Durante semanas hemos tolerado un debate de sociólogos y estadísticos sobre la metodología de la encuesta Casen y la pertinencia de sus preguntas. Un debate numeral y porcentual, cuyo origen y efectos revela nuestra inmovilidad social y política. La encuesta Casen, una herramienta estadística elaborada para medir la eficacia de los gobiernos en la reducción […]
Durante semanas hemos tolerado un debate de sociólogos y estadísticos sobre la metodología de la encuesta Casen y la pertinencia de sus preguntas. Un debate numeral y porcentual, cuyo origen y efectos revela nuestra inmovilidad social y política. La encuesta Casen, una herramienta estadística elaborada para medir la eficacia de los gobiernos en la reducción de la pobreza, tiene poco que ver con la pobreza misma. Habla de números.
La críptica discusión sobre los resultados tiene un objetivo evidente. Está claro que hay intereses políticos contrapuestos: elecciones municipales el próximo mes, presidenciales y legislativas el año entrante y una masa electoral supuestamente manipulable. Porque una buena campaña apuntalada con nuevas bonificaciones y promesas puede cambiar el escenario de aquí a 2013.
Este singular debate sobre métodos y resultados va más lejos que la simple medición de la pobreza o los intereses electorales. La polémica ha sido sobre un eje conceptual nunca mencionado, tal vez por su obviedad: las técnicas de medición de la pobreza se realizan bajo las reglas del juego del modelo de libre mercado. Tanto la Concertación como la Coalición por el Cambio han aceptado el sistema neoliberal impuesto bajo el tutelaje de las armas hace casi cuarenta años. En este escenario, que ha colocado al país como uno de los más desiguales del mundo y a la vez con una concentración inédita de la riqueza, ambas caras del binominal miden sus aptitudes en la reducción de la pobreza. El absurdo debate ha soslayado otros aspectos. El asunto no es la reducción de la pobreza ni los mecanismos empleados, sino la existencia de gran pobreza en un país que hace aspavientos de modernidad, estabilidad macroeconómica, solidez de sus instituciones, crecimiento económico y otras piezas del discurso neoliberal. No hablemos de éxito en la reducción de la pobreza, hablemos de fracaso, porque dos millones 447 mil 354 personas son pobres. Porque en cualquier otro país con mejor distribución de la riqueza y bajo la misma herramienta de medición, la pobreza quedaría erradicada.
El producto chileno anual se ubicó el año pasado en 248.600 millones de dólares, lo que equivale a un PIB per cápita anual de 14.400 dólares o de casi 18 mil, según paridad de compra. Al cambio actual, esto significa un ingreso anual de ocho millones 640 mil pesos, o un sueldo mensual de 720 mil pesos. En otros países los cálculos para determinar la pobreza se apoyan en este punto medio y no en el valor absoluto de una canasta familiar que sólo aumenta la rabia, el dolor y las humillaciones. Incluso en Estados Unidos, donde el socialismo no goza de buena reputación, la medida de la pobreza arroja resultados más altos que en Chile. Si la encuesta chilena decretó que la pobreza está en 14,1 por ciento, en Estados Unidos superará hacia el último trimestre el 15 por ciento. ¿Alguien puede creer en las estadísticas chilenas? ¿Sirve realmente la Casen para la superación de la pobreza? Es nada más que un instrumento de medición de la eficiencia de tecnócratas y burócratas.
Algunos políticos lamentaban que esta discusión sepultó la credibilidad de las encuestas. Nosotros creemos que es motivo de celebración. Porque se sepulta otro mecanismo para falsear la realidad.
La pobreza no se eliminará en un despacho de burócratas. Porque al ritmo que vamos la pobreza podría desaparecer de las estadísticas. Durante la vigencia del sistema binominal-neoliberal la pobreza cayó desde 40 por ciento a los guarismos actuales. ¿Cómo? Muy fácil: quien tiene ingresos desde 72.100 pesos ya no es pobre.
Las estadísticas mal usadas no solo son una manera espuria de expresar la realidad, sino una manera de ocultarla, de mentir. Durante la dictadura muchos pobres fueron exiliados desde sus barrios hacia la periferia de Santiago. Esas «erradicaciones» fueron una forma benigna de hacer «desaparecer» a los pobres. Uno de los orígenes de nuestra moderna segregación, la que se extiende no solo desde el espacio urbano cruzado por muros, vallas y autopistas, sino hacia otros aspectos de la vida, como sucede con la educación, que según el experto Mario Waissbluth es la más segregada ¡del planeta!
La pobreza tiene muchas otras caras y no solo se encuentra bajo los 70 mil pesos. También está en la humillación de la desigualdad y en aquellas maneras de no mirar, tan propia de la oligarquía pero hoy bien difundida entre las clases políticas y aspiracionales. Pobre es también el mapuche, el extraño, el estudiante, el diferente, el disidente. En este Chile desigual y segregado, todos seremos pobres.
– Publicado en «Punto Final», edición Nº 767, 28 de septiembre, 2012. www.puntofinal.cl