Entrevista a la feminista y sindicalista Isabel Benítez, coautora de un libro sobre La huelga de Panrico, la más larga en España.
En numerosas charlas y textos tuyos hablas de feminismo de clase. ¿Cuál sería su opuesto?
¿Hay que insistir, entonces, con el feminismo de clase?
Si muchas compañeras estamos hablando de «feminismo de clase» es porque nos piden con ese título las charlas, pero también en otro sentido. La pugna político-ideológica en este campo es respecto a los feminismos de los años 1990 y 2000, que pusieron las identidades (sexual, racial, orientación sexual) en el centro, desplazando temas clave como el reparto de la riqueza, y que a menudo son reactivos a incorporar en la lucha de clases en su análisis, que en el mejor de los casos hacen una trinchera decididamente feminista pero que es anticapitalista en sentido abstracto. Es un feminismo interclasista que ha tenido muchísimo predicamento en la academia y que a nivel político es muy impotente y en según qué momento, incluso se desliza a la manida «guerra de sexos» en lugar de una política de clase anti-patriarcal. Es obligado reconocer que las «organizaciones de clase» han dado una respuesta aberrante a las reivindicaciones feministas desde hace décadas, ya no digamos respecto a la homosexualidad, pero es sintomático que evoquemos la lucha de las sufragistas (que pelearon por el sufragio censitario de las mujeres blancas, jamás lo olvidemos) y nadie quiera saber que las bolcheviques fueron las primeras mujeres del mundo que conquistaron el derecho al aborto público, gratuito y seguro, y el derecho al voto a principios del siglo XX, cuando hasta los años 70 las francesas no podían conducir un coche sin permiso del marido.
Eres una de las responsables de la Secretaría de Lucha Feminista de la Coordinadora Obrera Sindical ¿Es el feminismo la asignatura pendiente de todos los sindicatos?
Sí, participo en la Secretaría de Lluita feminista de la COS. Incorporar con solvencia lo que significa ser, además de trabajadora, mujer es la asignatura pendiente de todas las organizaciones rupturistas, sean políticas como sindicales. Y nosotros no somos una excepción. La participación política de las mujeres tiene un coste más alto en términos personales y vitales que para los hombres. Primero tenemos las barreras educativas que hacen de la obediencia, la complacencia y colmar las expectativas ajenas como la quintaesencia de lo femenino. Luego está el estigma de que opinar, ser vehemente y, potencialmente, tener una visión más clara de las cosas que el resto de los compañeros de trabajo, tampoco está premiado. A partir de aquí, la dinámica empresarial de la «gran familia» y de las pequeñas y medianas empresas, también introducen una dinámica paternalista y de chantaje emocional hacia las mujeres muy concreta, por no hablar del riesgo laboral añadido del acoso sexual y, también, del acoso moral al que las mujeres son más vulnerables, precisamente por esa estructura de carácter que exige de nosotras el patriarcado, según recogen los estudios de la Organización Internacional del Trabajo sobre mobbing. Otro aspecto es la altísima temporalidad y el subempleo, somos las campeonas del contrato a tiempo parcial, lo cual tampoco ayuda a desarrollar acción sindical convencional. Superado todo esto, te das cuenta de que las mujeres que se sindican y son guerreras en el trabajo, son cuadros sindicales preparados casi para cualquier batalla, agitadores y comunicadores de primer nivel, con una capacidad de convocatoria y de combatividad a años luz del resto.
¿Crees que las cosas han mejorado en las organizaciones respecto a hace unos años?
Pienso en Montse Castañé, de los mataderos de Vic, en las compañeras de telemárketing de Terrassa o en las mismas trabajadoras de Panrico. Al dar el paso, lo que ponen en juego es mucho más, especialmente cuando hablamos de la sobrecarga laboral que implica la presión social de llevar adelante la crianza, la logística y el mantenimiento del hogar, cuidar de familiares dependientes… Hay muchísimo trabajo que discutir y debatir al respecto y avanzamos despacio. La liberación sindical parcial, por ejemplo, debería priorizar mujeres antes que a hombres; promover activamente a mujeres a cargos de responsabilidad; ser inflexibles con la vigilancia de las actitudes y comportamientos sexistas, machistas, racistas, homófobos que puedan aparecer en nuestras asambleas y secciones. Cuando tu planteas un modelo sindical en el que el es evidente que se tienen que tomar medidas compensatorias para que nosotras también seamos sujeto político todas y todos.
El libro Panrico. La vaga més larga (Ediciones de 1979, 2016) fue un encargo que os realizaron a ti y a Homera Rosetti. Hay muy pocos libros que traten temas sindicales, ¿cuál crees que es la razón?
Después de veinte años declarando la muerte de la clase trabajadora, hablar de sindicalismo parece algo pasado de moda. Existe la percepción de que es una cuestión «ya superada», que no se puede aportar nada nuevo, que todo está dicho… El desinterés forma parte del proceso de deconstrucción de la clase obrera después de la Transición, en el sentido de proceso inverso del que hablara E.P. Thompson respecto a Inglaterra. A medida que las centrales sindicales mayoritarias adoptaron el discurso de la «empleabilidad» en lugar del de reparto de la riqueza, lo sindical se asocia a «burocracia, gestión» de lo que hay y eso ha hecho que la reflexión sobre lo que sucede en el trabajo o en el desempleo parezca un tema más propio de académicos, de abogados y de otra generación. Reforma laboral, huelga general, ERE, suma y sigue.
¿Qué trabajos hay interesantes a tu juicio sobre sindicalismo y temas laborales?
Siempre ha existido y sigue manteniéndose una tradición de monografías sobre conflictos significativos (MiniWatt, Bruguera, Laforsa, etc) y puntualmente salen pequeñas joyas como la etnografía sobre los astilleros de Cádiz, o los hallazgos de Klinamen con Abajo los restaurantes y demás. Lo que sí que es cierto es que, más allá del ámbito académico y muy especializado, no hay mucha bibliografía que aborde, como decía la tesis de Feuerbach de Marx, aquello de estudiar la realidad para transformarla, que de claves explicativas y de subversión desde la experiencia militante, no desde las atalayas universitarias, del estado de las cosas.
Panrico ha sido la huelga más larga de las realizadas hasta el momento. ¿En qué contexto se produce?
Es difícil trascender el titular que destaca lo cuantitativo, la duración. Sin embargo, la huelga de Panrico representó un NO con mayúsculas y una voluntad de confrontación en un momento crítico. Cuando estalla, en otoño de 2013, hacía un año y medio de la última huelga general, poco después arranca la huelga de la limpieza municipal en Madrid, en enero de 2014 aparece el «efecto Gamonal», al poco también se inicia el conflicto de Coca-Cola en Fuenlabrada… La coyuntura sociopolítica del «0 recortes, 0 despidos» de la plantilla de Panrico era muy interesante, que este conflicto se resolviera con una victoria, aunque fuera parcial, podía dar pie a un ciclo diferente. Por otra parte, el hecho de que un hermano de Artur Mas fuera directivo de la empresa, también tenía su interés en pleno auge soberanista.
¿Qué papel jugaron las instituciones durante la huelga?
Los trabajadores relatan cómo sintieron el aparato de la Generalitat en bloque desde el primer minuto: presencia de Mossos d’Esquadra desorbitada, dilatación inexplicable de las reclamaciones que evidenciaban que se estaban distribuyendo productos de otras plantas en plena huelga… Por no hablar de que el Institut de Crèdit i Finances -público, dependiente de la Generalitat- facilitó la liquidez que la empresa no tenía para ejecutar el plan de despidos contra el que se levantaban los trabajadores… y que estaba impugnado en los tribunales. Además de estos elementos, la historia de la empresa es una mini fábula de la historia económica del Estado español donde la economía real termina devorada por fondos de inversión. Finalmente, el papel de la dirección de CCOO – sindicato mayoritario entre los huelguistas- que se comprometió a desconvocar la huelga, que recibió pagos y liberados a cambio de este compromiso…
¿Qué enseñanzas crees que hay que sacar de la huelga de Panrico?
Las enseñanzas de la huelga son diversas: decir no tiene un valor, es una reivindicación de la dignidad básica. Los trabajadores insisten en que luchar sirve, que la lucha les dio importantes lecciones, que sintieron que tenían más poder del que creían. La huelga de Panrico desempolvó las herramientas del movimiento obrero (caja de resistencia) y también la importancia del vínculo sociopolítico del Comité de Apoyo y los grupos de apoyo locales, para socializar el conflicto y no acotarlo a una empresa. Mientras duró la huelga, no se hizo ningún ERE en el polígono donde estaba la fábrica. Los mismos trabajadores explican que la huelga les permitió darse cuenta de que lo que sucede en los tribunales también tiene que ver con la combatividad que había fuera. Los enemigos de esta asamblea de trabajadores eran muy grandes, pero la sentencia del Supremo es una sentencia política para permitir la venta de la empresa. La enseñanza de la huelga de Panrico es que la lucha de clases está viva. Una trabajadora en una presentación me enseñó orgullosa una fotografía de su hijo con una pancarta para la manifestación del 25 de noviembre y me dijo: «esto lo aprendió gracias a la huelga».
En el prólogo de Vidal Aragonés se refleja que «Una ciudad como Cornellà no es una ciudad dormitorio, sino una población obrera; un operario de artes gráficas no es un ‘precario’ sino un proletario; quien trabaja cosiendo en casa para grandes multinacionales del textiles está autoexplotada, no es una «emprendedora». Somos clase trabajadora». Hay una guerra conceptual y lingüística donde lo que nos jugamos es la capacidad para nombrar lo que somos y lo que queremos cambiar. Cuando Vidal describe Cornellà, está tomando partido, porque decir «somos clase trabajadora» es también enunciar la posibilidad de luchar por un destino común. El concepto «precariado» es un ejercicio de distinción muy extendido entre los que se creyeron que por tener estudios superiores eran mejores que los que curraban desde los 16 años. «No soy trabajadora, soy freelancer». Cuando se ven trabajando por cuatro duros y sin cobertura, entonces es que «soy precaria». No me hables de «acción colectiva» porque lo mío es diferente, yo tengo vocación y tengo estudios. También es producto de la derrota política de los años ochenta, aquello del fin de la historia y el anticomunismo banal.
En esta situación podemos utilizar el lenguaje propagandístico liberal -hueco, genérico- o recuperar la política de la verdad. No es fácil, requiere pedagogía -que no hay que confundir con la condescendencia-, y es verdad que en la era del titular rápido a veces es necesario tener precauciones lingüísticas para evitar equívocos. No soy fetichista de las palabras, pero nombrar lo que somos y lo que queremos cambiar también tiene que ver con cómo vemos el mundo y lo describimos… pero si esas palabras no se entienden, entonces no me sirven. Cada gesto encierra un gesto de clase y la práctica educa en el ejemplo. Pero si renegamos de hablar de clases sociales y luego el significante que elija (ciudadano, p.e.) lo relleno de ambigüedades y de consignas contradictorias, no estoy llevando a la gente a mi terreno, sino que al final, acabo hablando el mismo idioma que el PSOE, desoriento, desarmo políticamente a la gente a la que quería dirigirme.
¿Se vuelve a hablar por fin de clase trabajadora en los medios de comunicación? Se produce justo en el momento en el que irrumpe una nueva política totalmente desconectada de los sindicatos y hegemonizada por cuadros de clase media. ¿Cómo lo valoras?
Hablar claro es un deporte que a las clases medias e, históricamente, a la pequeña burguesía, siempre le ha resultado complicado. Viven atrapadas entre el quiero y no puedo, en estrategias familiares y personales de despegue social y profesional, ser claros es arriesgado y la ambigüedad calculada da un margen de maniobra clave. Si algo nos ha enseñado la historia del movimiento obrero, que tiene siglos de experiencia, es que en la lucha de clases no hay atajos. Si tú quieres cambiar el mundo desde la base hay que hablar con claridad a la quienes quieres convencer y facilitar su expresión. La ultraderecha cuando se dirige a la clase obrera habla claro, el partido nazi recicló las formas organizativas del movimiento obrero alemán de entreguerras… Trump habla de clase obrera pero también Bruce Springsteen hace ostentanción de una estética obrerista. Para mí la garantía transformadora de un proyecto político reside en su implantación y en su práctica cotidiana, no en la política propagandística y de gestos genéricos de cara a la galería. Si buscas el voto de Amancio Ortega y de una dependienta de Zara, a uno de los dos lo estás engañando.
Si conquistas una alcaldía hablando de la «gente» y eres capaz de movilizar «a la gente» para que expulse a los agentes inmobiliarios y «gentrificadores» de los barrios, ahí estaré viendo tu potencial rupturista. Si por el contrario, hablas de la «clase trabajadora» y luego, para mantenerte en la alcaldía, desmovilizas a esos mismos o, cuando intentan hacer algo, les dices «mira, es que no tenemos tanto poder como creíamos, hacemos lo que podemos» tu política era vieja antes de nacer. En la medida en que los cargos electos estén al servicio de la organización popular de la resistencia ante la que está cayendo, estaremos haciendo nueva política. Y estar al servicio de las luchas no es, únicamente, visitar un campamento de trabajadores en huelga o enviarles un comunicado -que eso está bien y es necesario- es poner toda la maquinaria logística, propagandística y recursos que te ofrece el parlamentarismo burgués para «armar a tú ejército».
¿Cómo valoras luchas como la de las subcontratas de la Resistencia Movistar, las Kellys en el sector de limpieza, Sindicato de Manteros, Sindicato de Músicos etc? ¿Crees que son fenómenos que están relacionados, se está transitando hacia un «nuevo sindicalismo»?
Es el síntoma de que el sindicalismo mayoritario ha abandonado a su suerte a la clase trabajadora que, hace 25 años estaba en los márgenes, y que ahora es la fotografía mayoritaria. Y en los que quedan en el núcleo duro, básicamente les está ofreciendo una mejor indemnización. Quienes se llevan la peor receta del mercado de trabajo son las mujeres, las personas inmigradas, la gente joven, si a eso le sumas la subcontratación (pública y privada) ya tienes tienes todas las papeletas para que el sindicato realmente existente sea una cosa entre exótica y que no te dice nada, como en el caso de los manteros.
Decía Antonio García, uno de los huelguistas de Panrico, que donde CCOO y UGT no tienen el control de la situación es donde nacen las flores de las revueltas. Estas personas, cuando saltan, desbordan el sindicalismo de concertación, no tienen ese vínculo de confianza que les permita sembrar el miedo en las asambleas, traficar con información privilegiada, anticiparse a los movimientos. Esta gente hace nuevo sindicalismo en el sentido de que ensayan nuevas fórmulas, son cautas pero saben lo que quieren y también tienen muy claro que lo quieren decidir ellas por sí mismas. Es un modelo muy diferente al de las elecciones sindicales y las charlas informativas unidireccionales, los pactos arriba y la ausencia de asambleas. La histeria que tiene CCOO con fenómenos como las Kellys es también sintomática, un colectivo de mujeres que organizándose en unas condiciones muy difíciles, se ven obligadas a tener que explicar que no son de CCOO porque continuamente las suplantan o las utilizan. Las Kellys no existirían si el sindicalismo mayoritario hubiera plantado batalla contra la externalización hotelera desde hace veinte años.
Isabel Benítez (Monterrubio de la Serena, 1981) es licenciada en Sociología por la Universitat Autònoma de Barcelona, militante de la Coordinadora Obrera Sindical y miembro del consejo de redacción de la Directa.
Fuente: http://diario16.com/todos-los-feminismos-son-de-clase/
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