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Tres fusilados en Cuba

Fuentes: Rebelión

El fusilamiento de Lorenzo Copello Castillo, Bárbaro Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaad, «los tres principales, más activos y brutales jefes de los secuestradores» de una lancha cubana, el viernes 11 de abril, 2003, ha desplazado momentáneamente la agresión estadounidense en Irak de las primeras planas periodísticas latinoamericanas y desatado una intensa discusión entre […]

El fusilamiento de Lorenzo Copello Castillo, Bárbaro Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaad, «los tres principales, más activos y brutales jefes de los secuestradores» de una lancha cubana, el viernes 11 de abril, 2003, ha desplazado momentáneamente la agresión estadounidense en Irak de las primeras planas periodísticas latinoamericanas y desatado una intensa discusión entre amigos y enemigos de la revolución.

Las ejecuciones plantean tres dimensiones diferentes de discusión: la ética, la legal y la pragmática. La primera se refiere a la legitimidad o justificabilidad de la pena de muerte. Yo personalmente, es decir, como científico materialista y humanista, estoy en contra de la pena capital, en cualquier circunstancia y por cualquier entidad, sea en tiempos de guerra o de paz; sea por un Estado laico, un ente teocrático, un sujeto social o un individuo.

Esta posición se basa en tres argumentos. En el aspecto moral considero que ningún ente en el mundo tiene la autoridad para quitarle la vida a otra persona aunque haya cometido crímenes graves. El legítimo derecho de la comunidad de protegerse del abuso del poder, no confiere, a mi juicio, la facultad de matar a otros seres humanos.

El segundo argumento es de realpolitik. Ninguna investigación criminológica ha podido demostrar que la pena de muerte evite determinados tipos de crímenes violentos o que reduzca la tasa de criminalidad. No hay evidencia científica para sostener la tesis de que la pena de muerte impide determinados crímenes. No hay correlación estadística positiva entre ambos fenómenos.

Las razones que explican esa falta de correlación son obvias. Muchos crímenes violentos son crímenes emotivos, que no se realizan sobre un frío cálculo de costo-beneficio del delito. Y aquellos crímenes violentos, que son planificados racionalmente, parten del supuesto de los delincuentes de que escaparán a la justicia. Este supuesto, que es la base de todos los crímenes «racionales», anula el efecto disuasivo de la pena de muerte.

El tercer argumento consiste en que toda justicia humana es falible y que, por lo tanto, aún las mejores intenciones y procedimientos de justicia no pueden excluir la ejecución de inocentes. La irreversibilidad de la pena capital hace imposible la corrección de esos errores, tal como vemos actualmente en la liberación de muchos condenados, por los nuevos métodos de análisis de ADN.

La decisión ética sobre la pena capital, la tiene que tomar cada persona por si misma, porque uno es sólo responsable de sus propios actos. Hay, por supuesto, perfiles nacionales muy diferentes sobre este problema, según las idiosincrasias culturales de cada lugar. Mis discusiones con mis amigos cubanos me han enseñado que muchos ciudadanos de este país consideran la pena de muerte legítima.

La dimensión legal de las ejecuciones es más fácil de discutir que la moral, porque se reduce a la pregunta de que si el procedimiento del juicio sumario utilizado en este caso, está amparado en la legislación del país. Se complica, sin embargo, cuando se introduce la relación entre el derecho nacional y el internacional en el debate, dado que lleva directamente a la discusión de la soberanía nacional frente al Estado global, en tiempos de la intervención militar de Estados Unidos en Irak.

La tercera dimensión del problema es la pragmática, es decir, la interrogante acerca de que si los tres fusilamientos le benefician o perjudican a la revolución cubana. Y en esta discusión hay que tomar en cuenta tres aspectos metodológicos que son fundamentales para la calidad del juicio al que tal discusión conduce.

El primer aspecto metodológico se refiere al status lógico de todo juicio, acerca de lo conveniente o inconveniente del procedimiento usado por las autoridades cubanas. Todo enunciado que afirma la conveniencia de las ejecuciones para la causa cubana, al igual que todo enunciado que sostiene que son contraproductivas, es hipotético, porque se refiere a un escenario empírico del futuro. En este sentido, ninguno de los dos tiene, a priori, la razón. Sólo en el futuro se verá lo acertado o lo equivocado de la medida.

El segundo aspecto metodológico atañe a la base de información que tienen las autoridades cubanas sobre esos secuestros, cual parte de una conspiración estadounidense para preparar condiciones de intervención militar en la isla. El lector común no dispone de esta información. Y recordamos, que la calidad de un diagnóstico depende tanto de los procedimientos y de la capacidad de análisis del sujeto investigador, como de la cantidad y calidad de los datos disponibles. La gravedad de la conspiración y sus tiempos de implementación no son de nuestro dominio de conocimiento, pero probablemente sí del de las autoridades cubanas.

El tercer factor metodológico se refiere a la calidad del analista. Y, en este aspecto, no hay duda. Fidel Castro es uno de los mejores analistas estratégicos del mundo, con una gran inteligencia, una enorme capacidad de síntesis de lo esencial, una amplia cultura general, una aguda comprensión del vector tiempo, una extraordinaria experiencia de vida, una asombrosa capacidad para hacer alianzas y una voluminosa base de datos.

Todos estos factores garantizan que la decisión de las ejecuciones, que es una decisión de rupturas, no de alianzas, fue tomada en pleno conocimiento del costo político que iba a tener en la opinión pública mundial.

Entre otros: a) la condena de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU); b) una violenta campaña propagandística del imperialismo estadounidense para distraer de sus crímenes en Irak, secundada por el imperialismo europeo y sus gobiernos lacayos latinoamericanos; y, c) un bonus propagandístico para Washington, en su preparación psicológica de una intervención militar en Cuba.

Este costo político de los fusilamientos para el gobierno cubano es muy alto. La pregunta es, ¿ por qué Fidel estuvo dispuesto a pagarlo? La respuesta sumaria es clara: el no haberlo hecho, hubiera significado un costo político mayor. ¿Y cual hubiera sido? Enfrentarse en condiciones más desfavorables aún para Cuba, a la conspiración del imperio.

En el momento del secuestro, el microdrama del crimen ya estaba indisolublemente vinculado a los preparativos propagandísticos de la agresión militar estadounidense contra Cuba. De hecho, no importa si los secuestradores tenían conciencia del papel que estaban jugando en la política mundial o si involuntariamente habían entrado en una trama mayor fuera de su control y competencia, al modo de la tragedia griega; objetivamente se habían convertido en lo que los militares estadounidenses llaman, una «base avanzada de operaciones» de los preparativos bélicos de Washington contra Cuba.

Las declaraciones de altos funcionarios estadounidenses, incluyendo a su embajador en la República Dominicana y el hermano del presidente, el gobernador de La Florida, Jeb Bush, en el sentido de que después del «éxito» en Irak, Washington debe acabar con el «régimen cubano»; la reducción drástica de las visas para cubanos que quieren emigrar y la política provocadora del jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana, James Cason, habían llevado a la conclusión en La Habana que Washington había iniciado la construcción de la logística para la intervención bélica. En una palabra, que la agresión había comenzado ya.

El fusilamiento de los secuestradores, al igual que la anterior detención y las drásticas condenas contra la quinta columna de «periodistas independientes» en Cuba, tenían, por lo tanto, un claro fin: arrebatarle al enemigo la iniciativa estratégica y pelear la guerra en los términos de Cuba, no los del agresor.

Si la invasión a Irak era un claro «mensaje para Cuba», como dice Washington, Fidel le envió un mensaje no menos claro a los neofascistas en la Casa Blanca y en La Florida: Ustedes han declarado la guerra y los primeros de sus soldados han caído. Si siguen la guerra de agresión, sus tropas de intervención pagarán un alto precio en vidas humanas. Párenla, antes de que sea demasiado tarde.

Si esta estrategia puede detener los planes de los neofascistas, no se sabe. Pero, en toda guerra, tanto la social como la convencional, los contendientes procuran que los muertos los ponga el otro lado. Porque, esta es la apocalíptica esencia de la victoria en una guerra.

Ojalá, que el establishment estadounidense entienda que en Cuba se enfrenta a uno de los mayores estrategas militares de la historia y no a un inepto burócrata con ínfulas de estratega militar, como en Irak.

Ojalá, que sepan descifrar el trágico mensaje de los fusilamientos, para que no haya más derramamiento de sangre.