Vivimos en el filo de la navaja, dando la espalda al peligro que representa una guerra que va cubriendo etapas hacia el uso de armas nucleares tácticas y de ahí hacia un escenario crítico universal.
Los contendientes, Rusia, Ucrania y sus respectivas alianzas, se desafían mutuamente, se intercambian bombas y sabotajes, se cruzan drones algunos armados con bombas, dan la batalla de los relatos y mienten sistemáticamente, poniendo su empeño en ganar la guerra por la vía militar, algo muy improbable. Muchos de los que justifican que el único camino es derrotar a Rusia en el campo de batalla, jamás irán a una guerra, pero hablan como expertos mariscales en platós de televisión.
La guerra y cómo ganarla ocupa el tiempo de quienes deberían utilizar la mayor parte de su tiempo en convencer al mundo de la urgencia de la paz. Pero hemos llegado a un punto en el que todos los huevos se ponen en la cesta de la guerra y mientras los rusos extienden el miedo con el arma nuclear y los ucranianos por boca de Zelenski no se cansan de pedir más y más armas a la OTAN, convencidos de que finalmente ganaran. Otro absurdo, pues al final todos serán perdedores. Ninguno está en condiciones de ganar. En todo caso, creo que hay un antes y un después de la voladura de la presa de Nova Kajovka. Al menos así lo ha explicado el general Rafael Dávila que tras la voladura de sus muros y compuertas ha sentenciado que Ucrania entra en un estado si cabe más crítico, a punto de perder la guerra, en referencia al efecto psicológico y moral sobre la población. Y es que el desastre de la fuga de agua que lo anega todo a su paso es irreparable.
Lo que escribo ahora es polémico y contundente. No hay territorio, sea ruso o ucraniano que justifique una matanza. Son miles los muertos que suman una cifra secreta que nadie da. Ni rusos ni ucranianos reconocen la verdad de su tragedia. Ambos gobiernos invisibilizan a los caídos en los combates, lo cual es el colmo de la indignidad. Los contendientes mienten, ambos, y se culpan de sus excesos, mientras la central nuclear de Zaporiyia se libra por los pelos de ser el detonante de un apocalipsis. De momento. De hecho, Josep Borrell ha reconocido que lo peor está por llegar. ¿Está pensando en el uso de arma nucleares?
Los discursos que proclaman el derecho de autodefensa no andan descaminados y, sin embargo, no nos hablan de una verdad absoluta, no la hay. ¿Matar a inocentes es la estrategia válida? ¿Mandar a morir a chavales de veinte años? ¿Ese es el plan? Si la autodefensa es válida y aún necesaria ¿por qué el mundo occidental condena a organizaciones armadas palestinas? ¿por qué no se ayuda militarmente a Palestina? La respuesta está en la naturaleza del conflicto, la guerra de Ucrania es pura geopolítica y la primera piedra de un nuevo orden internacional en cuyo puesto de mando quieren estar las grandes potencias. La lucha por los territorios es la excusa de poderes globales empeñados en una batalla por la hegemonía mundial. La guerra de fondo es geoeconómica y Ucrania es el tablero donde se dirime la partida.
La guerra es siempre fuente de extraordinarias injusticias. Mueren los que obedecen, no los que mandan. Yo, al principio de esta guerra creía que una parte sustancial de la ayuda en armas iba a las manos del pueblo ucraniano. Y simpatizaba con ello. Yo era un inocente. En realidad, el ejército de Ucrania controla esos envíos con la misma contundencia que obliga a ir al frente a los mayores de 18 años, e impide abandonar el país a los hombres de entre 18 y 60 años. En una guerra los ejércitos se igualan. Son deleznables. Ninguno respeta los derechos humanos.
No puedo obviar algo esencial: Putin y su visión de una Rusia de alma zarista son los mayores culpables. Está muy claro. Para reivindicar territorios hay otros caminos infinitamente menos traumáticos y más civilizados. Eligieron la invasión, la barbarie.
La guerra de Ucrania está enquistada. Ha habido oportunidades de diálogo auspiciadas por iniciativa del estado Vaticano, de China, de Brasil. Pero el diálogo será factible cuando Estados Unidos estime que Rusia está suficientemente debilitada, y por su parte Putin abandone el inaceptable mal sueño de levantar una gran Rusia belicosa, imperialista. Por su parte, Zelenski, es un personaje inquietante que se ha dejado envolver por los discursos que lo alaban como a un resistente ejemplar que ha dejado atrás la etapa épica de la resistencia por otra guerrerista que se ha creído el cuento de que puede derrotar a una potencia nuclear. No sé como acabará en la historia, pero puede que al final no sea más que un personaje manipulado.
Al final son los pueblos, las gentes, quienes sufren la guerra. Las muertes no cesan. Son muchos los ucranianos y los rusos a los que les mandan a matar y morir por decisión de unas elites. Ya hay países europeos que preparan un posible envío de tropas al terreno, lo que sería algo terrible para nuestras sociedades y para una democracia que, entonces sí, sería fallida. La guerra sigue su curso, quemando etapas y nosotros hemos decidido ignorarla. Su presencia en nuestras vidas es pequeña. Como que ya terminó.
En el mundo de hoy no andamos sobrados de paz. Lo que si sobran son los comportamientos desafiantes, guerreristas. En medio de una pandemia mortal se abre una guerra cuyo desenlace se ignora. ¿No estaremos cortando la rama en que se sostiene la humanidad? “La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa” escribió Erasmo de Rotterdam, humanista neerlandés. También me gustan las palabras del escritor alemán Thomas Mann: “La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”. Y Martin Luther King “Una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual”.
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