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Tranquilos, Dios existe y ha pisado la Tierra

Fuentes: Rebelión

En La Noche de los Tiempos una parte de nuestros ancestros adoraba a un Demiurgo que tenía «una doble personalidad»: la de un Dios bondadoso y la del Diablo. Ambas estaban fundidas, engarzadas y eran inseparables. Debido a su naturaleza bifronte (poliédrica) la gente vivía equilibrada pues todo, desde lo más hermoso a lo más espantoso, era simplemente una proyección de ese ente primigenio. Algunos llamaron a ese Demiurgo, que es sólo una metáfora de lo que todavía buscamos «en el nido cósmico» y en laberinto de los pasadizos intracraneales, Abraxas.

La mayoría de la izquierda parte de una hipótesis errónea para demostrar que Dios no existe y hace ostentación académica de su ateísmo, cual serendipia que va a provocar un «nuevo salto comunal» de nuestra especie, otrora simiesca y trepadora de frondosos árboles africanos.

Me explico, la hipótesis arriba mencionada no se sostiene ni con todos los sujetadores del mundo, ya que se basa, ingenuamente, en la negación del dogma de la Sagrada Providencia. Éste es, según nos enseñaban los curas católicos: «El cuidado amoroso que Dios tiene a todas las cosas, a todas sus criaturas y, especialmente, al hombre». (La mujer no se mencionaba, se entendía que vivía en el interior de «la matrioshka» del varón).

Si aceptamos, por otra parte, «la revelación» de la Sagrada Providencia, tal cual, y vivimos con los ojos cerrados y nos negamos a estudiar y a investigar nuestro entorno, todas las religiones tienen sentido, y debemos cantar como bobos, hasta que se nos caiga la baba, la estrofa que nos hacían repetir, hasta la saciedad, en las aulas católicas: «El reloj lo hizo el relojero/El mundo lo hizo Dios/ No hay reloj sin relojero/No hay mundo sin creador.

Pero el ser humano puede ver sin apenas esfuerzos lo que tiene delante de la nariz y los ojos.

En «Lo Salvaje», como diría Amaral, hay una belleza casi infinita que convive con un terror simultáneo. Animales de una hermosura deslumbrante, que fueron adorados cual dioses en antiguas culturas, clavan sus inocentes y aterradores colmillos, en los más débiles e indefensos: los viejos, los recién nacidos, etc. Esos que son descuartizados, gritan como si se hubieran vuelto locos, un pánico indescriptible se apodera de ellos, sus estertores y temblores no dejan a nadie indiferente ¿los habéis visto llorar? Yo sí. Al final todo se cierra con el ciclo, para que todo quede limpio, de los buitres y las hienas.

Esa cacería, con los mismos patrones que obedecen a la ley del más fuerte, se repite sin cesar por tierra, mar y aire, y, con especial énfasis en la especie humana, la más cruel de todas (y la más amorosa). La única que mata por placer, la única que practica desde la Noche de Los Tiempos, el asesinato y la tortura, que es lo más execrable que existe. ¿Será porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios?

Imaginaos a todos los hombres y mujeres de la Tierra, los que viven ahora o ya vivieron en tiempos pasados o remotos (y lo mismo imaginad a todos los animales, insectos y plantas). Los puedes separar de uno en uno, ver cada individuo como «una célula-pieza del rompecabezas de Dios». Llegados a este punto, trata de encajar todas las piezas hasta que obtengas el retrato de Dios. El abanico de los humanos es infinito y abarca desde Hitler a la criatura más angelical (todos son células del mismo ser cósmico). Y el abanico de los animales igual, va desde el cisne a la cucaracha más repugnante. Todos son células del mismo ente universal. Si eres un escultor valiente, ya sabes cual será tu obra magistral, integradora, que nada puede excluir.

A veces Scott Ridley (Gladiator, Alien el octavo pasajero) busca a Dios, como la mitad de la humanidad, pero él explora el camino del rompecabezas, «de los agujeros negros», y se prepara para encontrarse con lo peor o tal vez, con una fusión aterradora de lo que más amamos y queremos abrazar, y de lo que más tememos y queremos evitar. Lo que llamaría «la armonía de la esquizofrenia».

Su película «Prometheus» termina con un viaje terrible al encuentro de «nuestro origen». El autor deja todas las incógnitas abiertas para que indaguemos en «las personalidades'»del Demiurgo sin descartar nada.

Nuestro planeta y todo lo que vemos, tocamos y escuchamos (El Himno de la Alegría de L.V. Beethoven; el dedo que aprieta el botón de la bomba atómica; el beso más bello del mundo; la energía que lo penetra todo y todo mantiene unido; el horror con el que nunca nos acostumbraremos a vivir, siempre y cuando lo tengamos cerca) viene de una partícula, infinitamente pequeña e infinitamente cargada de energía, que se expandió a una velocidad mayor que la de la luz, hace 13.800 millones de años.

No recuerdo ahora si lo dijo Stephen Hawking, u otro científico de su entorno, que «el segundo» previo al «big-bang», se podía dividir en fracciones de millonésimas de segundo, y que una de ellas «sería Dios». También algunos científicos han empezado a pensar que la partícula primigenia «no vino de la nada», como se creía hasta ahora, sino de «el polvo cósmico», o, lo que es más espeluznante, «se escapó de otra dimensión».

Ahora ¿Estáis más cerca de conocer el misterio de Dios?

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.