La revolución pacífica de los 70 en Chile, conoció también -como hoy sucede en Venezuela y otros países de América Latina- la actividad afiebrada y provocadora de un terrorismo de «izquierda» cuyos procedimientos, objetivamente, son contarevolucionarios. Esos grupos, pequeños pero decididos y audaces, invocaban en Chile una ideología de izquierda y calificaban de «reformista» al […]
La revolución pacífica de los 70 en Chile, conoció también -como hoy sucede en Venezuela y otros países de América Latina- la actividad afiebrada y provocadora de un terrorismo de «izquierda» cuyos procedimientos, objetivamente, son contarevolucionarios.
Esos grupos, pequeños pero decididos y audaces, invocaban en Chile una ideología de izquierda y calificaban de «reformista» al gobierno de Allende, haciendo más confusa la situación y atrayendo la represión sobre la izquierda revolucionaria al interior y fuera del gobierno de la Unidad popular.
Ese terrorismo de «izquierda» alcanzó su nivel más alto el 8 de junio de 1971 con el asesinato del ex ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic, prominente figura de la Democracia Cristiana chilena. El atentado fue obra de un grupo de ultra izquierda, la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), que surgió en las postrimerías del gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva.
Pérez Zujovic era un acaudalado empresario de la construcción y a dirigente demócrata cristiano. El 9 de marzo de 1969 era ministro del Interior cuando 200 carabineros (la policía militarizada) desalojó a balazos a 90 familias sin casa que habían ocupado terrenos de la Pampa Irigoin en Puerto Montt, ciudad del sur de Chile. El ministro Pérez Zujovic ordenó el desalojo por la fuerza, lo que tuvo un final trágico: diez pobladores perdieron la vida. El gobierno demócrata cristiano ya cargaba con otras masacres obreras: en la mina de cobre El Salvador y en las calles de Santiago.
Dos años después de la masacre de Puerto Montt, el 8 de junio de 1971, en los inicios del gobierno del presidente Allende, el ex ministro Pérez Zujovic fue ametrallado cuando circulaba en su automóvil por una calle de Santiago acompañado por una hija. El atentado lo reivindicó la VOP «en nombre del pueblo». Hasta entonces el grupo de ultra izquierda había llevado a cabo atentados dinamiteros, asaltos y robos, inclinándose cada vez más hacia un accionar delincuencial. Era responsable del asesinato de cuatro carabineros y de un comerciante. Su récord anotaba cerca de cuarenta robos y asaltos entre taxis, abastos, gasolineras, etc.
Entre los fundadores de la VOP figuraban los hermanos Ronald y Arturo Rivera Calderón; el primero pasó por las filas del Partido Comunista y del MIR, pero se marginó de esos partidos por considerarlos «reformistas». En la nueva situación nacional -que se inició en noviembre de 1970 con el gobierno de Salvador Allende- la VOP no distinguió ningún cambio y en vez de suspender las «acciones directas», las impulsó con más fuerza.
La revista Punto Final N° 133 (22 de junio de 1971), evaluó en esta forma las consecuencias del asesinato de Pérez Zujovic: «El crimen permitió avanzar en sus posiciones políticas a la derecha y debilitó aún más a los socios vacilantes de la Unidad Popular.
Para la reacción interna y extranjera, que no descansa en sus planes agresivos, un grupo confundido y desesperado como la VOP, que había mezclado delincuentes con trabajadores, era el instrumento ideal para golpear a los sectores verdaderamente revolucionarios, a los que luchan por el socialismo». Agregaba PF: «En las afiebradas cabezas de los dirigentes de la VOP no cabía comprender el proceso que se vive en Chile. Para ellos, el gobierno de la Unidad
Popular, comprometido a iniciar la construcción del socialismo, era un enemigo táctico al que había que quitar del medio. Los atentados terroristas, como el asesinato de Pérez Zujovic, sugeridos a ellos por elementos que veían la utilidad de un grupo arrojado pero totalmente desorientado, era el método para combatir a un gobierno al que se les convenció que era su enemigo táctico. El corolario de una cadena de atentados terroristas sería, lógicamente, un gobierno «gorila» represivo. Instalado el fascismo en el gobierno -calculaban los dirigentes de la VOP-, la lucha armada se generalizaría, poniendo la insurrección a la orden del día. Esta terminaría llevando finalmente al pueblo en armas al poder».
El presidente Allende -que por el crimen de Pérez Zujovic vió cortados los puentes que intentaba construir con la Democracia Cristiana para conseguir gobernabilidad-, dio órdenes a Investigaciones, la policía civil para poner el máximo empeño en la captura de los jefes de la VOP.
Cuatro días después los hermanos Rivera Calderón y otros miembros del grupo fueron localizados en una casa de los extramuros de Santiago. Ronald Rivera cayó muerto y su hermano Arturo se suicidó. Otros tres resultaron heridos. Setenta y dos horas después un prófugo, Heriberto Salazar, un ex carabinero, intentó un ataque suicida al cuartel de Investigaciones, logrando matar a tres policías e hiriendo a otro antes de hacer explotar un cartucho de dinamita que le causó una muerte instantánea.
En la edición N° 134, Punto Final analizaba las enseñanzas de la «crisis de junio» provocadas por el asesinato de Pérez Zujovic. Hacía un paralelo con la «crisis de octubre» de 1970, cuando la derecha asesinó al comandante en jefe del ejército, general René Schneider Chereau, señalando que en ambos casos la Unidad Popular eludió apelar a la movilización de las masas.
«El gobierno popular -señalaba PF- no puede actuar solamente desde arriba, como lo hacen los gobiernos burgueses y menos aún echando mano puramente de los aparatos represivos, sino que debe combinar el manejo de los instrumentos de gobierno con la más amplia movilización de las masas. Es así como las masas trabajadoras irán ganando experiencia política y reforzando su potencial de organización y acción». Punto Final concluía que «los reaccionarios y la CIA redoblarán sus actividades sediciosas». Y así ocurrió. El terrorismo fascista se desató mediante atentados con explosivos a estaciones y torres de electricidad, plantas de radio y TV, oleoductos, líneas férreas, puentes, etc.
El movimiento Patria y Libertad, financiado por la CIA y entrenado por oficiales de las fuerzas armadas, preparó el camino para el golpe de 1973. El desabastecimiento de alimentos, medicinas, repuestos de automóviles -provocado por el acaparamiento -, el mercado negro y la inflación descontrolada, minaron las resistencias del movimiento de masas, que inició su repliegue. Todo esto en medio de un clima de odiosidad y amenazas alimentado por una campaña mediática que dirigían expertos en guerra sicológica de la inteligencia norteamericana, como más tarde demostraron las investigaciones del Senado norteamericano y los documentos desclasificados de la CIA.
El terrorismo de «izquierda» -en definitiva- había pavimentado el camino al terrorismo fascista y al golpismo.