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Tiempo de esperanzas: Salvador Allende y el Pueblo Mapuche

Fuentes: Azkintuwe

«Dijo el pueblo: «Venceremos», y vencimos. Aquí estamos hoy, compañeros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo. Pero alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanos en la distancia de Cuauhtemoc y Tupac Amaru». Las palabras de Salvador Allende, pronunciadas el 5 de noviembre de 1970, al comenzar su Discurso en […]

«Dijo el pueblo: «Venceremos», y vencimos. Aquí estamos hoy, compañeros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo. Pero alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanos en la distancia de Cuauhtemoc y Tupac Amaru». Las palabras de Salvador Allende, pronunciadas el 5 de noviembre de 1970, al comenzar su Discurso en el Estadio Nacional y tan solo 24 horas después de asumir el cargo del presidente de la República, no solo dejaban en evidencia su profundo respeto por los habitantes originarios de América. También, y quizás muy a su pesar, evidenciaban lo contingente de un conflicto histórico no resuelto hasta entonces por el estado chileno y del cual el gobierno de la Unidad Popular tampoco se libraria: el conflicto «estado chileno – pueblo mapuche», mal llamado por entonces «el problema indígena».

 

Y es que el proceso político que culminó con la llegada de Allende a la primera magistratura del país abrió no solo un horizonte de libertad para los sectores más postergados de la sociedad chilena. También llevó a los mapuches, de manera autónoma o bajo el alero de sectores de izquierda críticos del reformismo de la UP, a movilizarse de manera decidida por aquello que consideraban propio. Traducido al lenguaje de la época, ello significaba tierra y su expresión fueron masivas «tomas» de fundos y «corridas de cercos». Estas acciones directas venían registrándose desde la promulgación de la segunda Ley de Reforma Agraria del gobierno de Frei Montalva (1967) y, de manera natural, se incrementaron con la llegada de Allende al poder. Su referencia a los heroes mapuches y el lugar de privilegio que ambos ocuparon en su primer acto público, constituyó un homenaje pero también un llamado. En los hechos, las tomas de fundos, a las cuales la prensa derechista prestaba especial atención en la Provincia de Cautín, venían complicando desde la campaña electoral al primer mandatario, por lo que sus llamados a «respetar la legalidad» en el sur, directos o indirectos, se volverían frecuentes.

«A partir de 1967, las demandas de tierras por parte de las comunidades se traducirán en acciones directas tendientes a ingresar a los predios colindantes… Las acciones entre 1969-1971 adquieren un carácter masivo y «revolucionario». Las tomas y corridas de cercos, afectaron a las zonas de Lautaro, Lumaco, Nueva Imperial, Loncoche, Ralco, Panguipulli, Futrono, San Juan de la Costa, etc. Para fines de 1970, las tierras tomadas superaban las 100 mil hectáreas, dentro de un clima extremadamente tenso», consigna el Informe de la Comisión Histórica Verdad y Nuevo Trato. «Las movilizaciones mapuches de este período fueron producto de una serie de factores, entre los cuales se puede mencionar: la larga y poco exitosa historia de reclamos de las comunidades y organizaciones para lograr la devolución de las casi 100 mil hectáreas usurpadas; el aumento demográfico y de las necesidades de los campesinos mapuches; y la presencia de agentes externos -Movimiento Campesino Revolucionario dirigido por estudiantes revolucionarios- que posibilitó el desborde de las tomas», subraya el Informe gubernamental.

 

Una lectura distinta de este proceso tiene el historiador y antropólogo José Bengoa, para quien las tomas de fundos, más que un impulso «revolucionario», constituyeron un intento de los mapuches de recomponer el Wallmapu, un intento de volver a las raíces, a la época de los abuelos, en que el territorio les pertenecía. «Fue una reconstrucción del lof, de la comunidad perdida. Por eso fue tan fuerte esa movilización. Tocó la fibra más profunda del pueblo mapuche: retornar a la vida verdadera destruida por la colonización. Por eso cuando vieron la posibilidad de salir de sus reducciones y ampliarse a las tierras que les pertenecieron a sus abuelos, lo hicieron», consigna en su libro «Historia de un Conflicto» (Planeta, 2002). Concuerda con esta visión Reynaldo Mariqueo, mapuche exiliado en Inglaterra y quien por entonces se dió a la tarea de organizar un Asentamiento al interior del Fundo La Selva, propiedad de la derechista familia Becker en Roble Huacho. A juicio de Mariqueo, más que la «toma» de los fundos para instalar los soviets, los mapuches perseguian la «recuperación» de los lof, lo que generaba no pocos roces con los campesinos chilenos y sus variopintas orgánicas políticas. «En la IX Región y Provincia de Cautín la mayoría de los Asentamientos y Centros de Reforma Agraria estaban integrados por chilenos, con una participación mínina de mapuches, de esta forma por lo general la tierra mapuche pasaba del winka rico al winka pobre», relata a Azkintuwe. «Frente a esa situación, había organizaciones mapuches que pedían que la tierra expropiada pasara a formar parte de las comunidades mapuches adyacentes», destaca el actual responsable del Enlace Mapuche Internacional, en Bristol, Inglaterra.

Viaje a Temuco

En una video – entrevista concedida por Allende al periodista norteamericano Saul Landau, consultado sobre la «agitación» existente en los campos de la zona sur y la evidente participación protagónica de mapuches en ella, el propio mandatario pone los puntos sobre las ies: «Se trata de campesinos mapuches a quienes sus tierras les fueron robadas hace muchos años, que han vivido con media hectarea de tierra (…) usted comprende que para ellos se abre una posibilidad y cuando se tiene hambre a veces es muy dificil razonar, sobre todo cuando se ha sido siempre engañado, cuando se les ha hecho promesas durante más de un siglo y sus abuelos, sus padres y ellos han sido frustrados y negados. Lógicamente esa gente está apremiada por una realidad brutal que es comer todos los dias», respondió sereno. Pero no solo el hambre apremiaba a los mapuches y Allende, en parte, lo intuía.

«Nosotros consideramos que el problema de los araucanos, de los mapuches, no puede solo solucionarse con la Reforma Agraria, hay un problema racial, cultural… Pero esto no es un problema de un día, será un problema de muchos años», pronosticó ante la cámara de un Landau sorprendido por la desconfianza de los mapuches ante los chilenos o «winkas», incluido el «gobierno popular». Allende sospechaba lo complejo del conflicto. Y aunque careció del tiempo necesario para abordarlo en su real dimensión política, dió pasos significativos en la búsqueda de respuestas y soluciones. Uno de estos pasos fue su visita a Temuco en diciembre de 1970, para participar del cierre del II Congreso Nacional Mapuche. En pleno apogeo de las «tomas de fundos», lo que allí escuchó y vió marcaría en parte el rumbo de su programa de gobierno en materia indígena. A su regreso a Santiago y en el marco del Anuncio de la Creación del Consejo Nacional Campesino, Allende subrayaría ante el país.

 

«A propósito de esta materia, quiero decir claramente al pueblo que me escucha, que ayer estuve en la provincia de Cautín, en donde hay un clima muy tenso, artificialmente creado en parte y teniendo nota de la raíz económica y social en que viven, sobre todo, los mapuches. Estuve allí y dije públicamente que no iba a desterrar el hacha de la guerra, símbolo de los mapuches, y que no llevaba tampoco hipócritamente una blanca y tibia paloma de la paz. Llevaba la palabra responsable de un gobernante del pueblo, para decirle a los trabajadores de la tierra, para decirle a los mapuches que reconociendo la justicia de su anhelo y su ansia de tierra, yo les exigía que no participaran más en tomas de fundos ni corrieran las cercas, que ello permitía la explotación y la campaña intencionada que se hace para decir que este Gobierno ha sido sobrepasado… Quiero decirle al pueblo de Chile lo que ayer aprendí en Cautín, mientras se realizaba el Segundo Congreso de los Mapuches. Quiero decirles a Uds. que la raza que defendió con heroísmo al renglón inicial de nuestra historia ha ido perdiendo sus tierras, ha ido siendo postergada; Y quiero decir que las condiciones de vida de esa gente son dramáticamente trágicas. Quiero decirles que es una obligación nacional, es un imperativo de nuestra conciencia, no olvidar lo que Chile le debe al pueblo y a la raza araucana, origen y base de lo que somos. Por lo tanto, el Gobierno popular irá con responsabilidad a encarar esta situación».

Encarar con responsabilidad significaba para Allende no medidas paliativas, sino legislar. Eso le habían pedido los mapuches reunidos en Temuco y estaba decidido a hacerlo. «En dicho acto de clausura se le entregó a Allende el borrador de proyecto de una nueva Ley Indígena que fue enviada al Parlamento en mayo de 1971 y fue promulgada el 15 de septiembre de 1972. Esta ley marca un hito en la historia de la legislación indígena del siglo XX: la división de tierras ya no es el objetivo esencial. Desde 1927 hasta 1961 la legislación se proponía la división como medio para integrar a los indígenas a la nación, o como lo señalaba el Decreto 266 del 20 de mayo de 1931, la división era «la única manera de incorporarlos plenamente a la civilización». Por el contrario, la Ley 17.729 se propuso en lo esencial la restitución de tierras, promover un sistema cooperativo de tenencia y explotación de la tierra y promover el desarrollo integral del pueblo mapuche, en el plano económico, social y educacional. Se creó el Instituto de Desarrollo Indígena (IDI) para «promover el desarrollo social, educacional y cultural de los indígenas de Chile, considerando su idiosincrasia y respetando sus costumbres» (art. 38). Por primera vez se define la condición de indígena, más allá de su relación con la tierra, recurriendo a parámetros culturales: idioma, sistemas de vida, costumbres, religión», rememora Arauco Chihuailaf, doctor en Historia y académico de la Universidad La Sorbonne de Paris, en su trabajo «Los Mapuches y el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973)«.

«El logro principal del gobierno de Allende fue la promulgación de la ley 17.729», señala a Azkintuwe, Carlos Ruiz, académico de la Universidad de Santiago. «Esta ley defendía a la comunidad mapuche del peligro de la división, a que estaba sometida conforme al marco legal dado por un decreto del dictador Ibáñez, de 1927, y por la hasta entonces vigente ley Nº 14.511, de 29 de diciembre de 1960, que databa del gobierno de Jorge Alessandri y que buscaba facilitar el proceso de división de las comunidades. La resistencia a esta división había sido la reivindicación principal del movimiento mapuche, tanto bajo el liderazgo de Venancio Coñuepán y la Corporación Araucana como bajo la conducción de las organizaciones de izquierda: el Frente Único Araucano y, desde los ’60, la Federación de Campesinos e Indígenas (FCI), vinculada al PC y al PS, que sería desde 1967 la Confederación Nacional de Campesinos e Indígenas Ranquil. La ley transformó la Dirección de Asuntos Indígenas en una Corporación de Desarrollo Indígena, bajo la dirección de un mapuche, Daniel Colompil Quilaqueo, ingeniero agrónomo, militante del MAPU, quien se mantuvo en el cargo hasta el golpe de Estado», señala Ruiz.

 

«La cuestión mapuche adquirió en esos años presencia nacional», destaca por su parte a Azkintuwe José Bengoa. «Allende fue a Temuco e hizo lo posible para canalizar la demanda mapuche por la via institucional, que era el camino que él había señalado para hacer la Revolución chilena. La ley de Allende es la primera que rompe con las anteriores que solamente trataban de lograr la plena integración / asimilación de las comunidades. En esa ley se incorporan además las comunidades a la reforma Agraria, lo que era una demanda central del movimiento mapuche, por entonces fundamentalmente agrarista», dice Bengoa. A juicio de Carlos Ruiz, la política indígena de Allende no sólo se preocupó del aspecto agrario, sino también de la conservación y recuperación de la cultura mapuche. «Los documentos de la época de la UP, como el propio mensaje con que Allende mandó el proyecto de ley al Parlamento, desmienten el dicho, hoy de moda, de afirmar que la Unidad Popular y Allende en particular confundió a los mapuche con el campesinado chileno. Allende, al parecer asesorado por el Dr. Alejandro Lipschutz, decía claramente que se trataba de situaciones distintas y llamaba la atención a los aspectos culturales como el derecho a la educación en su propio idioma y la enseñanza de las tradiciones», destaca Ruiz.

 

«El problema indígena – señalaba el Mensaje de Allende al Congreso – es preocupación esencial del gobierno popular y debe serlo también de todos los chilenos (…) la problemática indígena es distinta a la del resto del campesinado, por lo que debe ser observada y tratada con procedimientos también distintos y no siempre el legislador ni el ciudadano común lo entendieron, agravando con ello el problema. Como es diversa su escala de valores lo es también su conducta. En cuanto tiene conciencia que por centenares de años ha sido el dueño de la tierra su actitud es la de quien se siente desposeído de algo que en justicia le pertenece, en tanto, para los restantes campesinos, el logro de la tierra constituye una conquista. Su bandera de lucha es la recuperación, mientras para los demás es la distribución para quienes mejor la trabajen». Todo un avance en momentos en que el marxismo en América latina, tributario de la III Internacional, subsumía la cuestión indígena, con la excepción de Mariátegui, en el marco de la lucha de los campesinos, oprimidos y explotados, como un componente de la cuestión agraria.

Un real nuevo trato

Allende no restringió a sus discursos su conocimiento de la importancia cultural y religiosa de la tierra para los mapuches. Como pudo, se esforzó por reparar un siglo de atropellos y despojos. «Independiente de la forma, si apropiada o inapropiada, en el gobierno de Allende se dio un tipo de salida a la demanda de tierra mapuche. Podemos decir que hubo una férrea voluntad política en ese sentido», señala a Azkintuwe el cientista político mapuche, José Mariman. «Con esto quiero decir que si bien la Reforma Agraria no era una política pensada para dar respuesta a la demanda histórica de restitución de tierras usurpadas a los mapuche, no es menos cierto que campesinos mapuche se beneficiaron de la Reforma Agraria accediendo a tierra, que de otra forma no hubiera sido posible», destaca.

 

Las palabras de Marimán son refrendadas por una opinión de Jacques Chonchol, ex ministro de Agricultura de Allende, registrada en el libro «La Reforma Agraria y las Tierras Mapuche» (Lom, 2005) de Martín Correa, Raúl Molina y Nancy Yánez. «La ligazón de la Reforma Agraria con la restitución de las tierras a las comunidades fue una decisión personal del presidente Allende, utilizando un instrumento que no era para eso, que era la ley de Reforma Agraria y que tenía otra finalidad, que era la redistribución general de la tierra, pero que ante la demanda de los pueblos indígenas y al no tener otro instrumento legal porque la Ley Indígena no lo permitía, permitió en alguna medida poder cumplir esos objetivos, porque él tenía muy claro que era un problema de justicia», señala Chonchol.

«No cabe duda que el Gobierno de la UP tenía la voluntad política de aliviar en parte la situación de empobrecimiento a que fue y es objeto el pueblo Mapuche, mediante políticas de despojo de su territorio y riquezas naturales y de asimilación implementadas por sucesivos gobiernos chilenos. Sin embargo, la Ley de Reforma Agraria estaba pensada para los chilenos, sin distinción étnica», subraya Reynaldo Mariqueo. «Sin embargo, poderosas organizaciones reclamaban la restitución de las tierras a las comunidades, tales como la Confederación Nacional Mapuche, la Federación de Estudiantes Indígenas, Netuaiñ Mapu, Sociedad Galvarino, las Asociaciones Regionales Mapuche, entre otras, estaban en la vanguardia de esta lucha. También existían organizaciones mixtas de campesinos y mapuche como los Consejos Comunales Campesinos, el MCR, la Confederación de Campesinos e Indígenas Ranquil y la Confederación Obrero Campesina, que apoyaban», rememora.

«Pesea ello -destaca Mariqueo- hay que hacer notar que durante los 3 años del gobierno de Salvador Allende el pueblo Mapuche recuperó más tierras que durante los casi 20 años de los Gobiernos de la Concertación. En efecto en Arauco, por ejemplo, las comunidades mapuches solo han logrado recuperar el 60% de los ex asentamientos creado durante los 3 años que duro el gobierno de la UP. En lo personal, a fines de 1971 creamos un comité pro-reforma agraria en Lulul-Mawidha o Roble Huacho, comuna de Padre Las Casas. En poco tiempo pasamos a formar el «Asentamiento Roble-Huacho» ubicado en el fundo «La Selva» de «propiedad» del conocido latifundista de la región, German Becker. A pesar que el fundo fue legalmente expropiado, le fue devuelto al latifundista por Pinochet y nosotros fuimos expulsados. Hoy recién los comuneros de Lulul Mawidha están en el proceso de reorganización con el objeto de recuperar lo obtenido en aquellos años».

 

En concreto, entre el 4 de noviembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973 se expropiaron en la Araucanía 574 fundos, con una superficie de 636.288 hectáreas. Los predios expropiados a favor de comunidades mapuches o con participación mapuche fueron 138. «En sólo 3 años fueron devueltas a las comunidades, 220.000 hectáreas sólo contando a Malleco y Cautín, y muchas más en Arauco, Biobío, Osorno, Valdivia y Llanquihue. La dictadura desde 1973 volvió a usurpar estas tierras que se «devolvieron» a los usurpadores, renovando así el conflicto que se mantiene hasta ahora, por ejemplo, en Temucuicui, comunidad que había sido beneficiada con recuperar tierras que desde 1973 volvió a perder», subraya al respecto Carlos Ruiz.

«Cualquiera sea la lectura de la experiencia de la Unidad Popular, lo acontecido forma parte de nuestra historia. Y en la perspectiva del porvenir más vale no hacer tabla rasa del pasado. La vía chilena al socialismo que liderara Salvador Allende fue una experiencia difícil, compleja, no exenta de fallas y errores, pero para amplios sectores mapuches, trabajadores y pobres del campo y la ciudad fue una experiencia cargada de esperanzas», resume el profesor Arauco Chihuailaf. «Allende me parece ante todo un político chileno bien intencionado, buscando mejorar las condiciones socio-económicas miserables en que vivían y aún viven tantos chilenos y mapuches», subraya por su parte José Marimán.

 

«En lo personal lo admiro por ofrendar su vida por sus ideas, a diferencia de esos socialistas que nos gobiernan hoy y que de hiper revolucionarios pasaron a mercaderes del neoliberalismo. De estos últimos no me molesta el cambio, lo puedo aceptar; pero el engaño a los que han depositado sus esperanzas de mejorar sus vidas, mientras se lucran ellos, me parece abominable. Por otro lado, Allende no es el responsable final de encuentros o desencuentros entre chilenos -en este caso de izquierda- y mapuches, hay una culpabilidad colectiva que recae en la forma en que nos abordó la izquierda chilena y la forma en que nuestros propios líderes pensaban por aquellos años nuestra situación», concluye.

* Reportaje publicado originalmente en Revista Punto Final Nº665. Especial Centenario de Salvador Allende.

 

Pedro Cayuqueo (Periodista yDirector Azkintuwe)