«El poeta Kavafis escribió que Itaca no existe, lo que existe es el viaje hacia Itaca. Lo mismo se podría decir del socialismo. Y también se podría decir que a pesar de los naufragios, el viaje vale la pena». Eduardo Galeano La Revolución Cubana es el acontecimiento más importante del siglo XX en América Latina, […]
existe, lo que existe es el viaje hacia Itaca.
Y también se podría decir que a pesar de los naufragios, el viaje vale la pena».
La Revolución Cubana es el acontecimiento más importante del siglo XX en América Latina, y así será valorado por la historia. Cuba se hizo cargo -con todos los peligros y costos que ello implicaba- de la continuidad de la lucha independentista en nuestra América. En los años 60 encarnó con gallardía lo más auténtico del genio rebelde, audaz y valiente de los héroes de la independencia. Y en los años siguientes, hasta hoy, se convirtió en símbolo de una asombrosa resistencia a todo tipo de agresiones imperialistas.
Al proclamar en 1961 el carácter socialista de su revolución -en vísperas de la invasión de Bahía Cochinos-, Cuba rompió las cadenas que la ataban al neocolonialismo norteamericano. Su revolución no sólo derrotó ejércitos bien armados. También ganó una importante batalla ideológica que refrescó la teoría e hizo volar por los aires los manuales y dogmas revolucionarios. Inspirada en el marxismo-leninismo pero incorporando a su ideario la herencia de los libertadores del siglo XIX, los valores fraternos del cristianismo y de las culturas comunitarias de la América indígena y mestiza, la Revolución Cubana dotó de un sistema de ideas al movimiento revolucionario latinoamericano.
La primera revolución socialista de América Latina tomó por sorpresa al mundo. Hizo posible lo que incluso los revolucionarios de entonces creían imposible hacer en el área de dominación de EE.UU. Cuba lanzó un reto que ha debido pagar con muchas vidas y grandes sacrificios materiales. El heroico y admirable pueblo cubano ha sufrido -y aún sufre- muchas penurias. Las soporta a pie firme gracias a la enorme fuerza de su patriotismo, a su unidad y a la firmeza de su ideología socialista. Estos valores le han permitido defender la soberanía de la patria y alcanzar conquistas sociales únicas en América Latina y que podrían ser mucho mayores sin el cepo de acero que bloquea su economía.
Su ejemplo produjo en los años 60 y 70 un vigoroso impulso en la lucha de liberación latinoamericana. Cuba prestó ayuda a los movimientos revolucionarios que surgieron en casi todos los países de la región y que hicieron suya la tesis de que la lucha armada era la forma fundamental de enfrentar al imperialismo y las burguesías locales. Esto abrió una intensa lucha ideológica que separó las aguas entre el reformismo y el campo revolucionario. Las consecuencias de ese áspero debate aún se observan en la Izquierda latinoamericana. La dirección cubana se enfrentó no sólo al Imperio, a los gobiernos, partidos e intelectuales reaccionarios -que expulsaron a Cuba de la OEA, redoblaron el bloqueo y alentaron el sabotaje y la formación de bandas armadas en la isla-. La Revolución también se batió con los gobiernos reformistas burgueses que seguían los lineamientos de la Alianza para el Progreso impulsada por EE.UU., con los partidos reformistas de Izquierda y hasta con el poderoso Partido Comunista de la Unión Soviética, su principal y casi único aliado. El punto más alto de esa controversia ideológica -en cuyo fragor se formó una nueva generación revolucionaria en América Latina-, lo constituyó la Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) que se efectuó en La Habana en agosto de 1967. La resolución general de la OLAS, hoy casi olvidada por unos y otros, lleva como título un pensamiento de Simón Bolívar:»Para nosotros la Patria es América», afirmación que ha recuperado lozanía y vigencia impulsada por la revolución bolivariana en Venezuela. El documento señala que «siendo la lucha armada la vía fundamental, es igualmente necesario emplear otras formas de lucha siempre que se encuentren en desarrollo o tengan por objetivo ayudar a desarrollar la que se estima principal. Las formas de lucha sólo tendrán un valor revolucionario en la medida en que contribuyan al desarrollo hacia las formas más altas de la lucha de clases y estén dirigidas a crear conciencia acerca de la inevitable confrontación revolucionaria en todo el continente» (ver PF N° 35).
La declaración ponía énfasis en la necesidad de unificar el mando político y militar en la guerra revolucionaria. Aquello -hoy se sabe- tenía directa relación con las dificultades que encontró en Bolivia el comandante Ernesto Che Guevara para incorporar al Partido Comunista a la guerrilla. El secretario general del PCB, Mario Monje, había reclamado el mando del destacamento guerrillero como condición para que su partido se sumara a la lucha armada, lo cual el Che rechazó invocando la experiencia de la guerra revolucionaria en Cuba.
Mucho más explícito fue el discurso de Fidel Castro en la clausura de la conferencia de la OLAS. Comentó y respondió con suma dureza un documento público del Partido Comunista de Venezuela que había decidido abandonar la lucha guerrillera iniciada con apoyo cubano. El PCV acusaba de «agentes de Cuba» a los ex comunistas que continuaban combatiendo en las montañas y denunciaba al PC cubano de intervenir en los asuntos internos del PC venezolano. Fidel Castro, además de calificar de «derechistas» a los dirigentes del PCV y refutar sus afirmaciones, admitió que la Revolución Cubana no sólo tenía contradicciones con el imperialismo y con «estos señores reaccionarios del partido de Venezuela. En este país también tenemos nuestra microfracción». Se trataba, explicó, de «los que nunca creyeron en la Revolución». Describiendo el llamado «período del sectarismo», dijo que «los sectarios nos causaron serios problemas, con un feroz oportunismo, con una implacable política de persecución contra mucha gente, trajeron elementos de corrupción al seno de la Revolución». Se burló de las «características de iglesia» de algunos partidos comunistas y de sus tesis de esperar el triunfo de las ideas revolucionarias en las masas antes de pasar a la acción. «Quienquiera que se detenga a esperar que las ideas triunfen primero en las masas, de manera mayoritaria, para iniciar la acción revolucionaria -dijo Fidel-, no será jamás revolucionario». Este era el punto central de la polémica con el reformismo de Izquierda (ver PF N° 35).
Las resoluciones de la OLAS repercutieron fuerte en el movimiento de Izquierda latinoamericano, agudizando la confrontación entre partidos comunistas y las organizaciones revolucionarias surgidas a partir de la Revolución Cubana y que ya adelantaban la lucha armada urbana y rural en varios países del continente. Fidel dijo en su discurso: «Hay un movimiento en este continente mucho más amplio que el movimiento constituido simplemente por los partidos comunistas de América Latina, y a ese movimiento amplio nos debemos nosotros, y juzgaremos la conducta de las organizaciones no por lo que digan que son, sino por lo que demuestren que son, por lo que hagan, por su conducta».
Un mes después de la conferencia en La Habana, el Che anotaba en su diario de campaña en Bolivia: «Un diario de Budapest critica al Che Guevara, figura patética, y, al parecer irresponsable y saluda la actitud marxista del Partido Chileno que toma actitudes prácticas frente a la práctica. Cómo me gustaría llegar al poder, nada más que para desenmascarar cobardes y lacayos de toda ralea y refregarles en el hocico sus cochinadas» (Diario del Che en Bolivia, 8 de septiembre de 1967, ver PF N° 59.)
Un mes después de esta amarga reflexión, el Che fue capturado y asesinado en Vallegrande.
La polémica con sectores políticos chilenos, sin embargo, venía de antes. En un discurso del 30 de agosto de 1966, Fidel Castro respondió el reto que le lanzó el presidente de Chile y líder democratacristiano Eduardo Frei Montalva, para demostrar cuál de los dos gobiernos había hecho más por su pueblo. «Este señor -dijo Fidel- nos reta a que le diga lo que hemos hecho en la industria. En primerísimo lugar, convertirlas de industrias yanquis en industrias cubanas. Algo que jamás tendrá el señor Frei el valor de hacer en Chile». Fidel agradeció al Partido Socialista -que por lo demás fue el partido chileno más receptivo a las tesis cubanas y el único que incluso formó una filial en Chile del ELN para apoyar la lucha guerrillera en Bolivia- «porque sin titubeos, sin vacilación alguna le salió al paso a las campañas calumniosas de Frei y comparsa, sin miedo al chauvinismo». También agradeció al «movimiento democratacristiano rebelde» que enfrentaba al ala derecha del PDC. Pero a la vez respondió al diputado comunista Orlando Millas por declaraciones de ese dirigente criticando el discurso del líder cubano del 26 de julio de ese año. Dijo Fidel: «El señor Milla, o Millas, coincidiendo con el señor Frei -y ¡qué lejos llegamos por ese camino!- se sintió con el derecho a increpar con ácidas palabras nuestros pronunciamientos. ¡Allá él! No son los únicos en Chile, los únicos elementos seudorrevolucionarios, hay otros que también se han lanzado con una serie de diatribas, dicen que desde posiciones revolucionarias. Ya discutiremos y a su debido tiempo arreglaremos cuentas con esos farsantes también. El Partido Comunista de Chile no ha hecho ninguna declaración solidarizándose con las declaraciones de Millas. Ha participado en los actos de solidaridad y de defensa de la Revolución Cubana, ha hecho pronunciamientos solidarios con motivo del 26 de julio y, en nuestra opinión, no ha adoptado ninguna actitud beligerante contra nosotros. ¿Tenemos que coincidir necesariamente todos los partidos? No. Nosotros no podemos obligar a nadie que piense como nosotros, pero nadie nos puede obligar a nosotros a que pensemos como otros que creemos que están equivocados». (Ver PF N° 11).
En este escenario de abierta lucha ideológica se formó toda una generación de revolucionarios latinoamericanos. En ella se inserta la revista Punto Final que tomó parte -y escogió bando- en los debates. Desde luego, lo que en esos años considerábamos la forma fundamental de lucha -la lucha armada- fue derrotada en varios países. La más dolorosa ocurrió en Bolivia y costó la vida inapreciable del Che y de sus compañeros. Pero la lucha armada triunfó en otros países. La victoria más resonante de la guerra del pueblo se produjo el 30 de abril de 1975, cuando los revolucionarios vietnamitas entraron a Saigón e hicieron huir con la cola entre las piernas al ejército norteamericano. En Angola tropas cubanas derrotaron al ejército sudafricano en 1988. En América Latina también se alcanzaron victorias: como en Nicaragua (19 de julio de 1979) o se logró un desarrollo excepcional que obligó a firmar la paz en El Salvador (16 de enero de 1992). Esa forma de lucha prosigue en Colombia -desde hace 60 años- sin que las FARC ni el ELN hayan sido derrotados. La vía electoral -criticada en la conferencia de la OLAS- triunfó en Chile en 1970. Salvador Allende, que participó en la reunión de La Habana, fue elegido presidente constitucional para iniciar «una revolución con sabor a vino tinto y empanadas». Ese proceso pacífico llamó la atención del mundo y, desde luego, provocó la solidaridad activa de Cuba. Pero también hizo detonar la reacción del imperio. Chile no estaba preparado para enfrentar su propia Playa Girón. El golpe del 11 de septiembre de 1973 confirmó la advertencia de Fidel en la OLAS: «Los que crean de verdad que el tránsito pacífico es posible en algún país de este continente, no nos explicamos a qué clase de tránsito pacífico se refieren como no sea un tránsito pacífico de acuerdo con el imperialismo (…). La esencia de la cuestión está en si se les va a hacer creer a las masas que el movimiento revolucionario, que el socialismo, va a llegar al poder pacíficamente. ¡Y eso es una mentira!». La rica experiencia de la Unidad Popular terminó con la sangrienta venganza del terrorismo de Estado -respaldado por el imperialismo y la derecha chilena- que se prolongó 17 años. En ese período, Cuba acogió a miles de exiliados y apoyó incondicionalmente a todos los que lucharon contra la dictadura, tanto a quienes lo hicimos con las armas como a aquellos que optaron por métodos pacíficos.
La aspiración revolucionaria de los pueblos latinoamericanos -como tenía que suceder- ha vuelto a la carga. Venezuela, Bolivia y Ecuador iniciaron el tránsito pacífico hacia el socialismo. Han retomado el camino que abrió Salvador Allende, pero con toda seguridad sus dirigentes no olvidarán en ningún momento las lecciones que dejó el fracaso en Chile. Ellos se orientan hacia un socialismo que en términos generales caracterizan como socialismo del siglo XXI. Cada país lo hace a su manera, sin anteojeras ni mordazas, sin dogmas ni prejuicios. Inventando, acertando, errando y rectificando en un proceso sin fin de recreación que es propio de la naturaleza liberadora y desprejuiciada del auténtico socialismo. Su eje central es la integración y unidad de América Latina, como lo quiso Bolívar y como lo proclamó la conferencia de la OLAS.
En Chile también deberemos asumir en algún momento esa tarea y ponernos a trazar la silueta de nuestro socialismo. Cumpliremos de ese modo con el deber de todo revolucionario, que es hacer la revolución
(Publicado en «Punto Final» Nº 678, 9 de enero, 2009)