En estos días la imaginación de la izquierda es desbordada por las apocalípticas imágenes del triunfo de Zuluaga. Es verdad, Santos no es santo de la devoción de nadie, pero al lado de Zuluaga aparece como un gentil caballero. Zuluaga, es verdad, representa el discurso neandertal de lo peor de la derecha ultramontana de este […]
En estos días la imaginación de la izquierda es desbordada por las apocalípticas imágenes del triunfo de Zuluaga. Es verdad, Santos no es santo de la devoción de nadie, pero al lado de Zuluaga aparece como un gentil caballero. Zuluaga, es verdad, representa el discurso neandertal de lo peor de la derecha ultramontana de este país. Es verdad que con Santos también se asesina sindicalistas, se desplaza, se hacen falsos positivos, se bombardea indiscriminadamente; no olvidemos que Santos impulsó la ampliación del fuero militar y ha criminalizado la protesta social mediante la ley de Seguridad Ciudadana. Pero Zuluaga es más guache, eleva los «pecados» de la oligarquía colombiana a la categoría de «virtud». Por ello es entendible la mezcla de rechazo, el miedo y la histeria que la posibilidad de un triunfo de Zuluaga ocasiona en muchas personas honestas. Esto es lo que ha llevado a un sector importante de la izquierda plantearse apoyar a Santos en la segunda vuelta. En principio, me parece esta opción respetable si no se pone mucha fe en este personaje; el miedo, empero, no es buen consejero, y hay que analizar objetivamente los hechos. Alguien por ahí dijo que si gana Santos la paz no está asegurada, pero si gana Zuluaga la guerra total es una certeza. No estoy tan seguro, sin embargo, de la validez de esta afirmación.
¿Al filo del caos?
¿Se acuerdan antes de que Santos fuera elegido? ¿No se decía que sería el continuador del uribismo? ¿No era «Chuky» el candidato del guerrerismo, de los falsos positivos, de las agresiones a Ecuador y Venezuela? ¿No eran estos epítetos bastante merecidos, además de parecidos a lo que hoy se dice de Zuluaga? Y sin embargo, Santos, pese a que jamás habló de paz en su campaña, pese a que abanderó la «seguridad democrática», tuvo que terminar negociando la paz en La Habana, en parte por la presión popular en las calles, en parte por la presión guerrillera en el campo de batalla, en parte por las presiones de la comunidad internacional que, tras diez años de Plan Colombia, busca alternativas para acabar un conflicto que por la vía militar no se acaba, a menos de producirse la temida «hecatombe». De la misma manera, un presidente que prometa la paz tampoco es garantía de nada ¿No fue Pastrana elegido para hacer la paz? Efectivamente, impulsó los diálogos del Caguán, a la vez que se unificaban las maquinarias paramilitares en las AUC y se negociaba e implementaba el Plan Colombia. Según sus propias confesiones, para lo único que sirvieron esas negociaciones desde su punto de vista, fue para poder desacreditar la solución política al conflicto, dar un respiro al gobierno para modernizar y ampliar el aparato militar, y así preparar el terreno para el uribismo.
Zuluaga puede decir las pendejadas que quiera; pero lo que haga al final de cuentas, es otra cosa, precisamente, porque los presidentes colombianos no tienen ni la autonomía ni el poder para decidir sobre el curso de la guerra. Eso se decide en otro lado. Así que si Santos avanzará con la negociación o Zuluaga la detendrá, todo está en el campo de la especulación. De hecho, Zuluaga ya está reculando de sus afirmaciones sobre terminar las negociaciones. Seguramente alguien le jaló de las orejas.
Especulación e histeria
Como hay tantas personas dedicadas a especular estos días, haciendo que la histeria crezca como una bola de nieve, quiero yo también especular un poco. Personalmente, no creo que Zuluaga tenga posibilidad alguna de ganar las elecciones. Creo que está inflado por los medios, que está totalmente sobredimensionado como todo el uribismo [1] . La oligarquía no es boba y no da puntada sin hilo. Santos tiene su imagen tremendamente desgastada, no por el proceso de paz, como quieren hacer creer algunos opinólogos avivatos, el cual sigue teniendo un firme respaldo de la mayoría de la población. Su imagen está desgastada por el pobre manejo del país, por las crecientes desigualdades, por el desastre que han significado los tratados de libre comercio, por lo difícil que está la vida para la inmensa mayoría de los colombianos que no votan. Para empezar con un segundo mandato fuerte, necesita replantear la «unidad nacional» con la que comenzó su primer mandato. Para eso, la paz la maneja como el pegante que puede juntar un consenso importante en torno a su segundo mandato y comenzar con una cara fresca, renovada, con capacidad de plantear la paz ya en sus propios términos (es decir, la paz con injusticia social). Estos manejos electorales no son nuevos: recordemos como inflaron a Mockus en la primera vuelta de las elecciones del 2010, para sacar al Polo del camino, y en la segunda vuelta, la «ola verde» se desinfló sin pena ni gloria. Y Santos emergió con un triunfo arrollador, con poses cesaristas. Creo que ahora buscan hacer algo parecido.
Y también veo otro objetivo en toda esta manipulación y es poner más presión sobre la insurgencia para así lograr una paz minimalista, con injusticia social, equivalente a una rendición. ¿No han aparecido ya algunos autodenominados intelectuales a exigir a la guerrilla de las FARC-EP un nuevo cese al fuego unilateral, aprovechándose de la histeria zuluaguista-uribista? ¿por qué no exigir al Estado que acepte el cese al fuego bilateral que se les ha ofrecido mil veces, mientras se han aprovechado de los ceses al fuego unilaterales de la insurgencia para escalar los ataques contra la población civil y contra los guerrilleros? ¿No han aparecido algunos a pedir mayor celeridad en el proceso, algo así como «firmen cualquier vaina pero háganlo ya»? ¿la paz acaso no es algo lo suficientemente serio, que requiere del tiempo que haga falta para tomar las decisiones acertadas? ¿No han aparecido otros a decir que las FARC-EP deben guardar un silencio sepulcral y no hacer declaraciones políticas para no poner en riesgo el proceso? ¿Por qué no pedir lo mismo al ministro de defensa, a personeros del gobierno, al ismo Santos, o a los partidos en el gobierno que no paran de torpedear el proceso y mancillar la confianza de la opinión pública en una de las partes? Es difícil no darse cuenta de cómo la coyuntura la está utilizando la oligarquía para presionar una paz exprés, insustancial, espuria, que no les duela ni les cueste nada, una paz a medida de las transnacionales y de sus intereses como clase. Es difícil no darse cuenta como la histeria por Zuluaga se está utilizando para buscar la rendición de la insurgencia en la mesa de negociaciones. Y sin embargo, un sector de la izquierda ha caído redondito en esto y se une a la histeria «porque viene el lobo».
¿Quién tiene las llaves de la paz?
Creo que es legítimo que cada cual actúe a conciencia y ponderando los hechos, pero una decisión política, cualquiera que sea, debe ser tomada con la cabeza fría y evitando apreciaciones histéricas. Si se apoya a Santos para oponerse al uribismo fascistoide, si se le vota con miedo, asco o resignación, me parece perfecto. Pero que se diga así de claro y no se le den méritos a Santos que no tiene, ni cualidades que tampoco posee. Porque lo otro es terminar lavando la cara a un oligarca que tiene su manos bastante manchadas de sangre. Que Zuluaga sea un ultraderechista acérrimo, no convierte a Santos en un demócrata. Que Santos esté en medio de un proceso de paz, ni lo convierte en el presidente de la paz ni en un mandatario benevolente que ha «obsequiado» a sus súbditos una mesa de negociaciones de paz. Ningún presidente le abrió las puertas a la paz; ese ha sido un esfuerzo colectivo en el que el grueso del mérito se lo lleva ese pueblo raso, que rara vez vota pero que se moviliza, el cual es frecuentemente ignorado y olvidado en análisis políticos de derecha o de izquierda, que no cesó la resistencia multiforme en contra de la violencia del régimen. El proceso de paz es una victoria popular, no un regalo. ¿O es que entonces aceptamos que Santos presuma de ser el dueño de las llaves de la paz, como alguna vez él mismo dijo con arrogancia? Si decimos que las llaves de la paz las tiene el pueblo, hay que ser consecuentes con esta posición política, y estar dispuestos a usar estas llaves sea quien sea que gane las elecciones.
La paz no depende del monigote que está sentado en la Casa de Nariño. Ahí es donde tengo la diferencia fundamental con todos los análisis que se vienen haciendo desde posiciones histéricas, que demuestran un fetichismo presidencialista totalmente idealista (en el sentido sociológico del término) y una sobrevaloración exagerada de lo superestructural en la política. La paz y el proceso de paz, dependen de fuerzas mucho más profundas que el monigote del Ejecutivo: dependen, en primera instancia, del equilibrio en la lucha de clases. Ante un pueblo fuerte, combativo, organizado, unido y decidido, ni Zuluaga ni Santos se la mide. Insisto ante lo que dije hace unos días, que aunque suene a cliché no es por ello menos cierto: la lucha es la que decide, no el presidente ni la política por arriba. Pero la paz y el proceso de paz, también dependen de variables mucho más poderosas que la zigzagueante oligarquía colombiana con todas sus contradicciones internas: particularmente de la posición que el imperialismo juegue en esto. Ni Zuluaga ni Santos harán nada sin la autorización de la Unión Europea o de los EEUU. Ambas potencias, a las claras, no han visto agotadas las cartas de la negociación y no se arrojarán, sin más, a una aventura guerrerista irresponsable porque el finquero de Salgar (o su marioneta) los quiera empujar a ello. Los uribistas y los santistas son el perro, no el amo. Las decisiones que implementa la oligarquía, hace rato, que no se toman en la Casa de Nariño.
Cada cual en la segunda vuelta votará como quiera o se abstendrá, y todas las opciones son igualmente respetables [2] . Siempre y cuando se entienda que lo fundamental no es cómo se vota, sino la lucha. Mucho hemos hablado de «meterle pueblo» a la paz, como para que ahora termine este tema reducido a un mero tema de campaña electoral. O peor aún, para que terminemos en la izquierda divorciando la paz de la justicia social. Hasta en cómo entendemos la paz somos diferentes con Santos: para nosotros la paz son derechos, son garantías, es bienestar, es libertad, es solidaridad social. Puede sonar de Perogrullo, pero no está de más insistir que estos son tiempos de profundizar la lucha popular y que esa es la mejor manera de defender las negociaciones y de defender el derecho del pueblo a la paz con justicia social. No podemos permitir que el discurso de la paz sea utilizado para desmovilizar al pueblo o para lavarle la cara a una fracción de la oligarquía más criminal del hemisferio. Ni mucho menos para hacer causa común con quienes quitan el pan de la boca a los pobres y quitan el agua y la tierra al campesino.
NOTAS:
[1] Sobre el sobredimensionamiento mediático del uribismo ya he escrito antes http://anarkismo.net/article/
[2] Lo que no me parece respetable es el argumento chantajista y deshonesto de quienes dicen que, objetivamente, abstenerse o votar en blanco es apoyar a Zuluaga. Objetivamente (si esta palabra tiene algún significado), los únicos que apoyan a Zuluaga son quienes votan por él.
(*) José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de «Problemas e Possibilidades do Anarquismo» (en portugués, Faisca ed., 2011) y coordinador del libro «Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América
Latina» (Quimantú ed. 2010).
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