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Terrorismo musulmán: ¿Estereotipo o realidad?

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

Los tiempos que vivimos -la hoy convulsionada y trágica situación en Medio Oriente- nos obligan a reflexionar a conciencia en torno a las reales causas de los radicalismos que de ahí emergen. Aunque es un tema complejo y de largo aliento, la intención de este ensayo es evidenciar ciertos factores ineludibles para entender cómo llegamos a este supuesto choque «civilizacional», entre el cristianismo y del Islam.

Con la caída de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, se regresó al pasado de confrontación que vivió Occidente en el marco del régimen bipolar, transformando un multilateralismo aparente en un unilateralismo confrontacional, basado no sólo en una superioridad tecnológica, militar y financiera, sino también en el sometimiento de las voluntades incluso de otros países poderosos.

La retórica política de EE.UU. adoptó tintes mesiánicos y absolutos «los buenos: defensores de la democracia- los malos: terroristas religiosos». En este sentido, los medios de comunicación fueron y seguirán siendo la mejor herramienta de justificación y validación de esta tendencia revanchista de la política estadounidense, cuyo enemigo de turno es el Islam y todo lo que de él derive. Los medios han sido, hasta hoy, los encargados de ahondar en los estereotipos étnico-culturales, instalando en el imaginario de la opinión pública diversas ideas trastocadas y fragmentadas acerca del credo islámico, los árabes y los musulmanes. Los medios de comunicación fueron y seguirán siendo la mejor herramienta de justificación y validación de la política expansionista estadounidense, cuyo enemigo de turno es el Islam y todo lo que de él derive La actual confrontación calificada de choque civilizacional es el disfraz de una serie de ambiciones e intereses político-económicos de Occidente. La profecía de Huntington, aparentemente autocumplida, más bien ofrece una legitimidad ideológica a esta nueva orientación estadounidense de supremacía total, encontrando en el desconocimiento acerca del Islam y sus seguidores grandes ventajas, al poder atribuírsele todo tipo de elucubraciones, calificativos y conductas. Hoy se contabilizan 33 países con mayoría musulmana, en total, más de 1200 millones de creyentes, una suma no despreciable que obliga a pensar en las implicancias de los conceptos simbólicos que se le quieren atribuir al conflicto. Los 12 millones aproximados de musulmanes en Europa y los 6 en EE.UU [1], han dado la alarma, al verse inmersos, por defecto, en este peligroso régimen de bandos étnicos, al ser relegados, discriminados, atemorizados y violentados en las que consideran sus propias naciones. Nadie desconoce la ola de estigmatización y xenofobia en contra de los musulmanes de diversos países una vez ocurridos los atentados de Nueva York, Londres y Madrid. Estos brotes de ira inducida contra aquello denominado «diferente» -por ende antagónico para la mayoría-, fueron el germen de la gran revuelta que empezó en Francia a principios de 2006 y se extendió por varios países de Europa. Episodio que dejó al descubierto un tema aún más lamentable y de larga data: la triste fragilidad de la integración social, es decir, el fracaso absoluto de la igualdad y otros valores «universales» de los que tanto se jacta la civilización occidental .

Para poder profundizar en los elementos vinculados con la génesis y desarrollo de los denominados «terrorismos» de Oriente, es necesario dejar en evidencia la torpe relación entre ambos hemisferios, ambas culturas, ambas religiones. Las ambiciones de poder y supremacía traducidas en una consecutiva confrontación cultural han sepultado históricamente la posibilidad de una convivencia útil y beneficiosa entre Oriente y Occidente. Episodios como el de las bulladas caricaturas de Mahoma asemejando a un terrorista suicida, en el diario danés Jylland Posten en septiembre de 2005, sólo empeoran el escenario; más aún cuando la libertad de expresión -argumento enarbolado por el medio que realizó las publicaciones- se desmorona al descubrirse que, en 2003, fueron vetados una serie de dibujos que hacían mofa de la resurrección de Cristo, para evitar conflictos con los feligreses católicos. Para poder profundizar en los elementos vinculados con la génesis y desarrollo de los denominados «terrorismos» de Oriente, es necesario dejar en evidencia la torpe relación entre ambos hemisferios, ambas culturas, ambas religiones. Este doble estándar es el que se luce permanentemente en la conducta que ostenta Occidente, de la cual es fácil deducir que no está dispuesto a trabajar la tolerancia como forma de lograr la paz. Post 11 de septiembre de 2001, es posible identificar 3 rasgos exacerbados en la actitud de EE.UU. que han sido trascendentales en la radicalización del conflicto: un creciente unilateralismo, la subversión a las normas internacionales y su militarización e intervención sistemática. Éstas, lejos de lograr el sometimiento esperado han permitido el nacimiento de un sinnúmero de resistencias, todas invalidadas con el calificativo de terrorismo. El terrorismo es un concepto abstracto, sin rostro, inteligente y minuciosamente personificado en seres de determinadas características físicas y culturales. Esta vez son los llamados «árabes musulmanes» aquellos elegidos, sin estimar con precisión los costos y resultados de tamaña empresa.

Islam-islamismos

Cabe desatar que las religiones han tenido su origen, como núcleo articulador de masas, a partir de momentos de crisis social. La religión como liberadora de los oprimidos, de la esclavitud, la pobreza, el hambre. Es posible inferir, entonces, que los rebrotes religiosos o rigorismos se dan, principalmente, cuando hay ciertos hitos rupturistas o cambios de paradigmas. Las religiones son alegóricas y están reveladas en metáforas, esta misma condición -argumento de su naturaleza sagrada- es también su mayor debilidad, porque motiva a su fácil instrumentalización como motor de sublevación, o bien, medio de control (opio del pueblo). A esto se suma otra particularidad. El árabe es una lengua polisemática lo que implica que una palabra posea diversos significados y predispone a matices, con frecuencia contrapuestos, en la interpretación de escritos fundacionales como el Corán o la Sunna (dichos y hechos de Profeta Mahoma). Por ejemplo: Fitna significa Caos, Rebelión, Quiebre -político y/o social- y a su vez, Arte de Seducción Femenina. Lo anterior da cuenta de cómo opera el lenguaje en la cosmovisión de una cultura determinada. En este caso una cultura con una concepción holística, muy integral de su religión. El Islam fue la última de las tres grandes religiones monoteístas de la historia en constituirse, o sea, es la más reciente. Rescata mayormente la tradición de las dos primeras, tanto así que el Corán cita como elegidos de Dios para trasmitir su palabra a una serie de personajes históricos denominados profetas, destacando Abraham, Moisés y Jesús, entre otros, lista en la que Mahoma sería el último hombre portador del mensaje divino.

El Islam, cuyo significado es sumisión a Dios -considerando a Dios inconocible en su esencia- no tiene sacerdotes ni institución oficial como el Cristianismo. El imán define cómo los preceptos deben ser aplicados, pero es el creyente el que se vincula directamente con Alá. Esta individualidad hace que el ejercicio y visión del Islam sea muy diferente según cada ser humano, influyendo su estrato social, su educación, su filiación política, incluso su temperamento. Asimismo, esta característica ciertamente individualista en el ejercicio de la fe se entrelaza con un segundo rasgo muy distintivo y aparentemente contrapuesto. Una dimensión muy colectiva y pública, que reglamenta gran parte de las conductas de la vida social y, sobretodo, los pequeños detalles de la vida familiar en favor del bienestar comunitario.[2]

Esta doble condición del Islam como guardián, garantía, seguridad y protección de la moral, tanto individual como colectiva, es lo que le ha permitido expandirse, por siglos, penetrando diversas estructuras sociales, desde el nomadismo al capitalismo. Por siglos, este Islam como espectro de fascinación y nicho de crecientes focos de resistencia -hoy denominados terrorismos- ha llamado la curiosidad de muchos profesionales y pensadores, principalmente orientalistas [3], atribuyéndole una naturaleza específicamente política. El Islam es su génesis como germen de estancamiento, discriminación, fundamentalismo y violencia, obviando un análisis de causas exógenas o endógenas ligadas a los procesos históricos y no al Islam.

Factores y/o procesos endógenos

La relación Islam-política tiene larga data, no porque se haya creado una para la otra, sino porque cualquier religión es muy útil para el ejercicio del poder y la validación de éste. Más cuando el ejercicio del poder pierde respaldo popular por autoritarismos, represiones, abusos, pobreza. En épocas de un Islam en expansión (S.VII-VIII), el control y la hegemonía ideológica de numerosas zonas -étnica, lingüística y culturalmente distintas-, sólo era efectivo a partir del monopolio de la religión -apropiación de la religión por el Estado-, lo que implicó una poderosa y constante maquinaria de fabricación e institucionalización de un Islam oficial. La propagación de diversas escuelas de jurisprudencia islámica según la dinastía de turno, la creación de alhadícez falsos y el monopolio riguroso de la interpretación, entre otras prácticas. El vasto Estado, compuesto por una gran diversidad, debía ser por sobretodo islámico para garantizar su unidad y expansión. Todo aquel que no compartiese la forma de practicar el credo era inmediatamente opositor y enemigo, no del régimen sino del Islam. En este escenario, la disidencia política se enfrenta ensalzando su resistencia también en términos religiosos. El mismo credo que sustenta las bases políticas y sociales del Estado se usa para poner en duda su legitimidad como tal. Este es el origen del vínculo entre Islam y política. El Islam es una ley religiosa que regula las conductas y el modo de vida de los hombres, en cambio, la Cristiandad es una fe, una creencia, cuyos planteamientos no interfieren en asuntos sociales o económicos. En Occidente el fenómeno ocurrió a la inversa, fue la religión la que intervino en el Estado. El secularismo significó sacar a la iglesia de la política y una vez ocurrido, salió la religión de la política.[4] Considerando lo anterior, se hace evidente que una secularización, en términos occidentales como se plantea, es muy difícil de ser inducida en Oriente. No se puede excluir una iglesia que no existe como institución, menos si se suma que la política sistemáticamente instrumentaliza la religión en su ejercicio. Según el intelectual Nazih Ayubi, los musulmanes, como una comunidad muy estructurada sobre la base de la ley religiosa, comienzan a expandirse y a requerir ciertos elementos políticos para sustentarse. El legado de Mahoma no daba respuesta a esos desafíos. Esto significó tener que improvisar e imitar a partir de lo disponible: la Sharia -Ley islámica basada en el Corán y la Sunna (dichos y hechos del Profeta)-, las tradiciones tribales árabes (reinado Omeya) y la herencia política de los conquistados persas y bizantinos (reinado Abasí y Otomano), construyendo así muchos sistemas de gobiernos distintos para conducir una gran comunidad de creyentes pero no un Estado propiamente tal. Actualmente, un gran número de estados musulmanes siguen siendo botines de luchas de poder. El tradicionalismo actual no tiene que ver con un retroceso o vuelta al pasado, sino con profundos quiebres culturales, sociales, económicos que afectan al mundo islámico. Las elites políticas están más interesadas en controlar y enriquecerse, que en servir o patrocinar el bienestar comunitario al que obliga el Islam, a pesar de tener los recursos para hacerlo. Escalada de pobreza, analfabetismo y represión. No existe representatividad o espacios de participación política. El malestar existente, la crisis de confianza entre las elites políticas y las masas, se expresa por medio de movimientos de protesta sociopolítica revestidos con apariencia religiosa. En este contexto, los islamistas abogan por una unidad política -Umma o comunidad religiosa- renovada y trabajan por ella de forma pacífica (intelectual o escapista/mística) y reaccionaria (radical o violenta). El ícono del éxito de estos movimientos y el resurgimiento religioso en el devenir político fue la Revolución Iraní de 1979.

Factores y/o procesos exógenos

Es necesario darle importancia a las diferencias de cosmologías, entre la cultura occidental-cristiana y la árabe-islámica. Por ejemplo, el Estado es un concepto occidental que este hemisferio logró a partir de su propia evolución histórica. En el caso de Medio Oriente y África, éste fue impuesto por la fuerza como forma de estructura, a partir de la intervención colonialista en la zona de finales del siglo XIX. La concepción de Estado con fronteras, occidentalmente establecido, fue una imposición a personas cuya cosmovisión y su historia los lleva a visualizarse como una gran Umma o Comunidad de Creyentes, donde las fronteras no son territoriales sino más bien culturales. Es así como desde la irrupción colonialista no ha cesado el revisionismo en el Islam. Existe un gran resentimiento, no hacia la cultura occidental sino hacia la prepotencia, el doble estándar, la forma cómo se relaciona Occidente hegemónico con sus pares. La intervención militar iniciada con la llegada de Napoleón a Egipto, a fines del siglo XVIII, impuso una cultura, un estilo de vida y modo de producción distinto, ciertamente antagónico al imperante. Luego se dividió de manera oportunista el extenso territorio, conformándose de estados heterogéneos y poco funcionales, ideales para eternizar la dependencia y el estancamiento, pero en ningún caso capaces de generar el progreso e igualdades prometidas. Principalmente en el Magreb, la mayoría de los países conformados se independizaron luego de cruentas luchas, post segunda guerra mundial. Son naciones jóvenes y erráticas, aún muy tuteladas. El detonante de convulsiones cada cierto tiempo es esa división de fronteras donde no se respetó ni el factor étnico, ni lingüístico, ni cultural, dejándose a cargo de la administración de los países a minorías capaces de las represiones más brutales con tal de eternizarse en el poder. Ejemplos sobran: Cachemira -mayoría musulmana con un soberano hindú a la cabeza-; Chechenia; Irak, donde hay sunnitas, shiítas y kurdos; Pakistán, un mar de etnias y lenguas: penjabis 56%, baluches 3%, hindis 17%, pashtunes 16%; entre muchos otros. La inescrupulosa manipulación de los regímenes de Medio Oriente por Europa y luego por EE.UU., instauró la lógica «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», receta propulsora de gran parte de los radicalismos que hoy desafían a quienes fueran sus patrocinadores. Nada menos que la CIA fue el ente que fortaleció a los mujahidines afganos -mejor conocidos como talibanes- contra el comunismo soviético. Aquellos coranes que servían como texto doctrinario en las madrasas de Afganistán y Pakistán fueron impresos en Nueva York. Asimismo, se dejó que proliferara y se exportara el wahabismo, tendencia rigorista sunnita originada en Arabia Sauditay nutriente ideológico de la hoy temida Al Qaeda, todo con el fin de contener un shiísmo iraní que ganaba terreno. Occidente hace vista gorda a todo tipo de abusos y violación de los derechos humanos de sus aliados; luego, cuando dejan de serlo, esos mismos hechos son la justificación para condenas, bloqueos, embargos y acciones militares. El hecho de que EE.UU., presione actualmente a sus países árabes aliados para que repriman injustamente a las corrientes islamistas, aunque sean de corte pacífico, sólo empeora el escenario. Es evidente la necesidad de EE.UU. de un enemigo que atesore todo lo culturalmente antagónico a lo que Occidente porta. Esto implica no sólo reforzarse como la potencia protectora de los valores y conductas universales, sino algo bastante más concreto y fructífero: rentabilizar una industria armamentística, científica y tecnológica boyante, que requiere de millonarios presupuestos. Obviamente, el tema del petróleo es gravitante y la maldición para Medio Oriente mientras no exista sustituto. El control que EE.UU. quiere ejercer a toda costa, asegura su supremacía y sus niveles de crecimiento al ritmo y hábitos de hoy [5]; además de permitirle controlar y condicionar el desarrollo de la UE, China y Japón, al mantener el control de las mayores reservas de crudo. En el mundo musulmán se impusieron varias tentativas de desarrollo, socialismos, panarabismos, secularismos, imitaciones desarrollistas que fracasaron. Esto produjo un gran sentimiento de alienación, incertidumbre y la consiguiente búsqueda de la autenticidad como forma de alcanzar la modernidad. La única alternativa que no ha sido experimentada en estas tierras es hacer modernidad desde su propia cultura. El desarrollo es el medio por el cual una entidad alcanza su máximo potencial (cualitativo y cuantitativo) y el elemento más importante de éste es la efectividad. Para que esto ocurra, en realidad, los objetivos de esta efectividad deben definirse dentro de un marco cultural de referencias propio[6]. El desarrollo, desde una perspectiva histórica, no se da por el buen desempeño de una habilidad técnica.[7] La Guerra del ’67 con Israel y la aplastante derrota sufrida por los países árabes, evidencia frente a las masas, cada vez más pobres, el engaño de los desarrollismos, la falsa modernidad. En Oriente, la modernización como planteamiento occidental no era un proceso natural que correspondía a una evolución interna social, intelectual y tecnológica, sino un modernismo impuesto contra presiones, pensado sólo desde los intereses de la potencia colonizadora. La frustración de promesas incumplidas se externaliza en la retótica y fe, adoptando coherencia el velo, la barba, el turbante como símbolos de resistencia cultural, social y política.

Caldos de cultivo

Más allá de los factores internos y externos que fomentan la proliferación de movimientos islamistas, existen hitos que ahondan en la delicada relación Oriente-Occidente. Se habla de democracia pero se apoya a los dictadores del mundo árabe. El icono de este falso discurso es la ONU, organismo títere, utilitario al respaldo de los intereses de turno, un fracaso como organismo garante de justicia.[8] EE.UU., el rescatista número uno y promotor de los derechos humanos desde 1945 -en aquella época, con la sola pretensión de neutralizar a la URSS-, nunca ha ratificado ni el convenio de la ONU que condena el trabajo infantil (1989), ni el acuerdo sobre derechos económicos, sociales y culturales (1966), ni contra la discriminación femenina (1979), ni el protocolo de 1989 que incorpora el acuerdo para la prohibición de ejecución de menores, entre muchos otros.[9] Islamismos cada vez más radicales brotarán sin respiro, mientras existan episodios como las torturas de Abu Ghraib, las cárceles clandestinas en Europa Oriental y la evidencia del uso de armas químicas en Fallujah en 2003, entre otros poblados bajo jurisdicción aliadas.[10] EE.UU puede invadir Afganistán, Irak, amenazar a Irán y también a los palestinos por haber elegido democráticamente a Hamas -frenar las donaciones con las cuales subsiste el pueblo palestino en forma de castigo por su decisión-; pero cuando Israel bombardea con F16 los escombros de la franja de Gaza matando a familias enteras, dejándolos sin agua, ni luz, destruyendo sus cultivos y los puentes para que no logren trasladarse; y luego bombardea la capital de un país soberano, Líbano, destrozando su infraestructura y acribillando a civiles; sólo se limita a decir, con descaro, que no puede exigir a Israel que se detenga, es más, valida el «derecho» israelí a defender su seguridad nacional del terrorismo que lo acecha. La impavidez frente a la construcción de un muro de apartheid, dos veces más alto que el Muro de Berlín y 30 veces más largo (1000 km). La grave crisis humanitaria de los palestinos, confirmada por numerosos organismos, entre ellos, Médicos sin Fronteras, eso incluso antes del bombardeo que comenzó el 28 de junio de este año. Los abusos constantes de Israel asfixiando a la población palestina con objeto de obligar a Hamas a dimitir y ahora el bombardeo que ha destruido gran parte del Líbano, reafirman la convicción en las masas de todos los países de Medio Oriente de que esa lucha vale la pena darla hasta el final.[11]

Ejemplos de brotes islamistas

Considerando lo anterior y más allá de la esperanza popular de liberación que reflejan los grupos islamistas, es necesario destacar como otra particularidad a favor de éstos, su importante presencia en nichos donde el Estado no llega. Vastas redes de hospitales, escuelas, estudios jurídicos, albergues, entre otros, incrementan las simpatías de las masas cada vez más desilusionadas de las clases gobernantes. Esto ha permitido que el respaldo que poseen los valide como una fuerza política capaz de imponerse democráticamente y que vayan transformando su adhesión en asientos en el parlamento. Este es un proceso histórico que Occidente quiere evitar y para ello presiona y genera rivalidades entre bandos, además de esteriotipar con ayuda de los medios a los islamistas como terroristas. En este contexto, emerge Hamas, el cual obtiene relevancia a partir de la Intifada, tras los Acuerdos de Oslo y Taba de 1995. En febrero de 2005, dada la ausencia de avances que favorezcan a los palestinos y la sabida corrupción al interior de Al Fatah -42 años en el poder- ganan los islamistas en un ejemplo de jornada cívica bajo la supervisión de 850 observadores internacionales. (de los 132 escaños 74 fueron para Hamas y 45 para Al Fatah). Desde que llegaron al poder los dirigentes declararon querer trabajar en conjunto con Al Fatah, asumiendo que la intención no era ganar sino más bien consolidarse como oposición política con ingerencia, con la prioridad de luchar por la liberación de los 9 mil palestinos que se encuentran en cárceles israelíes, cientos de mujeres y niños entre ellos. Su fuerte asistencia social constituye el pilar fundamental de su popularidad. Prueba de ello: hasta el electorado cristiano de Belén votó a su favor. En 2004, gran parte de los municipios de Cisjordania quedaron en manos de Hamas y se mostraron más eficientes y pragmáticos que los que quedaron en manos de Al Fatah. Se pensó que cortando los suministros -350 millones de dólares de EE.UU., otro tanto de la UE, más lo que Israel recauda en impuestos que pertenecen a Palestina-, se lograría debilitar su imagen; pero al contrario, la población cerró filas en torno de ellos y en reprimenda Israel sostiene hoy una nueva ofensiva brutal, tema que, por cierto, no llama la atención de los medios de comunicación occidentales. La impotencia y rabia frente a ese cinismo que ostenta nuestro hemisferio es, sin duda alguna, un factor gravitante en la proliferación de radicalismos. Asimismo, Irán -itinerante en la parrilla programática de los noticieros-, según EE.UU., es un país terrorista, una amenaza nuclear. Pero, seamos ligeramente sinceros, Irán es apetecido no sólo por las grandes reservas petroleras que posee sino porque ha sido junto con Siria e Irak parte del grupo que se ha negado a formar parte del cortejo servilista pro norteamericano. La revolución de Khomeini, en 1979, significó la derrota de la hegemonía estadounidense en un Irán occidentalizado, estancado y pobre, teniendo todos los insumos para ser realmente avanzado. Los petrodólares iban a parar, exclusivamente, a las empresas extranjeras y a la elite política que rodeaba al shah, muy amigo de Occidente y bastante creativo a la hora de idear sus fastuosos caprichos. El Islam justifica la rebelión contra los gobiernos injustos, esa fue la herencia que Khomeini invocó seduciendo primero a la clase media ahogada y luego al proletariado urbano, hasta que el movimiento obtuvo carácter nacional [12]. Hoy, el presidente iraní, Mohammed Ahmadinejad, reivindica su derecho a hacer investigación tecnológica nuclear para diversificar su matriz energética. La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) tiene las puertas abiertas para hacer realizar las supervisiones que estime necesarias. Esta misma agencia ha declarado que a Irán le faltan por lo menos 10 años de desarrollo para poder hacer una bomba atómica. Aún así, cualquier prueba que demuestre una buena disposición iraní no es válida, a diferencia de lo importante que son los argumentos -aunque sean falsos-, que ahonden en el potencial peligro que este país significa para el mundo. Paradójicamente -y una vez más-, el único que tiene, no una, sino cientos de bombas atómicas es Israel; pero eso a Occidente no le parece un peligro. En la década de los ’80, Israel tenía 200 bombas atómicas, según declaraciones de Mordechai Vanunu, ingeniero del Centro de Investigación de Armamentos de Dimona. Por hacer público este hecho, el Mossad -servicio de inteligencia israelí- lo encarceló durante 18 años inculpándolo de traición a la patria. Fue liberado recién en abril de 2004 y a pesar del largo cautiverio sigue sosteniendo su versión. Nos parezca o no, Irán es el primer experimento en el cual se opta por hacer modernidad desde la propia cultura, su destino, éxito o fracaso, tendrá gran impacto en el resto de los movimientos islamistas… Islamistas que rondan -de forma inducida- las pesadillas de nosotros los occidentales.

En el 2020, una de cada 5 personas será musulmana. Cifra que llama a reflexionar acerca de la importancia de generar una voluntad política para la apertura de espacios de entendimiento. Abrirse a la posibilidad de alejar los egos, y asumir que otro hemisferio distinto del nuestro, otra cultura diferente a la occidental, puede y tiene todo el derecho a generar modernidad desde sus propios parámetros. Recordemos la Córdova musulmana, la ciudad más prospera de Europa y a través de la cual se preservaron los escritos de todos los padres del conocimiento clásico. Ella irradiaba modernidad mientras el resto de Europa languidecía en la oscura Edad Media.

Notas:

1. Existen alrededor de 1200 mezquitas en EE.UU.

2. Para mayores antecedentes ver «El Islam Político» (Nazih Ayubi).

3. Son aquellos estudiosos occidentales que aplican en sus análisis y teorías acerca de Oriente, una visión etnocéntrica y autoreferente, cargada de prejuicios a la hora de dar explicación a determinadas particularidades culturales, procesos históricos, sociales y políticos de un pueblo inmerso en dicho hemisferio. El intelectual palestino Edward Said (1935-3002), teorizó esta forma de relacionarse de Occidente hegemónico -muy útil para justificar ambiciones colonialistas- en su célebre libro «Orientalismo» (1978).

4. Ayubi, Nazih, op.cit.

5. EE.UU. consume el 20% del petróleo mundial y el 40% del mercado mundial lo provee Medio Oriente.

6. En Europa, la Revolución Industrial tiene sus orígenes en procesos resultados del Renacimiento y la reforma religiosa a propósito de Lutero.

7. Ayubi, Nazih, op.cit.

8. El 12 de septiembre de 2002, el señor Bush presenta a la ONU un informe titulado Una década de Mentiras y Desafíos. En 22 páginas se argumenta cómo Irak burla la autoridad del organismo internacional, violando los derechos huamnos y almacenando armas de destrucción masiva. En éste, se exige una disuasión anticipada o guerra preventiva para evitar una catástrofe mundial. Nunca hubo armas de destrucción masiva en un país que llevaba 10 años de embargo. En una larga lista de la ONU con productos prohibidos de fabricarse o importarse a Irak, habían cosas irrisorias como lápices grafito, cloro, maquinas de rayos X, obligando a que los hospitales se desinfectase con petróleo. Descontando el calvario que significo el embargo, más de 35 mil iraquíes han muerto desde marzo de 2003, la 5ta parte son niños, en promedio 34 civiles por día. (cifras a junio de 2006).

9. Antes existía cierta obsesiva preocupación de EE.UU. por guardar las apariencias y cuidar su imagen, actualmente ya no hay disimulo en los métodos para lograr sus intereses. Como las escandalosas conexiones entre los señores halcones de la Casa Blanca y las empresas que se adjudicaron los millonarios contratos de reconstrucción de la industria petrolera en Irak, todas con sobreprecios exorbitantes en los cobros. Halliburton, por ejemplo, fue dirigida entre 1995 y 2000 por actual vicepresidente de EE.UU. Dick Cheney.

10. Napalm, fósforo blanco -derriten los huesos-, balas de uranio empobrecido -desecho del enriquecimiento de uranio que se emplea en la fabricación de reactores nucleares, sirve para penetrar blindados-, son algunos de los químicos usados en la población civil. El documental italiano (RAI) «Fallujah: la matanza escondida», retrata la brutalidad de la «liberación» de Irak. Las víctimas de los efectos residuales son una vez más los niños y adolescentes, que juegan al aire libre exponiéndose, sin saber, a que las partículas tóxicas se les deposite en los pulmones y a las cientos de minas antipersonales desperdigadas por el territorio.

11. La misma ONU avala el derecho de un pueblo a la autodeterminación y resistencia. Siempre se ha llamado a la resistencia de los palestinos terrorismo; pero jamás se ha sentenciado la conducta Israel como terrorismo de Estado.

12. Existe un número importante de shiítas en Líbano, Irak, Bahrein, Kuwait.

La fuente: La autora es periodista, graduada en la Universidad de Chile. Ha escrito diversos artículos y publicaciones relacionadas con Medio Oriente y es autora del libro Las Hijas del Islam. Su artículo se publica por gentileza de Hoja de Ruta.

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