales, estructurales y distributivas, es decir, un proceso de actualización integral y con una secuencialidad coherente y sistemática.
Lo anterior significa que la devaluación «cubana» forma parte de un proceso en el que se persigue reformatear el sistema económico, lo cual la distingue y le agrega un nivel de complejidad adicional a la hora de compararla con otras experiencias internacionales de devaluación o depreciación. Es evidente que este proceso demanda de profesionalidad y experticia institucional para su gobernanza.
A pesar de todo lo anterior, son mayoritarios los análisis con enfoques que se fundamentan o sugieren como punto de partida establecer la unificación cambiaria de la noche a la mañana. En la mañana del Día Cero, la vida comienza bajo la presencia e influencia de una tasa única para la economía cubana, lo que puede identificarse como el gran salto. Sin embargo, existe la opción de realizarlo con relativa gradualidad.
Transitar del 1 por 1 al 1 por 24 —por citar un posible nivel de convergencia para las tasas de cambios— en el sector empresarial, significa una corrección del 2300 por ciento. Desde la perspectiva cuantitativa un cambio de esta magnitud es gigantesco, pero mucho más lo es si se reflexiona sobre sus implicaciones cualitativas para la vida política, económica y social del país.
Los análisis que dan por sentado el gran salto, o lo promueven, de inmediato se refieren a los riesgos de la medida. Es lógico, estos se multiplican en relación más que proporcional con la magnitud de la devaluación real. El gran salto amplifica los riesgos asociados en cuanto a los procesos de ajustes de precios, creación y destrucción de empleos, incrementos de salarios y de costos, presiones inflacionarias, quiebra y cierre de empresas, etcétera.
La percepción de riesgos y de los costos políticos y sociales, sobre todo en el corto plazo, asociados a este enfoque, posiblemente ha sido una de las causas de la dilatada postergación de la implementación de la medida. Esto, de seguro ha propiciado que parte importante del fondo de tiempo empleado en el diseño de la misma haya sido utilizado en concebir mecanismos de compensación, que en última instancia van a ser dirigidos a mitigar los efectos de la devaluación real.
El propósito de la devaluación real per se persigue generar ajustes microeconómicos y en la asignación de recursos. Por su naturaleza es una medida de choque, negarlo es ir en contra de su esencia y anularla antes de implementarla. El reto es reconocerlo, implementarla y, sobre todo, encontrar la manera de hacerlo dentro de una economía socialista como la nuestra.
La devaluación real debe servir como una de las referencias fundamentales para encauzar el proceso de redimensionamiento del sistema empresarial, en especial del sector estatal y, a su vez, como uno de los factores que lo dinamicen, pero sin generar caos.
Mitigar los costos y riesgos asociados al gran salto a partir de medidas compensatorias resulta a primera vista contraproducente, ya que se caería en la lógica de primero amplificar problemas, para luego trabajar en su mitigación, de manera tal que la unificación cambiaria se implementaría a partir de un diseño basado explícitamente en un gran salto, cuya viabilidad se busque a partir de imprimirle al proceso una ineludible gradualidad implícita.
La gradualidad estaría marcada por la implementación y maduración de otras medidas estructurales, institucionales y distributivas, que sin resolverse no permitirían aprovechar con plenitud el objetivo que se busca con la devaluación real.
Es muy importante que estas transformaciones se realicen bajo total claridad de cuál es el objetivo final del reordenamiento del entorno monetario cubano, sobre lo que no debe existir ambigüedades y mucho menos incertidumbre.
Los impactos de una unificación monetaria y cambiaria no serán previsibles en su totalidad, máxime si esta se implementa bajo el fundamento del gran salto. Por mucho que se estudie, no todo será predecible, la práctica superará a la modelación académica sin que ello signifique un demérito para la fundamentación científica de la misma. La gradualidad posibilitará un proceso de prueba y error que permita validar los resultados esperados a partir de la contrastación con los resultados prácticos y avanzar con mayor seguridad y menores retrocesos, es decir, minimizando los costos de implementación y maximizando sus beneficios.
La gradualidad será efectiva si se sustenta en la continuidad, bajo un enfoque que se distinga por su integralidad y secuencialidad coherente, y cuya velocidad de implementación se acelere de forma progresiva en la medida que las condiciones de la economía lo permitan. Si bien es cierto que bajo la gradualidad es de esperar que por un tiempo se mantenga presente la dualidad cambiaria, las nuevas tasas de cambio oficial serán más realistas que las anteriores, siempre que se garantice un por ciento de expresión real de la devaluación.
En cualquier caso, no se puede perder de vista que desde la perspectiva del proceso de transformación de la economía cubana lo sustantivo no será la magnitud de la devaluación nominal de la llamada tasa de cambio, sino la magnitud con que se pueda garantizar la expresión en términos reales de la referida devaluación. Es necesario tener en cuenta que en una sociedad socialista no es posible una devaluación en términos reales profunda y súbita con los efectos negativos típicos de las políticas neoliberales.
La ponderación entre la magnitud del salto y la gradualidad de la devaluación en el camino hacia la unificación cambiaria no es un asunto menor, requiere de atención especial teniendo en cuenta su incidencia en la adecuada gobernanza de la implementación de la medida en lo particular y del proceso de transformaciones del modelo económico cubano desde una perspectiva integral.
Hasta aquí estas primeras reflexiones sobre temas monetarios y, en particular, sobre algunas de las cuestiones más relevantes vinculadas a la implementación de la tan esperada y necesaria unificación monetaria y cambiaria. Lo dicho puede quedar resumido de la siguiente manera:
- La unificación cambiaria es parte de la solución, pero no la solución en sí misma,
- Es necesaria, urgente, ineludible e impostergable,
- Constituye una de las premisas básicas para garantizar la orientación socialista del necesario proceso de trasformaciones que demanda el modelo económico cubano, y
- La ponderación entre la magnitud del salto y la gradualidad de la devaluación en el camino hacia la unificación cambiaria no es un asunto menor, se revela como algo de trascendental importancia para la gobernanza del proceso de actualización del modelo económico cubano.
Continuaremos reflexionando sobre temas monetarios, de manera inmediata nos centraremos en el análisis de las relaciones entre el proceso de unificación y las expectativas, el poder adquisitivo y el proceso de redolarización, entre otros aspectos de actualidad.
Notas:
[1] Guevara, Ernesto. «La planificación en los inicios de la Revolución Cubana. Contexto, errores, desafíos». Primer seminario sobre planificación en Argelia. 16 de julio de 1963. Fuente: Centro de Estudios Che Guevara. https:// https://.me/centrochecuba
[2] Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030. 2017.
[3] Machado, Darío. «El sentido de la estrategia». 2020. www.cubaperiodista.cu.
[4] Pérez Soto, Carlos. «Planificación, descentralización y mercado: una fórmula necesaria en el socialismo», por La Tizza. 2020. https://link.medium.com/HTeDzxsXk8
[5] Lage Codorniu, Carlos. «Mercado y transición socialista en Cuba. Apuntes para un debate», por La Tizza. 2020. https://link.medium.com/oXiSdduU18
[6] Marill Domenech, Joel Ernesto. «Reflexiones en torno a la regulación indirecta en la economía cubana», por La Tizza. 2020. https://link.medium.com/zWBo379eZ9
[7] Pérez Soto, Carlos. «Transformación productiva y redimensionamiento empresarial a dos velocidades», por La Tizza. 2020. https://link.medium.com/kYD9hFDlw8
[8] González, Ricardo. «¿Pueden las empresas estatales cubanas pagar mayores salarios?». Working paper vol.10. 2020. www.foroeuropacuba.org.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/temas-monetarios-reflexiones-no-conclusiones-i-7a281865ed73