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Cronopiando

Turismo en la República Dominicana

Fuentes: Rebelión

Narraba una escritora guatemalteca, cuyo nombre olvidé, refiriéndose a París, que «París no es para el que va, sino para el que está», o lo que es lo mismo, que París es de los parisinos. Cualquiera que haya estado en París, que simplemente haya pasado por esa ciudad, sabe hasta que punto tenía razón la […]

Narraba una escritora guatemalteca, cuyo nombre olvidé, refiriéndose a París, que «París no es para el que va, sino para el que está», o lo que es lo mismo, que París es de los parisinos. Cualquiera que haya estado en París, que simplemente haya pasado por esa ciudad, sabe hasta que punto tenía razón la escritora guatemalteca.

Todo lo contrario ocurre con los países latinoamericanos que no son para el que está, sino para el que llega.

Y no me refiero tanto al que, por distintas circunstancias, decide cambiar un día de perspectiva y asomarse al Atlántico desde la otra orilla, sino a quienes vienen a disfrutar un par de semanas del sol y de playa, de los llamados turistas.

No es que uno tenga nada contra el turismo, contra la posibilidad de que un país obtenga beneficios, incluso importantes, fomentando el turismo, pero siempre me ha inquietado la vana creencia de que se pueda confiar en el turismo como principal sostén económico de un país. Y el temor se acrecienta cuando surgen, con lamentable frecuencia, denuncias de desastres naturales provocados por empresarios turísticos, muchos de ellos extranjeros a los que obviamente no les duele el país que los acogió con tanto entusiasmo, haciendo y deshaciendo a su libre albedrío, eliminando ecosistemas y transformando la vida de pequeñas comunidades, que de trabajar el campo o dedicarse a la pesca, han pasado a emplearse como sirvientes de los hoteles.

Las consecuencias de semejantes despropósitos todavía no están a la vista en su más cruda dimensión, pero ya comienzan a dejarse notar.

Pretender que el turismo pueda constituirse en la principal fuente de recursos, por no decir la única, por más sol, playas, palmeras y mulatas y mulatos en tanga de que se disponga, es un absoluto disparate del que nos va a faltar tiempo para arrepentirnos.

La dinámica de un país que se aboque a trabajar la tierra, a desarrollar la industria, necesariamente generará una mentalidad obrera, laboriosa, entre su ciudadanía.

Una sociedad que pretenda hacer del turismo su razón de ser, condicionará la mentalidad de sus miembros al servilismo más ramplón para que proliferen camareros, combos, masajistas, bailarinas, choferes y demás integrantes del hotel… digo, del país.

De ahí que uno tenga que estar escuchando a cada rato que es importante recoger la basura, para que los turistas no se lleven una mala impresión. Y que hay que mejorar el transporte, para que los turistas no se lleven una mala impresión. Y que hay que enfrentar la delincuencia, para que los turistas no se lleven una mala impresión. Y que es importante preservar la salud, para que los turistas no se lleven una mala impresión, como si las impresiones de los naturales a nadie le importaran.

Hasta que un día, los turistas, siempre imprevisibles, decidan no salir de vacaciones o encuentren playas más limpias, precios más asequibles, mejores infraestructuras, y decidan cambiar la ruta.

Entonces, los camareros tendrán de nuevo que aprender a arar los campos de golf y las bailarinas sembrarán otra vez plátanos en los hoyos, ya no para «birdie», ya no para «eagle», ya no para «bogey», sino para sobrevivir.