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Cronopiando

Testigos y culpables

Fuentes: Rebelión

No es todos los días pero, a veces, encuentran los medios de comunicación ocasión para abrir la espita de sus mejores esencias éticas y morales, no importa que sea a costa de hacer leña del desgraciado mortal a cuyo lado se ahogó una niña gitana o fue golpeada una emigrante o se cometió cualquier otro […]


No es todos los días pero, a veces, encuentran los medios de comunicación ocasión para abrir la espita de sus mejores esencias éticas y morales, no importa que sea a costa de hacer leña del desgraciado mortal a cuyo lado se ahogó una niña gitana o fue golpeada una emigrante o se cometió cualquier otro atropello, mientras él silbaba distraído.

Para desgracia del infortunado testigo, la cámara estaba ahí, la misma cámara que no intervino sino para contarnos la triste historia de su cobardía. Y a su anónima sombra, al día siguiente transformada en titular de primera página, edifican los bienpensantes la opinión pública para que todos condenemos al desalmado que cerró los ojos.

Sin embargo, debiéramos estarle agradecidos. Gracias a él y a su infeliz coincidencia con la escena del crimen, los grandes medios, acostumbrados a honrar la delincuencia y a denigrar la dignidad, encuentran, de vez en cuando, la esperada ocasión que los redima para poder ensalzar la virtud y, al mismo tiempo, mostrarse virtuosos. Y el gran público, que conoce y practica el argumento, que juega el mismo juego, encuentra un cristiano motivo para sentir el decoro que no tuvo el testigo.

En cuestión de horas el mundo recupera su condición humana gracias a ese Cristo sorprendido en medio de un calvario, que no quiso o fue capaz de obrar el milagro.

Pero ocurre y viene al caso que, aunque no salgan en la foto los tantos inocentes indignados, e inclúyase a los grandes medios de comunicación, ellos también estuvieron presentes en aquella playa de la indiferencia, o siguieron sentados en el vagón del metro o cerraron los ojos ante la tortura o se hicieron cómplices de cualquiera de las tantas canalladas que se cometen a diario.

Ellos, nosotros, todos, vivimos rodeados de guerras hechas en nuestro nombre y, a veces, también con nuestros votos; de tragedias predecibles y evitables; de miserables vergüenzas que sonrojarían la noche si todavía nos atreviéramos a asomarnos a la calle; de atropellos que están a nuestro lado, que nos salpican, nos envuelven, nos pasan por encima y por debajo… y si no salimos en la foto se debe, simplemente, a la brevedad del plano o de la lente.

Todos y todas estamos en la foto, como estamos en el mundo, y no hay espacio que no conozca un crimen ni crimen que no guarde memoria.

Todos somos testigos de la criminal codicia de unos cuantos irracionales desalmados que están poniendo en peligro la supervivencia del planeta y de la humanidad.

Pero esa no es la cuestión. La cuestión es qué actitud tenemos, cómo reaccionamos frente a la injusticia o la impunidad, cómo respondemos frente al atropello…porque entre tanta gente que aporta sus haberes en el noble afán de construir un mejor mundo, hay también gente que se esfuerza en lo contrario. Unos lo hacen desde la indiferencia, limitando su infamia a presenciarla. Son esos que mientras cenan cambian los muertos de canal o eligen la radio para no tener que acompañar el postre con alguna imagen truculenta. Otros lo hacen desde la connivencia, respaldando conductas xenófobas y machistas, empujando proyectos guerreristas, aprobando políticas represivas, votando gobiernos delincuentes.

A unos y a otros asisten los grandes medios de comunicación.

Y sí, todos somos testigos… pero no todos somos culpables.