El domingo 2 de octubre la periodista de origen Iraní Nazanin Armanian, titulaba su columna del periódico Público «El 15- M frente al 20-N«. En ella recriminaba al movimiento que «sigue debatiendo sobre el número de ángeles que caben en la punta de un alfiler«, en vez de «formar una alternativa electoral democrática y unitaria» […]
El domingo 2 de octubre la periodista de origen Iraní Nazanin Armanian, titulaba su columna del periódico Público «El 15- M frente al 20-N«. En ella recriminaba al movimiento que «sigue debatiendo sobre el número de ángeles que caben en la punta de un alfiler«, en vez de «formar una alternativa electoral democrática y unitaria» ante las próximas elecciones que tendrán lugar en España el 20 de noviembre. Urgía a que el movimiento cree un «frente amplio» -se entiende electoral-, y ponía como ejemplo de lo que debería hacer: sumarse a la «hoja de ruta» de la organización «Democracia Real Ya». El 17 de julio, Belén Barreiro, expresidenta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), directora de la fundación Alternativas, vinculada al PSOE, y miembro del Comité de Estrategia del PSOE, en una larga entrevista también a Público decía que «Muchos de los que están en el 15-M acabarán en un partido» y añadía que el 15-M puede perdurar «transformándose y entrando en los partidos [….] Todo dependerá de la capacidad de las formaciones para absorberlo«. Intelectuales progresistas como Nazanin y gestores del PSOE coinciden pues en lo que esperan y desean para el 15-M.
También en algunos grupos de trabajo y comisiones del movimiento, a título individual, surge este planteamiento en distintas asambleas. Siempre obteniendo, hasta ahora, un generalizado rechazo por la mayor parte de los participantes.
El 26 de septiembre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, relacionaba al 15-M con los golpes de Estado en la presentación del libro de José Bono -presidente del Congreso y miembro del PSOE- sobre la Revolución Francesa diciendo que abogan «por un principio de democracia directa» bajo el que, ha advertido, «se puede esconder un golpe de Estado«, como en la Francia de 1793. En ese acto, Bono afirmó refiriéndose a los indignados:»Si quieren negar el valor de las urnas, aunque fuese perdiendo, me quedo con las urnas siempre antes que con las masas parisinas«. Al acto asistía buena parte de la clase política, encabezada por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder del PP, Mariano Rajoy; y una parte importante del mundo empresarial como el Corte Inglés.
Parece claro que todo el espectro político de izquierda más o menos institucionalizada, desde el PSOE, a intelectuales progresistas, hasta la izquierda minoritaria, comparten expectativas. En los últimos dos meses, en los medios de comunicación masivos, también se aprecia una tendencia -casi campaña- a favor de «poner orden» en un movimiento que está resultando difícil de embridar. Ni amaina su capacidad movilizadora, ni se diluye en alguna de las identidades múltiples que lo nutren, ni abandona los principios que lo hicieron emerger el 15 de Mayo: «no nos representan»; «lo llaman democracia y no lo es»; «vamos despacio porque vamos lejos».
El hecho de que haya tanta unanimidad en plantear la institucionalización del 15-M, incluso que surja este tema en algunos de las personas que forman parte del movimiento (personas que a su vez militan en organizaciones: sindicales, asociaciones de vecinos, partidos políticos, etc.) plantea un par de cuestiones para reflexionar. La primera, el interés de las organizaciones de izquierda, la tradicional y la más moderna, la más institucionalizada y la menos, por nutrir sus filas y/o capitalizar la potencia del movimiento que, como dice la sra. Barreiro, parece que se trata de un movimiento que «se identifica con la ideología de izquierdas». Para los asesores del candidato a presidente Rubalcaba, los guiños al 15-M -se transforme o no en una plataforma política-, pueden tener interés para contrarrestar el ascenso del PP; para tener una plataforma afín con la que interactuar, pactar, negociar…, o en último extremo porque incluso como «voto útil» pueden ser votantes del PSOE. Para otra parte de la izquierda institucional como IU se trata de un movimiento que de forma natural puede hacerla repuntar electoralmente pues el miedo a la derecha (ppista o psoista) conducirá a las personas del 15-M, que se abstuvieron o votaron en blanco en las pasadas elecciones, a apoyarlos ahora en las urnas. Para otros grupos de izquierda que parecen aspirar a la institucionalidad como Izquierda anticapitalista o Democracia real ya, también es el movimiento un campo en disputa ya que ellos sí «recogerán las verdaderas aspiraciones del movimiento», serán su voz en las instituciones. Entre estos grupos de izquierda minoritaria el desprecio que muestran hacia los participantes del 15-M está muy generalizado y lo expresa de forma muy ilustrativa la periodista Nazanín cuando acusa al «voto en blanco de la indignación popular» de fantasioso, infantil, voluntarista y simplista.
La segunda cuestión que nos plantea el interés de todos por que el 15-M sea una organización política o se decida a apoyar a alguna organización política, tiene que ver con los recelos hacia la potencialidad implícita del movimiento para ser algo más, mucho más, que flor de primavera. Los planteamientos abstractos, genéricos pero de gran calado, se van concretando poco a poco en los barrios, en las luchas sectoriales que las gentes del 15-M van alimentando. Así ha sido el caso de la movilización contra los recortes en educación en la comunidad de Madrid; los sindicatos mayoritarios han ido perdiendo el paso. Las asambleas se han convertido poco a poco en asambleas «con espíritu del 15-M», en las que los maestros, algunos sindicados, otros no, reivindican que en las mesas donde se deciden las movilizaciones estén delegados de los institutos de zona elegidos como tales por las asambleas, no de los afiliados, sino de todo el personal de los centros. En la última de estas asambleas se planteó que los sindicatos dejaran por escrito que no negociarán nada que no salga de estas asambleas.
La presidenta de la CAM, Esperanza Aguirre, en la misma intervención pública de la que hablábamos antes dijo: «Bajo la apariencia de inocentes movilizaciones se esconde la deslegitimación de nuestro sistema representativo». Daba en el clavo.
Para las organizaciones institucionalizadas esto es un sinsentido. ¿Puede alguien en su sano juicio creerse que esto que tenemos no es una democracia? Una cosa son los lemas y otra muy distinta si nos los empezamos a tomar en serio, si comenzamos a creer que ciertamente este sistema, este y no otro, es el resultado de una transición fallida hacia una democracia que no ha llegado a ser, por más que se vista de lagarterana. No es seguro, pero en la trayectoria del movimiento 15-M, si analizamos la coyuntura en la que surge, el carácter y los contenidos de las más importantes movilizaciones, encontraremos precisamente eso, un cuestionamiento del sistema político. Un hacer explícito que las reglas de este juego están amañadas, que no nos sirven para hacer que la política esté al servicio del pueblo y no al servicio de los intereses económicos. Eso fue y eso es todavía lo que nos sacó a todos a las calles, no sólo en Madrid sino en el resto de España.
Durante todo este tiempo los intentos de convertir al 15-M en una sigla más del abanico de siglas que inundan las protestas sociales han sido sistemáticos y abundantes. Las resistencias de la mayoría de los participantes han sido también grandes. La consciencia de que ser una sigla más que aporta «gente» en las calles es el principio del fin que ronda nuestras cabezas. En una de las Asambleas Populares en la que participan las asambleas de barrios y pueblos de Madrid algunas personas plantearon precisamente crear un grupo 20-N para, de cara a las elecciones, concretar propuestas, interactuar con los partidos y los medios etc. Todo el mundo escuchó, ese es uno de los logros del movimiento, pero la propuesta no contó con la aceptación de la mayor parte de los asistentes. No se trataba de un bloqueo, se trataba de una intuición generalizada: una transformación real no puede transitar por los caminos ya trazados. Esos caminos sabemos a donde conducen, en concreto a lo que tenemos ahora.
Los intentos de normalización e institucionalización del movimiento, aun teniendo por las izquierdas institucionalizadas y las derechas diferentes pretensiones -en el caso de las primeras instrumentalizar y capitalizar, en el de las segundas, delimitar y reprimir- tendrían, creo, un mismo resultado: la disolución del 15-M.
* La autora es Dra. en CC. Políticas y Sociología y profesora de la UCM
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR