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Tontos de los cojones, tontas del culo y tontos útiles (políticamente hablando)

Fuentes: Rebelión

En 2008, el ex alcalde del PSOE de Getafe Pedro Castro se preguntaba en voz alta, «¿por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?» Aún no existe ninguna respuesta convincente a tan osada expresión pública. Es más, todos y todas (políticos, analistas y académicos) escurren el bulto porque resulta […]

En 2008, el ex alcalde del PSOE de Getafe Pedro Castro se preguntaba en voz alta, «¿por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?» Aún no existe ninguna respuesta convincente a tan osada expresión pública. Es más, todos y todas (políticos, analistas y académicos) escurren el bulto porque resulta impropio hacer un juicio de valor sobre el porqué de las motivaciones de un elector cualquiera para inclinar su afecto y meter su papeleta en la urna a favor de un partido determinado en disputa con otros de similar o diferente signo ideológico. 

También son pertinentes otras preguntas parecidas. ¿Son tontos y tontas sin remedio las personas votantes desde hace décadas y las de nueva hornada del PSOE? ¿Es el PSOE un partido de izquierdas? Habrá respuestas para todos los gustos, pero la incógnita seguirá viva y coleando.

La pregunta inicial de Castro continúa siendo una propuesta de análisis y estudio atrevido y oportuno, si bien resulta obvio y evidente que él no era la persona adecuada para plantearla éticamente dado que su PSOE había dado tantos tumbos ideológicos hacia la derecha desde la transición que ya era irreconocible su identidad incluso para forofos entregados a la causa del logotipo del puño y la rosa. No obstante, la pregunta reformulada de modo menos agresivo o hiriente era y es de plena actualidad: ¿por qué vota la clase trabajadora al PP (y al PSOE, Ciudadanos, UPYD, CiU y el PNV))?

Las respuestas serían válidas tanto para España como para otros países occidentales, con ligeros matices geográficos e históricos. Las mayorías populares no están politizadas y suelen informarse con regularidad por los medios de difusión más rápidos y directos, la televisión y la radio y sus programas más ligeros y de menor elaboración intelectual. El titular grueso y la imagen y la voz de sus iconos mediáticos preferidos son los ítems informativos de mayor peso específico que conforman su criterio personal y cautivo acerca de la actualidad inmediata.

Internet y las redes sociales no han elevado el nivel político de las masas, antes al contrario han dejado un rasero de intrascendencia, banalidad y levedad muy acusadas en la inmensa mayoría de la gente. La poca o escasa elaboración de las informaciones que circulan por las redes cibernéticas facilita una digestión in itinere de datos complejos tratados desde perspectivas minimalistas que resumen la esencia de un evento o acontecimiento en imágenes espectaculares y caricaturescas que desvirtúan el fondo real y auténtico de cualquier noticia.

La urgencia puede con el rigor en los medios de comunicación de hoy en día. Y, además, los mass media están controlados por empresas multinacionales afines al encuentro con posturas ideológicas capitalistas, conservadoras, de derechas o de las izquierdas complacientes con el régimen imperante. Se puede decir que los medios de comunicación principales, la publicidad comercial y la propaganda institucional tienen un objetivo común no declarado a bombo y platillo: crear tontos de los cojones y tontas del culo por millones, cada día, cada hora, a cada instante.

Alienados no alienígenas

En términos marxistas nos hallaríamos ante el problema clásico de la alienación capitalista. Alienado o tonto de los cojones, escojan el concepto que prefieran. Ahora bien, ¿cómo decirle a un elector de la clase trabajadora que está alienado porque tira piedras sobre su propio tejado al votar a la derecha o a las izquierdas de corte social-liberal? Muy crudo verse en esa situación práctica. Lo más probable es que nuestros hipotéticos interlocutores nos manden a tomar vientos por listillos y pedantes. No obstante, el conflicto como tal, por mucho escapismo verbal y huída hacia adelante que empleemos para soslayarlo, continuará percutiendo en una mente comprometida con el rigor analítico y la verdad política.

Rotundamente sí: existen los tontos de los cojones y las tontas del culo, políticamente hablando. Y lo que es peor aún, ni ellos ni ellas son conscientes de esa alienación propia tan corrosiva y autocomplaciente.

Las armas de la izquierda transformadora, caso de que todavía exista tal rara avis política e ideológica, debieran ser la capacidad de plantear con claridad, brevedad y coherencia y la voluntad de ser sinceros más allá de las coyunturas sociales las respuestas y soluciones que demanda la realidad compleja y cambiante del día a día, retornando con fuerza al centro neurálgico de la actividad humana productiva, el trabajo, allí donde las contradicciones de clase se manifiestan con mayor énfasis y virulencia.

No se trata de regresar a un obrerismo de aroma y sabor a siglo XIX y barricada humenate sino de recuperar una visión política totalizadora desde una óptica omnicomprensiva de la evanescente y en ocasiones ruidosa e inexplicable realidad social. En las últimas décadas, tanto desde las elites como desde las nuevas izquierdas emergentes, la teoría se ha volcado en presentar al ser humano como ciudadano o consumidor, dejando el hecho laboral en un segundo plano complementario o incluso desechable. A nuestro entender, un error mayúsculo que ha permitido una mejor gestión de las contradicciones capitalistas y una desactivación ideológica pausada de las ideas de cambio profundo o revolucionarias de izquierda.

La crisis actual representa la cuadratura el círculo: el capitalismo vuelve por sus fueros a sus orígenes, habiendo dejado al trabajador desnudo ante su propio y vulnerable destino. Estamos, de nuevo, ante la figura del trabajador modelo para el empresario capitalista: el proletario posmoderno, un cualquiera que ve su precariedad personal como una aventura maravillosa en pos de un yo único e irrepetible. Los robinsones de nuevo cuño son cultos, jóvenes y políglotas, a años luz de sus legendarios precursores, pero en lo fundamental con la misma desnudez constitutiva que sus tatarabuelos trabajadores.

Descifrar las claves que contaminan nuestra opinión política exige una actitud crítica permanente. También pide que la duda sea el método de análisis predilecto; duda, por supuesto, comprometida con la libertad y la ética de izquierdas. Duda que no se aferra ni a credos ni a liderazgos ni a mitos ni a citas de autoridad que no hayan sido debatidas de forma plural y democrática. Ya no es tiempo de carteles emblemáticos ni de líderes entronizados por su carisma personal. La capacidad cultural de la clase obrera ha aumentado considerablemente en todos los órdenes del saber, si bien la argamasa intelectual que podría dar sentido y continuidad a su compromiso o activismo político sigue aferrada a los iconos consumistas del capitalismo: opciones de pago múltiples (a plazos, con tarjeta, en efectivo, bajo préstamo oneroso…) para alcanzar libertades en forma de mercancías culturales de intensidad ecléctica y corto o breve recorrido.

La democracia parlamentaria estilo occidental presupone que las ideas surgen con idílica espontaneidad en el escenario capitalista. Nada más lejos de la verdad. Las ideas se hacen y se modelan en un caldo de cultivo determinado por relaciones de poder muchas veces invisibles. Nunca podremos estar seguros de la asunción de una idea original propia sin poner en duda el entorno y los alrededores donde vivimos y nos hemos desarrollado como seres sociales en permanente contacto con la realidad circundante.

Las posibilidades de caer en la tentación capitalista y en la herejía de la alienación colaboradora y pasiva con el sistema son muchas y variadas. La persona alienada no deja de ser inteligente ni funcional en el resto de facetas mundanas, profesionales o particulares, ni tampoco es mejor o peor, moralmente hablando, que los individuos de su clase o ambiente más cercano. Simplemente, dan su voto al enemigo en mitad de una inocencia irresponsable: al empresario que les explota, al banco que les desahucia y al político que les miente y les regala la dádiva de la vanidad etérea para obtener su sufragio contra natura.

Para la persona alienada todos los políticos son iguales porque todos van a lo suyo. Esta es su mayor bastión para defender a ultranza su irracional postura. Ella solo quiere un trabajo, sea el que fuere, y tranquilidad absoluta. La ideología capitalista ha neutralizado a este segmento social en su capacidad crítica, disolviendo sus identidades históricas de clase en poses culturales de viejas tradiciones y gestos sociales asociados a nichos de consumo y de estatus concretos: por ejemplo, clase media, maduros con estética juvenil, juventud pujante, adolescentes de etiqueta o tribu distintiva, empleados de cuello blanco, alternativos antisistema, locos por la música, el fútbol o los viajes exóticos.

Las vías para transformarse en un alienado efectivo son ingentes y sutiles. Todas trabajan la apariencia como una diferencia sustancial con poderes demiúrgicos. De esta manera, la pertenencia a un club cualquiera ofrece un plus de socialización vicaria y de reconocimiento pleno a sus miembros. No hay que abonar cuota alguna, salvo la renuncia tácita a ser un elemento activo y crítico de la sociedad en la que cada cual vive.

¿Cuántos electores y electoras adquirirán la vitola de tontos de los cojones y tontas del culo en los próximos comicios de ámbito estatal? Todo lo que sea bipartidismo PP-PSOE entraría dentro del capítulo de alienados a tiempo completo de la clase trabajadora, esa zona difusa nada politizada que solo reconoce a simple vista estampillas de la virgen de los remedios imposibles y líderes mediáticos de palabras sonoras de fácil interpretación. Por lo que se refiere al PSOE, también acumula una legión de fans bienintencionados que aún no son capaces por sí mismos de ver las disonancias fraudulentas entre la historia de su formación y la praxis derechista de sus dirigentes.

En el apartado de tontos útiles o instrumentales estarían los potenciales clientes de Ciudadanos y UPYD, marcas blancas de las elites en la sombra que buscan resortes de enganche más estéticos y alejados de los dilemas derecha-izquierda de toda la vida.

Difícil tarea la de encuadrar a los votantes de IU y Podemos. Los vaivenes organizativos de lU y las indefiniciones estratégicas de Podemos hacen que el no-alienado tenga dudas más que razonables para decantarse por una u otra candidatura. Unos huelen a izquierda herida o en retirada y otros a oferta de izquierda de temporada o de todo a 100. ¿Qué hacer? ¿Votar en blanco o abstenerse y dar más chance al bipartidismo predador y a sus advocaciones menores?

Para que vean ustedes: ser tonta o tonto, políticamente hablando, es una condición a la que puede accederse de forma muy facilota y si requisitos especiales. También existen los tontos de los cojones y tontas del culo ataviados brillantes masters cursados en el vasto mundo mundial. Eso sí, ser tonta o tonto es reversible gracias a la duda razonable y al sentido crítico dialéctico. Por tanto, políticamente hablando, la tontería tiene terapia efectiva. Gracias a dios, digo a Groucho (Marx).   

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.