En la sociedad colombiana lo ilegítimo, lo fraudulento, lo falso, la violación a la ley, el crimen, la corrupción y la manipulación de la realidad desde el poder del Estado se ha vuelto norma (doble moral, corrupción administrativa, saqueo de los bienes y riquezas públicas, decisiones políticas y económicas antidemocráticas, aplicación de leyes para-estatales, extradición, […]
En la sociedad colombiana lo ilegítimo, lo fraudulento, lo falso, la violación a la ley, el crimen, la corrupción y la manipulación de la realidad desde el poder del Estado se ha vuelto norma (doble moral, corrupción administrativa, saqueo de los bienes y riquezas públicas, decisiones políticas y económicas antidemocráticas, aplicación de leyes para-estatales, extradición, violaciones a los derechos humanos, amenazas a cientos de activistas de oposición, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones, secuestros, asesinatos políticos, masacres, etc.) Y la legalidad constitucional (democracia y transparencia en las decisiones políticas y económicas, honestidad de las autoridades y funcionarios públicos, aplicación de la norma constitucional, respeto a la vida de los opositores, condena a los responsables de crímenes de Estado, etc.), se ha convertido en excepción. Una anomalía que se practica en todos los planos y en todos los órdenes.
Desde la cabeza del Estado que no sabe cómo lavarse las manos, padece el síndrome del teflón, por su responsabilidad ante cientos de casos de crímenes de Estado y corrupción. Tal es el caso del asesinato de Jaime Gómez, de lideres campesinos de acciones comunales presentados como guerrilleros muertos en combates, ciudadanos del común presentados como «positivos» por el ejército para mostrar buenos resultados en la lucha contra el terrorismo (hay un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) casos graves de violaciones a los derechos humanos y corrupción como el del DAS, etc. Hasta los funcionarios y autoridades en los rangos medios y bajos, que una vez son descubiertos sus crímenes (Guaitarilla, Jamundí, Mapiripán, los 21 soldados torturados en Tolima, etc.) y a pesar que muchos son destituidos, el desmoronamiento social y moral no se detiene (soldados y oficiales de la IV Brigada involucrados recientemente en un caso de secuestro-desaparición en Copacabana, Antioquia).
La tendencia general a la hecatombe social y moral es evidente. Estamos viviendo en una sociedad que ha sufrido un cambio radical con la consiguiente ruptura del orden, la ley y los valores «contratados» y acogidos por todos los y las ciudadanos. La sociedad colombiana, en este sentido, es una sociedad patológica.
Estado mafioso
No puede ser de otra manera, cuando en una sociedad la cooptación y utilización por la mafia paramilitar de las instituciones públicas con fines criminales, (DAS, Ejército, Policía, la Superintendencia de Vigilancia, Finagro, Incóder) no pasa de ser asuntos tratados como «casos» aislados, desatando escasamente el escándalo de turno que esconde la degradación de fondo en que está sumergida la sociedad. Por eso afirmamos que se ha producido un cambio en la mentalidad de la comunidad que hoy acepta, en su mayoría, la realidad del «Estado mafioso», como lo llaman algunos, y que se ha agudizado durante el gobierno de Álvaro Uribe.
¿De que otra forma explicar que el asesinato del sindicalista de hoy, no pretende ocultar las decenas de sindicalistas asesinados hasta ayer? ¿De qué otro modo explicar que la masacre de esta mañana, no busca encubrir las fosas comunes descubiertas hasta hoy? Todo este estado de degradación social y ético, sólo es posible aceptarlo por el estado permanente de ilusión colectiva en que «vivimos», y por el estado de enajenación mental que nos hace creer que la «seguridad democrática» es la realidad, y no los tiempos duros de una sociedad sumida en la descomposición, devorada por un cáncer.
Reelección de los mismos para lo mismo
La reelección de Álvaro Uribe a la presidencia es la confirmación de la tendencia continuista (de clase), que arrastra consigo todo el peso del desgaste y acelerada descomposición acumulado por más de un siglo de domino político, ideológico, militar y económico sobre las otras clases. Y para cambiar dicha tendencia, tenemos que ser nosotros, los millones de pobres y excluidos sociales, desempleados, clase media, desplazados y víctimas del terrorismo de Estado, quienes accedamos al poder para terminar con el dominio histórico de la oligarquía, para cambiar el modelo económico neoliberal, redistribuir la riqueza, desarrollar el mercado nacional, preservar el patrimonio público y los recursos naturales como inalienables, recuperar la salud, educación, y el trabajo como derechos para que nuestra vida, la de millones excluidos de las riquezas y del poder, sea digna, de derechos y libertades.
Pero la disputa por el poder en Colombia no se da por canales democráticos, se está dando en medio de un confrontación violenta, donde, como si fuese un castigo divino, no son las ideas las que luchan entre sí de forma «civilizada» por el poder; sino que el recurso a las armas es el medio más expedito para imponer las condiciones al adversario. Lo cual, históricamente, no solo ha sido trágico y sangriento, sino que, al parecer, el enfrentamiento armado se recrudecerá. De lo contrario, la guerra sucia no estaría en las calles, en los barrios, en los sindicatos, en las universidades, en el campo y en las listas con cientos de amenazados por el paramilitarismo.
Tiempos duros…los que vienen
Son tiempos estos duros, cuando un comandante de policía de Bogotá llama a gritos a asaltar las universidades en búsqueda de «terrorista», a quienes después de capturar, acusar e interrogar en sus celdas de la muerte, la Sijin Bogotá, como a Juan Francisco Gamboa, estudiante de ingeniería de la Universidad Distrital, al día siguiente es presentado muerto ante los medios, quienes obedientemente lo colgaron en sus páginas como un caso de «suicidio».
Son tiempos estos duros, ¿cuándo no?, para los y las revolucionarios(as) en Colombia, para la izquierda y la oposición. No solo porque el reelecto presidente de éste país haya sido uno de los creadores de las maquinarias paramilitares de la muerte que arrasaron y continuarán su labor de motosierras contra la oposición, los comunistas, socialistas, disidentes e izquierdistas. Sino porque ya hasta algunos columnistas corifeos de revistas y diarios están pidiendo cabezas. Las del Secretariado de las FARC, dice orondo y sin inmutarse, Mauricio Vargas, de la revista Cambio, olvidando que esta sociedad no necesita más llamados a la guerra, sino llamados a la lucha plena y democrática de ideas, al debate ideológico en la disputa por el poder. Se le olvida al autor de aquellas notas que quieren echar más combustible a la llamita en la que arde el conflicto, que lo que puede seguir es una conflagración. ¿Es lo que desea? ¿Pero si este principio tan sencillo, vital, de sentido común, no lo reivindicamos los que debatimos ideas por medio de la palabra escrita o hablada, qué podemos esperar de los que solo cuentan con el poder de las armas y desprecian el debate de ideas, porque desean imponerse por medio de aquellas?
¿Y nuestros aliados, qué dicen, qué hacen?
Es duro tenerlo que decir. Pero no es ni democrático ni de revolucionarios callar y no dar el debate. Los pueblos, históricamente, son aliados en sus intereses como pueblos y como clase expropiada, excluida, humillada y reprimida. No deben ser alianzas naturales, sino de intereses de clase, intereses históricos, culturales, económicos comunes. Como aliados históricos, hoy nos preguntamos: ¿Qué dicen, qué hacen?
Últimamente ha creado un gran desconcierto, con todo respeto por su autonomía e independencia política e ideológica, el papel de oso que el ELN viene haciendo: ¿Aportan al continuar, más con desespero que con inteligencia, unos diálogos con un régimen que se reafirma en su política de guerra? ¿Que ha puesto precio no solo a las cabezas de las comandancias guerrilleras, sino que nos ha colgado a toda la oposición la lápida de «comunistas disfrazados»? ¿Acaso no es la acusación que usan las jaurías paracas y derechistas sedientas de sangre contra la oposición? ¿Que ha pedido a la comandancia del estado mayor del ejército la fecha para exterminar la guerrilla? ¿Dialogar con quien solo busca el triunfo militar, tiene algún sentido? ¿Qué le aporta la táctica del ELN del diálogo con quien solo quiere rendición, a la lucha del pueblo colombiano? ¿Se ha agotado la política, y solo queda insistir en diálogos que solo fortalecen más este régimen asesino? Seguir repitiendo que uno no escoge al enemigo, se vuelve un sofisma que a nada lleva. ¿Quién vive diciendo o soñando, en la lucha revolucionaria: yo quiero aquel o al otro como enemigo?
Igualmente vale preguntarse: ¿Los intereses que guían las relaciones internacionales y diplomáticas de Cuba y Venezuela, en estos momentos, son los mismos que enarbola la lucha del pueblo colombiano? Porque una cosa es, y con todo derecho, lo que Fidel y Chávez estén tratando de hacer que favorezca la revolución y avance las conquistas de los pueblos de Cuba y Venezuela, pero otra cosa es la que nosotros como colombianos estamos viviendo bajo el régimen de derecha que encabeza Álvaro Uribe. Apuntalar un gobernante como él, con todo su pasado mafioso, promotor del paramilitarismo y el mayor aliado del imperialismo tiene sus ganancias y sus pérdidas. El reto de derrotar la oligarquía que él encabeza le compete, como misión principal, sin duda, al pueblo colombiano. Pero estamos seguros que es un flaco favor el que le hace a la causa nuestra, darle tratamiento preferencial y de amigo a quien de sobrada razón sabemos que es nuestro enemigo de clase, y el principal aliado del enemigo histórico de los pueblos: el imperialismo estadounidense.
Si el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, va a ser consecuente con su participación en el debate mundial por la liberación de los pueblos y la lucha contra el imperialismo, entonces, ¿por qué tendría que Álvaro Uribe y el régimen de derecha que encabeza, ser una excepción? ¿Acaso el nombramiento de Juan Manuel Santos como Ministro de Defensa es una señal de amistad? Precisamente quién más ha atacado al gobierno bolivariano, el que salió de primero a apoyar a Pedro Carmona y el golpe de estado del 11 de Abril del 2002 contra el gobierno legítimo de Hugo Chávez, ¿Puede considerársele un amigo o aliado? Si el máximo comandante de la Revolución y del Estado cubano, Fidel Castro, ha sido consecuente toda una vida, ¿por qué prestarse ahora a hacer favores a un presidente como el colombiano, que allí se extiende en elogios y aquí en cómo tapar crímenes contra el pueblo?