El irracional y criminal ataque a la revista Charlie Hebdo jamás puede ser defendida por personas cuyo principal valor sea la vida humana. Que fanáticos religiosos, sean del credo que sean, asesinen a quienes según ellos se «burlen» de su fe, debe ser repudiado sin más. Para muchos de nosotros, su fe es una burla, […]
El irracional y criminal ataque a la revista Charlie Hebdo jamás puede ser defendida por personas cuyo principal valor sea la vida humana. Que fanáticos religiosos, sean del credo que sean, asesinen a quienes según ellos se «burlen» de su fe, debe ser repudiado sin más. Para muchos de nosotros, su fe es una burla, pero eso a ellos no les interesa: la intolerancia es la religión del fanático. Estos hechos deben hacernos reflexionar sobre las religiones y sus consecuencias: a la vista de la historia humana, queda en claro, son más que nefastas. Cruzadas, Inquisiciones, Guerras Santas, intolerancia, persecuciones, genocidios están más que a la vista en cualquier libro que recorra el desarrollo de la civilización, sea en el lugar que sea y en el tiempo que sea.
El problema entonces, no es el repudio, sino quiénes lo encabezan, y con qué criterio.
Ver las fotos de los líderes mundiales encabezando desde lejos el pronunciamiento de masas contra el terrorismo, no puede producir más que repulsa a quienes luchamos por un mundo justo, libre de las cadenas del imperialismo, las guerras colonizadoras y saqueadoras, la explotación y la miseria de millones, simplemente porque ellos representan todo eso contra lo que luchamos.
Si no fuese tan trágico, ver juntos a Hollande, Merkel, Cameron, Netanyahu, Rajoy y otras lacras humanas pronunciarse contra el terror, cuando ellos son los mayores terroristas de este planeta junto con la dirigencia yanqui hoy representada por Obama, hasta causaría gracia.
El mundo que hoy vivimos fue modelado por siglos de prepotencia colonialista europea, a la que se le sumaron los yanquis hace más de un siglo (y hace poco los chinos, pero estos todavía se mueven sobre lo que aquellos pergeñaron). Las divisiones limítrofes que hoy existen, atravesando y partiendo pueblos de una misma nación y juntando distintas naciones enfrentadas en un mismo Estado, creando conflictos de todo tipo sólo para mejor administrar los saqueos de las metrópolis, fueron obra de la civilización del «Viejo Continente».
El mundo se mira a sí mismo entonces, desde una concepción eurocentrista. Y es lo que hace que no valga lo mismo un muerto francés que un palestino o un ruandés. El asesinato de 20 europeos en un atentado es dramático y aborrecible, pero significa una gota de agua en medio del mar, respecto de las matanzas que los ejércitos imperialistas (entre los que se encuentra el francés) llevan a cabo en lo que se conoce como el tercer mundo, o mundo subdesarrollado. Y esas masas que hoy salieron a decirle «basta al terrorismo», en las calles de París y en otras ciudades del planeta, se quedan muy cómodas en sus casas a la hora de repudiar a esa maquinaria asesina, con la excepción de lo que por ahora son las minorías de izquierda.
Los medios de comunicación, expresión y reflejo de esa cultura europeizante, no hacen más que machacar sobre lo expuesto. Pero sus editoriales interminables ante la sangre del otro lado del Atlántico, jamás tendrán el mismo tratamiento sobre la muerte y la miseria permanentes, diarias y hasta silenciosas provocadas por el exterminio económico de las corporaciones de las potencias del mundo.
Argelia es un triste recordatorio de lo que son capaces las fuerzas asesinas de los franceses. Incluso aquí, en nuestro país, los genocidas de la peor dictadura de que tengamos memoria, recibieron instrucción de las ratas galas. Vietnam, Libia, Irak, Afganistán, son algunas de las víctimas de las botas francesas.
Pero de esos asesinados… no se acuerdan los cultores de este mundo creado por sus asesinos.
Veo las fotos, veo las marchas y no puedo dejar de pensar en este mundo tan alejado de los valores humanos, porque humanos somos todos, menos los inhumanos hambreadores y genocidas. Seamos franceses, argentinos, libaneses, sirios, palestinos o habitantes de las regiones más inhóspitas de este pequeño planeta azul.
Por todo eso, yo no soy Charlie. Y estoy seguro que ninguno de los que pelean para erradicar a los verdaderos terroristas que sumergen al mundo día a día en la injusticia lo es.
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