Aunque todavía no hay un registro oficial de las consecuencias ambientales del terremoto y tsunami del 27 de febrero en Chile, organizaciones ecologistas y expertos demandan abordar este asunto con celeridad y sustentabilidad. Entre los efectos reportados se cuentan cerros de escombros y basura, polución del aire por los trabajos de demolición, plantas pesqueras y […]
Aunque todavía no hay un registro oficial de las consecuencias ambientales del terremoto y tsunami del 27 de febrero en Chile, organizaciones ecologistas y expertos demandan abordar este asunto con celeridad y sustentabilidad.
Entre los efectos reportados se cuentan cerros de escombros y basura, polución del aire por los trabajos de demolición, plantas pesqueras y otras instalaciones industriales arrasadas, destrucción de alcantarillados, pérdida de biodiversidad y suelos degradados por el maremoto.
«Creemos que hay una oportunidad dentro de esta desgracia para reconstruir de forma distinta, más amigable con el ambiente, más sustentable, con más respeto y consideración por temas como el cambio climático», dijo a Tierramérica la ambientalista Flavia Liberona, directora ejecutiva de la no gubernamental Fundación Terram.
El gobierno del derechista Sebastián Piñera, asumido el 11 de este mes, todavía no entrega una evaluación global de los impactos ambientales del terremoto de magnitud 8,8 en la escala de Richter que azotó la zona centro y sur del país y provocó un tsunami que barrió con localidades costeras de regiones como El Maule y Bío-Bío.
La catástrofe, según las autoridades, dejó 342 personas fallecidas y 95 desaparecidas, además de 800.000 damnificados. Sólo las viviendas destruidas o con daños estructurales suman 260.000.
Los costos públicos y privados alcanzan casi 30.000 millones de dólares, entre daños a infraestructura, pérdida de producto interno bruto, remoción de residuos y alimentación de emergencia.
Pero «no sabemos qué pasó con los emisarios submarinos de residuos domiciliarios, con las piscinas de acopio de las plantas de celulosa que guardan productos químicos, con los relaves de la mineras, con los propios rellenos sanitarios, si están filtrando o no las napas subterráneas», cuestionó Liberona.
Expertos han llamado al recién creado Ministerio de Medio Ambiente a ejercer un rol preponderante en la «reconstrucción sustentable e inclusiva», con ciudades planificadas territorialmente y actividades bajas en dióxido de carbono, uno de los gases causantes de recalentamiento planetario.
Organizaciones no gubernamentales y casas de estudio, en coordinación con las autoridades o por cuenta propia, han comenzado distintas experiencias de atención a la emergencia con cariz ecológico.
La arquitecta y master en planificación, Consuelo Bravo, trabaja en un amplio plan de manejo de escombros en los municipios de la capital y la región de El Maule, 200 kilómetros al sur de Santiago.
Este plan implica que la comunidad sepa qué desechos reutilizar y cómo separar aquellos que va a tirar, y que los municipios consideren alternativas de recuperación y transformación de los desperdicios en material útil.
Bravo, directora de la maestría en arquitectura del paisaje y medioambiente de la privada Universidad Católica, lidera, además, un proyecto de la Intendencia de Santiago, que busca construir un parque memorial con los escombros a recuperar.
Algunos de los desechos se pueden utilizar «como estabilizadores de caminos, en áreas de relleno para nuevas infraestructuras y en lugares de recreación», dijo a Tierramérica.
La emergencia ha desnudado el bajo porcentaje de reciclaje en Chile. En la capital no supera 14 por ciento de los residuos sólidos domiciliarios al año, con proyecciones de aumentarlo a 25 por ciento en 2020.
Las construcciones mayormente afectadas por el movimiento telúrico fueron aquellas levantadas con adobe sin precauciones antisísmicas.
Ahora se discute qué edificaciones fabricadas con ese material pueden salvarse, considerando especialmente una de sus principales bondades: menor demanda de energía que la convierte en una de las soluciones con más baja huella de carbono.
El Centro Cultural, Social y del Medio Ambiente Ceibo, que lidera la instalación del primer «ecobarrio» del país en la capitalina comuna de Maipú, ha tocado varias puertas para impulsar en las zonas afectadas por la catástrofe los llamados «baños secos».
Estos baños constan de un retrete, un tubo de respiración y estanque plástico con lombrices rojas californianas (Eisenia foetida), que transforman los residuos en abono para la tierra sin riesgo para la salud humana. Después de defecar y orinar, la persona debe agregar aserrín, papel higiénico u otros materiales para acelerar el proceso de transformación de las excretas.
Esta alternativa se la hemos propuesto a diversas autoridades y estamos en espera de respuestas, dijo a Tierramérica Luis Márquez, presidente del Centro Ceibo.
Ante la debilidad mostrada por el sistema eléctrico tras la tragedia, diversas voces también han llamado a incorporar con más fuerza las energías renovables no convencionales, como la solar y eólica, para avanzar en descentralización y autonomía energética.
Márquez propone contar con paneles fotovoltaicos o unidades eólicas en juntas de vecinos y lugares de atención al público. En este espíritu de autonomía energética, empresas de telefonía donaron a las zonas afectadas 1.900 aparatos celulares que se recargan con energía solar.
* Este artículo fue publicado originalmente el 27 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
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