El Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos, vigente desde enero del 2004, ha sido destacado como un éxito por las autoridades y el sector privado, en circunstancias que arroja señales dispares que es necesario reinterpretar. A un año de su puesta en marcha, pocas de las proyecciones iniciales de este acuerdo se […]
El Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos, vigente desde enero del 2004, ha sido destacado como un éxito por las autoridades y el sector privado, en circunstancias que arroja señales dispares que es necesario reinterpretar. A un año de su puesta en marcha, pocas de las proyecciones iniciales de este acuerdo se han cumplido: Chile no está en las ligas mayores, el TLC no ha pasado a ser una máquina de creación de empleos, las exportaciones al mercado norteamericano no se han multiplicado y las inversiones estadounidenses no han aumentado. Pero, por sobre todo, lo acordado en el convenio con la primera potencia mundial no ha permitido avanzar hacia un desarrollo social, aspecto ausente en los términos de este contrato netamente comercial..
Al observar el desempeño del acuerdo podemos afirmar que ha habido una expansión de las exportaciones, pero a una tasa menor al promedio del 2004 (21 por ciento contra 50 por ciento), en tanto las importaciones de productos estadounidenses, probablemente por la debilidad del dólar, aumentaron el año pasado por sobre el promedio (un 30 contra un 27 por ciento).
En cuanto a las exportaciones hacia este mercado, éstas siguen concentradas en productos de bajo valor agregado (léase no generadores de empleo), y basados en recursos naturales. El TLC no ha logrado, salvo casos aislados, diversificar la oferta exportadora.
La balanza comercial con Estados Unidos ha sido históricamente favorable a Chile, no obstante el mayor aumento proporcional de las importaciones respecto de las exportaciones ha comenzado a matizar esta tendencia. En febrero pasado las importaciones de bienes procedentes desde Estados Unidos ascendieron un 50 por ciento, en tanto las exportaciones chilenas hacia este país crecieron sólo un 26 por ciento. Aun sin observarse un cambio en la tendencia de la balanza comercial -que se mantiene favorable a Chile- sí puede afirmarse que el TLC ha abierto, en términos, por cierto, proporcionales- más mercados a los bienes norteamericanos que a los chilenos.
Uno de los principales argumentos levantados por los gobiernos de la Concertación para suscribir éste y otros TLCs ha sido el favorable impacto que tendrían sobre el empleo. Pero el efecto ha sido, casi como una ironía, sobre el desempleo. Se observa una brecha entre el crecimiento de la economía y las exportaciones, por una parte, y el aumento del desempleo y deterioro de la calidad de los trabajos. Si sumamos a ello el aumento de las exportaciones en los sectores antes mencionados, nos da por resultado una mayor productividad, ecuación que se vuelve a cargar en las trabajadoras y trabajadores mediante una mayor flexibilidad laboral (aunque no, afortunadamente, al grado que sectores empresariales ligados a la exportación han venido exigiendo).
Otro impacto mínimo del TLC ha sido sobre las inversiones. Si se observan los flujos de inversión extranjera hacia Chile durante el 2004, los cuales registraron un crecimiento superior al setenta por ciento respecto al 2003, no aparecen capitales significativos procedentes de Estados Unidos, en cambio un 80 por ciento provino de España y un 7,3 por ciento de Canadá.
La Alianza Chilena por un Comercio Justo y Responsable (ACJR) había advertido en varios estudios previos el impacto negativo del TLC con Estados Unidos, estudios que no fueron considerados durante las negociaciones.
En el documento TLC Modelo para Armar, la ACJR citaba un documento del Comité de Representantes de Comercio de Estados Unidos, en el cual se afirmaba que las proyecciones sobre el intercambio comercial con el TLC favorecerían significativamente las exportaciones de EEUU a Chile. «Para el 2016, señalaba el informe, las exportaciones estadounidenses a Chile aumentarían de un 18 a un 52 por ciento, en tanto las provenientes de Chile crecerían sólo de un 6 a un 14 por ciento». A poco más de un año de su puesta en marcha, estas proyecciones parecen cumplirse.
El TLC entre Chile y Estados Unidos es un precedente no muy feliz para las diversas negociaciones norte sur que Chile está impulsando, así como también para los países latinoamericanos que están enfrentando negociaciones con Estados Unidos similares las que realizó Chile. A diferencia del ya suscrito, en estos casos observamos importantes cuestionamientos y movilizaciones sociales, en especial cuando en Latinoamérica surge el tema de los resguardos nacionales frente a las utilidades y regalías de la inversión extranjera, tema que en algunos países ha pasado a ser un problema de gobernabilidad, como lo hemos visto en Bolivia.