¿Quiénes son los pokemones, visual, emo, peloláis y flaites? La joven estudiante de filosofía Andrea Ocampo se sumergió en el mundo de estas nuevas tribus de adolescentes y jóvenes urbanos de Chile y encontró múltiples respuestas. «Las nuevas tribus urbanas vienen a romper toda la tradición chilena de la doble faz y de la siutiquería […]
¿Quiénes son los pokemones, visual, emo, peloláis y flaites? La joven estudiante de filosofía Andrea Ocampo se sumergió en el mundo de estas nuevas tribus de adolescentes y jóvenes urbanos de Chile y encontró múltiples respuestas.
«Las nuevas tribus urbanas vienen a romper toda la tradición chilena de la doble faz y de la siutiquería (personas que presumen de finas y elegantes o que procuran imitar a las capas más elevadas de la sociedad)», comentó a IPS Ocampo, autora del ensayo «Ciertos Ruidos. Nuevas tribus urbanas chilenas», publicado por el Grupo Planeta.
Hablamos de grupos de chilenas y chilenos de entre 11 y 23 años que comparten particulares códigos estéticos, musicales y comunicacionales.
Su principal plataforma es Internet. Son grandes usuarios de los diarios de fotografías (fotolog) y de los foros temáticos, explica Ocampo, de 24 años, editora de la revista digital Indie.cl y ganadora de premios de poesía y ensayo en Chile.
Aunque en Argentina existen los floggers (amantes de los fotolog), en México los emos, en Venezuela hay comunidades de visual y en otros países se repiten grupos similares, la diversidad e intensidad con que estos grupos se han desarrollado en todo Chile ha llevado a transformarse en referencia mundial en la materia, asevera la autora.
Los pokemones, visual y emos suelen vestirse, peinarse y maquillarse llamativamente y utilizar accesorios distintivos. Algunos se reconocen como tales, otros no. Cada tribu tiene innumerables variantes y sub-estilos, que están en constante variación.
Los primeros tienen entre 11 y 21 años y su mayor símil es el mantenimiento de una estética cuidada, pero diversa, explica Ocampo. Mezclan desde los accesorios del hardcore punk hasta los del reggaetón. Utilizan el pelo teñido, «escarmentado» o con extensiones y se delinean exageradamente los ojos.
Su nombre deriva de la popular serie animada japonesa «Pokémon». Ellos han popularizado numerosos términos, como «poncear», que significa besar a muchas personas en una misma fiesta. Según la autora, es la única tribu netamente chilena.
Los visual-kei, de inspiración japonesa, se dividen en otakus, kote-kote, eroguro, décora, oshare, lolitas, entre muchos otros. Algunos se destacan por su estética andrógina, otros por el colorido de su apariencia o la utilización de múltiples accesorios.
Los emos son jóvenes de entre 12 y 22 años «que hacen de la exaltación de los sentimientos tristes un destino en sus vidas», dice Ocampo. Se trata de sujetos infelices, deprimidos, incomprendidos y excluidos. Algunos se autoflagelan.
En tanto las y los flaites, de entre 13 y 23 años, son asiduos a la cultura hip-hop, a la cumbia, el reggaetón y la música romántica. Se los asocia al hampa y a las «barras bravas» (hinchas violentos) de los clubes de fútbol. Suelen hablar en «coa» (lenguaje de la delincuencia) y muchos tienen nombres exóticos. Se destacan por su comportamiento provocativo, al filo del peligro.
Finalmente, la autora define a las peloláis como mujeres entre 13 y 20 años, de pelo liso natural, delgadas, poseedoras de una actitud reservada, de clase alta o media-alta, provenientes de familias conservadoras, matriculadas en colegios religiosos privados y con acceso a lujos. Son las únicas que se escapan de la apuesta transgresora de las demás tribus.
«Es una cultura audiovisual que se manifiesta, expresa y explota a través de la estética. La desconfianza que sienten hacia sus padres e instituciones la llevan a sus cuerpos y la hacen estética», reflexiona Ocampo en el libro de 488 páginas, que además de describir a estos grupos, analiza los procesos históricos, políticos, económicos y sociales detrás de ellos.
Apelan al respeto por la diversidad y a la falta de prejuicios, pero no tienen muchas aspiraciones. «Saben que tiene pocas oportunidades. La mayoría no ve a la educación como herramienta de progreso. Son chicos que quieren terminar el cuarto medio (escolar) para poder trabajar, en cualquier cosa», asegura Ocampo.
¿Qué diferencia a estas tribus de anteriores movimientos como los hippie, punk o góticos?
«La diferencia está en el factor de la ideología. Las antiguas tribus urbanas tenían una ideología que era ‘verbalizada’ (hablada). La ideología de los nuevos grupos es óptica, estética. Ellos se reconocen al ojo. Porque comparten el mismo collar o porque tienen la misma costura en la hombrera derecha de su chaqueta», responde la estudiante de filosofía.
«No es una identidad que deviene de una ideología. Es una identidad visual, óptica, que se arma a través de retazos culturales. Su lenguaje no es verbalizado sino que es mostrado. Ellos hacen ruido social a través de cómo se visten, de cómo caminan, de lo que les gusta y no les gusta», enfatiza.
Estos grupos, principalmente los pokemones, visual y emo, alcanzaron gran notoriedad en el país cuando empezaron a reunirse en plazas y otros lugares públicos a consumir alcohol y drogas y a mostrar abiertamente conductas homosexuales, lésbicas y bisexuales.
Para conocerlos, la autora entrevistó a numerosos jóvenes y se inmiscuyó en sus foros de Internet. También consultó los reportajes periodísticos que han intentado adentrarse en sus mundos. Pero la ignorancia sobre el tema es generalizada, observó.
Los padres de estos adolescentes generalmente no conocen los espacios físicos y virtuales por los que transitan sus hijos. Los adultos suelen llegar tarde a sus hogares por el exceso de trabajo y una vez allí se «inyectan televisión en la vena» para evadir los problemas, describe Ocampo. La comunicación entre ellos es precaria.
«La mayoría de las veces tienen una relación conflictiva. Estos chicos están acostumbrados a demandar mucho y a entregar poco. Suplican por un plan de telefonía más amplio, pero cuando los papás llegan a la casa ven que éstos no han hecho su cama. El tono de las peleas tiene que ver con el capital: ‘dame plata’ (dinero), ‘eres un vago’, recriminaciones mutuas», enfatiza la autora.
En el plano sexual, «tienen una relación directa con su cuerpo», sin pudores, a diferencia de generaciones anteriores más reprimidas. «Ellos se reconocen como seres con deseo» y no dudan en experimentar, plantea Ocampo, lo cual tiene a escandalizar a los mayores.
Pero esta libertad sexual tiene sus riesgos: desde el grooming o acoso sexual por Internet hasta los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. Por su extravagancia, también son intimidados por skinheads (cabezas rapadas de orientación fascista).
«El fenómeno llegó para quedarse. Yo creo que las tribus urbanas van a aumentar y se van a mezclar», anticipa Ocampo. Por lo mismo, más que subestimarlos o discriminarlos, la sociedad chilena debería respetarlos y recoger su aporte –la revalorización de las libertades personales–, así como reflexionar sobre lo que transmiten con su estética y actitud.
«Ellos están llamando la atención. Ahora, hay que ver sobre qué están llamando la atención, qué están indicando. Esto no es anodino. Yo creo que esto hay que contextualizarlo y pensar desde ahí la sociedad chilena que somos y la que queremos ser. Estos son los niños del bicentenario. Son los administradores de este país en 10 años más», concluye.
Según la quinta Encuesta Nacional de la Juventud, de 2007, los jóvenes de entre 15 a 29 años llegaban a 24,6 por ciento de los 16,6 millones de chilenos.