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Tener piernas largas para huir de la barbarie

Fuentes: Rebelión

El único sueño de los niños congoleses es tener piernas largas, para poder correr, para que nadie los atrape (Ciudad de la alegría, documental). Correr es la esperanza común allí donde la guerra se convirtió a barbarie que deja soñar sueños idílicos, humanos, de verdad bonitos. Cuando se sobrevive a diario entre el acoso de la barbarie, se aumenta la desesperación, el hambre, la miseria y lo principal es cuidar el cuerpo, evitar que sea maltratado, herido, lisiado o violado sexualmente como parte del botín. Hay que proteger el cuerpo del ataque de lobos sangrientos, que atacan sin pudor, sin moral, sin humanidad, sin consideración, sin vergüenza, con humillación, con ferocidad, con obsesión, con odio, con ofensa criminal. Así son los barbaros, con uniforme o sin él, violadores, infames, castrados de pensamiento, igualables a esos otros que como sicarios morales, se cubren con mentiras, blasfeman, eructan pus por redes y bodeguitas para minar la voluntad de los que luchan, amenazando e intimidando con falsedad judicial y panfletos, esos se creen dioses, hombres superiores que se arrogan el papel de jueces y verdugos, escribientes de epístolas de inmundicia que vierten sobre los cuerpos de sus víctimas.  

     De los barbaros, que ya no son guerreros, ni pueden ser héroes de nada, sin que importe que estén organizados en ejércitos de cruzados o en falanges fascistas, huyen las familias, los jóvenes. Todos quieren correr. Quieren buscar la ciudad como refugio, aunque esta les tiene preparadas otras violencias, que soportan en silencio a cambio de un poquito de tranquilidad, de un momento sin acoso ni asedio. La paz que buscan los que huyen tampoco está allí, esta refundida en la ideología del gobierno que la confunde con rebeliones, que la estigmatiza hasta llevar a la muerte a sus mentores y que se niega a entender y promover algo tan sencillo como que hay paz cuando no hay motivos para intranquilizarse. Y eso es lo que no ocurre. La sociedad entera está cada vez más intranquila, inclusive victimarios como el paramilitar mancuso, que se define como un hijo legitimo del paramilitarismo de estado, que quiere contar su crueldad, y hablar de sus aliados respecto de hornos crematorios y campos de concentración con victimas destrozadas, mutiladas, violadas, vejadas, está intranquilo, porque cada vez que intenta contar su relato lo amenazan, lo callan, y él más que nadie sabe que cuando hay barbarie, como la que él ejecutó en alianza con sus honorables socios del poder y la riqueza, siempre habrá motivos para estar intranquilo.  

     En los territorios, donde las víctimas de ayer son revictimizadas hoy, porque el gobierno las niega, las acecha, les ofende su verdad cuando impone la suya, cuando explica lo que resulta increíble, poco creíble, nada seguro todo confuso. Si los niños y niñas congoleses sueñan con tener piernas largas, en Colombia sueñan con encontrar un refugio para sobrevivir. Y la cifra no es de un millón y medio de jóvenes venezolanos atraídos por falsos sueños de trabajo, salud y educación, en un país donde màs de ocho millones de víctimas del conflicto y la barbarie fueron despojadas hasta de su identidad, carecen de todo y desde hace años, décadas, buscan un lugar para escaparse y sobrevivir, abandonaron su tierra, su territorio, su cultura, su visión del mundo y quedaron a merced de la pobreza, esperanzados en tener una oportunidad para una nueva vida, sin agresión, sin terror sin barbaros, que no son dementes, sino que son parte de una política que enseña a actuar en consecuencia, creyendo que con su actuar defienden una causa, una democracia o una patria como le llaman al demonio que los embrutece y empuja a ser como son. 

   No hay que buscar solo al que dispara y mata para tomarle una foto y llevarla al pornográfico mundo de la desinformación. Tampoco solo al que mete el anónimo en la caja de correos. Hay que encontrar al determinador y al que fabrica la falsedad. Hacerlo responsable, enjuiciar al político y al poderoso de élite que da la orden o emite una señal. No es un culpable, ni dos, ni diez, es una política, un sistema corrupto y criminal, un centro de mando coordinando acciones de transnacionales, empresas, dirigentes, gobernantes del más alto nivel involucrados o cómplices, que promueven el caos para legitimar el control de poblaciones enteras, como lo han hecho magistralmente con los cariñosamente llamados extranjeros, que tendrán derecho a una cedula de ciudadanía que los habilite para votar, pero no para superar su pobreza y abandono. 

      Los barbaros han dejado a su paso miles de lisiados siguiendo la antigua practica de provocar una lesión que incapacite el cuerpo, destruya su movilidad y debilite la voluntad de un colectivo humano, que deberá destinar parte de su fuerza a atender y cuidar al lisiado. Esa es otra consecuencia otra faceta tan deprimente como la estrategia de afectar las emociones que en la era digital dispara noticias falsas, “twiterazos” dice el patrón, el furher, para atacar las mentes, controlarlas, sacar provecho de odios y pasiones enconadas, inhabilitar, manipular mentes humanas, anticipar sus deseos, atacar debilidades y responder rápidamente a sus intenciones de poder, físico poder, para ponerlas al servicio de un fin especifico de carácter político y social, en el que la realidad se reconstruya con solas ilusiones, carentes de contenido material. La barbarie que viola niñas congolesas, también ha llevado en el territorio en el que la paz fue firmada y su implementación negada, a reproducir la idea de que muchas niñas para evitar la violación, el ataque del depredador machista y patriarcal a actuar como niños, para alcanzar un poquito de tranquilidad, tienen que aprender a sobrevivir sin lugar fijo y sin identidad y construir sus propias defensas para proteger su cuerpo, su único territorio, aunque entonces quedan expuestas como niños a ser explotados, reclutados y finalmente lisiados, asesinados.   

Posdata: La ley puede transarse, pero ninguna justicia es negociable. Así que es momento para el castigo a los criminales responsables de la barbarie, el genocidio, la muerte orientada por políticas de exterminio, de las que el principal responsable es el estado, sus gobernantes, sus ministros, sus honorables…