El día 3 de Mayo de 1974, a las 3 de la tarde, cinco coches de los Servicios de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, rodeaban mi hogar. Soldados con cascos, uniformes de guerra y ametralladoras fueron dispuestos en posición de combate apuntando desde todas las direcciones hacia mi casa. Todo este despliegue guerrero […]
El día 3 de Mayo de 1974, a las 3 de la tarde, cinco coches de los Servicios de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, rodeaban mi hogar. Soldados con cascos, uniformes de guerra y ametralladoras fueron dispuestos en posición de combate apuntando desde todas las direcciones hacia mi casa.
Todo este despliegue guerrero para detener a una sola persona, sin más armas que sus pinturas y pinceles, que vivía en soledad en un lugar apartado de Santiago. Dirigía la operación de este comando, en el que no faltaban los walkie- talkies para comunicarse con otros coches apostados en las cercanías, el Comandante de Aviación Edgard Ceballos, un oficial de mirada escurridiza, a quien incluso la revista Time le ha dedicado varias páginas por su celo exquisito en torturar. Ceballos o Cabezas, como solía también hacerse llamar , tuvo el descaro de decirme que estaba a merced de ellos, que nadie sabría de esta operación lo cual era cierto, y que podrían hacer conmigo lo que les viniera en ganas; Tortúrame, fusilarme, hacerme desaparecer y el mundo no se enteraría de mi suerte, lo cual era también cruelmente cierto como lo han demostrado hechos anteriores y posteriores.
Mi casa fue allanada, todo minuciosamente registrado y dado vuelta: libros, fotografías, cartas, dibujos, ropas, todo fue inspeccionado y botado al suelo en un desorden infernal. Me esposaron, luego de registrarme en busca de armas quizás, y me llevaron en la parte trasera de un furgón Citroen custodiado por soldados armados, a los subterráneos de la Academia de Guerra de la Aviación (A.G.A),lugar de torturas donde permanecían presos en unas seis o siete salas, una población fluctuante de 50 a 100 personas más o menos , las cantidades variaban día a día.
Todas incomunicadas, vendados los ojos y muchas amarradas con cadenas en las camas. Me acogió un largo pasillo con puertas a ambos lados, custodiadas por soldados armados, por él se veían deambular prisioneros vendados conducidos por soldados hacia los baños o los lugares de interrogatorio y tortura. Se sentía al entrar un aire pestilente al que luego terminaría por habituarme. Inmediatamente fui fichado, se me asignó un número el -41-, se me vendó la vista y fui conducido a la sala de interrogatorios donde una persona a quien yo no veía nunca, me interrogaría mezclando la suavidad exquisita con la violencia, llegando incluso al halago o al aterrorizamiento brutal.
Me pusieron frente a una luz potente donde personas supuestamente conocidas por mí, que yo no debía ver, parecían identificarme: Grosera artimaña ideada para amedrentarme y hacerme confesar conexiones políticas, militantes, que sólo existían en la mente de mis aprehensores . Soy un hombre de ideas de izquierda, pero no tengo militancia política.
Me fueron explicando minuciosamente todas las torturas a las cuales podrían someterme si no confesaba.
Estaba acusado de haber escondido en mi casa a un político de izquierda buscado por la policía militar. Esta persona, en verdad había estado alojada en mi casa, pero yo ignoraba su verdadera identidad y exacta filiación política, sólo motivos absolutamente humanitarios me habrían llevado a albergarla.
Durante 15 días fui interrogado exhaustivamente sobre mi vida privada, mis estudios, mis viajes, mis ideas políticas, sobre profesores y alumnos de la Escuela de Bellas Artes de la cual yo habría sido profesor.Se me preguntó por la adhesión política y supuestos contactos o actividades de profesores, alumnos, artistas, intelectuales en general, incluso sobre su vida privada o afectiva, por mis conocidos, por mis amistades de derecha e izquierda.
Todo parecía serles útil, incluso detalles más banales. Se me obligó a hacer retratos hablados de las personas que visitaban a mi huésped o de las que me visitaban a mí.
Durante este tiempo convirtieron mi casa en una » ratonera» , se establecieron en ella , saqueando mi dispensa , robando alimentos, ropas, aparatos caseros, útiles y materiales para mi trabajo, fotografías, libros, pinturas, pisotearon mis dibujos, destruyeron obras únicas , lo ensuciaron todo esperando allí agazapados que cayeran , supuestos contactos , evidentemente nadie llegó nunca .
Éramos 10 0 12 presos en una antigua sala de clases con ventanas en la parte alta, que permanecían clausuradas para no dejar escapar la luz, pues en aquella misma época se realizaban en el mismo edificio los » Juicios de la Fach » en los cuales fueron condenados a largas penas una decena de dirigentes políticos y soldados. Estábamos mezclados hombres y mujeres durmiendo en camarotes dobles. A mí se me asignó un colchón en el suelo. Algunos prisioneros considerados más peligrosos, eran esposados en los catres para dormir.
Teníamos un cartón con un número pegado a nuestra ropa, habíamos perdido nuestro nombre, nuestra calidad de seres humanos, éramos ahora solo un número como los jardineros de la Reina de Corazones en Alicia del País de las Maravillas. La luz artificial permanecía encendida día y noche haciéndonos perder la sensación del tiempo, éramos algas flotantes. En los últimos tiempo luego de terminado «los juicios» , se nos permitió abrir las ventanas y podíamos atisbar algo de una realidad diferente y luminosa.
Durante el día, desde las seis de la mañana a las 10 de la noche, debíamos permanecer sentados en una silla con los ojos vendados constantemente, sin derecho a comunicarnos entre nosotros, bajo estricta vigilancia de un soldado con metralleta que permanecía en la pieza de día y de noche. Cualquier infracción verdadera o supuesta era motivo de castigos corporales duros y vejatorios, sin derecho a protesta, debíamos tragarnos nuestra rabia e impotencia. Se obligaba, por ejemplo, al prisionero a permanecer media hora o una hora, con las rodillas flectadas , apoyado sólo en la punta de los pies y con los brazos estirados a la altura de los hombros sin subirlos ni bajarlos, al cabo de algunos minutos todo el cuerpo era agitado por fuertes convulsiones que provocaban la hilaridad de los carceleros y el dolor y la humillación del prisionero.
Teníamos, a veces, derecho a permanecer sin venda durante una media hora aproximadamente, a intervalos irregulares y caprichosos, por turnos, y de acuerdo a la cantidad de presos existentes. En este lapso podíamos leer o escribir a un solo familiar una hoja semanal, correspondencia que, por supuesto, era rigurosamente censurada, lo mismo que la que recibíamos desde fuera. A esta garantía se tenía derecho sólo después de los primeros 20 días de detención. Durante la noche, la radio aullaba estruendosamente de modo que casi no se dormía y si alguien a consecuencia de esto era sorprendido durmiendo durante el día, también era severamente castigado.
La tensión nerviosa era permanente, en una atmósfera contaminada por el humo de cientos de cigarrillos, el aire enrarecido, el silencio obligado, la inactividad, la ausencia del tiempo, los días repetidos, uno igual al otro, el temor a la tortura, de la cual uno estaba seguro de liberarse.
Veíamos llegar constantemente a los compañeros después de los interrogatorios, muchas veces torturados o golpeados salvajemente.
Los dejaban botados en el suelo como guiñapos o rastrojos, forma humana que demoraba dos o más días en poder moverse. A veces en medio de gritos, golpes de fusil, el ruido siniestro del martilleo de la bala que pasa pronta a disparar, los aullidos, sentíamos arrastrar a algunos de los prisioneros por el pasillo. Nunca más se sabía de ellos. Eran los que no habían resistido y se insubordinaban o enloquecían.
Vivíamos bajo la presión de constantes alarmas persecutorias a cualquier hora del día o de la noche, a veces reales, producto de la torpeza o el terror de los propios soldados, en las cuales éramos obligados a botarnos en el suelo helado con los pies separados y las manos en la nuca, en la que los guardias, con bala pasada en sus metralletas y apuntándonos directamente, tenían orden de disparar al menor movimiento nuestro.
Para ocupar los baños debíamos ir de uno en uno, siempre vendados y, muchas veces, defecar con la puerta abierta mientras el guardia nos apuntaba con su fusil, y todo esto casi corriendo .En el ultimo tiempo se nos permitió salir agrupados, por piezas, al jardín que rodea el edificio de la Academia. Era hermoso tomar el sol y aspirar el aire puro en medio de tanto verde, con la cordillera nevada al fondo, durante media hora cada 2 o 3 semanas, pero esta medida que nos permitía sentirnos seres humanos durante un rato estaba enturbiada por anomalías que se arrastraban por meses en el servicio de agua, además que los pozos de desagüe estaban congestionados.
Todo esto se traducía en desperfectos y problemas en los baños que nunca fueron reparados. Pasábamos meses sin agua durante todo el día, la que llegaba sólo media hora en la mañana y otro tanto en la noche, tiempo absolutamente insuficiente para que 50 u 80 personas se asearan. Los escusados estaban tapados y sin agua para evacuar los retretes: los orines y excrementos se amontonaban. Era horrible defecar u orinar sobre esa inmundicia, el olor en todo el subterráneo era insoportable, las moscas abundaban y las posibilidades de enfermedades o epidemias eran muy grandes. No tuvimos la posibilidad de ducharnos durante meses y el solo hecho de conseguir permiso para orinar era una victoria.
Uno aprende allí lo intolerable y angustioso que puede ser el simple hecho de retener obligadamente sus necesidades primordiales. Pero todo eso resultaba vivible al lado de la tortura constante de la venda en los ojos. Es un tormento gratuito, sutil y brutal de presión síquica sólo destinado a deshacer al ser humano, a reducirlo a un estado larvario, en que la única manera de escapar a la locura es hundirse en los recuerdos hermosos, en la vida y en el futuro que se quiere imaginar más humano y luminoso.
Pero aún así, los que estábamos en una pieza y con cama, debíamos considéranos privilegiados, al lado de los que cada día iban ingresando. Estos recién llegados eran obligados a permanecer durante días o semanas de pie en el pasillo, muchas veces sin comida durante días y a veces hasta sin agua y en la mayoría de los casos Sin derecho a un colchón por la noche y, a veces, gran condescendencia, se les permitía dormir sentados en una silla.
Los primeros días de mi detención dormí vestido, incluso con chaqueta y zapatos, una rara angustia me impedía desvestirme y el terror de ser sacado desnudo en cualquier momento para ser interrogado o torturado o llevado a otro lugar.
¡Como si así me protegiera¡., Cómo si pudiera impedir así que ellos hicieran lo que quisieran¡. Una demencial defensa, pero allí todo es demencial: los torturadores suelen visitar a los detenidos, torturados por ellos mismos horas antes y suelen preocuparse por sus dolencias e incluso darles algunos consejos para sanar traumas irrecuperables, no se si es por una actitud humana o una enfermiza satisfacción o un estudio refinamiento que trata de unir al torturador con su victima desde un ángulo distorsionado.
¿Cómo describir la angustia de los días en que las alarmas nos obligaban a permanecer horas en el suelo helado, en las noches, bajo las metralletas amenazantes?, Cualquier falso movimiento, cualquier gesto desesperado podía provocar el temor, la alarma de un guardia, gatillar y de una ráfaga exterminarnos. Eso es difícil..con el tiempo íbamos aprendiendo ciertas artimañas y antes de tirarnos al suelo con las manos en la nuca y los pies separados , aprendimos a poner rápidamente una manta en el suelo , con una curiosa habilidad – Irracional, pero natural en este recinto. Con el tiempo todo deviene normal, a punto que los campos de concentración de dominio público son considerados como una etapa deseable cuando se está en la incomunicación.
Allí, en la incomunicación no se es nadie , la vida no vale nada, nunca se está seguro y el obligado silencio de nosotros, la música atronante de las radios de ellos y los gritos y las vejaciones son una tortura constante que no sorprende, ni siquiera a los presos y—– por supuesto —– mucho menos a los carceleros, de allí que muchas de las cosas que se escriben en las cartas y que fueran siniestras pasan el colador de la censura porque fuerza de repetirse han pasado a tener, para todos una normalidad aberrante.
Allí se vive para dentro y la miseria exterior se transforma en ilusiones, recuerdos y utopía, riqueza interior para subsistir y resistir con locura a la locura. ¿ Cómo poder explicar lo que es la prisión , el miedo constante , lo que es la tortura de vivir por meses con los ojos vendados privado de la luz, privado del contacto de los otros seres humanos que adivinas frente a ti rodeándote, dándote su adhesión muda? ¿Cómo poder explicar el tiempo que trascurre? ¿Cómo llenar ese tiempo?. Te das cuenta que te han robado el tiempo que te están robando la vida. ¿Cómo llenar ese tiempo de luz mirando hacía adentro con los ojos vendados?.
Salí de ese infierno el día 9 de Octubre, sin cargos, en libertad condicional, con 15 kilos menos y con la obligación, bajo pena de arresto, de firmar una vez por semana en el Ministerio de Defensa, con absoluta prohibición de abandonar la ciudad de Santiago y mucho menos el país. Seguía preso, sólo que mi cárcel era ahora un poco más vasta y podía ver y hablar…
Toda esta cruel experiencia fue convirtiéndose en esos días de libertad condicionada, en dibujos, pinturas, grabados, poesías, y formas escultóricas que me decidí a exponer en cuatro salas diferentes de Santiago, entre los meses de Marzo y Mayo de 1975.
En estas exposiciones hablaría del hombre alienado, destruido, aniquilado, humillado, con ojos vendados, obligado a mirar realidades distorsionadas, atravesando el espejo de Alicia , un cadáver de con movimientos obligados, automáticos, sin tiempo, el cadáver que yo había sido durante 5 meses y 6 días. Sólo la primera de estas exposiciones pudo inaugurarse. Después de mi segunda detención, las otras no pudieron realizarse por orden de la Junta Militar, bajo amenaza de prisión a los encargados de las galerías.
La inauguración tuvo lugar el 19 de Marzo a las 7 de la tarde en la galería del Instituto Chileno Francés de Cultura, organismo dependiente de la Embajada de Francia en Chile. La exposición la conformaban objetos cotidianos dispuestos de un modo inhabitual, al igual que los «ready made» de Marcel Duchamp , de hace medio siglo atrás , en los que Pierre Cabanne : «La elección deliberada del artista cambia la destinación primaria del objeto , le asigna una vocación expresiva imprevista» .(Pierre Cabanne: Entretiens avec Marcel Duchamp. Paris, Editions Pierre Belfond, 1967, P.11).
Yo, allí , le daba a objetos corrientes que me eran habituales , un valor de dialogo buscado o encontrado. El objeto corriente se desborda por una suerte de mágico sortilegio, este se carga un poder nuevo, abismante . Es un arte que nace de la realidad vivida, con pleno vigor, tan visceral y con el mismo derecho a ser observado y aceptado como la pintura o la escultora que hemos heredado de los viejos maestros , y ningún General , con la fuerza de las armas y bajo ninguna circunstancia, podría negarle vigencia como obra de arte , porque hasta incluso con ese acto , que los artistas conceptuales firmarían , está ayudando a darle la trascendencia y lograr lo que el arte siempre busca : hablar, comunicar y hasta indignar.
Había allí jaulas de pájaros, cedazos, mallas, parrillas, rosas, trampas de ratones, nombres, reproducciones de pinturas: Delacroix guiando al pueblo, un Guernica firmado por mí, telas desgarradas, manos azules, la Gioconda y Violeta Parra sonriendo para siempre, zapatos viejos , espejos para reflejarse y hundirse en ellos , falsos retratos , panes amarrados, jaulas amarradas y una corbata.. Una simple corbata rayada de tres colores : Azul, blanco y rojo, comprada en Nueva York , anudada y colgada al revés sobre una superficie acerada.
La D.I.N.A., aparato represivo de la Junta, vio allí la bandera de la Patria como horca , la vio así porque es en eso en lo que ellos la han convertido. ¿Comenzaban a hablar los espejos?
Allí no había títulos insultantes, sólo arte hablando. Vio una injuria a la Junta Militar en una corbata puesta al revés, en las jaulas de la libertad encadenada, el aire prisionero, los presos numerados y vendados, los muertos en las calles, en los espejos el terror y, en la sonrisa de la Gioconda ,el arte pisoteado. Lo vieron porque ello hicieron posible verlo. Lo vieron porque la Patria ha sido convertida en una inmensa jaula: Han ahorcado la palabra, enjaulado el arte, le han puesto vendas a la verdad y se la han quitado a la Justicia. Cerraron la exposición mientras hablan de libertad y respeto a las opiniones.
Al día siguiente antes del mediodía, personal de la D.I.N.A obligó a las autoridades francesas a descolgar las obras y sólo la firmeza del Agregado Cultural francés impidió que estas fueran destruidas.
Ellos mismos silenciaron la prensa y mi nombre fue proscrito de toda publicación. Así, esta exposición había permanecido abierta 4 horas, denigrante record de la dictadura. A las 5 de la tarde de ese mismo día, el señor Embajador de Francia me recibía en la Embajada para expresarme su repudio por este acto arbitrario y el respeto y apoyo de Francia, hacia los artistas y, a la vez informarme que al presentar él su protesta a la Cancillería chilena se le había asegurado que yo no tenía nada que temer.
Sin embargo, media hora más tarde, yo era detenido en mi casa por agentes de la DINA que me esperaban con una orden de detención en blanco, que fue llenada allí, en mi presencia, con mi nombre y datos que me fueron preguntados y como testigos de este acto firmaron ellos mismos. Asimismo se incautaron de algunos dibujos y catálogos y artículos de prensa dedicados a mi pintura.
De nuevo yo desaparecía, sin que nadie supiera mi paradero . No se me permitió tomar mi chaqueta . Me vendaron, me amarraron con cordeles y me tiraron al suelo de una camioneta Chevrolet que acompañaba a un Fiat 125 amarillo, para llevarme a un lugar desconocido donde permanecí totalmente incomunicado en celda solitaria durante 20 días, sin tener derecho a leer nada ni tener siquiera un lápiz o mi reloj: Separado totalmente del mundo. Durante este tiempo sentí siempre las voces y los llantos de dos niñitas pequeñas que estaban prisioneras junto a su madre, en las mismas condiciones mías.
Supe después que ese lugar era Cuatro Álamos, un pabellón especial, que posee la DINA en el campo de concentración de Tres Álamos , para los incomunicados que aún permanecen allí largas temporadas a pesar de la Nueva Ley de Seguridad Nacional que explícita que no podrá nadie permanecer incomunicado más de 48 horas .
A este pabellón le está vedada la entrada incluso a Carabineros, encargados de la custodia de Tres Álamos, y los presos pasan directamente, sin ningún control de ellos.
El día 27, en la mañana, fui llevado en las mismas condiciones , amarrado y vendado , en mangas de camisa , en otra camioneta a Villa Grimaldi , una de las casas de tortura de la DINA en Santiago. Allí, andando a tropezones fui insultado, pateado, y empujado a una celda de madera de 80 por 80 centímetros, sin más luz ni ventilación que la que podía entrar por un agujerito de más o menos una pulgada de diámetro, practicando en la parte alta de puerta: Una especie de ojo vigilante.
A pesar de la soledad y de la oscuridad se nos obligaba a permanecer con la venda puesta. La celda olía espantosamente: Una maraña nauseabunda que casi podía tocarse con los dedos , producto de la larga permanencia de los presos y presas que deben sobrevivir allí por semanas o meses sin que nadie sepa de ellos, sin derecho a lavarse nunca, ni muchos menos su ropa si es que han tenido suerte de caer vestidos. Viven en ellas, la más de las veces hacinados de dos o tres, de modo que resulta imposible dormir.
Sentado en el suelo, en esa oscuridad oía desde la pieza vecina los gritos de los que eran torturados en » La Parilla», un somier metálico donde se amarra desnudo al prisionero o prisionera y se le aplica electricidad por todo el cuerpo, especialmente en los ojos, la lengua y los genitales.
Escuché durante todo el día los aullidos y los interrogatorios, los golpes que la música de una radio trataba inútilmente de amortiguar. Incluso tuvieron la osadía de colocar un disco de Víctor Jara, el primer mártir del canto popular.
Era imposible dejar de temblar, el cuerpo se estremecía aterrorizado y mi mente con toda mi voluntad puesta en ello no podía controlar el castañeteo de los dientes y las convulsiones espasmódicas de las manos. Un terror abisal en el cual el ser conciente desaparece para dejar paso a una animalidad asustada que no puede responder de su cuerpo ni de sus actos.
En varias ocasiones durante el día pedí que se me sacara a orinar, nadie respondía. Sólo pude salir en la noche. Yo había llegado después de la ronda de la mañana y sólo se permite orinar y defecar dos veces al día en horarios fijos. En la noche nos sacaron en una larga fila de ciegos, tomados unos con otros por los hombros. Fue una sensación insólita poder tocar un ser humano con tanta solidaridad y apreté fuertemente el hombro del compañero que me precedía y que tiritaba de frío. Imposible hablarle.
Se nos ordenó numerarnos, siempre a ciegas, en esa ocasión éramos 56 recluidos en el sector que me había tocado. Luego se nos hizo avanzar, el que encabezaba la fila tropezó violentamente contra un muro en medio de las risotadas y las groserías de los guardias. Deberíamos esperar ahora a la intemperie nuestro turno: Cuando me tocó a mí , aún no había alcanzado a orinar, cuando ya me estaban sacando afuera a empujones.
Un poco más tarde se me llevó a declarar y los interrogadores llegaron a la conclusión que existía un error, que mi detención era absurda y que estimaban que yo debía salir libre porque el Gobierno Militar era respetuoso de las ideas……… Hube de estar preso 4 meses y 10 días sin que jamás establecieran cargos en mi contra y mucho menos se me juzgara.
Muy entrada la noche fui trasladado en la camioneta a mi celda primitiva en Cuatro Álamos y llegué a sentir irracionalmente esa prisión como una bendición luego del horror del cual salía. ¡ Y yo había vivido allí sólo un día ¡….. Dejaba atrás 56 compañeros o quizás mas, a quienes no pude ver, condenados a sufrir ese infierno por semanas o meses, en condiciones mucho peores que las que yo había conocido.
Una semana después fui sacado por segunda vez a Villa Grimaldi, otro día en circunstancias parecidas con el solo objeto que anotaran en una nueva ficha el color del pelo, de la piel, y de los ojos, mi peso y mi estatura. También se incautaron con toda desvergüenza de mi dinero que me había sido entregado en Cuatro Álamos, junto a mis otras pertenencias, para simular que salía en libertad.
El día 9 de Abril pasé en libre plática a Tres Álamos, recién se me empezaría a considerar oficialmente detenido. Fui de nuevo fotografiado de frente y de perfil, vuelto a fichar y se me inventó una filiación política que no poseo porque, me dijeron, » aquí no hay independientes»
A cargo de este campo está Conrado Pacheco, un caprichoso y sanguíneo oficial de Carabineros, quien se dedica sin descanso y como diversión, a hostilizar , insultar y vejar en toda ocasión tanto a los presos como a sus visitas, sometiendo a los detenidos a constantes allanamientos y revisiones ultrajantes.
Se vive allí en condiciones penosas, en u espacio reducido, con gran hacinamiento de prisioneros, donde cuesta mantener el aseo. Poca y mala comida, carente de proteínas y vitaminas.
Existen sólo cuatro tazas de escusados para una población que fluctúa en cada pabellón entre los 100 y a veces 300 presos.
Tres formaciones diarias, en las cuales se pasa lista y luego se nos cuenta y si, por casualidad alguien se atrasa, es castigado sin visita por 1 0 2 semanas. Estas visitas son de duración arbitraría: A veces media hora, y otras, no más de cinco minutos, entre los gritos y groserías de Conrado Pacheco.
En Tres Álamos dormí en el suelo más de una semana antes de que fuéramos trasladados al pabellón que habían ocupado las mujeres. Unas barracas de madera con piezas estrechas provistas de camarotes de 3 camas superpuestas como nichos, allí no había espacio para permanecer sentado, sólo era posible estar acostado. En compensación teníamos menos frío por el hacinamiento, y los baños eran más numerosos y amplios.
El 28 de Abril fui trasladado junto a unos 50 prisioneros más, en medio de un operativo impresiónate: 3 buses, 1 camión, 1 coche celular y alrededor de 40 0 50 carabineros con metralletas. Algunos estábamos botados en el suelo y teníamos estricta prohibición de hablar entre nosotros o de movernos y habíamos sido terminantemente advertidos que a la menor acción sospechosa no trepidarían en dispararnos. Llegamos a Puchuncavi, una colonia veraniega construida en durante el gobierno constitucional de Salvador Allende, que la junta militar transformó en campo de concentración, a cargo de tropas de infantería de marina.
Resulta sarcástico contemplar el hermoso paisaje el hermoso paisaje de la costa chilena, rodeado de colinas de infinitos verdes con atardeceres llenos de nubes y de color. Resulta cruel contemplar esta belleza a través de las alambradas, las torres con centinelas armados y los fusiles de los soldados dentro del recinto carcelario.
Allí hay más espacio, mejor comida, menos promiscuidad y el trato es más correcto, si se quiere, en relación a los otros centros de detención, pero depende mucho de los estados emocionales de los comandantes- oficiales de la Marina- que van rotando cada semana, y la disciplina se hace más, o menos, rigurosa o arbitraria, según sea el criterio más o menos estrechos de cada uno de ellos.
No vivíamos violencia física, a excepción del «picadero», ni insultos, pero si una fuerte presión psicológica muy estudiada. No se nos consideraba presos políticos sino contingente militar, y por lo tanto afectos a una dura disciplina de regimiento. Debíamos soportar 5 formaciones diarias, dos para repartir el trabajo y contarnos, a veces en plena lluvia por la estupidez de algún comandante.
La bandera debía ser elevada en la mañana y arriada en la tarde cantando el himno nacional, con el agregado impuesto por el nuevo gobierno, que si bien existe en el original, cobra en estas circunstancias un macabro sentido al tener que cantar loas a nuestros nobles y valientes soldados….. A estas ceremonias debíamos ir y volver marchando y cantando himnos marciales y guerreros. Éramos sometidos a ejercicios de infantería. marchas, giros, posiciones firmes, formaciones en las cuales cualquier error debía pagarse con flexiones o ejercicios vejatorios , más que físicamente violentos. Se nos imponían trabajos «voluntarios» que no lo eran, las mas de veces inútiles y gratuitos, sin ningún destino concreto. Por cualquier estupidez o acto considerado como de indisciplina éramos sometidos a » plantones» de varias horas en posición firme, o éramos llevados al » picadero» Los escusados estaban descubiertos, sin puertas. Se trataba de degradarnos, «reeducarnos» reducirnos a meros autómatas manipulados con señales. Una pedagogía dirigida a convertirnos en entes mecanizados, borrar de nuestra mente el pensamiento creador y el libre arbitrio: Un intelectual allí era considerado peligroso.
En la noche, a las 8, antes de ser encerrados en cabañas, en forma absurda, debíamos cantar 3 0 4 veces himnos militares: Idiotas, aburridos, de dudosa inspiración poética, saturados de un patriotismo chauvinista , hueco y ramplón. Nuestra obligación era aprenderlos de memoria. Esta era llamada la hora de la retreta destinada, según ellos, a liberarnos de nuestras tensiones. Se termina por no pensar y sólo se obedece maquinalmente.
Vigilados constantemente, toda correspondencia, lectura, o actividad cultural era estrictamente censurada.
Una selección de recortes de periódicos y de revistas de circulación normal en el país, destinados a ser afichados en el diario mural, era sometidos a estricta censura y las más de las veces rechazados.
Libros que hablaran de problemas económicos, sociales, humanos, eran interceptados porque afectaban » la salud mental» de los prisioneros. Los libros de Celso Furtado y hasta La noche que quedó atrás de Jean Valtin fueron rechazados por peligrosos. La revista Mensaje , publicación de los jesuitas que, aunque censurada, circula por todo el país, fue prohibida en todos los Campos de concentración. Un numero de la revista ERCILLA en el que aparecía una entrevista al ex Presidente Frei , fue prohibido porque -según palabras textuales del comandante de esa época la revista » había sido confiscada por el Gobierno» , a pesar de que el Ministro del Interior había declarado por la prensa que este numero no había sido requisado sino que se había agotado en todo el país. ……… Alguno de los dos mentía.
Se trataba así, con sutilezas, de destruir en forma conciente, a veces hasta con respeto formal, todo atisbo de pensamiento, de dignidad humana. No le bastaba con privarnos de libertad, sino que proponían destruir nuestra integridad moral al manipularnos como bultos que ellos debían vigilar, que no pareciesen muy estropeados y que podían trasladar de un lugar a otro sin ninguna explicación.
El día 11 de Julio fue llevado nuevamente a Tres Álamos con un decreto de abandono del país por ser peligroso » para la seguridad nacional», sin haber sido jamás procesado. Pude abandonar Chile , la prisión , el 30 de Julio , gracias a la solidaridad internacional, a la cual no es ajena este foro. Gracias a los desvelos de las autoridades diplomáticas de varias naciones, y especialmente de Francia, que se movilizaron para obtener mi libertad y luego me han acogido en su patria.
Obtuve mi libertad gracias a la presión de artistas e intelectuales de todo el mundo , que se sintieron conmovidos por este atropello a los derechos inalienables del ser humano , y así lo exigieron con sus firmas a la junta militar. Fui obligado a abandonar mi patria tan sólo porque creo que un ser humano digno y creador y porque mostré en el arte que los derechos del hombre, el derecho a la cultura, la libertad del pensamiento y de expresión son una mentira en el Chile de hoy.
¿O tu sonrisa?
Tú sonrisa en el aire
como si huyéramos atravesado el espejo
Juntando el pasado que no tuvimos.
los recuerdos que no existen
¿O son sólo tus manos?
(las caricias asustadas)
Todo aquello
que servía para atarnos con hilitos
a un vaivén
que endulza esta angustia ahogada
en las amígdalas
en él estomago
(ese aletear de mariposas que nunca fueron)
o un par de zapatos enormes
(inverosímilmente inventados)
Pero que tenían sentido sólo
para ti y para mí.
Sentir que existías sentir que no lo habías olvidado Sentir que seguías sabiéndome Sentir que sigas creyendo que existo.
Guillermo Núñez es artista plástico chileno