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Carta escrita por una educadora araucana desde la prisión

Testimonio de una maestra colombiana en prisión por la política de «seguridad democrática» del presidente colombiano

Fuentes: Rebelión

Veinte años como educadora al servicio de los niños, niñas, jóvenes y comunidades habitantes del muy mencionado pero abandonado campo araucano y colombianoCuando aún no había cumplido los cinco años edad y sin haber ido a la escuela primaria, ya jugaba a ser la profesora de mis hermanitos y vecinitos de la vereda. ¿Qué les […]

Veinte años como educadora al servicio de los niños, niñas, jóvenes y comunidades habitantes del muy mencionado pero abandonado campo araucano y colombiano

Cuando aún no había cumplido los cinco años edad y sin haber ido a la escuela primaria, ya jugaba a ser la profesora de mis hermanitos y vecinitos de la vereda. ¿Qué les enseñaba?, no lo recuerdo, sólo que acomodábamos los baúles de guardar la ropa y algunos bancos de madera de tal forma que simularan un salón de clases, luego sentados y atentos me miraban, yo una miniatura de niña me paraba frente a ellos y les hablaba, de qué?, tampoco me acuerdo, pero no olvido las miradas de ternura en los ojitos brillantes y las sonrisas con la inocencia y la ingenuidad de los niños, en especial de los campesinos, con la sabiduría impregnada desde el vientre de nuestras madres.

En mi vereda aún no se conocía le energía eléctrica con toda su gama de electrodomésticos, por lo tanto no nos podíamos entretener o malcriar al frente de la cajita mágica, ni siquiera sabíamos que existía, al caer la tarde escuchábamos cuentos y relatos de los abuelos, o el radio de pilas que se sintonizaba cuando nos sentábamos con mis padres y hermanos a saborear la última comida del día al calor de la estufa de carbón. Tampoco llegaba el agua por tubería, en época de invierno, desde las montañas bajaban blancos hilos que rebozaban los estanques en las esquinas de las casas, y en verano debíamos ir hasta unos manantiales un poco distantes a llenar con la clareante agua, las vasijas que colgábamos en una vara resistente y colocada sobre nuestros hombros la llevábamos hacia la casa.

Transcurría esa niñez, entre sensaciones multicolores percibíamos el mundo, huellas y recuerdos que no borra el tiempo porque se afianzan con cada sentimiento que se experimenta; con mis siete hermanos varones, ayudábamos a las labores del campo y los oficios de la casa, los juegos infantiles se derivan de los cabestros de las ovejas, los ordeños y las labranzas de cebada y trigo, o en las correrías sobre las cercas de los cimientos de piedra y tierra con los balanceos en las ramas y copas de los árboles. El pasar de los días estiraba los huesos y músculos que se ahogaban entre la ropa y los zapatos, pero eso no impedía las melodías de las figuras circulares entrelazando las manos, alrededor de las candeladas, fogatas de Diciembre, hechas con cardones y pasto seco, cantando, gritando, saltando sobre ellas, veíamos salir las incandescentes chispas, que los cardos lanzaban al viento, el estridente ruido nos llenaba de gracia y alegría.

Crecer y descubrir el entorno, en las reuniones de la comunidad de la vereda, aprendimos el valor de la solidaridad, la cooperación, el trabajo fraternal en unión comunitaria de vecinos, sin egoísmos, ni intereses particulares, con el esfuerzo mutuo por la electrificación de la vereda, para no seguir deteriorando nuestros ojos con la luz de las velas haciendo las tareas de la escuela, o en las arduas jornadas para canalizar el agua que llegue constante en todo tiempo a los patios y cocinas de las casas.

Mis padres fueron líderes comunitarios en la vereda y de ellos aprendí el amor desinteresado por las comunidades menos favorecidas, pobres y abandonadas; ayudar en las necesidades sin esperar recompensas, compartir la comida, secar las lágrimas y tender una mano amiga al que sufre penas e injusticias, unirse para sobrevivir y sobrellevar las desventajas sociales.

Más adelante, en este estrecho sendero, la historia y la literatura de nuestro país me contaron que el Estado es responsable de la educación, los alimentos, la salud, la vivienda y otras cositas que forman parte fundamental de la calidad de vida de las familias y el bienestar general de sus gentes; pero que a los que se encargan de administrar el Estado Colombiano les inyectan un alto grado de capacidades para manejar intereses particulares, individualistas, oportunistas y que de oportunidad no les enseñan nada; tampoco les interesa, porque desde su cuna y en adelante todo es propiedad privada; juntarse con los pobres, los campesinos, los indígenas, el pueblito pueblito, es para ellos un desprestigio, motivo de repugnancia y asco que saben disimular perfectamente cuando de urnas electorales se trata.

Las miradas y sonrisas curiosas de los jóvenes de grado noveno, me estremecieron al comprender que aquel juego de niña profesora, ahora era una realidad, tenia los pies firmes sobre las baldosas y sin embargo un leve airecito tembloroso movía el ruedo de mi vestido, el juego era en serio, aparecieron los sintagmas adornando los tableros, el signo lingüístico haciéndonos guiños, sus regionalismos y mis regionalismos en real contienda semántica, los viajes históricos, la fantasía y la imaginación de las realidades contadas a gritos en la literatura, el asombro de las leyendas llaneras con la que los estudiantes pretendían asustarme pero de las cuales sacamos gran provecho para divertirnos llevándolas a la escena teatral.

A la par de la mala ortografía, la fonética y la fonología, los ensayos, la crítica literaria y la diversidad de la imaginación creativa en el pensamiento real y objetivo, está presente la actividad de la Asociación de Educadores de Arauca, escuela sindical que me permite ser parte como vicepresidenta o presidenta de una de sus filiales durante diez años. Después de los cuales ejerzo mi profesión como rectora de un humilde colegio agropecuario rural, por el que entregué mi vida, sin reparos de tiempo y espacio, que como aquel primer día de trabajo, también lo encontré en grado noveno. Hoy la comunidad educativa ha recibido un Premio Nacional del Ministerio de Educación, como uno entre los 200 mejores proyectos educativos del país y 8 promociones de bachilleres agropecuarios, educados en el campo y para servicio del campo haciéndolo productivo con el esfuerzo y coraje que caracteriza al campesino. Fueron 8 años de desvelos en las lides de la administración y gestión educativa, con la satisfacción del deber cumplido, regreso a las aulas de clase a recorrer otra vez, una a una, día a día las páginas de la vida de las caritas alegres, tristes o iracundas de quienes pudieran llegar a escudriñar las verdades o las mentiras que se esconden en los rincones. Hasta que la borrasca enfurecida me envolvió sin avisos ni mensajes.

En medio del conflicto armado, las desigualdades sociales, el marginamiento, los adjetivos despectivos y calificativos que estigmatizan y maltratan la moral, hemos logrado construir una institución educativa donde estudia la humildad y generosidad de los hijos de los trabajadores del campo, quienes llevan la mayor carga de violencia que vive nuestro país, señalados como subversivos, terroristas o colaboradores de la ilegalidad, amenazadas las vidas por la crueldad del que mata, masacra y destierra, sin importar cuántas mujeres lloran su viudez o cuánto llanto derraman los niños y niñas víctimas de la guerra que no han pedido. Por ellas y ellos es que he levantado mi voz… ¡Respeto por la vida! ¡Cada ser de la naturaleza tiene derecho a vivir y vivir con dignidad! Todo hombre, toda mujer, nacemos con la LIBERTAD que nos señala el encuentro de la sabia esencia, como humanos amar a los humanos, no como salvajes que se manchan con la sangre de sus mismos hermanos.

Por elevar una proclama de amor por la vida, y una denuncia pública a la ferocidad e inclemencia del conflicto armado, por guiar los valores humanos en los niños, niñas y jóvenes estudiantes, por ofrecer una mano de consuelo a las madres que lloran a sus hijos, a las mujeres angustiadas por la pérdida de sus esposos y compañeros, por estar junto a los que se unen y luchan por la dignidad de sus familias, por pedir un poco de pan para el pobre, por defender mis raíces campesinas e indígenas, por no soportar las injusticias, por luchar en la búsqueda de la equidad social: alimentos, vestido, vivienda, educación, salud, para todos los hijos del Estado Colombiano como un derecho y no como un privilegio de unos pocos, por no callar el exterminio a la expresión social, los atropellos y la miseria humana…

Por eso estoy entre las rejas de las cárceles del régimen de la «Seguridad Democrática» y sus políticas de utilización del pueblo que se deja manipular en contra de su mismo pueblo, con unas cuantas monedas efímeras y falsas pretender silenciar las voces del sufrimiento; sin nadie quien reclame el derecho a vivir en su territorio, sin nadie quien denuncie la violencia, sin nadie que se oponga a la temeraria expansión del capital extranjero con sus multinacionales económicas, a las que el mismo Estado les ofrece seguridad militar para poder saquear los recursos de nuestra MADRE TIERRA, como sabiamente la llaman los ancestros indígenas, empobreciendo y destruyendo las fuentes de alimento de las criaturas de la naturaleza, ese camino del silencio obligado por la fuerza del poder, es el que quieren, el propicio para la usurpación total de nuestras tierras.

Pero, conmigo, otras, muchas otras personas de realidades, convicciones, sueños e ideales, soportamos el encierro en la sordidez de las cárceles, porque aunque nos hayan cortado las alas, atado los pies y manos, asesinado a nuestros compañeros sindicalistas, obreros, campesinos e indígenas, seguimos elevando nuestras voces por la vida y la libertad que teníamos y nos robaron.

Veinte años en la profesión que quiero, se esfuma el anhelo de compartir la sonrisa de este día con la ternura de mis estudiantes en las aulas de clase, sentir los abrazos y el calor de sus palabras, cumplir veinte años laborando y cumpliendo mi sueño de niña. La torpeza de la cárcel me grita que no es así… ¡Tengo que abrazar la frialdad de las rejas y darle la mano a las cadenas y cerrojos que me impusieron desde ese cinco de Agosto, en que las sombras y escombros dieron la orden y decidieron ser fantasmagóricos adornos en los amaneceres!…

¡Guardo la libreta, escondo el lapicero, cierro mis ojos y vuelo!

Red colombiana de defensores no institucionalizados
http://www.dhcolombia.info