El premio de la Academia de Música es a la obra de toda una vida de un autor de lengua española. Pero cumplirás próximamente 60 años en un país donde la longevidad, además de ser un fenómeno extendido, tiene muchos ejemplos de personas que con edades entre los 70 y 80 años permanecen activos en […]
El premio de la Academia de Música es a la obra de toda una vida de un autor de lengua española. Pero cumplirás próximamente 60 años en un país donde la longevidad, además de ser un fenómeno extendido, tiene muchos ejemplos de personas que con edades entre los 70 y 80 años permanecen activos en la política, la ciencia y la creatividad artística. Ello permite considerar la posibilidad de que te quedan más de una decena de años para crear nuevas canciones,¿ por lo que quizás van a tener que repetirte este premio?
Antes que nada quiero decir que agradezco profundamente este premio, lleno de significaciones. Yo llegué a Madrid por primera vez en 1977, luego de pasarme un año en la guerra de Angola. Me ayudó mucho el contacto con aquella España reverdeciente, renacida, que acogió a la trova cubana y revolucionaria con un júbilo desbordado. Recuerdo a Carlos Puebla reventando teatros con sus tradicionales tocadores de marímbulas, y latas de betún. Los más jóvenes cantábamos admirados de aquel público generoso, que hacía un silencio impresionante para no perderse ni un suspiro de cada canción. Recuerdo un titular de una envergadura que nunca antes ni después he visto: «Silvio es mejor que Dylan». Por poco me desintegra aquel amor exagerado.
Desde entonces he regresado a España todos los años, a veces más de una vez, en ocasiones sólo de paso, por lo que he podido ser testigo de la evolución que ha tenido el país. Puedo afirmar que en todo este tiempo de relación sólo una vez se nos quedó desvestida una sala ―en realidad fueron dos veces, porque eran dos conciertos en un día―. Pero salvo aquella insólita experiencia en 1978, siempre he sentido que el público español me considera e incluso que me quiere. Todo esto es para decirte que, premios, España me ha dado muchos, de la misma forma que creo haberle entregado un trabajo honesto. Lo especial de esta recompensa consiste en que por primera vez una institución del estado español me toma en cuenta. Y vaya forma espléndida de hacerlo.
Respecto a tu pregunta, te confieso que me encantaría poder estar a la altura de los que consiguen mantenerse activos y aportando, aunque la verdad es que nunca he sido muy candelero. Esto de un premio «a la obra de toda una vida» es cierto que da ganas de componer muchas buenas canciones, para decir sin palabras y sin que nadie se ofenda: «¿Han visto cuánto me quedaba por hacer?»
De «Cita con Ángeles» dijiste que eran canciones más bien reflexivas sobre el inquietante y aterrador escenario internacional de hoy en día. Algo que creo muy válido. Pero ¿no crees necesario también que Silvio Rodríguez deje constancia de canciones reflexivas sobre la actual realidad cubana? .
Sobre la actualidad cubana dejé sólo una canción en «Cita con ángeles», la llamada «Alabanzas», que comienza con una cuarteta dedicada a los balseros. Hubo dos autoreflexivas que saqué, porque quise concentrar la primera «Cita» en la llamada «política de guerra preventiva», engendro imperial que ha retorcido la suerte del mundo entero. Pero dentro de un tiempo ya verás como llega la segunda «Cita», asistida por nuestros ángeles locales.
En las conversaciones con otros te distingues por un excelente uso de la ironía ¿Alguna vez has hecho algún balance sobre el uso de la ironía en tu obra discográfica?
No creo que me de mucha cuenta de eso de la ironía, pero he oído decir que el guajiro se hace el muerto para ver el entierro que le hacen, y hay que tomar en cuenta que yo soy del campo… De todas formas te confieso que aún no he hecho un balance de las ironías en mis discos.
Tu generación tiene la singularidad de que estrenó su adolescencia en los años de la infancia de la revolución cubana. ¿Desde tú memoria pudieras dibujarme un retrato de esa generación?
Creo que la mía fue una generación que tuvo que crecer a toda prisa, porque la infancia de la Revolución que yo conocí fue una convulsión social muy fuerte, una realidad muy exigente, muy necesitada, que a veces no daba tiempo para un desarrollo sosegado, ideal. O sea que algunos tuvimos que quemar etapas y cuando dejamos atrás la adolescencia ya éramos un poco ancianos en algunos sentidos. Es probable que por eso hayamos parecido demasiado serios, crítica que algunos más jóvenes nos hacen ―sin duda con alguna razón, aunque nuestros mayores nos acusaban de todo lo contrario―. Sin embargo yo creo que en gran medida nosotros nos creímos la lucha y la historia de nuestros padres de principio a fin y que la asumimos como una continuidad natural, pensando que la existencia consistía precisamente en eso, en un devenir de compromisos. Podría decirse que la mía fue una generación inicialmente inspirada, que acabó siendo diversa y contradictoria, como muchas otras.
Hay muchas versiones para describir el ser cubano. ¿Cuál es la tuya?
Para mi la mejor sigue siendo la de Don Fernando Ortiz, aquella de que el cubano es un ajiaco. En años recientes, hasta donde sé, me parece que hay aportes a ese tema ancestral en la novela «El Vuelo del Gato», de Abel Prieto, y en el ensayo «Por los caminos de la mar», de Guillermo Rodríguez Rivera. Por mi parte desde hace tiempo sé que cualquiera pudiera parecer más cubano que yo. En mis primeros viajes al exterior de Cuba aprendí eso, con no poco fastidio, sobre todo cuando se trataba de países del Caribe. Nos invitaban a fiestas y agasajos, y me daba cuenta de que nuestros anfitriones esperaban otra actitud de mi. Se desconcertaban cuando veían que yo no era muy pachanguero ni se me subía el santo cuando sonaba una rumba. Es que hay más de un tipo de cubano, pero el alborotao fue el listillo que inscribió el copyright.
Prometiste no hace mucho la edición del disco «Erase» con temas inéditos creados entre 1968 y 1970 ¿Qué hay sobre ese proyecto?
«Érase que se era» está prácticamente terminado. Lo he dejado reposar un poco porque, cuando pongo distancia de por medio, le descubro basuritas que me gusta ir limpiando poco a poco. Yo creo que saldrá antes del verano.
En la música cubana desde siempre ha existido una corriente de coqueteo con el erotismo, En tú extensa discografía, que recuerde, sólo existe una pieza «Desnuda y con sombrilla» -incluida en la trilogía «Silvio», «Rodríguez» y «Domínguez» – que aborda el tema erótico. ¿A qué se debe esa ausencia?
Esta inquietud tuya me hace recordar una canción de mis comienzos, titulada «No vayas a cerrar los ojos cuando hagamos el amor», que para su momento resultaba un poco escandalosa y después olvidé y se quedó sin disco. No sabría decir por qué tengo pocas canciones eróticas de principio a fin, porque por otra parte me parece que hay unas cuantas donde el erotismo se asoma como una sombra que luego se disuelve. Por ejemplo, en «Hoy mi deber», o en «Tu Fantasma», en que lo erótico salpica aquí o allá, sin llegar a convertirse en protagonista. Por cierto, «Ando como hormiguita» me parece bastante explícita. Aunque para canciones eróticas prefiero las de Aute.
En la televisión – también en otros medios- casi cada día hay una publicidad política dedicada a acentuar el hecho de que los cubanos tenemos una larga tradición guerrera. En tu obra musical hay también bastantes canciones épicas. Sin embargo, los conflictos bélicos o de violencia armada en la historia nacional desde el inicio en 1868 de la primera guerra de independencia hasta el año 1959 – triunfo de la revolución – no llegan a sumar 20 años. ¿No crees tú de que sea hora de expandir un debate público, tanto desde los medios como desde la creación artística, sobre la hechura de la cubanidad sin olor a pólvora?
Eso me hace recordar que cuando hice «Sueño de una noche de verano», que es una canción a todas luces antibélica, la usaron para un clip dedicado a la defensa. La primera impresión que tuve fue funesta, porque sentí que se estaba desvirtuando mi propósito. Pero resultó que por aquellos mismos días hubo una agresión horrenda a unos jóvenes guardafronteras, los que primeramente fueron maniatados y después asesinados. Aquel hecho conmocionó a la sociedad y además se encargó de recordarme por qué en Cuba no se puede bajar la guardia.
Por otra parte creo que esa totalidad de 20 años de combates ―que a ti te parecen escasos para representar a toda nuestra historia―, son la punta de un de iceberg colosal que reúne esperanzas, frustraciones y luchas que fueron haciendo posible nuestra independencia y nuestra nación. A mi me ha servido de inspiración saber que los más grandes intelectuales de la historia de Cuba tuvieron mucho que ver con el proceso de emancipación nacional. Así que no veo mal ese debate público que propones ―creo que estás en el derecho de hacerlo y defiendo tu derecho―, aunque a mi me parece que todavía tenemos razones muy palpables para no bajar la guardia y tener presente lo que nos ha costado ser soberanos.
A pesar de la amplia difusión internacional de tu obra sigues editando con sellos independientes por lo que está fuera del mercado de las grandes corporaciones disqueras. ¿Eso responde a una decisión propia o a un bloqueo por tu condición de cantautor cubano revolucionario?
Las grandes corporaciones disqueras no han tenido mucho interés en difundirme y cuando han mostrado alguno ha sido con condiciones que me han parecido inaceptables. «La amplia difusión internacional» que tu dices se debe más a los pueblos que a las disqueras. Supongo que alguien alguna vez hará un estudio sobre lo sucedido con mi música y la de otros. Músicas que han sido reproducidas casi artesanalmente y trasmitidas no sólo de país en país sino también de una generación a otra. Yo mismo no logro abarcarlo totalmente y me parece una suerte de milagro, testimonio de una voluntad colectiva en la que la identificación con la canción suple lo que en otros casos hace el marketing.
Está visto que los pueblos no bloquean, pero los gobiernos y las instituciones sí, a veces incluso las culturales. Me trague la tierra si alguna vez me he creído representante de Cuba o de la Revolución, pero el hecho de que coincida en posiciones fundamentales, para los simplificadores, me convierte automáticamente en cantor oficial. Y vaya si no me han pasado cuentas también por eso.
Siendo Cuba, como es, una verdadera potencia musical, podría decirse que carecemos de una distribución disquera mínimamente sensata. Así que puedo garantizarte que no he sido correctamente difundido ni en mi propio país, aunque ese lamentable privilegio lo comparto con muchos otros músicos cubanos.
España, al parecer, ha pasado a ser una especie de país trampolín para la difusión internacional principalmente de la música, la literatura y el cine cubano. ¿A qué crees se debe ese fenómeno?
Es un papel histórico que le ha tocado a España, tienes razón. Regresamos a ella y ella contribuye a proyectarnos, amplificando el espectro receptor. Aunque en mis años mozos ese papel era menos conciente que hoy, además que mucho más rudimentario, porque por entonces España no contaba con la desarrollada industria del espectáculo que hoy tiene. La multiplicación de los festivales de cine, el fenómeno editorial español, los premios Goya, la creación de la Academia de la Música, la presencia de España en eventos como los Granmy y los Oscares (sitios donde no dan cabida a los que vivimos en la isla). Nada de eso existía en las proporciones actuales a fines de los 70, cuando llegó mi generación de trovadores a la península. Y por supuesto que me parece muy bien que exista ese desarrollo y que todo eso sirva de apoyo a los artistas Latinoamericanos también. Creo que incluso es un deber de España, deber que España asume gustosamente, entre otras cosas por ser una forma de ejercer su condición de Madre Patria.
El presidente Fidel Castro, el pasado 17 de noviembre en la Universidad de La Habana, anunció por vez primera la posibilidad de que la revolución puede ser reversible, de que los cubanos, desde adentro, pueden auto destruirla. Como tienes prestigio de observador agudo quería preguntarte si desecharías del todo un futuro escenario del efecto Fuenteovejuna, o sea, algo así como, ¿quién derrocó a la revolución? ¡Todos a una, Fuenteovejuna señor!
A mi me parece que aunque Fidel haya hecho la observación ese día, no quiere decir que la posibilidad de autodestrucción de la Revolución sea reciente. A mi juicio Fidel siempre ha sabido eso, aunque en su caso probablemente confiaba en su experiencia dirigente y en la de sus compañeros para impedirlo. Yo creo que Fidel lanza esa idea para dar una motivación a los que van a dirigir cuando el no esté. Pudiera ser, incluso, una forma de articular el mecanismo de la supervivencia: antes que nada aprender a cuidarse de uno mismo.
En el caso de una revolución, de un sistema, de todo un país, los errores pueden multiplicarse extensa y variadamente. En el caso de una cultura tan rica como la cubana, un error crucial pudiera tener matices inimaginables. Las revoluciones, tratando de dar relieve a lo mejor de los seres humanos, reprimen las características menos buenas de los hombres. La inteligencia lleva muchos años dándose cuenta y llamando la atención sobre lo mismo. Pero el conflicto sigue siendo si somos capaces de dar un salto cualitativo por sobre nuestras miserias. Quizá esa vieja y difícil cuestión fuera el polvo que flotaba en la sala de la Universidad, aquella tarde.
Versión íntegra de la entrevista reproducida con cortes, tal vez por problemas de espacio, en el Mundo el 6 de Abril de 2006