Mientras el tren se detiene en la estación de Lautaro, recuerdo un poema de Jorge Teillier: «En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la calle Comercio…». Amanece y sobre el horizonte de bosques desfilan nubes con presagios de lluvia. La estación está desierta […]
Mientras el tren se detiene en la estación de Lautaro, recuerdo un poema de Jorge Teillier: «En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la calle Comercio…». Amanece y sobre el horizonte de bosques desfilan nubes con presagios de lluvia. La estación está desierta y sobre unos rieles duerme una añosa locomotora, tal vez del tiempo en que Teillier dejó su pueblo para estudiar pedagogía en la capital, en 1953. En el aire hay aroma de pinos recién cortados y de las chimeneas brota el humo espeso de las cocinas a leña. Un perro recorre la línea del tren y sobre unos alambrados brillan perlas depositadas por la lluvia durante la noche.
Avanzada la mañana del día en que se celebrarán los setenta años de su nacimiento, camino por la calle Comercio, que ahora se llama O’Higgins, rumbo a la estación del ferrocarril donde se realizará el acto de homenaje al autor de Crónica del forastero. Me acompañan su hijo Sebastián, su sobrino Fernando y el escritor Guido Eytel. Murales callejeros, un poema grabado sobre piedra al inicio del puente que cruza el río Cautín, una placa en la casa paterna y otra en la plaza que lleva su nombre recuerdan que Lautaro es el pueblo de Jorge Teillier, y que sus habitantes, desde el alcalde hasta el más anónimo de los vecinos, se sienten orgullosos del vínculo que los une al poeta.
Jorge Teillier nació el 24 de junio de 1935, el mismo día y año en que Gardel entró al país de las leyendas y cuando los mapuche celebran la llegada del año nuevo. Hijo de Fernando Teillier y Sara Sandoval, creó hasta el día de su muerte una de las poesías más profundas y originales de nuestra literatura. Su primer libro fue Para ángeles y gorriones (1956) y a éste le siguieron, entre otros, El árbol de la memoria, Poemas del país de nunca jamás, El cielo cae con las hojas y El molino y la higuera. Dirigió la revista Orfeo y el Boletín de la Universidad de Chile, y se le suele mencionar como el creador de la poesía lárica, enraizada en el mundo de la infancia y la provincia como un espacio mítico desde el cual el poeta busca comunicarse con sus semejantes y gritar su desasosiego frente a un mundo que se autodestruye y aparta de las cosas esenciales de la vida.
Mientras recorro Lautaro tengo la sensación de caminar por estrofas de un poema de Teillier. El pueblo parece suspendido en el tiempo y al correr de los minutos aparecen los restos de un viejo molino, la casita del club de tenis del pueblo y el edificio de la Biblioteca Municipal, donde han montado una exposición en recuerdo del poeta. En su interior algunos niños consultan libros para sus tareas y la encargada del lugar habla con orgullo de la biblioteca móvil que recorre los poblados aledaños. De la biblioteca pasamos al Municipio, donde sonríe Jorge Teillier en las fotos expuestas por Jorge Aravena Llanca. En algunos de los retratos lo vemos caminar junto a la línea del tren, y en otros, acompañado de su hermano Iván y del poeta magallánico Rolando Cárdenas.
Jorge Teillier murió el 22 de abril de 1996. Era un amigo generoso, siempre pendiente de encontrar la palabra justa para alentar el trabajo de sus camaradas de oficio. Su poesía es un solo y gran poema que nos habla del tiempo del arraigo, de la nostalgia por las cosas idas, de sus libros, de poetas y escritores favoritos, de los colores y aromas de las cosas amadas. En el recuerdo lo veo entrar al bar Unión, con algunos libros y la revista The Ring bajo el brazo, atento a los saludos que le prodigan los parroquianos con los que solía conversar de lo humano y lo divino. Después de saludar a los amigos lo veo sentarse «a la mesa de los poetas» y sacar de entre sus papeles el último poema que ha escrito o escucho su comentario acerca del libro que ha visto en una librería de viejo y recomienda leer. De los maestros que reconozco en el oficio de escribir, Teillier es el principal, tanto por su maravillosa poesía que sigue iluminando, como por su modo sutil de enseñar, sin estridencias ni ostentaciones. Jorge era un poeta que se imponía por su transparencia y lucidez, y lo que se aprendía de él era lo que fluía espontáneamente de sus diálogos, donde siempre había un momento para desentrañar los misterios de la poesía y de la amistad.
Con la llegada de las primeras sombras llegan a la estación los invitados al festejo. El alcalde y los vecinos. Familiares y amigos de Teillier. Los poetas del Grupo Literario Prisma y los miembros del Grupo de Amigos de la Biblioteca Municipal de Lautaro. Niños y niñas que abren sus ojos con asombro. Antiguos residentes que recuerdan anécdotas vividas con el homenajeado. Jorge Aravena Llanca abre los fuegos y canta cuatro canciones dedicadas al poeta de Cartas para reinas de otras primaveras. Luego, se inicia una mesa de conversación en la que participan Guido Eytel, Elicura Chihuailaf, Ramón Díaz Eterovic y Hurón Magma. Anécdotas y recuerdos que hablan del impacto de la poesía de Teillier en los panelistas, y del privilegio de haber compartido una copa de amistad con él. Alguien recuerda que en los últimos días se han hecho muchos homenajes al poeta, pero que sin duda el más significativo es el que en esos momentos se realiza en su pueblo. Un homenaje modesto, sin el apoyo de las entidades que supuestamente promueven la cultura, pero emocionante y sencillo, como sin duda le habría gustado a él.
Terminada la conversación se procede a entregar los premios del Concurso de Poesía Jorge Teillier. Poetas de distintas edades reciben sus galardones. Una niña lee un poema dedicado a su padre. El alcalde de Lautaro reafirma su compromiso con la memoria de quien es el hijo más ilustre del pueblo. Sigue la lectura de un texto enviado desde Santiago por Juan Guzmán Paredes, amigo de juventud de Teillier, y el acto culmina con la actuación del conjunto folclórico municipal. Afuera cae la noche, sopla el viento y ningún tren se detiene en la estación. Es la hora del brindis. Recuerdo otros versos de Teillier: «Voy a la sidrería. Allí están los parroquianos de siempre y me saludan mis viejos compañeros de curso que sueñan con ser alcaldes o regidores…».
Al otro día concurrimos al cementerio a visitar el lugar donde yacen los restos de Iván Teillier, notable creador de atmósferas y personajes sureños. Y por la tarde, en la Sidrería Kunz brindamos con Fernando Teillier Sandoval. Sus gestos, su risa y su humor recuerdan a su hermano Jorge. Por un instante me parece que el poeta ha aparecido en medio de la noche para pedir en voz baja una caña de sidra. Fernando cuenta jocosas historias y de pronto, alguien pide permiso para leer un poema. Se suman más poetas a la celebración. Poetas provenientes de Teodoro Schmidt, Carahue, Angol y Temuco. Alguien recuerda que el tren nocturno está por pasar. Corremos al encuentro de la locomotora que rompe el silencio de la noche. A la hora de la despedida, pienso en otro poema de Teillier: «Lo que escribo (…) es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos». También en: «Todas las tardes regresan sus admiradores que en la estación se empujan para llevarlo en hombros a la vuelta de su gira triunfal y lo dejan en la primavera del césped de pez-castilla donde -como le prometió a su madre- sueña que ha esquivado -sin despeinarse- los golpes del olvido».
Jorge Teillier ha cumplido setenta años y brindan por él las estrellas en el cielo de Lautaro.