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Dedicado a esas botellas que quedaron en la mesa

«Tienes toda la razón»

Fuentes: Rebelión

Cuando vivía en Austin, Texas, una de mis tantas ocupaciones fue la de escribir semanalmente una columna cultural para el semanario el Mundo. Empecé con un apretado espacio de trescientas palabras y con la desconfianza tácita del dueño del periódico. Digo «desconfianza» porque un argentino en el exterior muchas veces confirma lo que todo latinoamericano […]

Cuando vivía en Austin, Texas, una de mis tantas ocupaciones fue la de escribir semanalmente una columna cultural para el semanario el Mundo. Empecé con un apretado espacio de trescientas palabras y con la desconfianza tácita del dueño del periódico. Digo «desconfianza» porque un argentino en el exterior muchas veces confirma lo que todo latinoamericano sabe o supone o escuchó en algún momento de su vida: «…los argentinos son todos mentirosos, soberbios, vagos, oportunistas…» y quién sabe cuántas cosas más. Para colmo de males, ya había un antecedente de esta clase de personaje rioplatense en la familia de mi futuro empleador. Pero a pesar de todo tuve una oportunidad y todos los jueves mis letras, entre otras, estaban presentes en muchos hogares hispanos.

En un principio no sabía qué nombre ponerle a mi espacio. Por sugerencia del dueño del periódico, lo titulé «Molinos y Vientos».

Confieso que muchos lectores confundían este nombre con «Molinos de Viento», cosa que me resultaba sumamente divertida.

Las semanas fueron pasando y con ellas se iban puliendo ciertas asperezas iniciales. Comenzaron a llegar algunas cartas halagadoras; en la redacción mi trato era más fluido y la sombra del argentino zángano y haragán poco a poco fue retrocediendo.

Algún día me detendré en los detalles; pero ahora lo que me ha impulsado a escribir estas líneas, fue el haber recordado una frase habitual del editor del periódico cuando quería evitar cualquier conflicto con sus colegas. Frunciendo el ceño decía: «Andrés, tienes toda la razón». Así Pedro Julio, mi cuestionado editor, ponía punto final a las conversaciones.

Su aspecto físico muchas veces contrastaba con su sumisión ante sus jefes inmediatos. Pedro Julio era alto, su cuerpo dejaba entrever un pasado deportivo, sus bigotes gruesos y parcos le otorgaban una cierta seriedad. Pero lo más llamativo fue que Pedro Julio era cubano. Escribo «era» porque rápidamente abrazó la cultura norteamericana y no solo los fines de semana eran para él weekend, sino que amaba el bistec, la Mc política y las Mc mujeres.
A veces se cae en el error de identificar a una persona con la historia del país en el cual nació. En el caso de Pedro Julio, pensé que por el solo hecho de ser cubano llevaba en la sangre ese espíritu revolucionario tan digno y sediento de libertad. Contadas veces en sus columnas tituladas Palabras al vuelo, soplaba las alas de su imaginación llevando al lector a un espacio de confrontación con la Mc realidad.

Tantas veces lo escuché decir » tienes toda la razón» que después de casi un año y medio de haber regresado a Buenos Aires pienso que la estupidez se disfraza de pedantería y que la ignorancia ocupa puestos estratégicos.

Haciendo un breve análisis de este eslogan «tienes toda la razón», he elaborado una serie de preguntas que espero nadie pierda el tiempo en darles un sentido.

Jugar con el lenguaje es una de las tantas formas de volver a construirlo.

¿Qué es tener toda la razón? ¿Se puede tener una parte de razón? Si es así, la otra «parte» que no tengo de razón ¿quién la tiene? ¿O es la no razón?

La razón si se tiene se puede adquirir, entonces: ¿Dónde la venden? ¿O se alquila?

Cuando no se tiene la razón ¿qué se tiene? ¿La sin razón? ¿La sin razón es la locura? ¿O es una clase dietética de razón? ¿Esa razón es la misma que llevó a Descartes a edificar su método? ¿Es la misma razón con la cual Santo Tomás argumentó la existencia de Dios? ¿Hay distintos tipos de razón?

Termino estas líneas desde Buenos Aires, con la firme convicción de que esa razón es para aquellos hombres que saludan con la mano flácida o para aquellos otros que se esconden detrás de una pollera y anhelan ser algún día, la razón universal de los infames.